O por qué tomarse un descanso estival
Llega el momento de descansar, de no actualizar la bitácora con nuevos comentarios hasta la vuelta. El lunes día cuatro de septiembre regresaré con un nuevo post, que tomaremos como el inicio de la siguiente temporada. La reactivación del blog se produjo hace pocas semanas, hecho que no parece justificar unas vacaciones, pero el responsable de la bitácora lleva meses y meses de curso académico, impartiendo clases, escribiendo artículos, acabando un libro (ya concluido, felizmente). Es necesario, pues, darse un respiro para reponerse y sobre todo para no defraudar a quienes leen cada día este comentario.
Crece ostensiblemente el número de los lectores y comentaristas del blog: es ya un selecto comité de lectura que de manera crítica y amistosa sigue esta página con el fin de convenir o polemizar con alguna de las ideas que el autor haya podido expresar. De hecho, hablar de autor en una bitácora participativa es un concepto discutible: ese autor es, en principio, el origen de una discusión que quizá se desarrolle en un sentido distinto del previsto. Cuando los blogs funcionan aceptablemente bien, entonces pueden ser calificados de conversación virtual.
En efecto, frente al diario íntimo, reservado, inédito, escribir un blog es sobre todo exponerse. Al actualizar la bitácora, el responsable pone al servicio de los lectores lo que juzga o cree o sospecha. Frente al diario en papel, los seguidores de las bitácoras pueden establecer una especie de coloquio. Sobre eso han insistido los autores del libro canónico de los Blogs en España, el que firman Rojas, Alonso, Antúnez, Orihuela y Varela. Los visitantes o usuarios de las bitácoras pueden, en efecto, dejar sus propios comentarios, palabras volanderas que tienen que ver con lo que el responsable del blog ha puesto o con lo que el asunto tratado le provoca. Estas semanas de reapertura de Los archivos de Justo Serna bajo el enlace de Levante prueban que esto es posible y, además, con unos resultados esperanzadores. Auguran su crecimiento e incluso el aumento de su ascendiente.
Hace unos días se quejaba Timothy Garton Ash de que leer su propio blog es como cruzar un pantano cibernético en busca de joyas escondidas. “Ahora bien, para hallar estas pepitas de oro enterradas hay que hacer un agotador recorrido de siete kilómetros a través de un pantano aparentemente interminable de opiniones: unas inteligentes, otras estúpidas, algunas bien informadas, otras ignorantes, algunas educadas, otras insultantes”. La ventaja de mi bitácora es que al ser menos los comparecientes las pepitas te salen al encuentro sin tener que enlodarte en la ciénaga de las opiniones multitudinarias y estrepitosas. Un simple ejemplo bastará: las intervenciones de Ana Serrano, especialmente las autobiográficas, dejan al lector con una particular conmoción personal… Pero no sólo esas intervenciones: también las de otros interlocutores, experimentados y generosos, que aportan aquí su saber periodístico, como Miguel Veyrat o Roderick. Y me perdonarán si no me extiendo sobre Pedro L. Angosto, sobre Julia Puig, sobre Fernández del Río. Me perdonarán igualmente si no detallo cosas sobre otros viejos y nuevos amigos (Grazia Deledda, Marpop, Júcaro, Despistado, Portnoy…) que, embozados tras un nick, se atreven a aportar luz y conocimientos. Incluso los que me son más hostiles suelen ser respetuosos frente a lo que sucede en otros blogs atabernados. Llegados a este punto, el nuevo curso que se avecina y el estrépito que ha de acompañarlo exige de nosotros algo de silencio.
Y ahora que hablo de silencio me acuerdo de lo que dijera George Steiner cuando comentaba las novelas de J. K. Rowling: “hay esperanza: en estos momentos millones de adolescentes leen en el mundo a Harry Potter, libros difíciles y gordos. Esos niños necesitan silencio y les dicen a sus padres que apaguen el televisor». Días atrás hablábamos aquí de un panfleto antipedagógico que queriendo ser políticamente incorrecto generaliza sobre los niños, sus inclinaciones y conocimientos. Hablaba de la legislación educativa, pero poco de la empeñosa tarea que nos corresponde a los padres. Yo creo que la principal lección que hay que enseñar a los hijos es a guardar silencio. En silencio se lee y en silencio se piensa. En silencio se observa y en silencio se ama. Es una escena maravillosa ver a un jovencito que lee concentrándose en lo que hace. No siempre se ha leído así, desde luego.
En el pasado, la lectura se hacía en voz alta y, muy frecuentemente, se hacía para una colectividad de oyentes, generando en ellos distintos efectos: como en el coloquio de un blog. Según nos han enseñado los historiadores de la cultura, leer en silencio es un logro burgués y una pérdida de interacción: es un acto individual, recatado, reservado, una acción que preserva esa intimidad que es la comprensión, la asimilación. Ahora bien, no menos maravilloso es aquel otro momento en que el libro que disfrutamos en silencio nos provoca hasta el punto de que debemos decirlo en voz alta, de que debemos contarlo.
Una de las mejores sensaciones que provoca leer es contar a un tercero lo que se ha leído: el entusiasmo o el placer o el enojo que unas líneas nos despiertan. Estamos tan encantados o tan irritados con lo que leemos que debemos comunicarlo. Los niños han leído o leen a Harry Potter, pero sobre todo lo cuentan, se lo cuentan unos a otros. No es mala cosa, no. Como me sucede a mí: leo, me entusiasmo, me irrito y debo contarlo. Me pongo a escribir para contarlo y eso es el blog. Pues bien, yo creo que el descanso estival es el momento del silencio y de la lectura, del chapoteo en la playa y de los libros demorados, pendientes, ese lapso en que ustedes y yo, como los niños de Steiner, reclamamos silencio y apagamos. El alboroto ya volverá. Buen verano. Les agradezco a todos su atención y les espero a la vuelta: el cuatro de septiembre.

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