Hasta ahora y salvo excepciones, los historiadores profesionales se habían desentendido de polemizar directamente con Pío Moa.
Sabedores de cómo se las gasta el revisionista –profiriendo denuestos rencorosos contra el academicismo–, y sabedores del amparo mediático de que disfruta (Libertad digital y todo el entorno de Federico Jiménez Losantos), los investigadores más reputados habían evitado toda controversia.
Es darle alas, es procurarle oxígeno, es convertirlo en interlocutor, es proporcionarle publicidad para sus libros: las razones son reales o metafóricas, pero el caso es que los historiadores se habían abstenido de desmontar sus textos y de mostrar las graves insuficiencias de que están lastrados.
Tal vez pensaban que con Moa podía suceder algo semejante a lo ocurrido con Ricardo de la Cierva.
Desde los años ochenta –si no antes– sus procedimientos defectuosos, sus tesis inauditas y conspirativas, el alarmismo de sus libros, la hagiografía franquista de sus volúmenes, en fin, le fueron apartando de toda consideración académica y, por tanto, le fueron condenando al ostracismo intelectual.
Vendidas o no vendidas, con público o sin publico, las obras de Ricardo de la Cierva no forman parte del canon historiográfico, simplemente porque el autor se ha enajenado el respeto de unos pares que comparten entre sí los mismos presupuestos metodológicos; que aceptan las mismas reglas heurísticas, documentales; que se obligan a razonar con la misma lógica; que se someten a las mismas formas de comunicar.
Si uno funda una editorial (Fénix) en la que publica sus propios libros, unos libros innumerables cuyas cubiertas (y contenidos) son siempre materia de escándalo como reclamo del gran público;
–si uno dice estar iluminando enigmas de la izquierda audazmente resueltos pese al tupido velo que los ocultaba;
–si uno cree descubrir aquí y allá conspiraciones que finalmente destapa a pesar de la hostilidad o del reparo de los académicos;
–si uno cree aclarar la explicación histórica frente al embrollo de los marxistas…, no parece que dicha empresa intelectual sea muy solvente, sensata, ni puede esperar que sus pares académicos le tomen en serio.
Y así ha sido: De la Cierva tiene un público fiel aunque menguado, seguidores de aquel autor a quien ven como el guardián que tutela la memoria de Franco.
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Archivo propio: Pío Moa

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