Hace veinte años escribí un artículo dedicado a Pierre Bourdieu, un sociólogo que me despertaba interés y al que profesaba cierta o evidente ojeriza.
Escribí ese texto a propósito de un volumen que este autor había dedicado a la televisión. Por supuesto, Pierre Bourdieu se mostraba apocalíptico. Y yo no suscribía esa posición. Diré por qué.
Bourdieu detestaba la tele por considerarla, entre otras cosas, un medio manipulador. La programación nos programaría, nos dictaría. Ésa vendría a ser su conclusión.
Concluía algo así, en efecto, sin haber analizado el comportamiento del público. No es que los espectadores seamos imprevisibles, pero los individuos no somos autómatas o televidentes inermes. Al menos no todos.
Mi artículo, leído hoy, aún lo suscribo. No me gusta la prosa algo relamida que empleaba, quizá lastrada por una retórica oscura y academicista de la que aún estaba aquejado. Ahora, puede que mi sintaxis no sea mucho mejor, pero procuro expresarme con claridad.
Digo todo esto, porque yo defendía la libertad consciente del telespectador, la necesidad de decidir qué se ve o no se ve. Por supuesto, hace veinte años era fácil abandonarse a la programación televisiva. Era la costumbre.
Enchufabas el tubo catódico y con frecuencia la única decisión a tomar era la del canal elegido, la de cambiar de canal, y poco más. De estas cosas habla Sergio del Molino en su columna dominical de ‘El País’. Él lo cuenta con mucha gracia. Yo lo escribí con formulismos más pesaditos.
Me permitirán reproducir algunas de las frases finales de ese artículo de 1999. Da cuenta de lo que puede ser la libertad (cierta libertad) de elegir en televisión y da cuenta de cómo han cambiado nuestros hábitos.
Creo que me anticipaba a lo que hoy hacemos con la tele. Al menos manifestaba qué hacer frente a la programación que nos venía impuesta. Mi ocurrencia no tiene gran mérito, pues yo simplemente aplicaba el sentido común.
Reproduzco esas frases escritas en 1999:
“Decía Ignacio Ramonet, por cierto en un tono también apocalíptico, que informarse cuesta, que debemos aceptar la información como esfuerzo y no como algo dado sin coste.
“Yo, por mi parte añadiría, que también el ocio cuesta, cuesta dinero y esfuerzo. ¿Cómo es posible que los espectadores puedan vivir y creer en el engaño de que el entretenimiento televisivo es gratuito?
“No se trata de que el coste se salde con la publicidad. Cuando hablo de coste, me refiero al esfuerzo consciente del telespectador.
“Mientras éste no pague por la televisión que ve, mientras no le duela el dinero que cuesta esa programación dispendiosa, mientras sigamos pensando en el medio como algo gratuito y evidente, el público, ese público de las audiencias registradas, se abandonará a la irresponsabilidad de una programación dictada, para mostrar después su santa indignación, para mostrar después su conciencia dengosa.
“A fin de evitar esa parálisis, y hasta que las cosas cambien, hasta que los usos de la televisión cambien, tal vez convendría contraprogramar con el magnetoscopio.
“No es el medio, sino su uso aquello que dicta los contenidos de los que nos servimos. No hay venenos, hay usos adecuados o inadecuados, letales o responsables, de sustancias que pueden ser tóxicas o euforizantes.
Y ahí, en el estudio de esa dimensión pragmática que se da en un contexto concreto tienen mucho que decir los historiadores…”
Ustedes perdonarán la pedantería de ese terminacho que empleaba, magnetoscopio, para referirme al aparato grabador y reproductor de vídeo, que entonces era mi Sony VHS.
Pero se habrán dado cuenta de que aquello que decía es lo que hoy hacemos. Al menos en casa ya no vemos la tele si por tal se entiende abandonarse a la programación de los distintos canales. El menú es nuestro.
Que sea nuestro no significa que sea saludable, refinado o sofisticado. Podemos ver series de altura y después deleitarnos con productos de baja estofa, que también hay en Netflix, en HBO o en Filmin.
No sé si eso que hacemos es fruto del libre albedrío (asunto filosófico grave que Yuval Noah Harari liquida expeditivamente en otro artículo publicado en el mismo periódico).
No sé si es fruto de un comportamiento predecible. Lo que sí sé positivamente es que esto que hacemos es nuestra forma de ver televisión, si es que eso que hacemos aún podemos llamarlo “ver televisión”.
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https://www.uv.es/jserna/Bourdieu.htm
(1999)
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Fotografía: televisor naranja elbe minor (el primer aparato de que dispuse recién casado)