1. Trituración
Adolf Beltran me menciona muy amablemente en su blog para aludir a la «trituración interna» del Partido Popular de la Comunidad Valenciana. «Trituración interna»: con esa expresión describo llanamente lo que Beltran analiza sirviéndose de conceptos más nobles y prestigiosos: habla de la entropía de la politica. Según esa formulación, los partidos, tanto en el ejercicio del poder como en el ostracismo de la oposición, acumulan un alto grado de desorden interno, una energía a la vez necesaria y desbordante que es su motor y su propia amenaza. Eso explica que tanto en el poder como en la oposición, PPCV y PSPV tengan jefes, corrientes, disidentes, articulistas, ex altos cargos que esperan (e incluso desean) la derrota del propio partido para así beneficiarse, pero también para adecuar la organización a sus aspiraciones y necesidades.
Durante esta campaña, los populares critican al candidato del Partit Socialista del País Valencià la debilidad de sus apoyos electorales, debilidad que, como mucho, sólo le permitiría formar Gobierno en coalicion, pero no en solitario. Con ello, Joan Ignasi Pla y sus segudiores de izquierdas no tendrían más remedio que intentar un tripartito a la valenciana. Ese reproche del Partido Popular tiene, por supuesto, un sentido estratégico: se amenaza con que aquí pase lo que en Cataluña sucedió con el primer tripartito de Pasqual Maragall y sus socios. Todo puede ocurrir y todo puede empeorar, desde luego, pero al final sólo cuentan las victorias electorales: no hay victorias morales, ni derrotas dulces. Las victorias suelen servir para restañar rápidamente las heridas abiertas y, por lo que veo, las largas derrotas dejan abiertas laceraciones antiguas. También en el PSPV las hay: el artículo que Jordi Palafox, profesor y socialista, publicaba días atrás prueba el malestar que antiguos miembros del partido tienen frente a la actual dirección. ¿Cuál sería su ubicación con un hipotético Gobierno encabezado por los socialistas? ¿Cuál sería su posición tras una eventual derrota del PSPV? En Francia, un fracaso de Nicolas Sarkozy habría sumido en el desconcierto más absoluto a los gaullistas; una derrota de los socialistas ha agravado su colisión interna, su trituración.
Pero el PP de la Comunidad Valenciana no es ajeno a esta circunstancia: tiene también un tripartito en su interior, una división mal avenida entre los seguidores de Francisco Camps, los incondicionales de Eduardo Zaplana y los imputados judicialmente. Eso y las rencillas locales han llevado a que en algunas poblaciones se haya producido el desdoblamiento, el enfrentamiento de listas electorales entre miembros de dicho partido. ¿Cómo afrontar municipalmente ese choque? Si Francisco Camps le reprocha a Joan Ignasi Pla su poca seriedad política, su escasa pegada como líder, cabría preguntarse a la vez qué seriedad política es esa de la que el candidato popular puede alardear cuando hay tantos aspirantes suyos, despechados o despachados, plantando cara a la organización, o cuando hay relevantes miembros de sus listas sobre los que recae la sombra de una duda.
La trituración interna del PP aún puede saldarse o soldarse, aún puede cicatrizar con tiritas gracias a las reales expectativas de triunfo. Ahora bien, algún día dicho partido deberá ajustar cuentas con su figura más emblemática: Eduardo Zaplana Hernández-Soro. ¿O será al revés? ¿Será el ex president de la Generalitat Valenciana quien, perdidos sus apoyos en Madrid, regrese para ver qué hay de lo suyo? Resulta difícil volver en esas condiciones. Un retorno de Eduardo Zaplana a Valencia, con un PP ganador, es improbable, pues sus antiguos correligionarios no parece que le hayan reservado sitio. Una vuelta a Benidorm, a la cuna de la que partió, resultaría humillante. Salvo una derrota del PP de Camps en las autonómicas, a Eduardo Zaplana no le queda salida en Valencia: ya no es una referencia ni puede retirarse como Fraga en Galicia. ¿Por qué ha perdido sus socios, que tanto lo admiraron y con quienes tanto se amistó?
El concepto de trituración aplicado a la vida política popular, que le ha hecho gracia a Adolf Beltran, lo tomo en préstamo de un periodista del siglo XIX, un redactor anónimo del diario valenciano La Opinión (1860-1866). Son tiempos de dominio aplastante del Partido Moderado (la antesala de los conservadores), un partido articulado en torno a José Campo, cuya fuerza empezó al acceder a la alcaldía de Valencia años atrás, en los cuarenta. Allí reunió a amigos y colaboradores para modernizar la ciudad, para satisfacer sus intereses materiales, para enriquecerse con las contratas, con los negocios, para repartir a manos llenas entre socios y testaferros. Pero hacia 1862 Campo ya no está en Valencia: reside en Madrid en un suntuoso palacio en el Paseo del Prado y, desde luego, prefiere gestionar sus múltiples intereses en la Villa y Corte, incluso en los pasilllos de Las Cortes, allá en donde disfruta de escaño parlamentario. Es muy conocido por las innumerables relaciones que tiene, por las granjerías de que disfruta.
Pero no olvida Valencia: sabe que allí ha de mantener una red de influencias que defiendan su retaguardia. La hegemonía es del Partido Moderado, el partido de Campo, pero esa organización (aún tan embrionaria) sólo es una reunión de gerifaltes cuyos propios intereses acaban chocando entre sí. Sus negocios municipales, que empezaron siendo un juego cooperativo, han acabado siendo un juego de suma cero: lo que tú ganas yo lo pierdo. De otro lado, los partidos rivales acechan y, desde luego, denuncian los malos usos, la política rapaz de los gobernantes. Campo no puede controlar desde Madrid lo que es una guerra sin cuartel entre antiguos amigos y socios… La prensa moderada (y La Opinión, lo es, pues pertenece a José Campo) describe el estado de la política local en esos términos: en Valencia, el moderantismo ya no es un partido, tal es el grado de trituración que experimenta la política, tal es el nivel de fractura, tales son los reproches que unos u otros pueden hacerse dentro de una organización que se disuelve.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, los contextos son distintos y, por supuesto, los actores de la política local no se asemejan en todos su perfiles a lo que fueron aquellos patricios avariciosos. Sin embargo, si nos dejáramos llevar por una analogía precipitada, tal vez podríamos creer que regresamos al siglo XIX. Ayer, acababa mi post anterior (Entre Borges y Mendoza) añorando un regreso imposible a la literatura del Ochocientos, dispuesto a recrearme con folletines reparadores y con melodramas llorones. Hoy veo que el siglo XIX sigue presente entre nosotros, con esa fuerza de lo viejo que no acaba de morir: no sé si lo que nos pasa en política local es un folletín reparador o un melodrama llorón. En una página del libro que ayer mencionaba aquí, Eduardo Mendoza lo diagnosticaba de otro modo: la vida política es una forma de canibalismo.
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2. Hemeroteca
–Francisco Camps, artículo de JS en Levante-EMV, 18 de mayo de 2007.
–¿Cómo votamos?, artículo de JS en Levante-EMV, 20 de mayo de 2007.


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