John Le Carré. Días atrás, en una nota de la Agencia EFE leí una información muy interesante que procedía de The Times. «El escritor británico John Le Carré, cuyo verdadero nombre es David Cornwell, admite que estuvo tentado de pasarse a la Unión Soviética cuando trabajó como espía para el Gobierno del Reino Unido durante la Guerra Fría». Así empezaba dicha nota (que sintetizaba las declaraciones del escritor), según pude completar en El Mundo. No aparecía en «Internacional»: se insertaba en la sección de «Cultura». ¿Se detallaban las razones de dicha tentación? En realidad, no fue una atracción ideológica de John Le Carré, antiguo espía del MI6, sino mera curiosidad: «la curiosidad de saber qué había al otro lado del Telón de Acero», precisaba. «Cuando espías intensamente y te acercas más y más a la frontera… parece un paso tan pequeño… para, ya sabes, averiguar todo lo demás», añadía. Por lo que sé, nadie ha comentado esas declaraciones: nadie ha escrito sobre esa tentación.
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Tentación. Genéricamente, una tentación es aquel estímulo que nos fuerza a desear algo. En lenguaje religioso, la tentación es una inducción pecaminosa del diablo. Son acepciones parejas pero no idénticas. En el primer caso alude a la propensión interior; en el segundo se refiere a una inducción externa. En el primer caso, el deseo es propio, lo que nos apetece conocer o poseer; en el segundo, el deseo es provocado externamente por un agente seductor: por el diablo, en concreto. Soy persona morigerada, pero confieso caer frecuentemente en la tentación: en el deseo bibliográfico y mercantil, por ejemplo. Así, el libro y ése y ése y ése que parecen reclamarme desde el estante de novedades son fantasías internas: imagino cosas con ellos, nuevos saberes o placeres. Intelectuales, claro: no se me asusten. Para frenarme, para contener mi deseo compulsivo me digo: sólo compraré aquel volumen que esté dispuesto a leer efectivamente (que no necesariamente de inmediato). Así consigo descartar muchos que sé que jamás leeré o leería. Con todo, el desembolso sigue siendo notable para mi presupuesto. Soy yo el que se abandona, pues. Pero caigo en la tentación también en el sentido de hacer algo pecaminoso: aquel volumen vence mi escasa resistencia y me tienta precisamente: es como un fruto prohibido que me deleita culpablemente, con las artes del demonio. Hay algo en ese libro que lo hace inútil, que no se justifica académicamente: algo que lo convierte en puro placer, dispendio del alma. Queda en el alma, precisamente, un regusto amargo por el desembolso injustificado. Uno se sabe condenado.
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El espía que surgió del frío. Recuerdo cuando leí por primera vez El espía que surgió del frío (1963). Hace de esto muchos años, cuando las novelas de los Servicios Secretos estaban en candelero, cuando la Guerra Fría justificaba estas ficciones posibles, casi naturalistas. Los libros de John Le Carré fueron para mí una tentación frecuente, un modo de aventurarme y de franquear esas barreras. El choque militar-industrial de ambas potencias me resultaba terrorífico y fascinante: en el fondo con una inverosimilitud muy consoladora y fantasiosa, inconcebible. Tanto era el miedo que nos despertaban la amenaza nuclear, el despliegue de los misiles, la arrogancia pretoriana de la URSS y la eficacia del espionaje centroeuropeo (alemán, concretamente), que crecí temeroso y fascinado: sí, crecí convencido de la superioridad de los Estados Unidos, pero sospechando la capacidad fastuosa de la Unión Soviética, una capacidad que se tenía reservada para finalmente mostrar algún día todo su poderío. Al otro lado del Telón de Acero estaba el mal –eso aprendíamos–, pero el mal siempre tiene algo de persuasivo, algo de atractivo. Contrariamente a lo que pensamos, el miedo no siempre es un repelente: en ocasiones nos seduce con una fuerza poderosa. John Le Carré no era un traidor como Kim Philby, agente del MI6 al servicio del KGB. Entonces…, si no era traición ni simpatía ideológica, ¿qué le pudo atraer a Le Carré? El propio miedo, sin duda: el vértigo que nos produce lo que nos pone en riesgo, el cosquilleo que nos provoca la proximidad del abismo, esa curiosidad, en fin, que nos imanta.
Franscico Veiga, Enrique U. Da Cal y Àngel Duarte publicaron hace años una útil y documentada historia de la Guerra Fría que he empleado en mis clases. ¿Su rótulo? La paz simulada. En realidad, deberían haberla titulado Miedo. Cuando llegamos a ese enigma que es un bloque gris, armado y colectivizado, cuando llegamos a ese misterio que fue la URSS, los estudiantes despiertan de la modorra que mis clases puedan provocarles. Todo conflicto a gran escala les atrae y más si el embate se da entre dos modelos de sociedad, dos concepciones de lo real, dos simplificaciones del orden que se oponen, que se definen en negativo, que satanizan al adversario. En un lado se creía en una cosa (en Dios, por ejemplo) y en el otro…, pues en el otro algo bien distinto. Releo este pasaje de El espía que surgió del frío:
«Después, esa noche, volvieron a hablar de ello. Leamas lo planteó; le preguntó si era religiosa.
–Me has entendido mal –dijo–, al revés. Yo no creo en Dios.
–Entonces ¿en qué crees?
–En la historia.
Él la miró un momento con asombro, y luego se echó a reír.
–Ah, Liz…, ¡ah, no! ¿No serás una maldita comunista?
Ella asintió con la cabeza ruborizándose como una niña ante las risas de Leamas, irritada y alivida de que a él no le importara.
Esa noche le retuvo y se hicieron amantes».
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Yo no creo en la historia. En ese pasaje de El espía que surgió del frío que hemos reproducido , Liz confiesa creer en la historia. Nada menos. Reparen en la circunstancia. Leamas está interrogando con secreto deseo y con escepticismo a esa bella mujer. Ante la pregunta sobre aquello en lo que cree, Liz responde. «En la historia», indicio suficiente para que Leamas concluya: «Ah, Liz…, ¡ah, no! ¿No serás una maldita comunista?».
Esa maldita comunista es creyente, en efecto. Padece un mal diagnosticable: teología secularizada. Sustituye a Dios o a los Dioses por otra entidad también salvífica y evanescente: el tiempo que todo lo sana. Pero no es la suya una fatalidad de quien nada hace. Confía en que la historia le dé la razón; confía en que su intervención humana, propiamente humana, coadyuve. No es simplemente un optimismo transformador, sino creencia secular en una humanidad irredenta. Escribe Miguel Veyrat. Admite creer en ello: Yo, como Liz, también creo sólo en la historia, dice. No, no es posible. Si es así, si cree en la historia, entonces contradice lo que su poesía diagnostica sin esperanza. No es posible: yo la he leído sin compensación, sin reparación venidera…
Liz, por su parte, ha depositado su esperanza en el proceso, en el devenir, convirtiendo la flecha del progreso en el curso de su realización. Algunos viejos ilustrados del Ochocientos creyeron también en un progreso cuyo fin era un estadio postrero de felicidad universal. Esa idea –una etapa final de felicidad– es un calco del reino de Dios, es una nostálgica recuperación del Edén al que regresaríamos después de una eternidad de pena y pecado. Es ésta una esperanza que ha provocado graves consecuencias en el siglo XX: todo tipo de ortopedias con que enderezar el fuste torcido de la humanidad, que diría Isaiah Berlin.
Inculcar creencias es predisponer al alma para confiar en lo venidero, para sacrificar lo presente, para justificar lo irremediable o presuntamente irremediable. Un futuro más o menos lejano aliviará todos los males que hoy padecemos y justificará el curso de los acontecimientos, acontecimientos sobre los que intervendríamos para abreviar ese tiempo de espera. Todo ello, asumido y realizado con mayor o menor rigorismo, con mayor o menor severidad. En cambio, tener tentaciones es algo más prosaico y llevadero: es algo humano, demasiado humano. Es cargar con el pecado sin esperanza de redención. Es confirmar que los dones son presentes. Pero el presente dura: estamos obligados a cargar con las consecuencias de la acción y… de la inacción.
¿Banal, decepcionante? Perdonen este final sin poesía (iba a decir: este final sin esperanza). O no, no tengo por qué disculparme: hay poesía sin esperanza.
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«Solo, regresa a Oriente en gran noche».
(Vicente Aleixandre, In Memoriam)
Oh muerte, ficción del tiempo
Que galopa hacia adelante
¿Cómo volver tu flecha
A la frontera de Adán,
Y enervar su pecho abrupto?
Muerte, sólo yo puedo saltar
Por el espacio, no mi tiempo,
Negro agujero abierto
A un costado del Universo:
¿Cómo ser Uno, en desorden
Infinito? Tan sólo el incendiario
Utiliza el napalm de la razón
Como via posible de regreso:
Vuela Escala de Jacob,
Big Bang en donde estallan
Puentes levadizos del vacío.
Un meteoro humano
Ha cruzado la noche,
Donde el azar del eco
Quiso manar la luz.
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Enlace de actualidad:
Como bien comentas lo que tentaba a Le Carré era saber que había al otro lado del Telón, como un jugador de ajedrez que quisiera estar en la cabeza de su contrincante. Pero creo que saberlo todo sobre un juego, aunque sea uno que lo hace con las vidas de las personas, le quita interés. Tal vez, si lo supiéramos todo, comprenderíamos la inutilidad del juego.
Un saludo
La intensa atracción de los límites, aunque sepamos que detrás sólo existe el abismo. Y no es un juego, es un equilibrio suicida sobre el alambre.
Supongo que Miguel me tachará de levítico pero … ¿esto no es aquello que se explicaba con tanta claridad en el Génesis? Ese impulso por saber, por averiguar, por comprender ¿no es el mismo que nos expulsó en su día del Paraíso y nos hizo mortales? Más que el abismo, yo diría que lo que tienta es el conocimiento. Aunque, quizás sea lo mismo con otro nombre.
pd. Como pueden ver esta semana, primera con docencia cada día, ha causado estragos. Bona nit!!!
Como ven, les hago caso y escribo el post de acuerdo con sus puntualizaciones, señores Pornoy, Veyrat y Duarte. Esto es escritura ‘in progress’ y a sugerencia del lector. Oído, barra.
Como sabes, Àngel, por el comportamiento de tu colega Miguel con su espada flamígera el conocimiento es el abismo, al menos para el autor o autora del Génesis.
Para aclarar mi postura te envío un poema (provisional) del libro que estoy escribiendo, pues ya sabes que la poesía es el único género que aporta claridad al pensamiento:
Et In Arcadia Ego
Arrastra tu canto el viento
con su voz de bestia
inmemorial. Deja en las zarzas hojas
de carne arrebatada
al río de sombras —rival
turbio de lo eterno, cuando la vida
se detiene atascada
en la garganta:
Porque ya conozco de memoria
esta muerte inventada
en inspirada noche,
quiero ser expulsado otra vez
del Paraíso para morir
tranquilo tras colgar —como hilo
de araña, mi grito
rebelde desde el abismo a la nada.
Qué interesante, don Justo. Pensé que tomaba el caso del sr. Le Carré como pie para hablar de las tentaciones y veo que la cosa deriva hacia la Guerra Fría en su vertiente “caliente”, soterrada pero «caliente». Lo curioso del caso es que la percepción de los hechos con los que encuadra su perspectiva no fue la misma para todas las personas. Más bien, para esas otras personas, fue la contraria. Ambas, no obstante, sí coinciden en el factor “miedo” como frontera insalvable para contener la barbarie. Entre los que ven las cosas de otra manera, la barbarie occidental.
Es el caso del sr. Philby, quien, por cierto, está considerado el mejor espía del siglo XX. En él encontramos al espía de primera línea, no como el sr. Le Carré, brillantísimo escritor de funcionarial asiento, gris destino profesional y retaguardia efectiva. Un habilísimo fabulador, sí, pero un triste espía. Yo también disfruté de su lectura pero, su mundo, en realidad, no pasó de lo imaginario. Algo que no le retraigo, claro, cada cual puede ganar sus habichuelas como mejor puede (sin delinquir) pero que lo aleja del perfil real del profesional del espionaje. En ese sentido, Ian Fleming, otro espía de medio pelo, hace lo mismo que Le Carré pero desde un planteamiento radicalmente opuesto.
Con todo – ud. nos despliega un amplio abanico de puntos con los que discrepo abiertamente (aunque ello no sea novedad entre nosotros) – lo que más me choca, incluso extraña, de su texto es que en la cita que hace de don Harold (Kim) lo llame “traidor”. En otro lo entendería, en ud. me desconcierta. ¿Traidor, a quién?, ¿a su clase?, ¿a la monarquía?, ¿a su patria?… ¿Acaso pretende un espía con moral nacionalista?… ¿Considera que por el hecho de nacer británico y aristócrata el sr. Philby y sus “Apóstoles” (la organización de apoyo a su actividad en Gran Bretaña compuesta, también, por jóvenes nobles y rojos británicos) debían comulgar con la ideología occidental?… Por si no la recuerdan los más jóvenes, aquellos tiempos eran los del NAPALM y Vietnam, los jóvenes estadounidenses exiliándose en Canadá y Europa (preferentemente en Suecia), las invasiones de Camboya y Laos, la creación del Estado de Israel con sus inmediatas guerras de rapiña y oprobio, la descolonización amañada de África, el bloqueo a Cuba, los golpes de Estado en Latinoamérica con las consiguientes dictaduras sangrientas, el apoyo al franquismo en España, a las “tramas negras” en Italia, a los Coroneles en Grecia, la inacción ante las invasiones soviéticas de Hungría y Checoslovaquia a cambio de la de Egipto y el golpe de Chile…
En fin, que del sr. Philby (burlador de la Gestapo, condecorado por Franco, uno de los “padres” de la CIA, jefe del contraespionaje británico y enlace permanente entre los servicios secretos estadounidenses y británicos, por destacar alguna de las “cositas” que constan en su curriculum) puede ser la reencarnación de Odisea por su astucia pero, en ningún caso, traidor. Él eligió su bando. Que sus ex-compatriotas vivieran un ensueño nacionalista y clasista no fue culpa suya. Precisamente, ese es el meollo del espionaje: la máscara.
Obviamente, quise decir «reencarnación de Odiseo», no de Odisea. De la misma manera que no quise escribir napalm con mayúsculas… ¡maldito corrector automático de Word!
Y aprovecho para agradecerle al sr. Veyrat el regalo poético que nos hace. Espléndido.
Gracias, Kant, no por tu comentario sobre el poema, sino por tu amplio rezonamiento con el que estoy de acuerdo. Elegir el bando, he ahí el dilema. Y eso marca una vida: la comodidad tibia de una ideología segura en la que hallar trabajo, pan y amor para los hijos, comodidad y orgullo de pertenencia a un terruño y ser un buen ciudadano o el vértigo apasionante del alambre sobre el abismo donde es siempre posible caer y perderse en el «fuego eterno» (¡Ojalá!) o el pudridero de una fosa común. Prefiero la segunda opción. Que no consiste en llevar máscara, sino al contrario reconocer un rostro digno en el espejo, aunque la función exija a veces caminar por la sombra y ocultar el rostro con el ala del sombrero para no dar muchas facilidades…
Espléndida la comparación con Odiseo, sólo que creo que Homero pretendía educar a la plebe en la correcta paideia y que el tricky Ulises jamás quiso volver a Itaca. Es más, Itaca no existe cuando uno elige irse por esos mares de dios, como hizo el buen jardinero de Machado cuando estuvo e flor el jardín que plantó junto al mar.
1. Miguel Veyrat: ser expulsado otra vez del Paraíso.
Ser expulsado otra vez del Paraíso, que es volver a pecar, dejarse tentar por los frutos, por la seducción de la serpiente, por la osadía de ser como dioses. Total, ¿para qué? Rebeldes o sumisos, caminamos desde el abismo a la nada. Puesto que no hay nada, mejor ser rebelde, ¿no? Al menos en el sentido dejar la propia voz, la propia versión; al menos en el sentido de no someterse. Non serviam.
2. Interesantísima y discutible lección de la Guerra Fría la que nos ha impartido el sr. Kant. No puede discrepar de lo que digo de Philby porque no llamo traidor a Philby: lo llamo traidor porque escribo en estilo libre indirecto. Desde Flaubert el narrador puede adoptar el lenguaje del personaje narrado sin que necesariamente eso exprese el pensamiento del narrador. Es decir, adopto el punto de vista de Le Carré: él no fue o no se ve como un traidor, en el sentido que lo puede ser quien pertenece al MI6 y pasa información a los soviéticos para finalmente alojarse en la URSS. Traidor es un concepto muy interesante si contempleamos el mundo desde la guerra. En la guerra hay traidores que… cambian de bando. Los británicos efectivamente vivían en un sueño, el de un Imperio que se agotaba. Los soviéticos vivían en una pesadilla, la de un Imperio que se extendía.
Espléndido, el poema. Habrá que hacer la exégesis con calma, pensarlo y repensarlo. ¿Tarde de domingo?
Con todo, no pienso elegir bando; primero, porque no estoy en guerra. Pero además, porque dejé de creer en la operatividad de las bandosidades. Más bien creo que constituyen un arcaísmo a superar. Le Carré, creía en ellos. Y probablemente lo continúe haciendo. Me consta que Miguel, pluma y palabra, más que espada flamígera, en ristre… tampoco.
Voy rápido y ecribo leve, porque incluso en viernes hay actividades docentes intensas.
I’m so sorry
“Non serviam, semper”, sin duda, sr. Serna.
Sí, sí, sí, sr. Veyrat, Odiseo, nunca deseó el regreso a casa. Por eso, cuando lo hizo, apenas fue por un breve lapso de tiempo, el suficiente como para depositar en Telémaco su reino y partir, con un remo al hombro, tierra adentro, en busca de otras excusas por las cuales no volver a Itaca. ¡Ya tenía ganas de encontrar a alguien que opinase así!
Oh, qué magnífico lo que apunta don Justo. El asunto de la comprensión de qué es la traición y por ende, quién es un traidor, nos abre todo un universo de razonamientos. Piénsenlo, contertulios, ¿quién traiciona? ¿quién traiciona a quién? ¿quién es el traidor y quién el traicionado? ¿quién traiciona a un traidor tiene “cien años de perdón”?… Pero, por favor, hagan lo más leve posible su abstracción sobre la idea, llévenla cuanto antes a la práctica, verán uds la cantidad de “traidores” que recorren nuestras páginas de historia y hasta a los que les dedicamos calles, homenajes y parabienes.
¿Los soviéticos vivían la pesadilla de un imperio que se extendía? ¿o la de un Estado a la defensiva ante el hegemonismo de las potencias occidentales?… Ya lo dije antes, donde ud veía “la arrogancia pretoriana de la URSS”, otros veían la soberbia imperialista de los EEUU. Personalmente, lo que yo vi fue la prolongación de “El Gran Juego”. Los actores ya no era el Imperio Rusa y el Británico, era la URSS y los EEUU; y el premio ya no era la Eurasia Central, era el mundo. La partida se interrumpió hace, sólo, diez años, cuando uno de los jugadores se levantó de la mesa. Se cambió el mazo de cartas y el jugador que se fue, volvió a sentarse este mismo año. Ahora se llama Federación de Rusia. La partida sigue. El romanticismo queda en las novelas. Hagan juego, señores…
Interesantísimo el tema y las acotaciones, a ver si en algún momento puedo comentarles algo.
Las relaciones internacionales y las guerras pueden analizarse a partir de la teoría de los juegos, pero no son propiamente un juego: ésa es una analogía. Y ya que estamos con analogías, Edward Gibbon dijo algo del Imperio Romano que me parece exacto y aplicable a otras circunstancias históricas: Roma sólo conquistó el mundo en defensa propia. Bueno, la URSS se extendió por el mundo sólo en defensa propia…
Como bien dice, yo veía la arrogancia pretoriana de la URSS. Otros la soberbia norteamericana. Usted vio que era la prolongación de «El Gran Juego». Le envidio esa clarividencia. Yo sólo era un niño que aprendía lo que era la Guerra Fría con la propaganda y con un poquito de información, un chaval que, como he dicho, crecía temeroso y fascinado, crecía convencido de la superioridad de los Estados Unidos, pero sospechando la capacidad fastuosa de la Unión Soviética. Insisto. Usted, que ya está en la edad provecta, pudo entrever lo que realmente pasaba entonces gracias a que ya era un buen mozo en los tiempos de la crisis de los misiles. ¿O va a ser tan coqueto como para negarlo?
Pero no nos arroguemos un papel que no nos corresponde. Aquí hay un experto en el período, aunque ahora calle por tareas y trabajos docentes. Cuando tenga tiempo, Àngel Duarte podría ilustrarnos sobre la Guerra Fría: no olvidemos que es coautor de ‘La paz simulada’.
Véase, además, La mirada al Este.
No, no soy un especialista de la Guerra Fría. Pero mire, don Justo, le voy a contar, a usted y al resto de los amigos, una historia. En octubre de 1956, conmemorando las dos décadas que habían pasado desde el inicio de la Guerra Civil, Albert Camus reafirmaba su lealtad a España, a la España de los valores republicanos y del antifascismo. Poco antes, en 1950, en un momento en el que la Guerra Fría había llevado a la transformación del Partido Comunista Francés en una organización de combate ideológico condenada al gueto, y en el que, como respuesta, los aliados de Moscú incidieron en sus intentos por desestructurar las redes de solidaridad unitarias y por debilitar aun más la credibilidad del antifranquismo no comunista, Camus, junto a Daniel Mayer y Gaston Casete, había intentado ponerle remedio creando la Assotiation des Amis de la République espagnole. Frente al fuerte oleaje que amenazaba, tanto a levante como a poniente, Camus se ofrecía como fondeadero seguro. A tal fin, en 1956 proponía reunir de nuevo dos horizontes a los que juzgaba dignos de consideración: el del republicanismo liberal, democrático y social y el de la emancipación de la España sojuzgada. Ese era el punto de salida, pero, sostenía Camus, no podía ser el de llegada. La fidelidad a un pasado debía sostenerse sobre la lucha, sin la cual la primera no es más que recuerdo, o “un sueño sin ventura”. Y la lucha la protagonizaban, como no podría ser de otra forma, agentes sociales nuevos. Camus no tiene dificultades en encontrar a esos luchadores del presente, y del interior: “Esos obreros de Navarra y Vizcaya, esos estudiantes de Madrid, [a los que] nosotros no podemos seguir siéndoles fieles sin expresarles solidaridad y ayuda”. Son esos agentes los que encarnan a la España que se mueve. Una nación que se alza en soledad, en medio del silencio desmoralizado e introspectivo de los estudiantes y los sindicalistas franceses y de toda Europa.
La Guerra Fría, en unos momentos álgidos, ha aterido los agentes sociales innovadores en el pasado reciente -intelectuales y trabajadores-, los bloques eluden atender al contencioso español y sus agentes nacionales se muestran incapaces de pensar con autonomía: “Cuando Washington y Moscú no se ponen de acuerdo más que para recibir a Franco en el concierto de las naciones llamadas libres, los que reciben sus órdenes o colocan sus esperanzas en esas capitales no pueden menos de estar desorientados. Pero los que no reciben órdenes más que del espíritu, esos no tienen ninguna razón de estarlo. El mantenimiento de Franco en el poder marca desde hace años el imperdonable fracaso de la política occidental y, desde hace algún tiempo, el extravío cínico de la política oriental. En la historia de nuestro tiempo, nada habrá habido tan claro como esta traición, nada tan evidente como esta injusticia”.
España, la nación republicana, puede ser, en sentido contrario, una especie de desatascador de las conciencias contemporáneas. Unos espíritus que se quieren libres, pero que, en rigor, se encuentran cautivos, secuestrados por estériles y rígidos esquemas bipolares de interpretación de la realidad.
Por ello Camus propone una alianza, tanto en el interior como en el exterior, en absoluto nostálgica pero de claro sabor originario republicano: “El día en que la inteligencia, según su vocación, se entregue a las luchas de la libertad mientras el trabajo se niegue a ser envilecido por más tiempo, ese día el honor y la protesta comenzarán a poner en marcha a un pueblo. Y entonces nuestra fidelidad no se dirigirá ya al fantasma de una España vencida, sino a la España del porvenir, que de nosotros depende sea también la España de la libertad”.
Amén.
Por cierto, hasta mañana por la mañana no me podré volver a conectar… aunque antes edite un post, en el tinglado, sobre La mirada al Este.
Ciao, a domani!!!
pd. Estoy pensando que algún día volveré a hacer un post sobre Camus
¡Dioses! Que tu próxima entrada sea como ésta, Àngel. Sólo por escribir esa larga frase, nuestro admirado y adorado Camus debería haber pasado ya a la Historia del pensamieto con mayúsculas, como lo está ya por toda su obra (releo sus maravillosos «carnets» cada verano):
“El día en que la inteligencia, según su vocación, se entregue a las luchas de la libertad mientras el trabajo se niegue a ser envilecido por más tiempo, ese día el honor y la protesta comenzarán a poner en marcha a un pueblo. Y entonces nuestra fidelidad no se dirigirá ya al fantasma de una España vencida, sino a la España del porvenir, que de nosotros depende sea también la España de la libertad”.
¿No les suena a que estas palabras podrían servir de nuevo para poner en marcha a nuestra gente, vencida por la abulia y el desencanto, con el cerebro agusanado por los abyectos medios televisivos, impresos y virtuales? Pero el post del profesor Duarte me ha hecho reflexionar de nuevo sobre el concepto de traición, la traición al pueblo español cuando las Naciones Unidas reconocieron finalmente al Régimen felón y se derrumbó el sueño del gobierno de la República en el exilio, mantenido hasta ese momento.
Cierto, pero hay traiciones y traiciones, y ya que se ha citado al glorioso, por tantas razones a pesar de su estalinismo aún vigente, PCF, recuerden la que tuvieron que soportar sus militantes cuando el pacto Molotv-Von Ribbentrop. Cuando pensamos en traición pensamos en las personales, las individuales, en la mujer que nos abandona cuando nuestra fortuna o belleza decae, la del amigo que nos deja cuando más necesitábamos de su calor… la del agente que se pasa al otro bando; pero son aquellas traiciones colectivas mencionadas, las que cambian a veces el curso de la historia, las que importan. No las de un aventurero que juega a ser espía doble: eso puede ser tan sólo un transtorno de personalidad… como lo fue en muchos de los casos el síndrome de los británicos mencionados… La traición al espíritu de Europa del tándem Berlusconi Sarkozy con Bush y Ratzinger al fondo, resucitando al fascismo el primero y cargando contra el laicismo modélico de la Revolución Francesa el segundo, ¿no son traiciones? Etc.
Innegable, innegable: viví la crisis de los misiles de Cuba como viví la intervención estadounidense en Vietnam. No hará falta recordar a John Lenon. Por supuesto, vi los carros de combate en Praga, los recuerdo perfectamente, pero en plena España franquista nos enteramos del golpe de Pinochet bendecido por la Embajada de los EEUU, la CIA y la ITT, eso también es imborrable.
Tal vez la diferencia entre su infancia y la mía resida en que aunque las “Selecciones del Reader’s Digest” entraban en mi casa – por supuesto – éstas se veían compensadas con la prensa argentina (que también entraba… y no era, precisamente, peronista) y por las noticias del mundo que nos llegaban de la emigración en Europa. Como todo ello caía sobre un campo indudablemente crítico con el franquismo – el de mi familia – las posibilidades de librarme de la propaganda estadounidense eran, objetivamente, más amplias que las suyas. Supongo que por eso preferí la cosmonáutica a la astronáutica. En cualquier caso, fue un buen caldo de cultivo para que cuando don Enrique Montesa me hablara de la obra de Zbigniew Brezinski – a la sazón, consejero áulico del presidente estadounidense, sr. Carter – sobre el nuevo Gran Juego comprendiera de inmediato la candidez de los bandos acogotados por el terror nuclear. No pude tener mejor maestro con mejores condiciones.
Ha sido de adulto y sin la URSS cuando he vivido en Rusia. Ya no había tramoya totalitaria, tampoco fastos ni pretorianos. Sólo personas. Y las personas me recordaban abrumadoramente a las de aquí. Sus recuerdos de los 60 contenían la misma inocencia; los de los 70, la misma preocupación, y los de los 80 el mismo desconcierto. Las personas de acá y de allá, las de la calle, eran las mismas personas. No encontré las hordas asiáticas, ni a los violadores degenerados, ni a los impasibles asesinos, ni los comecuras, ni matamonjas… ni nada de aquella absurda propaganda estadounidense destinada a la deshumanización del enemigo. Seres humanos con otras prioridades y otros principios, diferentes a los de occidente, sin duda, pero en absoluto agresivos. El concepto “paz” es una constante reiterada, casi obsesiva, cuando hablas con las generaciones que vivieron la Guerra Fría desde la URSS.
En ese sentido, es importante el dato objetivo. Y podríamos aburrir a las moscas acumulando hechos de semejante contienda larvada pero baste uno: la OTAN se creó previamente al Pacto de Varsovia y con una declarada intención agresiva que se demostró de inmediato pues a los pocos meses de crearse intervino abiertamente en la Guerra de Corea (un extraño lugar para “defender” el Atlántico Norte). La paranoia antisoviética estadounidense tuvo su mejor aliado en la tara mental del estalinismo (¿o fue la paranoia estalinista el complemento más adecuado para la tara mental antisoviética?). De esa conjura de bastardos surgieron los terrores de la época.
Está bien recurrir al experto. De hecho, yo mismo iba a recomendar la página web cuyo nexo ya nos facilita. Pero atendamos también a las personas, escuchemos qué dicen, qué piensan, qué opinan o estaremos construyendo un pasado – una historia – a la medida de los guardabarreras (“gatekeepers») de la corrección política y un presente incomprensible si lo trata de explicar con los apriorismos ideológicos y las falacias de la propaganda.
Por cierto, este fin de semana me voy de excavaciones, así que no podré continuar con el debate, lo siento.
Me ha emocionado todo su escrito Sr. Kant. Me ha traido a la memoria mis andaduras por la URSS en el corto periodo de Andropov.
Triste reconocer que a la mayoría de los seres humanos les determine solamente sus condiciones económicas, y su pánico por perder su presente tan placentero.
Desde Viladecans un saludo.
A mí también me ha emocionado la entrada de Kant, pero ya que de «excavaciones» habla y de traiciones estamos hablando, leed,por favor, el escalofriante documento que sobre el vil asesinato de Federico García Lorca publica hoy El Plural, de la pluma de un intelectual de toda credibilidad y donde se pueden leer denuncias que revolucionarán la historia hasta ahora conocida:
http://www.elplural.com/politica/detail.php?id=25144
Permítanme una reflexión sobre la guerra fría. ¿No les da la sensación de que mientras existía ese enfrentamiento entre USA y la URRS, y dentro de la dinámica del tira y afloja propios de aquellos años, la situación estaba bastante controlada? ¿Que había unos actores conocidos, identificados y que se sabía, más o menos, cómo iban a actuar?
Ahora en cambio, existe una tensión mundial que se va pareciendo mucho a la de entonces pero con una situación de incertudumbre mucho más elevada y en la que tenemos la sensación que puede pasar de todo, pues los contendientes son variados, poco concocidos y por tanto, mucho más incontrolados e incontrolables, ¿no creen?
La incertidumbre, sí. La impresión general de que un leve movimiento genera un trastorno impredecible. La sugestión mediática, también: la comunicación generalizada agranda o achica los efectos creándonos una sensación creciente de irrealidad. Nos preguntamos sobre lo real y mientras el mundo expira. Pero quién tiene la seguridad de no ser víctima de un embuste. Perdonen, pero hoy estoy apocalíptico.
La portada de «La Vanguardia» hoy es el reflejo del momento tan esperpéntico en el que está la sociedad en estos momentos.
El Tesoro Público estadounidense ha socializado con casi un billón de $ el marasmo creado por el poder financiero con su avara irresponsabilidad.
Toda la cúpula detentadora del poder ejecutivo de USA haciendo una defensa numantina del Sistema irracional capitalista.
Lo real es a menudo apocalíptico, querido Justo, y lo es el embuste urdido a buen seguro con los despojos de García Lorca por su propia familia, digno de figurar en los anales de la traición a la historia, a la verdad y a la decencia, sólo para que no pueda comprobarse que un tío suyo lo remató con dos tiros en el culo por «rjo y maricón» y sus restos descansan hoy en el Panteón de la Famili, mientras los del poeta siguen en un lugar no identificado. En honrosa mezcla con los de otros sacrificados por los falangistas, eso sí.. Lee el enlace que he puesto, de verdad. ¿O tu comentario lleno de escepticismo e incertidumbre está motivado por la lectura de ese documento? Como verás, resulta difícil cerrar un post por completo, la historia vuelve siempre a llamar a la puerta.
Repito: #
http://www.elplural.com/politica/detail.php?id=25144
Miguel, me preguntas si mi «comentario lleno de escepticismo e incertidumbre está motivado por la lectura de ese documento». Sí. Pero no sólo…
Ya. Este comentario tuyo preludia algo. Esperemos. Yo, como Liz, también creo sólo en la historia.
Queridos Todos! (porque hoy no he visto chicas…) ¡qué placer leerles!… Aunque sea todo de un golpe… ¡que menudo atracón! Verdaderamente, Justo, está inventando algo con esto de la escritura in progress… o quizás ya está inventado y teorizado y yo lo desconozco…in any case: le felicito, a usted y a los que te siguen en el experimento.
Yo pensaba decir algo… Algo que empezaba así:
Querido Justo y a mi que me da en la nariz que usted de lo que quería hablar era de la tentación…
Yo sobre eso si tenía algo que decir…pero ustedes los «formales» (perdonen el atrevimiento, vid «Los formales y el frio de Benedetti) se han deslizado hacia la Guerra Fría…Así que yo, Madame du Chatelet y Octavio Paz…nos reservamos para otra ocasión. Intenso y bello el poema, Sr. Veyrat.
Berta querida, todo esto está rebosando de tentaciones: déjate caer en alguna de ellas y verás…
Gracias por leerme tan benévolamente.
«Este comentario tuyo preludia algo. Esperemos». No hay esperanza, sólo final (arriba).
No hay contradicción. Cuando Liz sustituye a dios por la historia como creencia, está hablando en buena marxista. Cree sólo en lo que puede tocarse, en la experiencia remozada día a día… ¿hasta dónde? La historia en este sentido es progreso «in progress», como tú dirías, valga la redundancia buscada. Virgilio habla ya de la Edad de Oro, sin haber conocido ni a Cristo ni a Marx:
Ya que citas mi poesía, un poema muy querido por mí de «El Incendiario», te contesto con otro procedente de «Babel bajo la Luna», el titulado XXIV del libro «Claros de Mar», en clara intertextualidad con una de las Eglogas del maestro de la Eneida:
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Tridente rayo:
Escucha de las fuentes el torturado galope
hasta el Océano:
Caída que la niebla del fuego determina:
el mar es un niño nuevo
que despierta y despide a la edad de hierro
que es alba
de la de oro. Bendice
su nacimiento:
Comienza ahora de nuevo
la poderosa carrera del año.
Vuelve Virgo.
Saturno domina de nuevo
y una nueva Generación
(Virgilio, Egloga IV)
desciende del cielo a la tierra.
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No hay final, sólo esperanza. O suicidio obediente a las primeras líneas del «Mito de Sísifo» de nuestro amado Camus.
Sólo hay final sin esperanza. La historia avanza, cierto, cambian las condiciones, mudan los contextos. Pero dar un sentido a esos cambios, trabar su relación y buscar un significado coherente es teleología y… teología. Esto es algo en lo que incurrió Marx, tan influido por los clásicos y por los clérigos: pecó egregiamente.
Para estas cosas, sin embargo, prefiero al Cioran de ‘Historia y utopía’. Como ocurre en la poesía de Miguel Veyrat, la Caída original es algo de lo que no nos reponemos: llevamos siglos, dice Cioran, intentando dar sentido a esa carencia primigenia, a esa pérdida del Paraíso. Los logros más sublimes tratan de taponer esa hendidura; los horrores más humanos, también.
Sí, pero existe el motor nada utópico del «napalm de la razón». Recuerda, tú mismo lo citaste:
¿Cómo ser Uno, en desorden
Infinito? Tan sólo el incendiario
Utiliza el napalm de la razón
Como via posible de regreso
Y es ese camino de regreso el que da coherencia, como muy bien dices, a esa carencia primigenia, el regreso al origen. El incendiario reduce a cenizas las utopías, las mentiras de clérigos y chamanes políticos y/o religiosos, y el rico carbono que abona la tierra tras el incendio se encarga del resto. Resucitamos en plena naturaleza, ese es el sentido de la vida como querría Kant, ese es el agón. Y ese el eterno retorno.
Leyéndoles con atención pero algo perdido, se me ocurre preguntarles: ¿Qué sería del hombre sin la utopía, sin la esperanza?
Recién regresado de las excavaciones (creo que debería ser una experiencia que deberían vivir los historiadores de la especialidad de contemporánea y los periodistas aunque sólo fuera en una cata) debo devolverle el agradable saludo al sr. Moreno. Salud. Bueno y, claro, me sumo a su estupor viendo las medidas nacionalizadoras (medidas, que no fines, ojo) de la Administración Bush. Toda la vida contándonos las excelencias del mercado desregulado y, a la primera de cambio, recurrimos a soluciones ¿cómo decía ud, don Jorge (George, para el ciudadano Aznar, su gran amigo)… “anacrónicas”, “periclitadas”, “decimonónicas”…?… ah…
Sr. Veyrat… es ud muy amable con mis palabras, aunque me ha dejado abrumado con el artículo de El Plural que nos facilita. Abrumado y compungido. La acumulación de dudas razonables exigiría una actitud más enérgica de la familia del poeta que desmintiese las sugerencias vertidas por el medio – las cuales, por otra parte, no hacen sino concretar una sospecha bien extendida – o un silencio total, un silencio culpable, y su desaparición inmediata de la escena pública. Ni una cosa ni otra. Me los he encontrado hasta en Euronews… obviamente sin citar el imperativo legal que los obliga a renunciar a su postura intransigente y reiterando sus flojísimos argumentos justificativos de su actitud refractaria al desentierro de la fosa donde yace, presumiblemente, su tío.
Por otra parte, el cruce poético-ideológico que practica con nuestro anfitrión, sr. Serna, me parece otro espléndido campo de reflexión. Sin duda, mucho mayor que el debate sobre la traición y el traidor que proponíamos tímidamente “ut supra”. En estos tiempos en que los medios obtienen tajada del milenarismo de los cenutrios (lo del año 2012 me irrita considerablemente por el acto de declarada ignorancia planetaria que hay sobre el calendario maya) y estos, los “sabios del ocultismo”, a su vez, obtienen pingües beneficios de la credulidad de los lelos, que no son pocos precisamente (vean los espectadores o radioyentes que reúne don Íker Jiménez, por ejemplo) plantearnos – como hacen uds – la cuestión de la esperanza y “el final” me parece sumamente interesante. Dejo a la consideración de don Justo el tratarlo, “in extenso” en algún “post”.
Respecto a la cuestión que nos plantea don Alejandro sobre la situación generada por la Guerra Fría de mutuo jaque, y por ende, de involuntaria pero real inmovilidad de los contendientes, EEUU de A y URSS, considero que sí, que existió ese “equilibrio del terror” Pero existió porque los enemigos eran reales, concretos, definibles, aprehensibles, ubicables y explicables. Cualquiera de los lobos podía exponer sus razones. Hoy día, desaparecida la forzada estabilidad de la Guerra Fría, el mercado de las armas ha conseguido propiciar un escenario de inestabilidad, el mejor posible para mover toda su industria: hay consumo. Y consumo masivo de armamento, desde el más sofisticado que podamos encontrar orbitando el planeta al más clásico Kalashnikov (el AK 47, naturalmente) de cualquier guerrillero. Y ello es así porque esa inestabilidad la creaba un presunto “tigre de papel” (me permitirán la imagen maoísta). En este caso, ese “tigre” que sólo es apariencia, que, en realidad, era una nadería dispuesta para justificar el negocio de las armas y el de la construcción (a través de la reconstrucción de las poblaciones e infraestructuras destruidas). Era “el terrorismo islamista”.
Lamentablemente, para la humanidad contemporánea, los promotores de ese enemigo ficticio, inconcreto, indefinible, inaprehensible, desubicado e inexplicable experimentó un fenómeno que las personas cultas conocen y el equipo promotor del sr. Bush a la Presidencia de los EEUU de A, no. Me refiero al “Efecto Frankenstein”. Aquel que define la “rebelión de la criatura contra su creador”. No es precisamente algo nuevo, sin ir más lejos, el sr. Hitler es uno de sus productos mejor acabados. Y como suele ocurrir en estos casos, y ya Tito Livio nos advierte, que Marte es un dios caprichoso y cuando se inicia una guerra amparada en su capricho, nunca se sabe qué partido tomará. Lo que debía haber sido una incertidumbre asumible (lo suficiente como para atemorizar a la gente común pero que los gobiernos conozcan bien limitada), ha caído en el antedicho Efecto. Y Marte lo ha bendecido.
Advertía también el romano que quién inicia una guerra, sabe cuando comienza, pero no ni cuando ni como acaba. El sr. Puttin en Chechenia y el sr. Bush en Afganistán e Irak han dado esas guerras por concluidas a fecha fija. Y ya ve, Marte no les ha admitido el anuncio ni como propuesta. Esas guerras – lo digan o no los medios – siguen. Siguen sin control. Siguen alimentando de proteínas a un tigre que nunca fue de papel. Siguen sin que los necios que las promovieron sepan detenerlas. Igual estoy yo también un poco apocalíptico pero este fin de semana estuve metido en una zanja de un metro de potencia para descubrir los restos de un mundo que se creyó el mejor, invencible y eterno. De él quedaban unas jarritas rotas.
Don Alejandro, ¿tendría ud la amabilidad de sumarse a mi campaña para acabar con la expresión “el hombre” para referirse al conjunto de la humanidad? Me parece una expresión superflua e injusta. Las lenguas románicas nos ofrecen todo un abanico de posibilidades para elidir tan absurda expresión. Personas, individuos, humanos, gentes… hasta “hombres y mujeres” si se nos pone un pelín poético pero, cáspita, dejémonos semejante arcaísmo machista ya.
Respecto a sus dudas… Personalmente creo que la utopía no es necesaria para nuestra especie pero sí benéfica si se expone con criterio racional. Por su parte, la esperanza no sólo nos imprescindible, es que la llevamos impresa en nuestros genes. De hecho, todos los animales poseemos esa fe en el futuro. Si careciéramos de ella – como especie, insisto – sencillamente, nos abríamos extinguido. Y es que, sr. Lillo, seguimos siendo unos mamíferos que continuamos sentándonos sobre nuestro trasero: no hay más.
Don Justo, como veo que retoma usted el tema de la tentación me animo a participarles el comentario que no escribí ayer noche. Se van haciendo ustedes con su tertulia una costumbre demasiado «tentadora».
Me parece extremadamente sugerente la expresión de Le Carre «tentado de pasarse a la Unión Soviética». Interpreto de sus palabras que la suprema – y quizás la única tentación- es la pasión por el conocimiento y entiendo que esa pasión es la que se esconde tras su inofensiva e incendiaria confesión.
¿Qué es el ser humano sino pasión por conocer? Cuando Liz afirma creer en la historia, en realidad afirma creer en el ser humano como actor de su futuro. El enfoque tan sociológico del marxismo tuvo ahí su principal falla. No supo integrar lo subjetivo que me parece, en realidad, el auténtico motor de la historia. Ahí está la acción de las minorías que iniciaron los movimientos sociales clave que van cambiando el mundo…Y a explicar su acción se ha dedicado la sociología post-marxista de mejor cuño. Sin ellas no podemos explicar nada. Y las minorías que inician las luchas están llenas de sujetos que se sintieron tentados de cruzar al otro lado para tratar de comprender. Mi propia afiliaciñon al PSPV responde a ese esquema: tratar de compreder.
La pasión por conocer linda con dos territorios vecinos de la tentación: la curiosidad y el amor, y eso lo sabemos bien las mujeres…. Yo soy discípula impenitente de Madame du Chatelet (recomiendo la lectura de sus cartas a Voltaire y otros intelectuales de la época, editada bajo el sugerente título de «Tratado sobre la Felicidad» por la Universitat de Valencia).
En esa sociedad de mujeres feministas «avant la lettre», Madame du Chatelet no hacía distinción entre su amor por Voltaire y su curiosidad por la Física, y era justamente Voltaire quien se lamentaba: «uno quisiera hablarle de amor…» pero ella se interesaba por la ciencia. Uno de los grandes escritores sobre el amor, Julio Cortazar, ofrece en «La llama doble» la respuesta al enigma. Amar es preguntarse «¿Quién es ese? Y miren ustedes en su interior y díganme si no es cierto.
La pasión por conocer, ahí está la tentación de los hombres y mujeres que mueven la historia: el mordisco originario de la sabia fruta.
Berta, un lujo tener aquí sus comentarios, esa pasión que pone, precisamente, por conocer y que yo ya le conocía… La pasión por conocer es también lo que nos anima por aquí. Y divertirnos, claro. ¿O no es divertido el cruce poético-ideológico que hoy hemos tenido con Miguel Veyrat (al decir de Kant)?
Hablando de Kant, espléndido cierre: «Igual estoy yo también un poco apocalíptico pero este fin de semana estuve metido en una zanja de un metro de potencia para descubrir los restos de un mundo que se creyó el mejor, invencible y eterno. De él quedaban unas jarritas rotas». Tiene razón, sr. Kant. Pero, si me permite, yo lo llevo ahora al conocimiento.
Un arqueólogo reconstruye una civilización a partir de unos restos, a partir de una jarrita rota. Un historiador –un microhistoriador, por ejemplo– se propone rehacer el ‘todo’, el todo de un fragmento que encuentra: la acción humana es ese resto del que queda un vestigio y que el historiador se propone conocer, conocer dentro del entero del que forma parte. ¿Pero cuál es el entero? Los contextos geohistóricos no son evidentes (¿España, Europa?): como tampoco es evidente, de entrada, el conjunto al que asignar esa parte, ese fragmento.
Hasta luego.
Me tranquiliza ud, don Justo… aunque, le prevengo, no le diga a los antropólogos culturales lo de los microhistoriadores (pueden ser violentos)
Yo no soy quien para corregir a nadie, ya lo he dicho otra veces, y no es falsa modestia, pero paréceme amigo Kant muy querido, que aparte de su estupenda metáfora sobre las grandes torres que cayeron dejando pobres vestigios, jarritas rotas, monedas —sobre todo, ejem— que el único animal que dispone de visión de futuro, que puede por tanto planificar (disfrutar y alimentar la esperanza, como decíamos) es el primate evolucionado hasta disponer de un cerebro hábil para usar la nueva función de sinapsis que puede enlazar sus neuronas y tener memoria, pensar, organizarse, es el hombre. El hombre, que es epiceno, el ser humano, como quiera, pero no la persona, que es término jurídico como también gentes, de gens, o individuo que es condición moral de la persona.
Y nos identifica, a estos primates evolucionados que somos, la pasión por conocer, claro, esa es nuestra diferencia con cualquier otra especie animal que dispone tan sólo de memoria genética o fisiológica, repite acciones útiles para su supervivencia pero no sabe ni que va a morir ni que ello será simplemente un hecho de su especie. Nosotros sí sentimos la angustia, el temor de la muerte, sabemos que esa es la consecuencia de la vida e intentamos conocer esta última para prepararnos mejor a afrontar el hecho de la otra. O disponer de ella mediante la suprema libertad del suicidio.
Con todo ello doy la razón a Berta, el fracaso de la NEP precipitó junto con la adopción del Capitalismo Monopolista de Estado, el sangriento dominó de la unificación estalinista de las conciencias, los suicidios sucesivos de Alejandra Kolontai (mucho más interesante su lectura que la de la amante de Voltaire), Maiakovski, Esenin… militantes de la cultura, artistas, pensadores, psicólogos, historiadores, luchadores revolucionarios que vieron congelado para siempre su sueño de una Edad de Oro, donde tras la distribución justa del trabajo, el tiempo restante se emplease en cultivar la parte más noble del ser humano en un ocio creador, como también soñara en vano el yerno —repudiado— de Carlos Marx Jules Lafargue al escribir su «Elogio de la pereza». Creer en la historia en progreso como motor utópico, ese es para mi el único camino.
Y todos ustedes tienen razón, ese cruce ideológico poético ha sido juego, pero como ejemplo voluntario de cómo elevando el tono del debate se puede salir, sobrevolar, esquivar ese río sangre y zulla en que se ha convertido la red y el el resto de los medios impresos o difundidos por ondas magnéticas.
Salud a todos.
Atención, nuevo post a las 14 horas de hoy lunes 22 de septiembre.
Muy bien por los debates. No puedo leer todo lo que dicen. Tampoco tengo tiempo de escribir aqui. Mi hijo y los estudios. Pero leo lo que escriben. Animo!
Gracias Sr. Veyrats por la recomendación de Alejandra Kolontai. Perdóneme que discrepe sobre el grado de interés… hay comparaciones difíciles… pero si sirven para aconsejar lecturas sean todas bievenidas.
Sólo una puntualización, cuando nombra a Madame du Châtelet como «la amante de Voltaire», tenga en cuenta la casada era ella, así que el amante era él, Voltaire… Aún nos queda mucho por recorrer a las feministas «avant et post la lettre». Alejandra estaría de acuerdo. Saludos.
Le agradezco el plural que otorga a mi apellido, pero me siento muy individual todavía, estimada amiga, como los amantes que siempre son dos en uno. Salud y Fraternidad.
En absoluto me siento corregido por ud. dilecto volteriano, antes al contrario, agradezco sus indicaciones. Mas, ay, no quiero abandonar este “post” a su incierta suerte ciberespacial sin dotarlo de alguna discrepancia y/o persistencia mía.
Si me lo permite y ante el silencio de mejores letras que las mías, insistiré en una cuestión en la que me obceco. Me refiero a la cuestión del concepto “hombre” en tanto en cuanto no lo considero un nombre epiceno. Entiendo como tal aquel que con la misma palabra define a ambos géneros de una misma especie (el águila y el águila, es el típico ejemplo). Se da el caso que nuestra especie tiene dos definiciones bien diferentes de género, hombre y mujer, y una única como especie, humana. Veo como un retorcimiento de la gramática tratar de convertir la denominación de uno de sus géneros – me da igual el que sea – en sinónimo del de su especie. Me parece un atentado a la lengua y a la ciencia, amén de una maniobra machista de difícil justificación. En consecuencia, mantendré en marcha mi campaña al respecto.
Persona, gente, individuo… indudablemente tienen la acepción que nos brinda pero, convendrá conmigo que en determinadas circunstancias también se usan como sinónimos de hombre y de humano. En ese sentido lo decía.
Por otra parte y sin dar nada por cerrado, antes bien, considerando lo que sigue abierto todavía a la investigación, querría sugerir que sosegáramos nuestra opinión sobre nosotros mismos como especie en relación al resto de los animales. En los últimos veinticinco, cincuenta, años la zoología, la biología, la etología y, en general, las ciencias de la naturaleza que de alguna forma estudian a las otras especies animales han reducido a lo mínimo, incluso alcanzando la equiparación, a diversas otras especies en cuestiones que tratamos como “morales” o privativas de la humanidad. Entiendo que cueste aceptarlo. Tanto insistieron los cristianos en diferenciarnos del resto de los animales (teníamos alma) y tan bien recibieron esa herencia los primeros ilustrados (teníamos cerebro) que, entre unos y otros, nos hemos pasado los últimos dos mil años buscando qué nos diferenciaba del orangután. Y la suerte ha sido más bien esquiva en ello. Cada vez que un filósofo o sucedáneo, argumentando con su especulación mental, creía encontrar “la diferencia” con la bestia, un científico lo rebatía con el empirismo material y tozudo de los hechos. Duele. Ni somos hijos de los Dioses Inmortales, ni de la Diosa Razón. Somos – siempre lo hemos sabido – hijos de la Gran Madre, de Natura. Como decía el otro día parafraseando a Desmond Morris: por más que hayamos alcanzado la Luna seguimos sentándonos sobre nuestras posaderas. Como un orangután.
Los estudios más recientes sobre grandes simios rebaten hasta el último reducto de la soberbia humana: también “ellos” se apasionan por conocer, combina sus conocimientos recién adquiridos para obtener resultados diferentes a lo aprendido, fabrica máquinas, usa utensilios, practican la política, se mueven por la ley del mínimo esfuerzo y máximo beneficio, resuelven sus conflictos con intercambios, recuerdan y tienen rencor, aman, se ofrecen altruistamente por otros hasta la muerte (hasta el suicidio) y, lo que es más sobrecogedor, cada vez está más claro que saben lo que es perder un ser querido más allá de los resortes genéticos del caracol. Este verano, a finales de agosto, el zoo de Münster, en Alemania, nos ha sobrecogido con la imagen de la gorila aferrada a su hijo muerto. Conocíamos la situación en el medio libre (macacos en la India y chimpancés en África) contrastada por los principales primatólogos pero hasta ahora nunca se había captado esa actitud en cautividad. Así que, ojo con lo que nos atribuimos como exclusivo de nuestra especie, la ciencia no ha dado su última palabra.
Y con esto no quiero desmentirlo en nada, pues en su argumentación de apoyo a la participación de doña Berta, coincido plenamente con ud (y con ella, claro) y a su discurso, sr. Veyrat, me sumo. Obviamente – sé que me entiende – no trato de rebajar la humanidad a estadio animalesco, trato de devolver a los seres vivos al lugar que les corresponde y que la soberbia de los creyentes (y hay mucho creyente entre los ilustrados de ayer y hoy) ha desvirtuado. Incluso les prevengo, contertulios: elefantes, delfines, cefalópodos, keas… aún nos deparan muchas sorpresas… si no los extinguimos antes. ¡Mire! No me di cuenta, esto sí es privativo del humano: somos los únicos animales dispuestos a exterminar conscientemente a nuestros congéneres, a extinguir con la misma certeza y conocimiento a los otros animales y a destruir, perfectamente conocedores de nuestras acciones y consecuencias, el medio en el que vivimos todos, hasta los helechos. Sapristi con nuestra singularidad…
Gran tema Sr. Kant!
Anímese Don Justo que del temor-atracción hacia los híbridos le leí yo una vez una pieza periodística muy interesante. Recuerdo haber sostenido, durante tres largas horas (las más largas de mi vida profesional) la tesis de que el prejuicio hacia las minorías étnicas se debe a esa necesidad de diferenciar al ser humano y al animal. La aproximación entre esos dos extremos que usted ha descrito bien ha aterrorizado tanto al ser humano que al final lo más práctico para las distintas civilizaciones ha sido poner entre el ser humano y el animal una minoría que haga de frontera. En nuestro caso los gitanos, otrora las mujeres, para Hitler los judíos. Es como si cada mayoría hubiera necesitado una minoría que le alejara de la «natura» como amenaza. En efecto, el temata natura vs cultura está en la base de como Occidente se ha concevido a sí mismo. Estoy plenamente de acuerdo con usted en la necesidad de derrumbar esa frontera sobre todo para acabar con la falsa creencia de nuestra superioridad. Pero una vez admitido ese razonamiento como imperativo ético, convendrá conmigo en que si hay algo que nos diferencia como «monos desnudos», del resto de los hermanos primates es haber llevado al extremo dos pasiones: el conocimiento y la estética.
Sr. Veyrat, de hermoso apellido, tiene usted razón, los amantes son uno, pero a una le sale la vena feminista… Disculpe usted la «s» «afegida»… Una dislexia infantil que voy recuperando con la edad me impide recordar con exactitud las secuencias de consonantes poco intuitivas
Pues yo sí soy hijo de los Dioses Inmortales. Y la poesía, también.
Pero, por supuesto, no pienso discutirlo:-)
Kant, como todo lo discutible, es hermoso y conveniente plantearlo y discutirlo «a modo», que diría un mexicano. Comprendo y acepto sus argumentos, en todos los temas. ¿Nos quedamos en «ser humano», «human being»? Yo también creo en Lilith, al menos como elemento poético-mítico poderoso que durante mucho tiempo también lo fue ideológico. Y forma parte de los «dioses inmortales» que alimentaron las vidas de nuestros antepasados constructores de mitos. En las lamias de los ríos, sobre todo. Estuve enamorado de una.
¿Y cómo no pensar que los animales también «sienten» y hasta «piensan» en cierto modo, absolutamente distinto al nuestro? He leído a los etólogos, botánicos y antropólogos como usted; sé cómo los bonobos practican la postura del misionero para resolver sus conflictos políticos, y también cómo otros gramdes primates se destrozan en guerras civiles interminables, también cómo se cae el mito de que las madres de cualquier especie amamantan (entre mamíferos, claro) o adoptan a cachorros de otra, porque también se los meriendan.
¿Imagina un mundo donde aparte de nuestras culturas enfrentadas y asesinas, existieran culturas animales a nuestra altura capaces de fabricar dioses, de matar por ellos, de escribir, argumentar, fabricar armamento y polución ad hoc? ¿Un 11-M de creyentes-cebra? ¿O puercoespines? Mire, le faltaban a usted las plantas: las acacias se comunican, tienen memoria y sensibilidad y transmiten información a cientos de kilómetros de distancia a otras comunidades de acacias acerca de la presencia de determinadas plagas. Y cualquier persona sensible le hablará de que el cuidado de las plantas deende en gran medida del amor del jardinero sentido por ellas… Pero somos incapaces de comunicarnos con ellas, se razonar con ellas y hasta de sentir paralelamente a ellas: sólo podemos darles añor, como a los aninales, y recibir de ellas y ellos manifestaciones naturales y espontáneas, también amor en forma de aromas, sombra amena y alegres ladridos o lametones, fidelidad y frescura. No sigo, entre usted y yo las cosas están claras y tampoco es por ahí por donde yo iba.
Doña Berta, muchas gracias, sólo era una sutil ironía: ¿Celoso de mi apellido? He tenido que defenderlo a menudo en este nido de alacranes del periodismo y la literatura. Y yo tampoco corrijo muy bien los textos antes de enviarlos. Me gusta mucho como piensa y escribe. Creo que es una suerte que se haya atrevido a acercarse a este teatrito de sombras de don Justo…
Amabilísimo como siempre y, como siempre, sutil, volteriano Veyrat. Gracias.
Gracias, Don Miguel, la suerte tiene nombre y apellidos: Marisa Bou. Bona nit
Berta Chulvi rememora en su blog unas ajustadísimas, unas atinadas palabras de Octavio Paz que yo también rescato para este post, para el final de este post: “Después de las orgías intelectuales de este siglo es preciso desconfiar de la historia y aprender a pensar con sobriedad” (La llama doble, pág. 156. Ed. Biblioteca de Bolsillo. Seix Barral). Las hago mías sin entusiasmo, sólo con sobriedad: se las tomo en préstamo a Berta.