La Valencia trágica

Uno.

10 horas del 30 de octubre de 2024

Es sencillamente devastador. La ciudad de Valencia en buena medida ha quedado indemne, se ha salvado de milagro.

Pero las poblaciones de Valencia sur (L’Horta, La Ribera, el Marquesado de Llombai, etcétera) han revivido —por decirlo malamente— lo peor de 1982 y 1957.

Otras comarcas, como la de Requena-Utiel, han padecido lo indecible por el desbordamiento del río Magro.

En 1982 se produjo la avenida del Xúquer y la pantanada de Tous. Y, en 1957, la gran riada de la capital: el desbordamiento del Turia a su paso por Valencia.

La destrucción material fue en ambos casos, y ahora, absolutamente desastrosa.

Y las mortandades no fueron magras: al menos ochenta y tantos muertos en 1957.

Hoy, cuando empiezo a escribir esto, el recuento de víctimas asciende ya a una cincuentena. Con toda probabilidad, el número será mayor.

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Dos.

El agua devastadora

13 horas del 30 de octubre de 2024

Cuando reemprendo la escritura de este post, el número de fallecidos asciende a sesenta y dos. Y la cifra de desaparecidos se cuenta ya por decenas y decenas. No es un balance final. No estamos fuera de los efectos de la Dana. El horror crece.

Irreparablemente, cuando esto ocurre en el Mediterráneo, no puedo dejar de pensar las cosas que de niño me decían mis mayores. Concretamente, durante la infancia y adolescencia, mi padre me narraba con frecuencia y con todo lujo de detalles lo que había sido la riada de 1957.

Cuando ocurrió aquel desastre, el desbordamiento del Turia, él llevaba ya unos años en Valencia: una década desde que se instaló en la capital. Y aquel suceso lo dejó impresionado para siempre.

A poco que tuviera ocasión o viniera a cuento, mi padre me describía minuciosamente los testimonios que él recordaba, las noticias del periódico, los avisos radiofónicos.

Y lo hacía por el espanto que aún no se había quitado del cuerpo. No trataba de atemorizarme, sino de detallarme la chiripa de estar vivos. O, en otros términos, la fatalidad que había caído sobre cientos de personas.

Por su parte, mi madre no le andaba a la zaga. Con frecuencia me relataba las periódicas avenidas del Carraixet.

Ella vivía en una población cercana a dicho barranco y, por tanto, siendo ya una joven con novio formal se angustiaba ante lo que también parecían inundaciones inexorables, otra maldita fatalidad.

Crecí, pues, con la narración del agua devastadora, con el relato del miedo a las tormentas del otoño valenciano.

La primera la viví en Catadau con apenas cinco años. Es un episodio, el de aquella tormenta, que no he podido olvidar. La población quedó sin fluido eléctrico, el agua lo anegaba todo. Y, para más inri, había vaquillas en la localidad.

¿Qué hacía un niño caminando tranquilamente por las calles, angostas y sin asfaltar?

Era un día por la tarde, cuando ya estaba anocheciendo (“a poqueta nit”, decimos en Valencia). Yo iba paseando con un amiguita. Marchábamos ajenos a los riesgos que se cernían sobre nosotros. Nos parecía una aventura menor.

Cuando finalmente regresé a casa, mis padres, absolutamente espantados, me aleccionaron de por vida. Ahí sí, ahí me metieron el miedo en el cuerpo.

En 1982 descubrí que el fenómeno meterológico que estábamos padeciendo en unos días u horas de octubre se llamaba gota fría. Luego cambió la designación: ciclogénesis explosiva. Finalmente, Dana.

Se llame como se llame hay por estas tierras una memoria del agua devastadora.

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Una respuesta a “La Valencia trágica”

  1. La nota que ha es es sencilla y transmite la emoción y memoria. Excelente idea de generaciones de valencianos en pocas lineas…muy lindo, para mi «a poqueta nit»…

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