1. El mundo de ayer. Friedrich Nietzsche, hoy. ¿Todavía hoy? ¿No cometeremos un anacronismo al volver sobre él, sobre su obra? ¿No será, acaso, un autor del siglo XIX? Si muere en 1900, ¿qué interés puede tener su obra para nosotros? Su vida, en efecto, transcurre en un mundo que no es el nuestro, un mundo aparentemente fijo: el de la sociedad respetable del Ochocientos. Por ello, sus obras están destinadas a nuestros antepasados, los burgueses que hacen del provecho y del recato sus ideales. Ser burgués es ser ciudadano, tener arraigo y acomodo, residir en un lugar y reunir propiedades: disponer de bienes para la familia, patrimonios que son recurso y emblema de apellidos que han de perdurar. Nietzsche escribe en esa Europa, ¿pero escribe para esa Europa? «Yo no soy boca para estos oídos», admite el autor con engreimiento en alguna de sus páginas
En efecto, aquellos oídos eran los de una Europa estable poco dada al estrépito. «Cada cual había vivido su vida singular», decía Stefan Zweig cuando la describía melancólicamente en El mundo de ayer. «Una sola, desde el principio hasta el final, sin grandes altibajos, sin sacudidas ni peligros, una vida con emociones pequeñas y transiciones imperceptibles, con un ritmo acompasado, lento y tranquilo: la ola del tiempo los había llevado desde la cuna hasta la sepultura», añadía. Aquellos burgueses distinguidos, gentes de orden, «vivieron en el mismo país, en la misma ciudad, incluso, casi siempre, en la misma casa; todo lo que pasaba en el mundo exterior ocurría, en realidad, en los periódicos: nunca llamaba a su puerta», insiste.
No siempre era así, es cierto: había inquietos burgueses que se desplazaban, que viajaban o que hacían con su mundo interior algunos experimentos. Pero para uno que visitaba lugares extraños o parajes distantes, para uno que se trastornaba con lo inesperado, había muchos más que buscaban el arraigo de lo previsible, de la vida doméstica: el gobierno del negocio y de la moral. Para esos viajeros, los conflictos o los cataclismos podían vivirse de cerca, con el asombro de la novedad o de lo inaudito. Pero viajar o desarraigarse por aquella Europa era una tarea más enojosa que arriesgada y, sobre todo, requería mucho empeño.
«Es cierto que en su época en algún que otro lugar también estallaban guerras», dice Zweig, «pero, si las medimos con las dimensiones de hoy [1940], no se trataba sino de guerras poco significantes cuyo teatro, además, se hallaba lejos de las fronteras; no se oían sus cañonazos y al cabo de medio año ya estaban apagados sus focos y olvidada una más de las secas páginas de la historia, y la vida de siempre no tardaba en volver a instalarse de nuevo», concluye Zweig.
Ese orden aparentemente fijo no es el de Nietzsche. Y él mismo era consciente de que sus destinatarios no eran esos burgueses respetables de cuyo mensaje se apartan espantados. «Ovillados en la seguridad, las posesiones y las comodidades, ¡cuán poco sabían que la vida también puede ser exceso y emoción, que puede sacar de quicio a cualquiera y hacerle sentir eternamente sorprendido!; ¡cuán poco se imaginaban, desde su liberalismo y optimismo conmovedores, que cada nuevo día que amanece ante la ventana puede hacer trizas nuestra vida!», concluía Zweig.
Pues bien, Nietzsche hizo trizas su propia existencia, una existencia de exceso y emoción que le hizo sentir eternamente sorprendido, desprendido de la seguridad, de las posesiones, de las comodidades. En él se mezclarán vida y obra: se mezclan hasta hacer de sí mismo la creación que a nadie debe.
2. Así habló Zaratustra. Acaba de aparecer una nueva edición de la obra más famosa de Nietzsche: Así habló Zaratustra. La publica Cátedra en su colección «Letras Universales». La edición y la traducción son de Luis A. Acosta. Es la obra más conocida, la más literaria, la que siempre quieren leer quienes empiezan con Nietzsche y, probablemente, la más desaconsejable para iniciarse. Aprovecho esta versión para releer este gran libro de Nietzsche. ¿Por tercera, por cuarta vez?
2001. Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, se estrenó el 2 de abril de 1968. En España, el primer pase se hizo, posterior y simultáneamente, en Madrid y Barcelona el 17 de octubre de 1968. En Valencia llegaba a las pantallas en la Navidad de 1968, en el Cine Paz. Es una sala ya desaparecida. Estaba en la Calle Ruzafa y tenía un aforo de dos mil butacas. Fue entonces cuando la vi. Acudí al cine acompañado de mis padres. Yo contaba nueve años. Quedé fascinado, según conté en una ocasión anterior en este blog. Por descontado no entendí gran cosa. Luego he regresado en numerosas ocasiones, tratando de comprender el mensaje que Kubrick transmitía. Por supuesto, la lectura y relectura de Así habló Zaratustra han sido tareas a las que me he aplicado, condicionado por aquella impresión primera y estimulado por el propio Nietzsche.
Sin duda, uno de los elementos más poderosos del film era el poema sinfónico de Richard Strauss con que Kubrick fantaseaba, titulado –también– Así habló Zaratustra. Es una pieza que data de 1896. El músico dijo en alguna ocasión que al componerla su intención no había sido la de recrear la obra de Nietzsche, sino la de sugerir la evolución humana: “he tratado de dar cuerpo al conflicto entre la naturaleza humana tal como es y los intentos metafísicos del hombre por dominarla con su inteligencia, hasta llegar finalmente a la conquista de la vida por la carcajada”. Curioso detalle. ¿Es que acaso hay que tomar a risa la vida? En Kubrick hay un trato jocundo y grave del ser humano. Y en Nietzsche hay apuesta, sátira y carcajada.
Breve hemeroteca Serna
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