Cero. Toda biografía es en mayor o menor sentido una autobiografía. El biógrafo no es protagonista de las acciones relatadas, no es el personaje narrado. Por ser un relato heterodiegético –en palabras de Gérard Genette–, sujeto de la enunciación y sujeto enunciado no coinciden.
Ahora bien, cuando el biógrafo elige y cuando el biógrafo escribe dando sentido a lo que narra vuelca una parte de su yo, una parte de su identidad, de sus deseos, de sus fantasías, de sus vidas potenciales, de lo que habría querido ser o de lo que habría querido evitar. En una página en blanco.
Directa o indirectamente toma al biografiado como un espejo real o deformante, como un reflejo deseado o repudiado. No hay cesura radical entre el observador y el observado: precisamente, el acto de observación modifica la cosa observada porque quien mira pone valor a lo que distingue, lo que le confirma y lo rebate.
Jean-Bertrand Pontalis hizo explícita esta relación del biógrafo y del biografiado en la colección que creó para Gallimard. L’un et l’autre es el título que le dio: con ese epígrafe quiso hacer manifiesto el vínculo propiamente psicoanalítico que hay entre el yo que habla y el yo del que se habla.
Uno. Yo escribo. Los géneros autobiográficos, por Justo Serna. «¿Por qué leemos vidas escritas? En épocas de incertidumbre, lo que otros hacen nos sirve de ilustración y ejemplo. Las confesiones a la manera de San Agustín o de Jean-Jacques Rousseau, o los diarios al modo de Samuel Pepys, nos muestran los actos que algunos individuos realizaron, sus bondades y sus iniquidades. Quienes relatan o anotan su existencia son sujetos carnales ahora convertidos en palabras, como expresara Jean-Paul Sartre. O son héroes que emprendieron gestas y que luego justifican, como hiciera Julio César…» Leer más: en Mercurio.
Dos. Reseñas de Carmen Laforet. Una mujer en fuga, de Anna Caballé e Israel Rolón, por Justo Serna:
a.-En Ojos de Papel, junio de 2010.
b.-En Mercurio, junio de 2010.
Tres. Ricardo Martín entrevista a Anna Caballé en Mercurio, (junio de 2010). De esa interviú dice Alejandro Lillo: «Comparto la fascinación que Anna Caballé siente por la lectura de las vidas ajenas (y creo que la palabra lectura tiene en este caso una connotación muy especial), fascinación que se aprecia claramente en la interesante entrevista que aparece este mes en Mercurio«.
Estar fascinado por las vidas ajenas no es, desde luego, ser víctima del chismorreo. Leer vidas ajenas –en el sentido que Lillo da a esta expresión– es examinar las decisiones de los demás, es analizar los errores y los fracasos, sabiendo además que lo equivocado y lo desacertado no son categorías absolutas, sino actos que se realizan en contexto, bajo unas determinadas circunstancias siempre mudables. Eso nos obliga a leer, a informarnos. Uno se distrae con historias de aventuras, se imagina en espacios por los que jamás se adentrará. Uno se conmueve con los versos: halla las preguntas humanas, las cuestiones duraderas, la expresión empeñosa, siempre alicorta, de los que nos inquieta. ¿Pero por qué leemos biografías o autobiografías?
Ricardo Martín menciona la biblioteca paterna de Anna Caballé. Esa frase decisiva no se le escapa a Lillo, que repite: “Como no había novelas, ni libros de poesía, Anna [Caballé] se familiarizó desde niña con el tema más atractivo, las vidas escritas”. Ésa es la clave: leemos vidas escritas porque nos dan lo que la novela y la poesía pueden proporcionarnos. En primer lugar, la experiencia alternativa, lo otro no vivido y comprendido; en segundo lugar, la expresión de la angustia o del deseo, el enunciado de una conmoción. La biografía nos hace inteligibles a nosotros mismos: nos enfrenta a un semejante que, como a nosotros, le sobra coraje y le falta seso, rebosante de optimismo y carente de juicio. O al revés. Y eso sucede, por ejemplo, en la casa del padre, en la biblioteca incluso, un lugar de resonancias freudianas.
Estamos tan incompletos que las lecturas de vidas ajenas nos pule o nos alivia. Vivimos en tiempos inciertos y, por lo que cuenta Anna Caballé, muchas gentes padecen sus existencias con ansiedad: es decir, con malhumor y desánimo, con pesadumbre y con expectativa. Esa tensión entre los medios de que disponemos y las metas que nos proponemos es muy característica de nuestra época. En otro tiempo, en los siglos burgueses, un tipo como Samuel Pepys podía disfutar de lo que tenía y de lo que se proponía con materialismo impenitente. Así lo anotaba en su diario cifrado (que yo he podido leer en la versión de la editorial Renacimiento).
¿Por qué hoy estamos tan insatisfechos?, se pregunta Anna Caballé. ¿Porque no tenemos o porque tenemos? Anna Caballé no responde a Ricardo Martín. Ahí, en ese punto, la interviú concluye. Un entrevistador ha de saber en qué punto ha de detener su inquisición, su amable inquisición. Las palabras de Caballé nos obligan a reflexionar, a interrogarnos, sabiendo que como dice J. M. Coetzee en la cita que Alejandro Lillo nos rescata: «Una sola vida y entonces nunca más. Nunca, nunca, nunca».
Cuatro. Acabo mis semanas con Laforet leyendo Puedo contar contigo, un libro prestado por R.S.R. Ya lo dije. Me ha servido para confirmar la calidad de la biografía que debemos a Caballé y Rolón y me ha servido para escribir sobre el género epistolar. Este volumen reúne los textos que se mandaron Ramón J. Sender y Carmen Laforet.
En principio, las cartas que dirigimos a un amigo no están pensadas para publicar. Forman parte de nuestra intimidad. Como ya dije, si se revelan impúdicamente, nuestros actos y pensamientos acaban teniendo un perfil algo ridículo. El documento privado es expresión de nuestra identidad reservada, proyección inmediata o indirecta del yo que escribe. Cuando un filólogo o un historiador editan la correspondencia de un antepasado, célebre o desconocido, los lectores curioseamos en un esfera recóndita: vemos al autor de las cartas más o menos desprotegido, como un tipo que ha perdido las defensas públicas de que nos valemos.
En Puedo contar contigo, Ramón J. Sender cobra una dimensión amistosa y tierna, apesadumbrada y optimista. Todo ello a la vez. Según le confiesa a Laforet, es un anciano que se sabe viejo, que sabe de la cercanía de la muerte. Publica incansablemente para tapar algún orificio, para saciar una carencia. Está solo, con unos hijos distantes y rebeldes que no comprende bien… Ha vivido largos años de exilio. La nostalgia de España le consume. ¿Ha de regresar? En principio, no quiere aceptar al cesarito que aún la tiraniza con mano temblorosa. Sender le escribe a Laforet auténticas cartas de apoyo, de amor, de asistencia, justo cuando ella se separa de Manuel Cerezales para emprender una carrera que no sabe adónde la conducirá… Son miles y miles de kilómetros de distancia lo que separa a Laforet y a Sender. Pero les unen las averías y la humanidad.
Cuando se escribe una biografía, el autor se compromete a saltar a una orilla alejada. Se compromete a vencer un abismo, aquel que le separa de quien habló, escribió y vivió. Ve todo borroso al otro lado. Ve desdibujado el perfil del biografiado. Ve documentos que son noticia y cifra, finalmente un misterio. El biógrafo simpatiza o no con su personaje. Pero sobre todo emprende la tarea que mejor nos define como humanos: salir de uno mismo para comprender. Pregunten al biógrafo por qué eligió a dicho personaje. Seguro que descubren el espejo deformado, la imagen desenfocada, del yo que ahora escribe.
Me pregunto por qué yo mismo escribo de esto.
También el antólogo, decía José Luis García Martín, se expresa a sí mismo, sus gustos, su ‘kitsch’, en la elección de los poemas que integran su libro.
‘Anatomía de un dandy’ fue el primer libro, si no me equivoco, de Umbral, dedicado a Larra. En él se propuso ser completamente subjetivo, hacer una biografía que tuviera mucho de autobiografía. Marcó una linea que luego seguiría en casi todos sus libros.
Pedantes
Gracias
Como en el Valle de «Los botines blancos de piqué». Umbral hizo gala de subjetividad y prácticamente habló sólo de sí mismo, como casi todos, pero sin disimulos.
Reseña de Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia, por Eduardo Laporte, Ojos de Papel, número de junio de 2010.
Serna y «amigos» yo me lo guiso. Pedantes.
Es curioso el caso. La biografía anterior de Anna Caballé era la dedicada a Francisco Umbral. Estudiaba allí un caso evidente de grafomanía, la obsesión de un escritor por segregar tinta y más tinta para tapar carencias o dolencias. En la nueva biografía que ahora firma con Israel Rolón, Anna Caballé estudia un caso contrario, el de la grafofobia, el miedo a la escritura: la decepción por los propios logros. Curioso el interés de Anna Caballé por abordar casos extremos, difíciles, de autores que hacen de su obra un correctivo o una proyección autobiográfica y que tienen una relación complicada con su familia, pero sobre todo con los fantasmas de la familia.
Estoy leyendo la biografia «Carmen Laforet». Estoy muy contenta. Gracias por informarnos. Besos!!
Cuando Justo Serna habló por primera vez sobre la biografía de Carmen Laforet, captó mi atención enseguida. Comparto la fascinación que Anna Caballé siente por la lectura de las vidas ajenas (y creo que la palabra “lectura” tiene en este caso una connotación muy especial), fascinación que se aprecia claramente en la interesante entrevista que aparece este mes en Mercurio. Aunque mi caso no es como el que Ricardo Martín cuenta en la misma (“Como no había novelas, ni libros de poesía, Anna se familiarizó desde niña con el tema más atractivo, las vidas escritas”), sí es verdad que una de mis primeras lecturas fue las “Vidas de los doce césares”, de Suetonio. Siempre me han atraído las memorias y las biografías. Las razones no puedo precisarlas bien, aunque seguramente sean las mismas que me impelen a leer: conocerme mejor a mí mismo. Pero bueno, cuando el libro de Caballé y Rolón llegó a mis manos y leí la contracubierta, me pareció una de las mejores que había leído últimamente. Curiosamente pocos días después encontré otra biografía de Anna Caballé, la dedicada a Francisco Umbral. Ya no pude aguantarme y compré el libro. Lo estoy leyendo y me parece sencillamente magnífico. Lo estoy disfrutando mucho.
Por otro lado, y sin abandonar el tema de la “literatura del yo”, el excelente texto que abre la revista Mercurio tiene mucho que enseñarnos. Precisamente hace unos días que he terminado de leer el tercer libro de memorias de Coetzee, el premio nobel sudafricano. Más allá de que esta obra esté novelada y escrita en tercera persona, ¿pueden creer que la esencia del libro en cuestión, su reflexión última, coincide casi punto por punto con el breve ensayo del señor Serna? Coetzee se presenta en esas memorias noveladas como una sombra, pues sólo conocemos lo que de él dicen otros, la impresión que de él han sacado y nos transmiten otros, con los errores y los malentendidos que todo eso conlleva. En este sentido quizá sean las memorias más honestas que se hayan escrito últimamente, al tiempo que un precioso canto a la novela. Al lector se le invita precisamente a dudar, a cuestionarse la veracidad de todo cuanto está leyendo (en un sentido serniano, para aclararnos). Pero a la vez, la verdad que expresan sus páginas sobre la vida, sobre su vida, es algo que sólo se puede conseguir utilizando mecanismos de ficción.
La necesidad de poner orden a una vida, de encontrarle un sentido, es algo propio del ser humano, algo que necesitamos hacer para continuar viviendo. Algo, sin embargo, tan efímero como el verano, el título que Coetzee ha elegido para su tercer libro de memorias. La vida es irrepresentable, irrepetible. Como se dice en un momento del libro: “cuando los monos dejaban de merodear y contemplaban la puesta del sol, detectaba en los ojos de los babuinos mayores aguijonazos de la melancolía, el nacimiento de la conciencia incipiente de su mortalidad (…) Sencillamente [dice Coetzee] que comprendo en qué estaba pensando el viejo babuino macho mientras contemplaba la puesta de sol, el jefe del grupo (…) Nunca más –pensaba-. Una sola vida y entonces nunca más. Nunca, nunca, nunca.”
Al final la vida pasa y nada nos queda. O tal vez sí. Después de todo tenemos los libros.
Sr. Lillo, gracias por lo que a mí corresponde. Muy agradecido. Ojalá puedan leer sus palabras Anna Caballé e Israel Rolón. Y Ricardo Martín, que entrevista a Anna Caballé.
Es un honor que nos meta a todos al lado de J. M. Coetzee. Insisto: que nuestras palabras le refresquen su lectura de Coetzee es un privilegio.
Tres. Ricardo Martín entrevista a Anna Caballé en Mercurio, (junio de 2010). De esa interviú dice Alejandro Lillo: “Comparto la fascinación que Anna Caballé siente por la lectura de las vidas ajenas (y creo que la palabra lectura tiene en este caso una connotación muy especial), fascinación que se aprecia claramente en la interesante entrevista que aparece este mes en Mercurio“.
Estar fascinado por las vidas ajenas no es, desde luego, ser víctima del chismorreo. Leer vidas ajenas –en el sentido que Lillo da a esta expresión– es examinar las decisiones de los demás, es analizar los errores y los fracasos, sabiendo además que lo equivocado y lo desacertado no son categorías absolutas, sino actos que se realizan en contexto, bajo unas determinadas circunstancias siempre mudables. Eso nos obliga a leer, a informarnos. Uno se distrae con historias de aventuras, se imagina en espacios por los que jamás se adentrará. Uno se conmueve con los versos: halla las preguntas humanas, las cuestiones duraderas, la expresión empeñosa, siempre alicorta, de los que nos inquieta. ¿Pero por qué leemos biografías o autobiografías?
Ricardo Martín menciona la biblioteca paterna de Anna Caballé. Esa frase decisiva no se le escapa a Lillo, que repite: “Como no había novelas, ni libros de poesía, Anna [Caballé] se familiarizó desde niña con el tema más atractivo, las vidas escritas”. Ésa es la clave: leemos vidas escritas porque nos dan lo que la novela y la poesía pueden proporcionarnos. Por un lado, la experiencia alternativa, lo otro no vivido y comprendido; por otro, la expresión de la angustia o del deseo, el enunciado de una conmoción. La biografía nos hace inteligibles a nosotros mismos: nos enfrenta a un semejante que, como a nosotros, le sobra coraje y le falta seso, rebosa de optimismo y carente de juicio. O al revés. Y eso sucede, por ejemplo, en la casa del padre, en la biblioteca incluso, un lugar de resonancias freudianas.
Estamos tan incompletos que las lecturas de vidas ajenas nos pule o nos alivia. Vivimos en tiempos inciertos y, por lo que cuenta Anna Caballé, muchas gentes padecen sus existencias con ansiedad: es decir, con malhumor y desánimo, con pesadumbre y con expectativa. Esa tensión entre los medios de que disponemos y las metas que nos proponemos es muy característica de nuestra época. En otro tiempo, en los siglos burgueses, un tipo como Samuel Pepys podía disfutar de lo que tenía y de lo que se proponía con materialismo impenitente. Así lo anotaba en su diario cifrado (que yo he podido leer en la versión de la editorial Renacimiento).
¿Por qué hoy estamos tan insatisfechos?, se pregunta Anna Caballé. ¿Porque no tenemos o porque tenemos? Anna Caballé no responde a Ricardo Martín. Ahí, en ese punto, la interviu concluye. Un entrevistador ha de saber en qué punto ha de detener su inquisición, su amable inquisición. Las palabras de Caballé nos obligan a reflexionar, a interrogarnos, sabiendo que como dice J. M. Coetzee en la cita que Alejandro Lillo nos rescata: “Una sola vida y entonces nunca más. Nunca, nunca, nunca”.
te come la envidia Serna!
Si envidiar es sentir admiración por aquellos que hacen muy bien su trabajo, entonces sí, ha acertado: a usted no le envidio.
Envidio a todas las personas que menciono en el punto número tres de mi post. Usted, anónimo, no puedo nombrarlo. Ja.
En efecto, señor Serna. Al final todo se reduce a eso, a las sencillas palabras que escribre Coetzee. De ahí la necesidad de vivir otras vidas, de saber de otros hombres que han habitado el mundo antes que nosotros. Creo que esa conciencia de la finitud humana, difícil de asimilar, tal vez imposible de asumir totalmente, es precisamente la que nos empuja a seguir adelante, a conocer más cosas, a estar siempre aprendiendo, a tomar riesgos. A veces se dice que las novelas son una forma de vivir aventuras y es cierto; pero también es cierto que el modelo de esas aventuras que aparecen en las novelas está tomado de la vida misma. La vida entera es una aventura, es la aventura. Un viaje único, irrepetible, como decíamos y como escribió Kavafis: «si vas a empreder el viaje hacia Ítaca pide que tu camino sea largo». ¿Cuál es el propósito último de la existencia, entonces? En mi opinión, que en la vejez podamos mirar atrás con el convencimiento de haberla vivido.
Sr. Lillo, me parece que sí, que tiene razón. Pero yo precisaría algo más. ¿Para qué? Para que la gente perezosa no lo fíe todo a lo venidero, que es la promesa del haragán o el inconstante: el joven, por ejemplo, siempre tendrá una eternidad de cincuenta o sesenta años por vivir. Pero hay «una sola vida y entonces nunca más». Como dice usted citando a Coetzee.
Hay que tomarse las cosas en serio, como si eso que estamos haciendo fuera lo último que quedara de nosotros. En la entrevista que, años atrás, hice a Antonio Muñoz Molina para Ojos de papel se lo señalé. Me parecía que su esmero como escritor estaba en ese pequeño secreto.
Tengo la impresión –le dije– de que escriba lo que escriba, usted lo hace siempre como si ese texto fuera lo último que quedara de su persona, el resto de su escritura que debiera sobrevivir. Pensado así, ningún texto es de circunstancias, ¿verdad?
Y Antonio Muñoz Molina me respondió esto, con gran elegancia: «Es voluntaria la decisión de no considerar trabajos mayores o menores, la exigencia moral de que el trabajo ha de ser hecho lo mejor que se pueda, con independencia de cualquier otra cosa, poniendo en él los cinco sentidos, sea un artículo o sea una novela. Mi padre me enseñó eso, esa exigencia que a mí, cuando era adolescente, me parecía un poco ridícula, porque pensaba, para qué hacer bien algo que no van a pagarte adecuadamente, o que da igual cómo se haga. En su trabajo de hortelano, mi padre siempre se imponía a sí mismo la excelencia: en la elección de las mejores semillas, por ejemplo, en el trazado de una acequia, en que ésta estuviera limpia de hierba, etc. Vendía en su puesto del mercado y siempre llevaba una chaqueta impecablemente blanca. A mí eso me gusta mucho. No tengo paciencia para la chapuza, ni en los demás ni en mí mismo».
El dictamen y la divisa me parecen exactos. Mi padre me dio siempre dicha lección. Eso no es tomarse a uno mismo de manera grave, sino con seriedad, con el placer que da hacer las cosas con interés. Y con la alegría que da poner nuestras habilidades –si las tenemos– al servicio de lo que hacemos.
Las modestas cosas bien hechas, qué orgullo.
Nunca me ha gustado mucho la biografía, aunque en la literatura norteamericana sé que es un género de gran importancia. Leí una autobiografía de Alejandro Jodorowsky y otra sobre el grupo de teatro The Living Theatre.
Tampoco creo que escriba mi autobiografía, lo mejor de la vida es vivirla.
Dos preguntas muy directas:
-¿Cuál es la mejor novela de Coetzee? He leído dos, y debo decir que es el autor que más me ha impresionado en los últimos tiempos junto a Cormac McCarthy.
-¿Es lo mismo una autobiografía que un «libro de memorias»?
Don David, sin ser un experto, yo le diría que para mí autobiografía es aquel texto que se centra más bien en la vida de la persona que escribe: su lugar de origen, su familia, sus relaciones, su profesión, sus experiencias etc, etc. Las memorias, en cambio, engloban algo más. Aparte de la vida de la persona pueden inclusirse reflexiones sobre los acontecimientos políticos de su época, lecturas, opiniones literarias, explicaciones sociológicas, impresiones sobre políticos y otras personalidades etc, etc. Incluye más mundo, como si dijéramos.
Ah, son diez mil.
Los padres, ah los padres. El de Muñoz Molina, el suyo, Justo… El mío me decía que debía hacerlo todo como si me fuera la vida en ello, como si la vida de alguin dependiera de lo que yo hacía, por mi propia dignidad.
Mis padres tenían un vaquero. Un hombre renegrido, que no sabía leer ni escribir; con la boina calada hata las cejas y una coilla de Celtas, apagada, en la comisura de la boca, ordeñaba y venían de otras vaquerías y hasta de pueblos de cerca a ver cómo lo hacía. Era una auténtica belleza: el cubo suspendido entre sus rodillas, bailando de lado a lado para recoger el chorrito de leche de donde viniera; el modo de acariciar la ubre y después presionarla suavemente, sin tirones ni brusquedades. Todo era una hermosura en el modo de ordeñar de aquel hombre. Una vez se lo dijo mi madre y, sin mirarla, con toda la naturalidad que era suya, le contestó: «Es que las cosas hay que hacerlas con amor, sea lo que sea». Esa frase resultaba inconcebible en aquel hombre. Desde ese día fue cita obligada en mi casa, cuando queríamos explicar eso de lo que hablan. Vaya a quedar, a trascender o no, hay que hacer las cosas con amor.
David, a mí, de lo que he leído de Coetzee, «Desgracia»
Está claro que muchas cosas las hacemos con amor, razón por la cual nos salen bien, dentro de nuestras posibilidades. También está el pundonor, ese sentimiento que nos obliga a ser perfeccionistas incluso con aquellas tareas que no amamos hacer. De cualquier forma, la satisfacción que produce un trabajo bien hecho -no digo ya logrado, que eso sólo lo hace quien puede- no la podrá dar nunca algo que se hace con desgana, por «obligación».
Incluso aquellas cosas tan simples que cualquiera puede hacerlas, pueden parecernos un éxito exclusivo si lo hemos con amor. Afortunadamente, veo ejemplos de ésto a diario, aunque no sean todo lo abundantes que debieran.
En cuanto a la escritura del «yo», del que don Justo (y los contertulios) está tratando en este post, he de decir que no he leído demasiadas biografías -en realidad, no he leído demasiado de nada- pero les diré que siempre que he intentado escribir algo, inevitablemente, mis experiencias vitales han acabado asomando a lo escrito, de una manera o de otra, aún cuando lo que intentaba escribir fuera ficción. No sabría decir si hay algo freudiano en ello: yo siempre he llegado a la conclusión de que mi imaginación sólo alcanza para contar lo que he vivido, más o menos adornado, pero propiamente mío. De ahí que no acabe nunca nada, puesto que mi «yo personaje» me gusta tan poco como mi «yo vital».
A mí me gustó mucho ‘Juventud’. No me disgustó ‘Vida y época de Michael K’ y me decepcionó ‘Foe’. Me acabo de comprar ‘Verano’, que es una vuelta de tuerca al rollo autobiográfico a la que tengo muchas ganas.
Un pedante, en otro tiempo, era el maestro que iba de casa en casa -a pie- a enseñar a los ninos… Resulta triste que de una definición tan conmovedora el uso público de la palabra «pedante» haya devenido un término tan peyorativo…
Saludos!
David Montesinos, ¿Por qué Touraine y Bauman?, La cueva del gigante, 3 de junio de 2010.
Reproducido en Los archivos de Justo Serna (Por cortesía del autor).
No se pierdan la reflexión de David P. Montesinos sobre Touraine y Bauman. Sobre la sociología. Está pensada expresamente para los lectores de este blog. No le hagamos un feo. Aprovechen y disientan de lo que él sostiene tan brillantemente. Yo espero escribir sobre lo que Montesinos plantea. Aunque tarde unas horas, lo haré: antes no puedo. Pero aprovechen. Esto es un lujo: pueden comentar en su blog o en la página que aquí hemos publicado expresamente:
David Montesinos, ¿Por qué Touraine y Bauman?, La cueva del gigante, 3 de junio de 2010.
Reproducido en Los archivos de Justo Serna (Por cortesía del autor).
Gracias, Justo, el asunto no tiene ninguna urgencia, luego podemos hablar de ello cuando quieran ustedes,si les place. Le pedí a Justo que atendiera a él porque me surgió a propósito de algún que otro comentario creo que un tanto despectivo que leí respecto a dos autores que considero trascendentes. Me conformaría con que lo leyeran. Lo que sí tiene es cierto carácter oportuno, o si se quiere, oportunista, por aquello del Premio. Los premios son fruslerías, puras ferias de vanidades, sí, pero raramente se conceden al azar, suele haber un mar de fondo en tales decisiones. En cualquier caso valen como una buena excusa para recuperar ciertas lecturas que yo desde luego tenía ya algo abandonadas.
Gracias por la información, Ana, Alejandro y Náugrafo. Creo que adquiriré «Juventud», pues los que he leído son «Desgracia» y «Vida y desgracia de Michael K».
Alejandro, le debo diez mil besos. De dinero ando algo peor, la culpa -ya lo dice La Razón- la tiene Zp, que me ha bajado el sueldo.
Sr. Montesinos, perdone mi silencio. He pasado todo el día de expedición, en tierras del sur, agenciándome piezas y objetos para la supervivencia del náufrago. Como suena. O parecido.
¿Me puede enviar el correo que le mandé ayer sobre su texto acerca de Touraine y Bauman? Sorprendentemente no lo tengo en el buzón de remitidos. Querría desarrollarlo y ponerlo como comentario en su post.
No des lecciones Planas,
Cállese, anónimo. El sr. Planas dará las lecciones que quiera.
Le insisto, señor Serna, en que el asunto no requiere contestación urgente. En cualquier caso, advierto que en cuanto escribo «Touraine y Bauman» en google aparece muy arriba mi artículo, cosa que no ocurriría si me hubiera limitado a ponerlo en mi blog. Esa es la razón de pedirle que lo incluyera en el archivo de escritos del suyo, lo cual le agradezco. Lo que cuenta de sus últimas horas parece casi digno de una novela de Robert Louis Stevenson. Yo hice algo más prosaico, que fue encontrarme con algunos colegas suyos en la presentación del libro de Enzo Traverso en el Colegio Mayor Rector Peset. Ya me lo habían avisado: el tipo es ciertamente seductor, y además la presentación a cargo de Pedro Ruiz y Gustau Muñoz resultó francamente grata. Vi por allí también a algún que otro allegado suyo.
Si se me permite, solo una pequeña observación. Creo que a veces confundimos el sentido de los actos académicos. Todo lo que se dijo fue ciertamente inteligente, sugerente y sólido, a veces incluso deslumbrante… Pero, no sé, a veces me sobra solemnidad, hay demasiada gravedad en todas las intervenciones y es algo que termina contagiándose al público. Me he cansado de los actos de este tipo del gremio filosófico precisamente por eso, parece que a todo el mundo se le acabe de morir el canario, y que si ponen cara de acabar de pegar un polvo o de que su equipo acaba de marcar un gol les vamos a tachar de vulgares, como si estar de mala leche fuera un signo de distinción. Este paisaje que se crea genera situaciones paradójicas y un poco de los Hermanos Marx, como que se cruza por medio del jardín un estudiante hospedado en calzoncillos, que al salir del recinto uno se encuentra a un grupo de alegres travestidos pegando gritos -es el Barrio del Carmen-, o que suena varias veces el móvil a alguien superserio con bailables ritmos caribeños. Fíjense, al salir, mi acompañante y yo comentamos largamente de camino a casa las ideas expresadas en el acto. Al llegar puse la radio y la locutora de la Ser expresó su desánimo -tuvo un mal momento, un momento de gran sinceridad en cualquier caso,poco habitual en un medio tan masivo- al referirse al asunto del abordaje sangriento al barco de cooperantes por Israel o a la crisis que acaba de desatarse en Hungría. En ocasiones, no sé si a ustedes les pasa, tengo la impresión de que todo está a punto de irse a la mierda y de que estamos gobernados por un Homer Simpson comiendo donuts y bebiendo cerveza mientras la central nuclear está a punto de explotar. Y entonces… no sé qué pasa pero me entran unas ganas terribles de contar chistes, debe ser una reacción histérica.
Por cierto, un chiste para historiadores: ¿qué pasaría si Internet hubiera existido ya en la antigua Roma? Que lo más visitado hubiera sido la entrada «Cleopatra desnuda», que nadie hubiera rehusado en facebook el mensaje «invitar a un amigo» si lo enviaba Calígula, y que el video más visto de youtube habría sido el de la destrucción de Pompeya, cuyo primer comentario habría sido: «MOLA, ha quedado hecha POLVO»
pdta: Sumamente interesante la teoría de Traverso sobre la guerra civil europea como consigna capaz de explicar la novedosa cultura bélica que se desata en Europa en el 14 y concluye en el 45, todo lo cual debe interpretarse a la luz de la nueva antropología que está surgiendo con el siglo XX. Me ha hecho pensar mucho en las últimas horas.
Señor Montesinos: su modestia es tan proverbial como su sentido del humor. Y eso aumenta la sensación que tengo al entrar en su blog -en su cueva, puesto que es usted un gigante- de ir ataviada con un chandal y tener en el horno un pollo para que se lo coma mi Andreíta.
Claro, no hasta el punto de no entender su artículo, magnífico, pero sí al de no ser capaz de emcontrar en mi olla de las ideas nada que pudiera servir para una intervención coherente. ¡Ah, cómo envidio a sus alumnos! Si yo hubiera tenido, en mi lejanísima época de estudiante, un profesor como usted (o como nuestro anfitrión) no me sentiría ahora tan desposeída.
Pero bueno, dicen que nunca es tarde si la dicha llega…
No me puedo creer, doña Marisa, que no haya usted tenido buenos profesores. Gracias por su amabilidad, que esa sí es gigantesca. Un matiz: mi blog se llama La cueva del gigante en homenaje a un lugar muy peculiar que existe por les valls del Vinalopó, históricamente utilizado como refugio de bandoleros. Se llama «cova del gegant» porque, al entrar, te queda la impresión de que estaba hecha para que la habitara un cíclope. Viví por aquellos andurriales durante casi una década. Por lo que a mí respecta mi tamaño es medio en todo (Lillo, le estoy viendo reírse otra vez)
Nuestro común amigo y anfitrión me envía el siguiente comentario:
«Sr. Montesinos, he leído su texto y sólo puedo decir su reflexión es muy interesante y reveladora. Sólo una pega: en su versión original aún pagaba cierto peaje académico al emplear alguna palabra abstrusa que el lector más o menos común no podría entender (praxis, adorniano,
etcétera).
Trata de dos autores que dentro de la academia se muestran leve o profundamente rebeldes. Dos sociólogos que en parte rompen con las coerciones de la disciplina. Dos estudiosos que plantean preguntas y perplejidades, más que respuestas o teorías cerradas. Son un ejemplo contrario a lo que decía Henri Poincaré de la sociología, esa «teoría», señalaba, «que puede ofrecer el mayor número de métodos y el menor número de resultados». Con autores como los que usted trata, la sociología se aleja de la arrogancia de los «durkhemianos» (los seguidores de Émile Durkheim) o de los «funcionalistas» (Talcott Parsons, Robert K. Merton) para regresar a la perplejidad que felizmente padecían los primeros sociólogos: Émile Durkheim entre ellos. O Max Weber, cuyo rastro puede encontrarse en Touraine y en Bauman: el Max Weber de la acción con significado; el Max Weber de la modernidad y el «desencantamiento» del mundo.
Me parece muy sugerente su análisis y su provocación. Seguro que más de uno entra al trapo. Enhorabuena por la calidad preclara de su análisis. Seguiré pensando.»
Dos cosas:
1.- He leído la parte del artículo de Montesinos sobre Touraine y Buaman que reproduce Justo. Digo la parte porque cuando he pinchand en el enlace al blog de Montesinos para acabar de leer el texto había desaparecido (¿?).
En cualquier caso, por la parte del texto que he leído puedo intuir el resto y coincido plenamente con la tesis del autor: parte fundamental del éxito de estos sociólogos modernos – y de otros como Lipovetsky, Baudrillard o Beck – reside en haber encontrado la palabra exacta o la metáfora perfecta para definir lo que ocurre en nuestra sociedad. Es un característica común que comparten sociológos, filósofos, economistas o historiadores (Durkheim y su «anomia», Weber y su «jaula de hierro», Adam Smith y su «mano invisible», Marx y su «lucha de clases» o Fukuyama y su «fin de la historia», etc). Es una reflexión interesante: en algunos casos, acuñar una de estas metáforas posibilitat que un autor pase a la posteridad y se le cite en los manuales (aunque solo sea por esa palabra) o quede perdido en el marasmo de la historia y de los nombres de aquellos que no innovaron.
Curiosamente, y aunque no tenga nada que ver, hace unos días leía y escribía sobre el lenguaje y el estilo en Baroja y comprababa (con la ayuda de una magnífica monografía que me envío su autor) que, pese a su fama de autor que usaba un lenguaje coloquial y de la calle, Baroja no paraba de inventar neologismos muy suyos, con lo cual el tópico sobre la pobreza de su lenguaje queda en eso, en un tópico. Lo cito porque hace unos meses publiqué una reseña del último libro de Maffesoli (otro sociológo famoso por acuñar un término, el de «tribu urbana») y destacaba allí la tendencia del autor – y de la sociología en general – a buscar esos neologismos que intenten captar la compleja realidad de la sociedad contemporánea. En mi reseña lo que decía era que Maffesoli se pasaba un poco, la verdad.
2.- Como le dije ayer a Montesinos, me hubiese gustado ir a la presentación del libro de Enzo Traverso, pero no pude. Conociendo al autor de libro, me creo todo lo que dice David. Traverso es un tipo curioso y, aunque sus temas reinos quedan bastante lejos de mis mundos, es indudable que se trata de un historiador con una capacidad de análisis considerable. Además, se le nota muy metido en el mundo de la divulgación y muy atento al debate público sobre el tema de la memorias histórica y de la función del historiador en la sociedad. La parte negativa de esos actos – y en parte la razón por la que últimamente selecciono más mi asistencia a ellos – es ese tono ceremonioso y grave que impregna algunos de estos actos académicos. Supongo que cada cual tiene su visión y que nadie va con la intención deliberada de aburrir al personal, pero lo cierto es que a veces en uno de estos actos uno se pregunta si esa es la forma de que la cultura llegue a la sociedad y, a la vez, se explica porque no acude más gente.
Un saludo y buen fin de semanaa todos.
Sr. Montesinos, no pude ir a la presentación del libro de Enzo Traverso. Ya le dije que estaba en sur… Bien que lamento no haber podido asistir. Creo que Traverso es uno de los historiadores actuales de mayor fuste filosófico, un analista muy cultivado que sabe de la analogía histórica: la practica con cuidado. Y sobre todo hace la historia del pensamiento y de las prácticas, de los discursos y de la cultura. No se lo creerá. Del libro que se presentó tengo tres ejemplares. La primera edición italiana, que compré en Fiumicino a punto de embarcar para España. De eso hace dos años. La primera edición española, que publicó Prometeo, de Buenos Aires, que compré en Viridiana (en Valencia). La primera edición en España, la de PUV. Creo que es un libro extrarordinario: por la reflexión a que obliga al lector. Creo que haré alguna reseña. Así repararé el feo que hice por no haber ido a escuchar a Traverso.
Traslado aquí mi contestación, insistiendo en mi agradecimiento por haberse tomado la molestia de publicarme, leerme y comentarme. Me halaga en primer lugar que el hecho de que yo quisiera insistir en estos autores le haya empujado a considerarlos algo más extensamente, y creo que no es solo por las simpatías que creo que usted me depara.
Tiene razón en lo del peaje académico. En ocasiones algún troll nos acusa de pedantes -y por cierto es muy buena la precisión de Planas sobre el viejo maestro pedante-. Yo creo que es pedante quien especula sobre lo que no sabe. En mi caso, la pedantería consiste en haber descontextualizado la jerga especializada: ciertamente, estamos en un contexto blogger y no en una publicación académica. No obstante, espero que quede claro que el artículo no es abstruso ni ininteligible en su trayecto general, no hace falta ser experto en ciencias sociales para advertir con claridad cuáles son las claves desde las que intento reivindicar la trascendencia de los premiados. Mi objetivo es incitar a su lectura, en especial a la de Bauman.
Nombra usted a una serie de autores con los que hay que enlazar a los dos protagonistas, y alguno de ellos . La sombra de Max Weber es alargadísima. De algún otro, como Merton, soy desconocedor, conque tomo nota. Hay alguien a quien no debemos dejar en el tintero y cuya figura se agranda cada día más a mis ojos: Hannah Arendt… Su influencia latente o explícita tanto en Touraine como Bauman, por razones similares y por razones distintas, es inmensa.
Última cosa. Algún filósofo, muy convencido de que las «ciencias duras» iluminan el camino a la verdad, me dijo que «la sociología es una patraña». Supongo que este señor vive muy cómodo así, no necesita leer a Bauman, ni a Touraine, ni a Beck, ni a Veblen, ni a Simmel, ni a Tonnies, ni a Bordieu, ni a Ritzer… Pero no saben lo mejor, los «profesionales» de la sociología suelen tratar despectivamente a Zygmunt Bauman y a Ulrich Beck, autores sumamente influyentes en este inicio de siglo, denominándolos «filósofos». No sé si recuerdan aquella película de Dustin Hoffman, «Pequeño gran hombre». El pobre había pasado en su vida tantas veces de ser blanco a ser piel roja, que al final nadie lo podía considerar de los suyos, con lo que se convertía en una especie de personaje liminar, viviendo en el limbo de la identidad… Creo que en Bauman esto es un destino biográfico, no estar nunca donde la ortodoxia le reclama estar.
Quizá sea esa, se me ocurre, la gracia de los judíos en la historia… aunque los fanáticos como Netanyahu hacen que sean malos días para decir esto, claro… Es otro asunto, desde luego.
No tengo ninguna duda de que le fue imposible acudir, si hablo del asunto es precisamente por informarles y porque sé que les interesa. Soy yo el que conocía muy poco, dicho sea de paso, la obra de Traverso. Ayer empecé a entender por qué oigo hablar de él tan a menudo últimamente.
Sí, señor Montesinos, se lo juro por Snoopy: el profesorado de la Academia donde estudié (años 50-60 del pasado siglo XX, figúrese) eran en su mayoría viejos caducos, tal vez por el modesto nivel económico de las familias que podían enviar allí a sus criaturas.
A los únicos que puedo salvar es al director y a su señora esposa (o la directora y su señor esposo, que tanto montaban) y a un profe de dibujo que amaba lo que hacía como pocos. La profesora de Latín estaba rematadamente loca, la de Historia estaba para jubilarse, aunque no sé que edad tendría y el de Francés ¡se nos dormía en clase!
De aquellos barros han resultado estos lodos…
Saludos a ti, Paco, un placer verte de nuevo por aquí en momentos de trabajo que para ti son creo que encarnizados.
En primer lugar, creo que el problema con el link con mi blog porque cuando has intentado enlazar andaba yo completando el escrito, pienso que por eso puede haber desaparecido, aunque tampoco suelo entender los designios de los duendes internáuticos.
Respecto a lo de la solemnidad. Miren, yo creo que la universidad debería aprender a vender su producto. No digo que hayamos de «prostituirnos», digo que debemos hacer más esfuerzos por atraer. Es lamentable que un acto tan bonito como el de ayer apenas concite público. Hay óperas aburridísimas que llenan el Palau, hay gente en la filmoteca para ver películas que son auténticos tostones, hay gente que lee libros insoportables… Y resulta que ayer hubo un par de momentos de aplauso entusiasta, que el lugar -con la muralla árabe de fondo- era impagable, y que el tal Traverso, al que yo no conocía, resultó ser a mis ojos un tipo lúcido, gracioso y sumamente seductor. No están presentando una biblia en arameo ni el estudio de un profesor pelmazo del opus dei sobre las obras cristológicas de Xabier Zubiri… No, se está ofreciendo una interpretación sobre las condiciones de la profunda transformación que a todos los niveles se da en la primera mitad del siglo XX y que puede ser decisiva para entender el momento actual de la civilización. Y todo ello con una claridad exquisita. Lo que quiero decir es simplemente que cuando uno produce un vino bueno está perfectamente legitimado para promocionarlo sin sentirse un falso por ello. En fin, creo que es un tema para más largos alcances.
Finalmente, cita usted a varios pensadores que ni Justo ni yo nombrábamos.Comparto el diagnóstico respecto a que parte esencial de la labor del ensayista es «designar» el conjunto de fenómenos que estudia para alumbrarlos de una manera nueva, lo cual puede ayudarnos a saber más. Ayer, el mismo Traverso, se refirió mucho al concepto de «guerra civil europea» justamente por eso, porque los expertos en Gran Guerra, en Guerra civil, en Revolución Rusa, en Segunda Guerra Mundial, etc… cada uno de ellos tiende a quedarse en un compartimento estanco, con lo cual tiende a perderse un sentido mucho más amplio y que un término como ese puede ayudarnos a atisbar.
También me parece que Maffesoli se pasa unos cuantos pueblos.
Cuatro. (…) En Puedo contar contigo, Ramón J. Sender cobra una dimensión amistosa y tierna, apesadumbrada y optimista. Todo ello a la vez. Según le confiesa a Laforet, es un anciano que se sabe viejo, que sabe de la cercanía de la muerte. Publica incansablemente para tapar algún orificio, para saciar una carencia. Está solo, con unos hijos distantes y rebeldes que no comprende bien… Ha vivido largos años de exilio. La nostalgia de España le consume. ¿Ha de regresar? En principio, no quiere aceptar al cesarito que aún la tiraniza con mano temblorosa. Sender le escribe a Laforet auténticas cartas de apoyo, de amor, de asistencia, justo cuando ella se separa de Manuel Cerezales para emprender una carrera que no sabe adónde la conducirá… Son miles y miles de kilómetros de distancia lo que separa a Laforet y a Sender. Pero les unen las averías y la humanidad.
Cuando se escribe una biografía, el autor se compromete a saltar a una orilla alejada. Se compromete a vencer un abismo, aquel que le separa de quien habló, escribió y vivió. Ve todo borroso al otro lado. Ve desdibujado el perfil del biografiado. Ve documentos que son noticia y cifra, finalmente un misterio. El biógrafo simpatiza o no con su personaje. Pero sobre todo emprende la tarea que mejor nos define como humanos: salir de uno mismo para comprender. Pregunten al biógrafo por qué eligió a dicho personaje. Seguro que descubren el espejo deformado, la imagen desenfocada, del yo que ahora escribe.
Me pregunto por qué yo mismo escribo de esto.
Exactamente, sr. Montesinos. Exactamente lo que usted dice: «Respecto a lo de la solemnidad. Miren, yo creo que la universidad debería aprender a vender su producto. No digo que hayamos de “prostituirnos”, digo que debemos hacer más esfuerzos por atraer. Es lamentable que un acto tan bonito como el de ayer apenas concite público. Hay óperas aburridísimas que llenan el Palau, hay gente en la filmoteca para ver películas que son auténticos tostones, hay gente que lee libros insoportables… Y resulta que ayer hubo un par de momentos de aplauso entusiasta, que el lugar -con la muralla árabe de fondo- era impagable, y que el tal Traverso, al que yo no conocía, resultó ser a mis ojos un tipo lúcido, gracioso y sumamente seductor. No están presentando una biblia en arameo ni el estudio de un profesor pelmazo del opus dei sobre las obras cristológicas de Xabier Zubiri… No, se está ofreciendo una interpretación sobre las condiciones de la profunda transformación que a todos los niveles se da en la primera mitad del siglo XX y que puede ser decisiva para entender el momento actual de la civilización. Y todo ello con una claridad exquisita.»
Yo creo que leemos una biografía por una razón que tiene algo de inconfesable. Amamos tanto los escritos de alguien de quien sólo conocemos su nombre, que un día decidimos no conformarnos y empezamos a escudriñar en su vida. Con ello podemos saber más de él y de sus demonios, sí, pero también hay algo cuasi-religioso en ese empeño, un poco como cuando vamos al encuentro físico con un gran escritor, un gran músico… el que sea.Intentamos saber cómo suena su voz en la proximidad, a qué sabe su cercanía física, como si hubiera de tener algún sabor. ¿Leeríamos una biografía magníficamente escrita de un escritor por cuyos libros jamás nos hubiéramos interesado? Yo creo que no, y supongo que esa es la maldición de dicho género, por otra parte tan fecundo.
Saludos a todos. Como ando(amos) algo liadillo(s), sólo quería recomendarles el artículo que Javier Cercas publica hoy en El País. Intentaré regresar a la tarde-noche, que es muy interesante todo lo que están comentado. Don David, no se precoupe, que en el punto medio está la virtud. Ya me gustaría a mí, algún día, llegar a su altura.
¿Por qué se escribe una biografía? ¿Por qué leemos una biografía?¿ Curiosidad respecto de otros?¿interrogantes de nosotros mismos?¿espejos en los que nos reconocemos?.
Quizá el género biográfico es un género privilegiado para comprender la complejidad de la personalidad humana, y las diferentes identidades, contradicciones y ambigüedades que la componen, descartando una concepción del sujeto unitario, coherente y cuyas acciones están regidas por unas relaciones de causa-efecto fijas.
Supongo que esto es así siempre que el biógrafo sea capaz de saltar ese “abismo” del que habla Justo Serna y ponerse en el lugar del otro (como parece que es el caso de Carmen Caballé e Israel Rolón en su trabajo sobre Carmen Laforet).
Considero que a través de una vida también podemos tratar de de entender aquellos acontecimientos históricos ligados a un sujeto, entiendo que en la biografía de Carmen Laforet, por las reseñas que he leído, el contexto histórico está muy presente aunque desde luego, trasciende en mucho la vida de una persona, imagino que será imprescindible tener en cuenta al primero para explicar su trayectoria individual. Contexto histórico social e historia personal quedan inexorablemente ligados.
Tengo algunas biografías y autobiografías a la espera, entre ellas, la de Francisco Umbral el frío de una vida y la de Arturo Barea. No sé en la primera, pero en la segunda, el contexto histórico creo que será determinante sobre la experiencia individual.
He descubierto Maybe road, un buen grupo de rock español.
Mañana, si tengo fuerzas y alguna idea, nuevo post.
[…] Junio 2010 Uno. 7 de junio. “Mañana, si tengo fuerzas y alguna idea, nuevo post”. Ése es el último comentario que he puesto en el post anterior, unas palabras fechadas el 7 de juni…. Convierto en materia de escritura la propia duda, esa incertidumbre. Y de paso incumplo mi […]