Alegrías y alergias



1. Alegrías
Vaya por delante: me alegro del triunfo de la Selección Española de Fútbol. Vaya si me alegro: durante décadas la he padecido en silencio, verificando una y otra vez que los jugadores españoles sólo sabían lamentarse, dar patadones y sacar la furia. O eso me parecía, en mi ignorancia… Días atrás leía un artículo de Javier Marías. Parecía pensado para mí, para expresar lo que yo mismo sentía (y tantos otros). Estos muchachos de ahora no parecen españoles, venía a decir Marías: son lo contrario de lo que hemos sido. Lo contrario de lo que hemos sido. A mí, que nunca me ha gustado el fútbol, había que ganarme con el espectáculo, con un juego bonito que nunca le he visto a la Selección… hasta ahora mismo. Los nuestros siempre me provocaban tedio o un padecimiento absurdo. ¿Qué hago yo viendo un partido de fútbol, un juego que no me interesa? Eso me preguntaba desde hace varias décadas. Tal vez por eso evité emplear mucho  tiempo en algo que no me procuraba placer alguno. Jugar, amagar, controlar el balón, driblar, golear: eso eran virtudes de otros. Lo nuestro era el patetismo, el agonismo y… la agonía. En fin.
Quizá había algo personal en todo ello: siempre me ha provocado envidia la habilidad corporal, quien sabe hacer esas cosas (jugar, amagar…). Precisamente porque siendo joven yo siempre me mostraba tardo y escaso, rudimentario o falto de inspiración. ¿Inspiración? Jamás tuve algo parecido. Recuerdo que en el bachiller elemental nos obligaban a formar dos equipos, que alguna vez se llamaron Roma y Cartago. Cuando era un partido de fútbol, los capitanes de ambos grupos elegían a los jugadores respectivos: unos pocos nos quedábamos como resto, de tal mal que jugábamos. Nos ponían de defensas (o de porteros), confiando en que hiciéramos pared o rompíéramos piernas, no sé. Evidentemente no prestábamos interés alguno a una habilidad de la que carecíamos y, por eso, nos dedicábamos a simular: como si realmente supiéramos contener al contrario. Mientras tanto, en aquel campo de tierra y cantos, rodeado de bancales de cítricos, los torpes nos dedicábamos a coleccionar piedrecitas y a saciarnos con las naranjas que birlábamos.
He escrito lo que arriba han leído mientras escuchaba a través de mi teléfono y con auriculares una música que mi hijo me pasado con el bluetooth. No es un himno (aún recuerdo el artículo de Javier Marías dedicado a los himnos en la competiciones futbolísticas, ahora recogido en Salvajes y sentimentales), pero merecería serlo: es el Volare de los Gipsy Kings.  ¿Se imaginan? ¿Cabe mayor alegría? Es, como me dice mi hijo, un fenómeno del melting pot: un grupo francés de gitanos españoles con nombre en inglés que canta rumba catalana versionando un clásico italiano. Debería ser el himno de la Unión Europea: lo contrario de todo nacionalismo; lo contrario de lo que hemos sido. Sí, ya sé que fantaseo. Pero, qué quieren, no me digan que no es una bella quimera.
————-

2. Alergias
Más que una quimera, son auténticas pesadillas esos himnos vulgares que sirven para vitorear, para alimentar lo gregario o para encender la pasión plebeya. Si Volare, entonado por Gipsy Kings es un lenitivo, Que viva España (Y viva España) cantado por Manolo Escobar es un purgante. La recepción masiva de los jugadores en la Plaza de Colón, en Madrid, fue una explosión de alegría, desde luego. Aunque volver a oír esa cancioncilla alemana que exalta la España tópica me hace regresar al final del franquismo cuando, siendo adolescente, yo evitaba el fútbol y lamentaba vivir bajo una dictadura. Lo siento, pero esa pieza de mediados de los setenta me abochornaba entonces y aún me abochorna, produciéndome  una alergia insuperable. Todavía me provocan rechazo el patrioterismo, la unanimidad, el belicismo coral y algo beodo: ése suele ser el contexto festivo en el que se canta dicha letra, tan espiritual, que habla de flores, de fandanguillos y de diestros con la gracia de un hidalgo español.
Qué bonito sería poder emocionarse sin remordimiento alguno, pero el franquismo contaminó demasiadas cosas de las que otros países se sirven sin problema. «Nuestra Marcha de Granaderos«, nos recordaba Javier Marías, es una pieza del siglo XVIII: «no está nada mal, tocada suave y lentamente –de manera derrotista, sólo la he oído una vez–, llega a ser casi tan melancólica y poco ofensiva como la cuerda de Haydn cuando es sólo cuerda. Es difícil, sin embargo, que la pieza no resulte más bien odiosa, al menos para nuestra generación,  que la oyó demasiadas veces en desfiles y presididos por la mano floja que subía y bajaba como un paso a nivel, qué  barrera», concluía.  
—————-








3. Reflexionemos (1de julio de 2008)
.

«Reflexionemos», nos pide David P. Montesinos en su comentario del 1 de julio. Y sí, reflexionemos: que no nos impongan los sentimientos colectivos; que no nos fuercen a experimentar el mismo júbilo; que no nos obliguen a cantar los mismo himnos. Leo el editorial de Abc, del 1 d ejulio, y no puedo más que temer la oleada de lo obvio, de lo masivo o de lo gregario: los sentimientos nacionales son munición frecuente. Hay gente que tiene derecho a no sentir nada con el triunfo de la Selección Nacional Española de Fútbol: o por no apreciar ese deporte, o por no sentirse española, o por ambas cosas a la vez. Como también hay gente que tiene derecho a no emocionarse a los sones de los himnos, sea en un sambódromo o en un estadio.  

—————————– 
 

4. Observador participante (2 de julio)

Dice Juan Planas en su comentario del 2 de julio que le resultan curiosas nuestras palabras sobre los himnos. Confiesa no haber sentido nada ante ningún sonsonete o señera: nada de todo eso que nosotros decimos padecer. Lejos de tomárselo como una carencia –la carencia de un sentimiento positivo o negativo que otros experimentan–, el poeta afirma disfrutar únicamente con las cosas que le gustan. Bien mirado, es un buen programa de vida: tomar de ella sólo aquello que nos procure placer y sólo cuando nos lo procure. Insisto: no parece un mal plan…, siempre y cuando podamos costeárnoslo materialmente (incluso la austeridad obliga a desembolsos); siempre y cuando nuestra psique tenga una fina película protectora que nos evite la sensibilidad indeseada; siempre y cuando rijamos nuestar conducta con mano de hierro, expulsando aquello que nos contraríe o nos produzca disonancia moral o cognitiva. O, mejor aún, siempre y cuando lo externo, eventualmente dañino o ansiógeno, lo asimilemos como fuente de dicha o empeño autocreador: a eso aspiro yo.

Los himnos –o despotricar contra los himnos– no me producen especial angustia: son un estímulo reflexivo que me saca de mi aturdimiento, de mi nirvana o duermevela. Me gusta estar en activo y, desde luego, los sones patrióticos que tanto detesto me sirven para ponerme en guardia. En el mejor sentido: pensando sobre lo que no me agrada. Así evito tomar como natural, normal o familiar lo que sólo es histórico, contingente: por supuesto es una manera de desfamiliarizarme. Pero es también una manera de preguntarme sobre lo obvio, sobre aquello que a tantos otros sí conmueve. Ni el fútbol, ni los toros, ni la America’s Cup –que se celebrará o no en Valencia– son acontecimientos que logren intersarme vivamente. Como mucho, son eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, en célebre expresión de Machado. Bueno, más o menos: más o menos acontecen consuetudinariamente, es decir, frecuente, periódicamente; y más o menos en la rúa, es decir, son externos y multitudinarios.

Según le dije a Miguel Veyrat hablándole de la Fiesta, yo observo esos hechos (en el sentido sociológico) sin gran emoción y, como mucho, con un interés erudito, de observador distante. Me pasa igual con las fiestas populares. Perdonen la pedantería: en antropología, el observador participante mira a los nativos, sus costumbres ancestrales, sus formas de sociabilidad, sus ritos, sus normas y su convención. Toma nota y se interesa por cosas que no le apetecen o que, incluso, le producen rechazo, pero entiende que esos eventos efectivamente consuetudinarios merecen ser registrados. No se le puede pedir que, además, los apruebe. Tampoco se le puede pedir que adopte ante ellos una actitud indiferente. En su  Diario de campo en Melanesia (A Diary In the Strict Sense of the Term), el gran Bronislaw Malinowski  protestaba contra los bárbaros nativos y sus costumbres: el observador participante mira, anota y deplora lo que no le gusta. Al final, lo que no le gusta es lo que le despierta, lo que le saca de su modorra.

Creo que muchos de los que aquí intervien hablando de los himnos manifestan ambivalencia u oposición, como hacen Kant o Alejandro Lillo o Arnau Gómez, y creo que no lo hacen porque sean nacionalistas encubiertos de la parte contraria, antiespañoles emboscados, sino porque les producen sentimientos contradictorios lo que ven y lo que escuchan: como Ana Serrano cuando cantaba algo improcedente (La Marsellesa) o como Marisa Bou cuando en tierra extraña se emocionaba a los sones del pasodoble valenciano. En cuanto a mis emociones, pues qué quieren que le diga… Al nacer aquí –o allí– se me fuerza a ser miembro participante de una comunidad de costumbres, tradiciones y atavismos. Yo sólo deseo ser un observador participante… que se irrita y despierta y lee. Tal vez por eso, sr. Duarte, leo con interés campechano las declaraciones de Luis Aragonés, un tipo –por cierto– que canta endiabladamente mal hasta el himno más ligero. No sé si tomarlo como un informante, como un hechicero o como el jefe de la tribu.

 

Variedades

Sin palabras. ¿Leer más?

Los himnos. Leer más.

Entre flores, fandanguillos y alegrías. “…En las tardes soleadas de corrida, / la gente aclama al diestro con fervor / Y él saluda paseando a su cuadrilla, / con esa gracia de Hidalgo Español / La plaza por sí sola vibra ya, y empieza nuestra Fiesta Nacional / Por eso se oye este refrán / ‘Que Viva España’…”. Leer más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

55 comentarios

  1. Por lo demás, tiene Marías razón cuando habla del deporte como escuela de comportamiento. Viví con cierta intensidad los siete u ocho años que mi hijo dedicó al asunto: entrenos nocturnos bajo la lluvia y el frío, partidos matutinos, entrenadores de toda especie, padres -y sobre todo, madres- con las uñas más que afiladas y su hijo, su hijo y sólo su hijo en el punto de mira (hablo del RCD. Mallorca, categorías infantiles), una competencia que asustaba… o daba risa, según lo miraras. Con todo, ahí cuajaron algunas buenas amistades y no pocas lecciones. Guardo un diario de esos años:-)

  2. Chapotear en esto de los himnos es magnífico. Especialmente cuando vivimos en un Estado que carece de él. El “himno español”, en realidad, es una “marcha” – “La Marcha de Granaderos” – y, por dicha condición, carece de letra. O sea, carece de la capacidad de decir majaderías a los cuatro vientos sin pudor alguno.

    Si nos gustase que el Estado fuera solamente eso, un Estado, un ordenador de la vida pública de los ciudadanos, en vez de ser lo que parece, un monstruo tan artificial como romántico (mixtura diabólica donde las hubiese), exaltador de unos y denigrador de otros, igual podríamos comenzar por deshacernos de himnos… o bien la humanidad toda adopta el de Canadá, o bien cada uno comienza por extirparse el suyo. El caso español es un buen comienzo, calladitos están más monos.

  3. Todos tienen razón en su escepticismo, pero debo reconocer que, siempre que llega esto de los mundiales y eurocopas, me conmueve ese momento en que suena «la marsellesa» y la cámara va desfilando por los rostros de once futbolistas «galos» que, curiosamente, son todos de piel oscura, oscura… pero resulta -el señor Le Pen y sus votantes no se han enterado aún- que son esos argelinos y senegaleses vestidos con la zamarra del gallo los que ahora cantan a los niños de la patria contra la tiranía. No sé, para mí ese himno significa algo, encarna pese a todo algunos valores que acaso merezca la pena conservar, aunque quizá vayan a ser hombres del sur y mestizos los verdaderos europeos del futuro… y eso no van a evitarlo ni Sarkozy ni Berlusconi. Por cierto, magnífico futbolista Marcos Senna, el hispano brasileño -negro para más señas- podría encarnar también el espíritu de los «nuevos españoles». Baila samba, no canta como Manolo Escobar, y tiene la misma sonrisa franca que muchos de mis alumnos hispanoamericanos. Alguno de ellos -por ejemplo un colombiano- se ha enfundado la camiseta de España y me reconoció sentirse parte del triunfo. Reflexionemos.

  4. Me parece muy interesante la reflexión de Justo sobre la apropiación de los símbolos y cómo hoy en día una parte importante de la población, no siente nada (incluso les produce rechazo) ante la bandera o el himno de España. Yo soy uno de ellos. Lo cierto es que esos símbolos no los considero míos y no puedo evitar sentirlo así. Los símbolos con los que me identifico me los arrebataron tras una guerra genocida. Dicho esto, tampoco considero justo que una determinada ideología se apropie de los símbolos que supuestamente deben ser de todos. Sé que es un pensamiento un poco contradictorio, pero en eso estamos.

  5. Lo que he querido decir en mi anterior intervención (creo que no muy afortunada) es que no puedo evitar cierta sensación de desagrado cuando, por ejemplo, veo a alguien con un polo en el que aparece la bandera española. Seguramente no debería ser así, pero me pasa. No lo puedo evitar

  6. Amigo Alejandro, pues si viniese usted a mi gimnasio le daría un patatús. Yo voy por estricta prescripción médica, pero no sé si sabe -el cardiólogo, me refiero- la cantidad de patriotismo colorín que los varones -ahí sí que el género parece tener algo que ver- gastan. En la muñeca, en los pies, en el pesshhhho, en la frente. Por mi parte, cada uno tiene su establo, suelo presentarme con la camiseta que celebra nuestra victoria en la Copa, el año 2000 en el campo de Mestalla (adivina, adivinanza).
    Por cierto, en el mismo gimnasio nos cruzamos todos los días con un encanto de hombre, el entrenador del Betis: Paco Chaparro. Un tipo singular por su llaneza y cordialidad. Lo que me lleva a dónde quería, ¿qué opina de Luis, don Justo? ¿Le da alergia? ¿Le tiene simpatía?

  7. Delicado tema el que ha abordado Justo esta vez. Es bastante frecuente que se produzca un sentimiento ambivalente, entre el amor y el deprecio, entre el gregarismo y la independencia. Aunque en general odiemos la masificación o, como dice el señor Lillo, no sintamos nada por los símbolos patrióticos, ¿quién podrá decir que, aunque sea ocasionalmente, no se ha sentido parte de la masa, o ha sentido vibrar la cuerda de lo «nacional»?
    Este post me ha traído a la memoria un hecho que me sucedió cuando tenía once años (¡madre del amor hermoso, qué memorión!) y que me dejó perpleja. Yo, que nunca había sido proclive a la ñoñería, ni siquiera a esa edad en que (casi) todas las niñas son tiernas, me sorprendí a mí misma embargada por un extraño nudo en el corazón, en el momento en que entraba, montada en un autobús de excursonistas que tan comunes eran en la época, en la ciudad de Salamanca. El arrebato se debió a que, el propietario (que supongo era valenciano) de una tienda de electrodomésticos, habiendo visto llegar un autobús con matrícula de Valencia, se apresuró a hacer sonar, a todo volumen, el pasodoble del mismo nombre…
    Oírlo y llorar, todo el autobús. Todavía no sé de dónde procedía mi emoción, si de oir aquella música -que nunca antes me había conmovido- en lugar tan inesperado, o de ver llorar como niños a todo un autocar de adultos.
    Por lo demás, no ha vuelto nunca a repetirse. El fútbol no me dice nada, la «patria» tampoco; a lo sumo, y de acuerdo con David, en el contexto de la Marsellesa, por lo que tiene de himno libertario. O la Internacional, por lo que tiene de universal. (¡Ups, acabo de hacer un pareado!)

  8. Para disponer de un himno como La Marsellesa (¡¡¡¡por cierto, que su canto era objeto de persecución policial en la Ejpaña de Franco!!!!) antes es preciso haber realizado una gesta civilizadora como la de la Revolución francesa (pese a haber devorado a muchos de sus hijos). Esa será siempre nuestra freudiana frustración, que hubiese evitado la gran depresión colectiva del ’98, y quizás otros males grandes y pequeños. Para saber más de ese himno, existe un excelente libro de Stefan Zweig, el olvidado, que a mi me regaló un bendito día doña Ana Serrano, por cierto ausente hace mucho de estas semiocidades. He olvidado el título y estoy a muchos kilómetros de mi biblioteca, pero si nos lee doña Ana, seguro que nos refresca la memoria: el artículo que narra la circunstancia de su composición es sorprendente.
    Por de pronto, nos hemos de conformar con el Que Viva Ejpaña escobariano y el icono de una infanta del mismo país meridional paseando una bandera rojigualda, en plan «guay». Mi simpatía, don Àngel, no puedo imaginarlo en un gimnasio, le debo un café en el Cristina.

  9. Pues sí. Cosas del corazón -de la víscera, me refiero.
    Ciertamente, lo de la Infanta es impresionante. Esta chiquilla borbonea que es un encanto. Ha salido a su bisabuelo.
    Por cierto, paradojas de la vida, se han fijado ustedes que los catalanes, que no tenemos nación, tenemos himno.
    Y, créanme, no resuelve nada.
    Anécdota sobre la Marsellesa: hace algo más de un año, coincidiendo con el cinco, o seis, naciones (rugby, of course) un grupo de españoles coincidimos en un restaurante parisino con un nutrido grupo de escoceses que, borrachos y simpáticos, cantaban ‘a cor que vols’. Los españoles, en un arranque de afrancesamiento, propiciado también por la ingesta de alcohol, contraatacamos con La Marsellesa… para estupor de los franceses. No nos siguió nadie, y los colegas galos que nos acompañaban en la mesa desaparecieron subrepticiamente debajo de la mesa. ¡Aquello no era un estadio! Vamos que los himnos están quedando, también, en Francia, para darnos de comer en los establos deportivos.

    A ver ese café

  10. Como les veo interesados en los símbolos que han acompañado la Copa de Europa (que es como se ha llamado toda la vida, eso de “Eurocopa” es un neologismo un tanto ridículo), les añado, a los himnos, los colores. Hablemos del rojo y de “ese” amarillo.

    Rojo. Respecto al nuevo nombre que, indudablemente, los periodistas deportivos se han empecinado en rebautizar al equipo español, “la roja” (antaño fue “la furia”, en memoria de excesos imperiales cometidos en Flandes), les reproduzco dos perlas que don Javier Vizcaíno tiene a bien traernos a colación desde su columna, “La trama mediática”, del diario “Público” y que corresponden a la sin par pareja del espectáculo mediático: “Moa & Jiménezlossantos”, que vienen a ser como “Loleck y Boleck” en versión celtíbera.

    La primera es patrimonio del ciudadano Moa, Pío, digo, no don Pío, el inolvidable personaje de don José Peñarroya, sino al terrorista devenido cómico asalariado de la carcunda patria. Dice: “los golfos de los medios basura dale que te pego con lo de la roja. Nadie la llama así, pero ellos cumplen la consigna. Conocen el valor de los símbolos. Los rojos son ellos. Ser rojo, en España: identificarse con la checa”. ¿No es encantador?

    La segunda es del ínclito juzgado y condenado Federico Jiménez. Sentencia: siempre había sido la selección nacional. Nunca se le ha llamado la selección roja, pero es la única manera en que ellos asumen lo nacional: siempre que sea rojo. Esto en la guerra dio muy mal resultado”. Enternecedor.

    “Loleck y Boleck” nos recuerdan lo importante que es estudiar. ¡Señor! es que, hasta para ser fascista hay que ilustrarse (podían tomar ejemplo del sr. Giménez Caballero, claro que éste era de Artes Gráficas y eso se nota). Y es que a ninguno de ellos, ni a sus múltiples imitadores, se les ocurrió reivindicar el color gualda… pero no adelantemos acontecimientos, pasemos al otro color.

    Amarillo. Adidas, la diseñadora del equipamiento de “la roja”, pensó para la segunda vestimenta, muy acertadamente, el amarillo. Es perogrullesco: se trata del otro color de la bandera del Estado. Las otras alternativas tradicionales españolas eran absurdas, ya fuere el funesto azul mahón de infausto recuerdo, ya fuese el blanco borbónico igualmente repulsivo. Claro que ese color da mal fario a la gente de la farándula y como el fútbol hace mucho que se fue del deporte (“altius, cituis, fortius”) y subió a ese carro de la legua, rechinaba un poco el asunto. ¿Solución? Un amarillo que no fuese amarillo. Esperpéntico cómo trataron de definirlo jugadores, entrenador, periodistas y demás patulea futbolera: dorado, mostaza, crema subido… hasta llegué a escuchar “amarillo imposible de definir”. Y, paralelamente, significativo que gente como “Loleck & Boleck” y adláteres no apuntaran lo más obvio: el color elegido por la multinacional era el que siempre había definido la bandera española, el gualda, hasta que la Constitución del 78, por alguna extraña estupidez de los “Padres/Madres de la Patria” – otra más – decidieron substituir por el temido y “molierino” amarillo. ¿Por qué armaron el barullo por la obviedad del rojo y silenciaron la otra obviedad, la del gualda? ¿Alguien entiende a esta gente? Yo, les aseguro que me empeño en ello pero no hay manera… dan unos argumentos desternillantes contra el rojo y soslayan otro de los atropellos de la Constitución del 78 que Adidas, sin proponérselo, ha puesto ante sus/nuestras narices… Desde luego, para gustos, colores.

  11. Don Miguel, el libro de Zweig al que hace referencia es «Momentos estelares de la humanidad», editado por El Acantilado. Una verdadero joya que aprovecho para recomendar, en especial, el capítulo en el que habla de la expedición al Polo. No recuerdo haber leído nada tan emotivo sobre el tema.

  12. Mi hijo mayor asistió a todas las celebraciones futboleras, lleno de pasión, ondeando la tricolor. Yo me quedé en casa… no rezando, claro, pero más o menos. Parece que recibió abrazos al grito de «!Esa es la auténtica»¡ que le pusieron contento: a mí lo que me hizo feliz es que no le pegaran una paliza, que es a lo que se arriesgó.

    Nuevos momentos estelares de la humanidad. Stefan Zweig. Ahora en las preciosas reediciones que está haciendo El Acantilado. Doce miniaturas históricas, vibrantes y hermosísimas, como siempre Zweig, de las cuales son mis favoritas: «Las primeras palabras a través del océano» -El descubrimiento del telégrafo en 1858- «La resurección de Händel» -La superación de su derrame cerebral escribiendo sin pausa, en cinco días, El Mesias- y «El genio de una noche», que es a lo que se refiere el Señor Veyrat, en que se narra, de modo bellísimo, cómo en la madrugada de 25 de abri de 1792, un modesto e insignificante soldado, Rouget de L´Isle, que apenas sabía música, compuso La Marsellesa, esa que le conté también al Señor Veyrat, que me puse a cantar por la calle, siendo un mico, porque en casa se cantaba el 14 de abril, inexplicablemente bajito, y mi padre se descompuso y me tapó la boca con la mano: «Calla, hija, por lo que más quieras, que papá puede ir a la cárcel si te oyen».

  13. Es maravilloso leer los comentarios a la acertada introducción del Sr. Serna y ver como se llega desde la celebración del éxito de unos «bienpagaos» futbolistas (me resisto a llamarles deportistas) al análisis de marchas, que servían para estimular a los soldados y que luego se convierten en himnos patrios, símbolos de naciones y de ideas.
    Les confieso que me gusta el fútbol.He visto partidos de fútbol desde los siete años y ya ven, estoy menos embrutecido que la media nacional de fútbol-adictos.Será porque esta Copa de Europa ,según el atinadísimo apunte del sr. Kant, la he visto a pequeñas «diócesis», palabro de un conocido mío, que ayuntaba su extremo sentimiento religioso con su casi mayor hipocondría.
    Les puedo decir que después del gol de Fernando Torres, solo pensé que algunos medios informativos debían poner de rodillas y cara a la pared a alguno de sus vociferantes redactores,por el maltrato moral al que han sometido a Luis Aragonés, que es un poco burdo y tal,pero que sabe como manejar a dos decenas de ventiañeros, que cobran más en un año que yo ganaré en toda mi vida.
    ¿Envidia?. Pues no,no les envidio,porque he disfrutado y disfruto con mi trabajo, que no todo es amasar dinero.

  14. Me resulta curioso leerles. Nunca he sentido nada -y nada, aquí, quiere decir absolutamente nada- ante ningún himno ni bandera, pasado o presente (y espero que futuro). Ni aceptación ni rechazo. Ni curiosidad ni asombro. Ni emoción ni sinergía ni repulsión ni nada de todo eso que ustedes dicen padecer. Pero la verdad es que no me quejo. Disfruto sólo con las cosas que -cuando y solamente en el momento en que- me gustan. Luego las olvido. No parece muy difícil. Saludos.

  15. Curioso «personaje» este Luís Aragonés. Hoy me entero que ha firmado el Manifiesto sobre la lengua en Catalunya.

    ¿Es bruto y áspero, es consciente del escrito, o es la suma de algo más?

  16. Verá, sr. Moreno, que entre en el “Manifiesto” sobre la lengua castellana, don Luís Aragonés, “El Sabio de Hortaleza” y se desmarque de ella don Antonio Gamoneda, “Premio Cervantes 2006”, no sólo me parece aleccionador, hasta me resulta indicativo del desconcierto que ha generado el documento y por donde se va definiendo su perfil intelectual.

    Sobre el último comentario del sr. Planas que comenta en el punto 4 de el sr. Serna, debo decirles admiro la ataraxia a la que aspira éste y me admiro de la que disfruta aquel. Con gusto emularía a cuantos maestros epicúreos pudiese para alcanzar tal estadio beatífico. Temo ser demasiado primitivo. Por mis venas corre sangre y el efecto de los himnos cumple en mí su función primordial: remover sentimientos. Ya sea con las bondades expresadas por las sras. Serrano y Bou o por el caballero Veyrat, ya sea por las abominaciones que vinculan una música con una aberración contra la humanidad, el vínculo entre el himno y lo que se le asocia, repercute en mi parte irracional. Y eso es lo que rechazo, que nuestra razón se adormezca al son de la peor de las sirenas: la que le da poder a lo absurdo, la que desdibuja la realidad para, con ella, deforme, construir monstruos goyescos, la que nos lleva a la denigración como grupo y como especie en nombre de unas ilusiones fraticidas.

  17. ¡Qué barbaridad! cómo estoy… obviamente, no es «de el sr. Serna», es «del sr. Serna»… serán los calores…

  18. Amen a lo dicho por el Señor Kant. Amén a todo salvo a lo de su supuesta irracionalidad y su primitivismo. Es raro lo que no produce asociaciones en nosotros (los olores, ah los olores) y con ellas pasiones de todo tipo. No envidio yo, no, a los que viven en ese estado beatífico que dice. Para mí vivir es pasión, pasión de todo tipo y proclamo con Terencio aquello de Homo sum, humani nihil a me alienum puto y con ello los terribles disgustos y las enormes alegrías. Tengo un pasado, como todos, y ese pasado importa y se remueve en una u otra dirección con arreglo a los acontecimientos. Para mí eso es estar viva. Insisto: Para mí.

  19. Habrán visto, quizá, un enorme espacio en blanco entre el fin del post y el enlace que lleva a estos comentarios. Es un problema de la plantilla de este post en concreto que, por lo que parece, no puedo arreglar: es decir, que este post quedará así. Si entro tratando de quitar ese espacio en blanco, se me bloquea el ordenador. No me pregunten por qué. He comprobado que eso no sucede con los otros posts. Me perdonarán, pues, que este quede así, ese espacio en blanco que afea. Al menos de momento.

  20. Ufffff, ya creía yo que le pasaba algo a mi ordenador. Gracias por avisar, Justo. No pasa nada, un poquito más de rueda al ratón y santas pascuas.

  21. No he intervenido en los comentarios porque la semanita que llevo me ha impedido seguir el debate. Vengo de meterme entre pecho y espalda 8 horas escuchando hablar a R.Chartier (y lo que queda…)y estoy exhausto.

    Simplemente intervengo para hacerme eco de una notícia desagradable que desconocía hasta hoy: la muerte el pasado domingo del profesor de nuestra facultad (a cuyas clases no tuve el gusto de asistir en toda la carrera), Pedro López Elum. Ya digo que no lo conocí en persona, pero igualmente lamento mucho su perdida. También lamento -y lamento tener que decirlo- que en la web de nuestra Universidad no le hayan dedicado unas palabras, como si ha hecho el diario Levante:
    http://www.levante-emv.com/secciones/noticia.jsp?pRef=2008070200_9_467423__Sociedad-Adios-medievalista-Pedro-Lopez-Elum

  22. Vaya, yo también pensé que era problema del ordenador. Y había encontrado un atajo: pinchaba a la derecha, sobre comentarios recientes, lo que me llevaba directamente a las últimas entradas del post. Y ahora que lo vuelvo a pensar: resulta práctico ¿no creen?
    De esta forma no hay que dar tanto a la rueda del ratón, ni en esta ocasión con espacio en blanco, ni cuando las intervenciones son muchas, pues se puede acceder directamente a la última.

  23. Querido Paco: no se maltrate usted tanto. o acabará mal. Recuerde que tenemos pendiente una horchata fresquita, ocasión que yo aprovecharía para devoverle el libro que me prestó. Así que, ya me dirá cuando está usted libre. Aunque la propuesta puede hacerse extensiva a todo contertulio que esté por estos lares y le apetezca unirse a la conversación y al refresco.

  24. Ya me dirá, sra. Bou. Yo me sumo.

    A esto en la blogosfera también se le llama una quedada.

  25. Gracias por preocuparte por mi, Marisa. La verdad es que si. El problema es que se ha juntado todo: terminé los exámenes el jueves exhausto mentalmente y luego me pase todo el fin de semana (viernes, sábado y domingo) trabajando y durmiendo poco, o sea, que la semana ya se presagiaba dura.

    Los que conocen a Chartier saben que es un placer escucharle. Es un privilegio absoluto asistir a un curso magistral suyo en Valencia. Sinceramente, creo que no volverá a repetirse en mucho tiempo o quien sabe si nunca. Eso y el aire acondicionado del que he disfrutado (sólo por eso ya valía la pena, con el bochorno que hay en Valencia) han compensado la maratoniana jornada que me ha agotado por completo. Siento ser tan gráfico, pero a la hora en que he salido de clase y he escrito el comentario (en la biblioteca de la Nau) me dolía todo el cuerpo, hasta el culo. Bueno, de hecho lo que más me dolía es el culo, de estar tantas horas sentado: mi fisionomía y tamaño corporal no son compatibles con unas sillas tan incómodas que me obligaban a cambiar de postura cada cinco minutos. Espero dormir mejor hoy porque mañana tenemos la reválida.

    Sobre la quedada, por mi bien. Con permiso de mi jefe y de otras circunstancias, a partir de la semana que viene ya se puede empezar a hablar. Le juro querida Marisa, que si hay alguien que quiera relajarse con una horchata y una buena conversación, ese soy yo. Dicen los jugadores de España que dentro de unos años, con mayor perspectiva, se darán cuenta de lo que han hecho al ganar la Eurocopa, que ahora aún «viven en una nube». A mi me pasa lo mismo. Aún estoy con la inercia de final de curso. No he ganado la Eurocopa, pero he terminado la carrera, que es como mi torneo particular. No han sido 44 años, pero si unos cuantos añitos de trabajo, de mucho trabajo. Por eso, digo yo que nos hemos ganado esa horchata.

  26. Bien, Paco. Me alegro de que estés pensando ya en relajarte, después de un trabajo tan intenso. Así pues, la próxima semana fijaremos esa cita al fresco, en la que Justo, tú y yo (de momento) nos contaremos nuestras más recientes anécdotas y nuestros próximos trabajos, alguno de ellos en común…
    Además, para entonces ya estaré libre de esta escayola, que está menguando tanto mis capacidades.

  27. ¡¡¡Enhorabuena, Paco Fuster!!!

    Y, oigan, vamos a ver, les noto un tanto chapuceros. Si van a tomarse una horchatita los que son paisanos, pues tendré envidia y esas cosas, pro pare de contar; ahora, si lo que hacen es una quedada: Con tiempo, organizada y que podamos ir los de otros lugares. A ver qué va a ser ésto, que yo quiero.

    Todo ésto dicho en jarras y dando golpecitos en el suelo con la punta del pie.

  28. Sra. Serrano, por supuesto que sería un honor contar con usted. Usted sabe también que tenemos pendiente una cervecita en Madrid, ahora, en julio, como le dije. Le avisaré con tiempo cuando vaya a ir (y también por si quiere sumarse alguien más) para tomarnos algo por la calle Huertas.

  29. ¡Quedada en Madrid y en Valencia! De acuerdo, voy poniéndome los rulos. A ver si no me coincide con la operación de mi hijo mayor que va a ser entre el 8 y el 17 próximos o con alguna de las zarandajas que dada mi «gafez» suelen ocurrirme. Acabo de estar en Zaragoza, donde me iba a ver con una amiga de mi foro y ¿Qué podía ocurrir? Pues un cólico nefrítico ¡qué menos!, pero a lo de ustedes, si hac falta, voy en camilla y con los rulos puestos.

  30. No quiero que te falte mi felicitación en un momento tan importante, querido Paco Fuster. Los historiadores han sido siempre mi debilidad y referencia desde que leí a Camus decir, en los principios de mis estudios y carrera, que «Le journaliste est l’historien de l’instant». Es el instante de la rosa abierta, metáfora de la noticia que vive poco tiempo, mientras conserva su frescura. He intentado serlo también, un poco, de aquello que es permanente como el pensamiento poético del hombre, en mi trabajo de poeta. Te deseo por tanto los mayores éxitos en tu carrera: no digo que apuntas «maneras», porque se nota, se siente, algo mucho más hondo y ancho… Desgraciadamente esty demasiado lejos de mi Valencia y de la calle Huertas, física y casi moralmente ya, pero acordaos de mi un instante.

  31. Nos acordaremos de usted, sr. Veyrat. Claro que sí. Sea en Valencia o en Madrid. Pero no dejemos esto como si fuera un cierre. Haremos ‘quedadas’, pero esto no se cierra. Esta tarde, ‘a poqueta nit’, nuevo post.

  32. Puestos a hacer quedadas, podemos hacer otra en Sevilla. Aunque no sé si mi economía podrá resistir tantas francachelas…

  33. Los veo muy arrebatados por los calores estivales, la previsión de excesos orgiásticos propios de la estación y abiertos a las pasiones que despierta esa clásica bebida canicular, la horchata, que tras refrescarte “te da más ganas de beber”, cual dice la coplilla aborigen. Me alegro por ustedes. Pero, estén atentos: asegúrense que la bebida esté elaborada con auténtica chufa de Alboraia, cualquier otra podría hacerlos sucumbir en rigores estomacales de difícil digestión.

    Como don Justo nos anuncia un nuevo “post”, si me lo permiten querría dejar constancia aquí de un tema periférico a lo periférico sobre lo que don Justo ha tratado pero que, personalmente, me gustaría que se retuviese en algún tipo de memoria, aunque sea la evanescente del ciberespacio.

    Si a la cultura popular no se le da importancia que tiene, cuando atendemos la popular e infantil, aún es menos. Y de esto iba yo. Nos comentaba el sr. Serna el detalle de la división de su clase, en el colegio, entre los del equipo de “Roma” y el de “Cartago”. A lo largo de los año he venido observando, como brochazos menores, que tanto en la literatura italiana como en la española del XIX, en alguna ocasión se citaba el caso de la organización informal de grupos de chicos (siempre varones) en bandos agrupados por esas ideas. “Romanos” contra “cartagineses” parece que fue lo común en esos espacios geográficos y educativos pues fuera escuela pública o privada, religiosa o laica, urbana o rural, la cosa es que al menos los niños italianos y españoles del XIX jugaban así.

    Sin embargo, la pervivencia alcanzó el XX. Mi padre era un esforzado “cartaginés” y yo viví un extraño tránsito infantil al cambiar de casa y colegio: en mi primera escuela, del centro urbano (Barri de la Seu), con la práctica totalidad de niños valencianos, jugábamos a “romanos y cartagineses” (obviamente, yo también me apunté a los “cartagineses”) pero al trasladarse mi familia a un barrio periférico y obrero (Barri d’Orriols), un lugar producto del aluvión de la emigración española (Orriols, en los 60, tenía 32 familias valencianas, de la huerta, y 32.000 habitantes de toda España), cuando traté de encontrar a los “cartagineses” de mi nuevo colegio descubrí que mis nuevos compañeros no sabían ni lo que era Cartago, ellos jugaban a “indios y vaqueros”. Me quedé estupefacto.

    Todo un mundo concluía en aquellos patios de recreo y con nuestra generación sin que ningún adulto lo percibiese. Seguíamos haciendo lo mismo, pegarnos de forma organizada (con una moral de la violencia a años luz de la descontrolada anglosajona: no “todo” valía aunque no hubiera tarde que no tuviéramos que acompañar a alguien con la cabeza sangrando de alguna pedrada recibida haciendo “harca”), que para eso nos dividíamos y reagrupábamos en dos bandos, pero nuestro referente dejó de ser el Mediterráneo con sus trirremes provistos de pavorosos “cuervos” de asalto para pasar a ser la llanuras del “Far West” con sus diligencias propicias para la persecución y arranque de cabelleras de sus viajeros.

    Epílogo. Mi estupefacción concluyó pronto. Mi madre me explicó qué pasó en América con los europeos y con los nativos. Así que no tuve dificultad para encontrar mi bando. Obviamente era con los “indios”. “Delenda est America!”, lo tenía fácil.

  34. En Sevilla hay un lugar favorito de don Justo, llamado «La Carbonería», que frecuentó en su etapa juvenil. Aún es un luhar «De culto» en el mejor sentido. Allí nos vemos cuando quieran. Invito yo.

  35. Don Kant, en el internado en el que pené mi infancia, sito en la ciudad de Vitoria, hoy Gasteiz, los niños euskaldunes jugaban a nazis y franceses, los buenos eran los nazis, como es obvio, pero al grito de Gora Euzkadi Askatutá (¡¡¡ya entonces!!!). Como yo presumía de maketo valenciano y de francés por parte de padre, iba a paliza diaria en el recreo: experiencia incomparable que me hizo adorar para siempre a los judíos. Pero eso no hizo variar mi convicción de que las lenguas no son de nadie, y que a todos nos enriquecen, cuantas más, mejor.

  36. Volteriano sr. Veyrat: me interesa muchísimo esa cuestión que me cuenta. Deberemos hablarla en otro momento y lugar más adecuados. No obstante, permítame que le apunte el porqué de mi interés.

    Otra de las cuestiones que he observado en el desarrollo de las relaciones infantiles antes y después de los 60 y que, en efecto, marca la irrupción de un nuevo mundo en el que lo anglosajón comienza a alcanzar las capas populares, es una especie de “código de honor” que desaparece. Tal vez la película “La Guerra de los Botones” (1962, Yves Robert) describe ese mundo infantil tan violento como honorable, tan pícaro como ceñido a unas normas inviolables.

    Algunos de sus principios aún los tengo muy frescos en la mente: no podía pegarse, en ningún caso a las chicas, a niños más pequeños que el agresor, a alguien con gafas y a quien tuviera defectos físicos; un grupo no podía atacar a uno solo del otro bando y, caso de producirse, con que éste gritara “treua” (tregua) o “pau” (paz) ya no se le podía pegar; no podía haber peleas en iglesias ni cementerios; cuando se hacía “harca” (no sé si éste juego se conoce fuera del País Valenciano), el enfrentamiento cesaba a la primera sangre, con la responsabilidad añadida, por parte del que arrojó la piedra, de acompañar a su casa al herido aunque nunca debería reconocer nada ante un “mayor”; ante los “mayores” (adultos u otros chicos de más edad), se fuera de la banda que se fuese, nadie sabía nada de nada de las actividades de nadie; nunca se usaban las navajas en las peleas (todos teníamos una para jugar a “Tallar la ratlla” o sea “Cortar la ralla” tampoco sé si conocen el juego) eso era de cobardes (delito gravísimo que te podía excluir de cualquier banda), los “argumentos” se defendían con las manos limpias; los problemas de los hermanos pequeños de los compañeros de la propia banda, eran problemas solidarios para toda la banda y se actuaba en consecuencia…

    Obviamente, había más normas que ni ahora recuerdo ni quiero incordiar más con el tema, pero quisiera subrayar esa cierta gallardía infantil – y latino-mediterránea – para asumir un código que tiene más de orden caballeresco que de gentuza callejera. Presumo lo contrario del modelo anglosajón que hoy se vive abierta y sangrantemente en nuestros centros educativos, pues si bien, las clases dominantes y dirigentes británicas y estadounidenses, pueden (o podían) disfrutar de una educación exquisita inserta en el “fair play”, lo cierto es que lo que nos llegó en los 60-70, fue a través de su chusma, preferentemente, de los EE. UU. de A. Así, al desplazarse ese código previo, se incorporó la agresión del grupo al individuo como algo aceptable, se promovió el rechazo y ataque al individuo diferente por el colectivo; dejaron de censurarse las acciones cobardes y traicioneras; se impuso la idea de que “todo vale” con tal de “ganar” y la obsesión por el liderazgo, y hoy, ya, asistimos al uso generalizado de armas de fuego en los institutos de los EE. UU. de A; de arma blanca en cualquier lugar donde de Gran Bretaña haya chicos; y en España, ésta, la blanca, rebrota con energía y no para ningún juego infantil…

    Esa experiencia suya, precisamente, en el territorio del Estado más fuertemente influido por la cultura británica, adquiere, pues, a mis ojos, un interés específico por aparecer como avanzadilla de lo que después sería esa anglificación de los valores tradicionales de la Europa meridional.

  37. Señores, háganme el favor de no traer a mi memoria aquellos juegos que, si bien tenían, como ustedes dicen, su código de honor, acababan siempre en la casa de socorro, poniendo puntos en más de una desamueblada cabeza.
    La única violencia que yo podía admitir (entonces, ahora ni eso) era la que había de usar el caballero que pasaba por debajo de mi torre para poder matar al fiero dragón flamígero que viglaba mi ventana, si quería ver de cerca mis maravillosas trenzas.
    He de añadir, para mi vergüenza, que al final tuve que enviar a mi dragón a las heladas tierras del norte y cambiar mis trenzas por un pinado «a la garÇon», para poder jugar con los chicos, aunque sólo fuera a «taulellet de Manises»…

  38. Gracias Ana y Miguel. Leer sus felicitaciones me da mucho ánimo para seguir trabajando.

  39. D. Paco Fuster.¡Enhorabuena por haber terminado felizmente su carrera!.
    ¡Disfrute de un bien merecido descanso!.
    Relájese con esas quedadas que le proponen (proponemos), porque,¡aviso!. creo haber sido el primero que propuso lo de la horchata.

  40. Faltaba un detalle que a su prolijidad y vastísima cultura le encantará almacenar, doctor Kant: la lectura favorita de aquellos cafres sin ningún código de honor era un tebeo que nada tenía que ver su adorado «Capitán Trueno». Se llamaba «Hazañas Bélicas», y sí, las fazañas las realizaban los soldados nazis, preferentemente con una calavera y dos eses siniestras como emblema, y el enemigo era americano, no francés, como dije en un acto fallido comprensible, aunque los franchutes aparecían como las perras sirvientes de los americanos. Estoy seguro de que esa referencia provocará en su memoria una torrentera de recuerdos.
    Y se equivoca, lo siento, ese territorio del Estado, no ha tenido jamás ni tiene influencia británica si no fuere durante una breve posesión histórica por parte de su Corona de algunos territorios marítimos hoy reivindicados por los abertzales y sitos en el Estado francés, el diseño de la bandera con la cruz de san andrés y la de cristo entrelazadas y con colores distintos, y una sed de la burguesía bilbaína —preferentemente— por vestir a la inglesa y mimetizarse de ese modo con el aspecto de un caballero. Nada más falso. Todo ello producto, como el propio auge de la ideología independentista, debido a la fuerte prosperidad económica que la máquina herramienta y la instalación de Altos Hornos —con profusión de ingenieros del Reino Unido que matrimoniaron con las más exquisitas herederas locales, y de abundante mano de obra «maketa» preferentemente de Andalucía y Extremadura (no, los murcianos fueron a ser explotados a Catalunya) provocó en los antiguos señoríos de Castilla llamados provincias vascobgadas, en el Siglo XIX. Los nativos empleaban su tiempo, como en la edad dorada de Euzkalerría en cortar troncos, hacer carbón en el monte, guiar yuntas de bueyes tirando de carretas con ruedas sin radios (las he podido ver yo todavía) y jugar, eso sí muy bien, a la pelota vasca. ¡Ah y en emigrar para pastorear ovejas a Idaho o Australia, por ejemplo,o empelarse como pilotos de altura en balleneros en las costas de Terranova. De británicos, y menos aún de gallardía, en la que tales ciudadanos no son a menudo tampoco un ejemplo, nada.

  41. Sr. Veyrat, le agradezco la invitación en ‘La Carbonería’, de Sevilla. Sería bonito reunirnos allí, en ese antro que, efectivamente, frecuenté a la edad de 23 años, un chaval. Seguro que mi evocación es falsa, un recuerdo creador, pero aún veo sus paredes tiznadas de carbonilla…

  42. ¡¿Ve ud, sr. Veyrat como ha de contarme mucho de aquello?! En efecto, el detalle de esas lecturas no es baladí, en alguna ocasión he hablado de las ilustraciones (espléndidas) de Boixcar, lastimosamente realizadas para los guiones profundamente cristianos (abominables) de “Hazañas Bélicas”.

    En otro orden de cosas, la última intervención de don Arnau me ha hecho recaer en un lamentable olvido: sr. Fuster, me uno a las felicitaciones por haber coronado con éxito éste año académico. No sé si concluyendo su carrera, como sugiere el sr. Gómez (lamentablemente, les sigo leyendo a “trote gorrinero” y así es difícil captar la integridad de los textos, amén de cometer errores gráficos al escribirles), pero, en todo caso, con el convencimiento de que en este año, especialmente obamiano para ud, se ha ganado la horchata que sin duda disfrutarán los contertulios valencianos.

  43. La Carbonería, en el barrio en que vivo, llamado «centro hisórico» sigue siendo un lugar, como he comprobado por indicación suya, frecuentado por escritores y artistas, intelectuales de vario pelaje y productor de vida interesante.

  44. ¡Vaya, vaya! Horchatas y juego infantiles, hazañas bélicas y vascos nazis, antros sevillanos y cursos que se acaban -me sumo a las felicitaciones sr. Fuster- no puede uno despistarse. Lo único que puedo hacer es sumarme, si lo desean y como anfitrión sevillano, a la labor de cicerone de don Miguel. Siempre, claro está, que la cosa hispalense se concrete. No sé yo si es el mejor momento para bajar por estos pagos. ¿No sería más prudente trasladar esa quedada al próximo otoño? La prudencia no es virtud menor.

  45. ¿Vamos poniendo el nuevo post o lo dejo para mañana? Me sabe mal que con lo que hoy han escrito aquí, queden sus palabras sobrepasadas por la nueva entrada. Ustedes me dicen.

  46. Yo lo tengo fácil… votaría por el post ya, claro. Pero está la cosa tan lanzada que entiendo sus dudas.

  47. Poco podré ayudarle, don Justo, que aunque como ud. y los habituales contertulios saben, no podré acudir a cita alguna en cuerpo mortal, por ende, me sumaría a la propuesta de don Ángel de seguir con el «post» pero, como él, me sabe mal aguarles la fiesta con mi voto, así que esperaré cuanto estimen oportuno.

  48. Si les parece, lo dejo para mañana por la mañana. A primera hora. Me sabe mal, ya digo.

  49. Gràcias al Sr.Arnau y al Sr. Kant. Contamos con ustedes para lo de la horchata. Y con el Sr.Montesinos también.
    Por cierto, Sr.Kant, se lo confirmo: ya he terminado la carrera. Y respecto a Obama, seguiremos hablando. Està a punto de salir la traducción al castellano de su primer libro de memorias, «Dreams From My Father», una biografia que escribió en 1995. En el artículo de Claves citaba a un autor que calificaba este libro como «el mejor libro de memorias escrito jamás por un político americano». Espero que sea verdad, ya lo veremos, lo leeremos y lo comentaremos aquí.

    De «La audacia de la esperanza» acaba de sacar Península la 2ª edición. Ignoro si han corregido los innumerables errores de la primera. Lo que si han hecho es cambiar la portada: han recuperado la imagen de la versión original americana.

  50. Será mejor que ponga el nuevo post, señor Serna, antes de que haya más «quedadas» que contertulios. Yo tengo un viaje este fin de semana, pero el domingo por la noche, en cuanto llegue a casa, les leo. Por cierto, vayan eligiendo horchatería. Yo propongo «La Sarieta», pero si tienen otra preferencia, de acuerdo también.

  51. ¿Me aceptan esta sugerencia,con el permiso del Sr. Serna?.Que sea D. Justo es que nos diga día, lugar y hora.»La sarieta» no se donde está,pero me parece una buena propuesta.

  52. Me sumo, tarde, porque anduve distraído y alejado, pero me sumo a las felicitaciones para Don Fuster y su licenciatura, al mismo tiempo que empiezo a tomar nota de las muchas quedadas que aquí se anuncian, Madrid, Sevilla o Valencia… no sé, todo es encontrar el aire suficiente. Saludos.

Deja un comentario