0. Silencio. Aquí estoy, escribiendo en el blog: a la espera de un motivo inspirador. Pero no hallo nada que me sirva de acicate. ¿Es el cansancio? ¿El tedio? ¿El abatimiento? No. O no sólo: uno es optimista y las tristezas le duran muy poco. O tal vez sea la pereza. Ahora siento estupor: la constatación de que no sé de qué escribir; la evidencia palpable de que prefiero callar o leer. De momento me callo para leer. ¿Qué cosa? Un libro que tengo desde hace días y cuya lectura he ido retrasando por razones banales y ordinarias…
1. Razón del mirlo. Callar o leer. Leo –aún en pruebas– el nuevo libro de Miguel Veyrat: Razón del mirlo (Renacimiento, 2009). Aquí lo tienen, sentado, posando ante el fotógrafo de la revista Tiempo, que días atrás daba cuenta de la nueva obra del poeta. El autor tuvo la amabilidad de remitirme esa copia aún provisional del libro sevillano. Así podía adelantar la lectura. He cometido la descortesía de retrasarla. Pero, si lo pienso bien, esa circuntancia está justificada. La poesía de Veyrat tiene su tiempo, un tiempo largo, demorado, circular y reflexivo.
Es largo porque a cada verso que avanzas en realidad te remontas a otro momento, a esta o aquella otra resonancia cultural a la que explícita o implícitamente rinde homenaje intertextual. Su poesía es un repertorio de resonancias, en efecto; un conjunto de restos milenarios que es preciso reconstruir. Es demorado su tiempo, porque con cada expresión que lees de hecho te detienes, te frenas, para interpretar todo su significado, siempre equiprobable, si es que finalmente el poema recién pronunciado, declamado, cantado tiene un sentido accesible. Es circular ese tiempo porque la intratextualidad, la remisión o eco de lo ya dicho son artificios constantes en Veyrat, artificios que te impiden salir de ese espacio angosto que son los pocos versos del poeta. Es reflexivo, finalmente, porque la experiencia del autor queda transfigurada en materia universal, en preguntas constantes o en metáforas ya sabidas y ahora nuevas de la condición humana.
Avanzo en la lectura, que es escritura de la impresión y efecto que sus versos me ocasionan… Los poemas de Veyrat son de varia estirpe pero aquí sirve un pasaje de Ocnos, de Luis Cernuda, como exergo, como punto de partida. «…¿Qué puede importarle al mirlo la muerte?, como si ella con su flecha pesada y dura no pudiera pasarle, silba el pájaro alegre, libre de toda razón humana».
El mirlo, en efecto, es un motivo constante: la inconsciencia del pájaro cantarín ante la muerte. En el libro anterior, Instrucciones para amanecer (Calima, 2007), Veyrat hacía de la cigarra su portavoz. Ahora es un ave que aprende fácil, que incluso tiene capacidad para repetir la voz humana. ¿Qué tiene de humano el mirlo? ¿Ese sonido que remeda? En realidad, lo que de él toma es la alegría inconsciente de quien vive como si no fuera a morir: arrojado al mundo, frágil y orgulloso de su trino.
El volumen es un sondeo del terreno que se pisa, del mar inestable, del pasado que fluye. La vida es, sí, un viaje: una metáfora archisabida y nunca suficientemente explotada. El poeta avanza sin instrumentos, a ojo, con intuición y vehemencia, con mapas inciertos y con los pecios, unos pocos pecios. ¿Un naufragio? En realidad, son los restos de las vidas anteriores, las huellas materiales de lo que va quedando y que sirven como suelo firme. No hay regreso al pasado móvil: sólo un avance a tientas, palpando o conjeturando lo que quizá pueda pasarle, pasarnos.
Una y otra vez, las referencias a la vida que hace Veyrat son las de un vagar sin encontrar. ¿Marchamos a ciegas? En el principio de la vida humana no está la oscuridad, sino la evidencia de la luz, «la primera palabra/ para disimular la noche». El poeta escribe: ¿ilumina, quizá «con sus dedos transparentes»? Luz y palabra son, en efecto, pecios de una reconstrucción imposible, de una iluminación de lo que la vida ya no es o de lo que el pasado veló.
Itaca está al frente, otra vez, siempre. Pero es un meta inalcanzable, un destino último que querríamos liberador. Ahora bien, no hay vuelta atrás ni reparación: el propio cuerpo acumula las heridas, los ultrajes que el tiempo inflige. «Y su trazas el mapa de tu propio/ cuerpo, sentirás cómo coincide/ con el universo de tu palabra. Y también/ que a las ínsulas se llega/ solamente por los ríos de sangre…» El poeta pone proa hacia lo incierto, con coraje, «sin precisar de sextante ni instrumentos./ Pero no hay regreso, capitán. Atrás/ quedan las estatutas que nunca/ o pronto volverán a la arena».
El poeta ha vivido, sí, pero sobre todo ha escrito: «junta pecios para después leerlos». Las palabras que iluminan o disimulan la noche son restos inconexos, pues. Son trozos sin ensamblaje ni argamasa, partes de esas vidas que carecen de coherencia o de brillante consumación. No hay brillante consumación. Hay un fin que no repara, la muerte del individuo, del poeta: una muerte que es la madre nutricia de un mundo que no termina para escándalo de ese hombre que caduca.
Un hombre que caduca y que quiere asemejarse al mirlo, que vive una agonía «limpia/ ya de razón humana, lista para seguir el camino trillado/ de la especie». La muerte, sí, una muerte que frena o contiene con un poema que justifique, con el poema irrepetible en el que se reúna el Todo. No habrá extinción, así, ni vacío sin sombra. Mientras tanto, el poeta recibe a Virginia: ¿conviertiéndola en quién, acaso en su Beatriz de ahora mismo? ¿Y por qué no? Pero no hay infierno o purgatorio o cielo. Hay un jardín fresquito, lo más parecido a un Edén modesto y perecedero.
Por ese espacio –improbable hasta ahora mismo– avanzan. Avanzan ambos por lo oscuro, buscando la vocal y la consonante, confirmando el resultado: Tú. Todo lo que rodea cobra una dimensión diferente, inaudita, y hasta el arte interesa o conmueve: el torero y el toro bravo que sangra y tiñe, la lluvia en el parque de María Luisa, un beso en los jardines de Murillo. Pequeñas cosas. Pero siempre con la amenaza evidente: esa muerte.
Mirlo o lobo, inconsciente o voraz, el poeta busca un lugar donde caerse muerto, una tierra desnuda en la que dejar de ser extranjero, un lugar del que nunca regresar. «Pero la tierra siempre/ tiene dueño –sólo vuela/ libre la inocencia, lugar ignoto/ que nadie es capaz de descubrir». No hay tierra inocente, pues. No hay Paraíso del que «ser expulsado otra vez». Así queda su grito, «rebelde desde el abismo a la nada». Ahí está el rebelde, «sobre otro acantilado».
Pero no todo es tan sublime (acantilados, abismos). La circunstancia es pequeña, incluso banal. Lo propio, lo que nos constituye, es una materia orgánica. «A veces los vientos acumulan hojas secas/ en un rincón del jardín», precisa. «¿Son mis trozos las mismas hojas que arrastro/ ahora y renacerán del compost/ en la esquina maloliente del jardín?». Ese jardín, ese Edén modesto y fresquito, es también un pudridero o un depósito de guano. Las aves defecan, sí.
Vuelve la imagen del mirlo, de los pájaros jóvenes que baten sus alas con energía y demencia, lanzándose hacia el abismo; o de los pájaros ya ancianos, cuyas «alas se vuelven poco a poco/ transparentes». Arrojarse al abismo o quedar absorbido por lo abisal, ésa parece la trayectoria del poeta convertido en ave, quizá un mirlo ya libre de toda razón humana. «Muy pronto el futuro ciego/ nos persigue y avanzamos entre brumas/ de un pasado que se extingue».
Es ésta una contradicción que vive el poeta hecho hombre, «un hombre solo y débil/ que escribe al borde del abismo» otra vez, patroneando un bote, que no un buque, siempre con los mapas inciertos y con los pecios escasos que acarrea. «Coloca/ pues el pie en la barca y larga velas». Alas o velas, lo más frágil para describir una empresa azarosa y de previsible consumación. «Escogió para morir un día soleado –puso/ después rumbo hacia alta mar».
Colofón. Miguel Veyrat nos daña con su poesía de la muerte y de la consumación, con sus versos eruditos y saturados, citados, anotados. Varios de los poemas que aquí forman Razón del mirlo están dedicados a distintos personajes que conocemos: un homenaje del autor a algunos de nosotros, a algunos de los que frecuentamos este blog. Así consta en las «Deudas, notas, envíos y datos» que el poeta incluye al final. Pero eso es secundario. Lo principal precede. No se lo pierdan. A mí me ha servido para aturdirme, para dolerme.
Justo, la realidad es tan productiva que está constantemente dándonos temas para reflexionar.
La imagen que has elegido para ilustrar este post, y la palabra silencio, me ha llevado a un suceso de hace unos días, al silencio de los que no tienen quién escriba de ellos.
La noticia de que un inmigrante boliviano, Franns Melgar, había sido abandonado en la entrada de un hospital, tras perder un brazo en un accidente laboral en una fábrica de pan de Gandía, me golpeó bruscamente.
A medida que he ido conociendo más detalles sobre el suceso ha aumentado mi indignación. Sin papeles, jornadas laborales eternas, sueldos de miseria, el brazo tirado a un contenedor de basura,…
Entrado el siglo XXI, algunos empresarios parecen comportarse como si estuvieran en el XIX. Creo que merece una reflexión, sin demagogias, sin generalizaciones injustas.
La condición de inmigrante sin papeles en un mundo globalizado y en crisis. Un buen tema para una novela de Zola, o de Galdós.
Un abrazo y gracias por tus comentarios en el anterior post.
Hay que ver con las concordancias: La imagen (…), la palabra (…), me HAN llevado…a cometer un error gramatical.
Ánimo
Saludos solidarios desde Isla Perdida, Don Justo. Yo también me encuentro cansada y abatida, parezco un muñeco de trapo. ¿Será este sol ardiente de junio el culpable? Tomaré un buen vaso de gazpacho, a ver si revivo.
Hola D. Justo.Debe ser cosa del calor,porque yo estoy en una situación parecida de bloqueo.
A menos que estemos preocupados y empecemos a asustarnos de lo que nos puede caer encima.No hay más que leer lo que está escrito en el libro que está en la puerta de la Muestra de la Exposición.Es un muestrario de «grafitis», en algunos casos muy semejantes a los que hay por algunas vallas o paredes,esos que dicen algo así como «tonto el que lo lea» o «Pepe y Ana se casan», solo que en denuesto político.
Se impone una horchata con «fartons».Es un depurativo de la sangre,substancia que ultimamente tengo alterada desde las últimas elecciones europeas.
Gracias por esas palabras, Alfons, Rata, Arnau. Mañana, yo estaré nuevo. Eso espero.
Arnau, ya me lo dijo días atrás en correo aparte: vamos a tener que organizar una próxima ‘quedada’ con la horchata preceptiva (u orxata, en valencià). Horchata y luego una ‘picaeta’. Vamos a ir pensando…
Serna: se las puesto en bandeja a Paco. Así que me adelanto: «¡Serna estás acabao!»… Salut, vagància i orxata!
«Acabé cierto trabajo que me había tenido ocupado durante años… Aquello coincidió también con el final de un contrato con la universidad tal y con la publicación de un libro recién acabado…No lo había pensado hasta entonces, pero, de pronto, me dí cuenta de que no tenía Nada que hacer, ninguna obligación más allá de las puramente rutinarias. Rápidamente me asaltó la mente el horror vacuii y empecé a maquinar en toda suerte de ocupaciones y nuevas obligaciones que determinaran hacia dónde encaminar mis esfuerzos… Pero de pronto me dí cuenta de mi estupidez neurótica… me dejé llevar por ese extraño estupor de la desocupación y decidí demorarme en él mucho más de lo que cualquier código ético de los que han orquestado la vida de las colectividades humanas a lo largo de la historia podría tolerar»
Bien, esto lo dijo Baudrillard en una entrevista. Añado una de Cioran: «Solo se descubre un sabor a los días cuando uno escapa a la obligación de poseer un destino».
Debo reconocer que este «mal post» me ha interesado más que otros. Diríase que ha sido escrito para adelantarse a la diatriba -muy facilona esta vez- del troll turno: «¿Qué?, Serna, ¿andamos espesos, eh?»
Creo que a veces debemos dejar aparecer al perezoso, fracasado y vividor que llevamos dentro. Dentro de mí hay un tipo sin voluntad que se solaza con el inútil paso de los días y me recuerda con una jovialidad insolente que nada importa, que el horizonte de todos esos esfuerzos en los que nos debatimos angustiosamente son la extinción y el olvido y que cada momento de disfrute relajado al sol del lunes por la mañana que me he perdido es media vida que he desperdiciado. Actúamos, escribimos y hablamos, siempre hacia delante como si estuviera tan claro que las conquistas que esperamos van a hacernos mejores o a depararnos felicidades sin cuento. No está mal en medio del jaleo preguntarse, siquiera alguna vez, ¿y por qué no el silencio? ¿y por qué no desaparecer y ser olvidado? Creo que, como sucedía a los santos, uno debe saber qué tentaciones le acechan. A mí a veces me tienta convertirme en un viejo alcohólico que vivía en el pueblo donde yo trabajaba. Tras ciertos devenires personales, se dedicaba a mirar a la gente desde la mesa de un bar con un vaso de vino. La gente suele preguntar al verte por tus ocupaciones, por tu familia, por tus enfermedades… Él simplemente contestaba: «Açí estem», y seguía bebiendo sonriente y mirando la vida pasar.
Otra de Cioran. Explica el sabio rumano que, viendo un documental de National Geographic, alguien a su lado se escandaliza porque los gorilas de montaña de Ruanda pasan horas interminables sentados inmóviles esperando a que deje de llover, sin moverse apenas. «¿No se aburren?», pregunta el acompañante. Pero esa es un pregunta «de hombre», dice Cioran. La necesidad de ir de aquí para allá, de «hacer cosas», no es sino el designio fatal de este mono loco que somos, y su motor es el miedo, motor en realidad de cualquier acción.
Quizá no sean tan malos después de todo los momentos de bloqueo. Este mismo lo es para el mundo global. Nadie parece pensar en la solución adecuada para la crisis, todo parece colapsarse: la fe en las instituciones, la credibilidad del sistema financiero, el trabajo, el consumo, la escuela… Quizá sea este momento de incertidumbre, este infarto mental que sufrimos el idóneo para darnos cuenta de que íbamos mal cuando parecíamos avanzar, cuando creíamos ir a gran velocidad y en realidad la nuestra era la acelaración de la caída al vacío.
En fin, es que estoy con el último libro de Vicente Verdú y tengo que reconocer que es difícil sutraerse a la seducción de su prosa.
Toy acabao? No, mañana, con la fresca, estaré bien. Ahora, con este calor mediterráneo me licúo…
Gracias, David.
Por cierto, no se pierdan el post de ‘La cueva del gigante’. La imagen inicial me descompone. Yo creo que es esto lo que me pasa…
http://lacuevadelgigante.blogspot.com/2009/06/el-triunfo-1.html
Lo entiendo, a mí no me dejaba sin dormir algo así desde que con cinco años ví en casa paterna «Los crímenes del museo de cera»
¿Le ha dado un ataque?.¿Y esto nos manda en esta ciudad, que podía ser muy bella y solo es cutre?
¿A que mola?
¡Ay! Lo que da de sí el silencio… :-)
Depende de lo que puede molar.A mi la sa Barberá no me mola,pero nada,nada.Verla así, tan basta,me da un poco de asco.
¡Vaya, Justo! Nunca le había visto un «posted in progress» tan breve. Pero me parece bien que se tome un descanso. Y mejor aún lo que propone Arnau. Yo misma había pensado sugerir el tema de la horchata, pues el tiempo la pide a gritos. El tiempo climático y el cronológico, por aquello de no perder el contacto. Así que, vayamos quedando.
Me encanta el sentido del humor del amigo Montesinos. Yo tengo que decirle que me dan mucho más miedo los personajes de la foto que todos los que ha dado la historia del cine de terror. Y asco tabién, don Arnau. Casi tanto como las cucarachas.
También a mí me gusta la vagancia, incluso un poquito más de lo que se puede considerar saludable, Pumby. Pese a lo que diga Paco. Pero claro, debe ser -como dice la ratita- por el extremo calor. Así que, me voy a la ducha, a ver si me espabilo.
Nada, nada, Marisa, decía Cela que la gula y la lujuria no son pecados capitales si no honradísimas dedicaciones. Obviamente, y en pie de igualdad – e incluso superioridad – está la pereza. Te voy a recomendar como lectura de verano – es cortito y simpático – “El derecho a la pereza” de Paul Lafargue. Bueno, te lo recomiendo a ti y a todos. El cubano, yerno de Marx, fue apóstol del marxismo en España, aunque sus enseñanzas, especialmente en su amigo Pablo Iglesias, no cuajaron lo que debían. El concepto “ocio creativo” que él maneja con destreza, debía ser uno de los pilares, junto a “democracia participativa”, “laicidad” , “libertad, igualdad y fraternidad”, “derechos humanos”, “equidad ante la ley, diferencia en la cultura”, “respeto”, “equilibro ecológico y sostenibilidad económica” o tantos otros que, de forma explícita o implícita, se van desgranando por los “posts” de este “blog”, de un nuevo planteamiento global para un mundo diferente.
Otro asunto. La foto de “La cueva del gigante” es fun-da-men-tal… Como Serna es un adusto ciudadano de pro, intelectual exquisito y contenido – un espejo para las generaciones – y vosotros os comportáis con tal delicadeza, corrección y urbanidad que conformáis, entre todos, un universo de tolerancia y recato… este… lo escribo, lo leo, releo… y parece coña, pero, no, lo digo en serio… no hay sarcasmo, aunque haya mucha sensibilidad a flor de piel… sigo, pues, claro, decía que así, difícilmente se puede decir lo que realmente se piensa de ella ¡¡no por todo el mundo!!, faltaría más… pero sí por alguno/a que lo piensa pero se retiene o por un gañán como yo, un gato viejo, no exento de malas pulgas y con algún arañazo que otro en las tripas, un ser desmedido y repulsivo, que lo reconoce. Así que lo diré yo.
Ejercitemos las habilidades que Serna nos ha enseñado al analizar una foto. ¿Qué vemos?… Bueno… es una pregunta capciosa porque “sabemos” lo que vemos. Podemos reconocer el momento, las circunstancias, el lugar, los protagonistas… Pero, ya que es el ácido – incluso, grosero – felino el que habla… olvidemos las formas, la corrección… liberémonos de esos corsés que para eso estamos (casi) en verano y el calor desbarata… ¡al agua en bolas!
Imaginemos que la foto nos llega del Beluchistán Superior, que lo ignoramos todo de ella… ¿Alguien puede negarme que nuestra primera impresión sería la de dirigir la mirada al punto rojo, el más visible de la foto, y descubrir que es el vestido de una vicetiple borracha? (y discúlpenme las artistas de variedades sometidas al látigo del alcoholismo) ¿No es lo lógico mirar a la siguiente figura que destaca, esa de camisa blanca chillona, sonrisa encantadora y palmitas salerosas? ¿y quién es? obvio: un marieta jaleando la cogorza de la anterior (y perdónenme los homosexuales incapaces de reírse de si mismos) Metidos en esta harina, el tercero en cuestión sería quien aparece de forma más visible, aunque en la penumbra, tras los brazos de la festera… ¿quién? sí, es un tipo de aspecto rústico, aldeano, una especie de pastorcillo navideño escapado de algún Betlem franciscano (y perdónenme pero discúlpenme los de la COAG). El resto, la turba, se confunde en la torrencial salida de un local que, no me negaréis, tiene todo el aspecto de un local de carretera de la BBC (bodas, bautizos y comuniones)… qué paisanaje… ¡y qué gran foto, contertulios, qué gran foto!
De vez en cuando sienta bien no tener reflexiones, o reflexionar sobre el simple hecho de no tenerlas…y mañana será otro día…y al otro, otro…estoy convencidísima de que este clima repercute, no hay más qué pensar en los diálogos de las pelis rodadas en Almería, por ejemplo…poca imaginación?noooooo, exceso de calor y desertización, jajaja.
Ve cómo a veces es mejor no reflexionar, teniendo en cuenta hacia dónde me lleva a mi mi divagar?jajajaja.
Saluditos, como siempre, POP
Vuelvo. Debe ser el calor. O mi desgana. ¡Esto es contagioso!. Afortunadamente.
A ver qué pasa con la producción editorial y la distribución comercial de los libros… me quejaba de no tener el libro de Serna y Pons sobre Gramsci, y me preocupa poder acceder al libro de Veyrat.
Leer a Veyrat, desde luego, es un ejercicio de mesura y reflexión, algo que, como comprenderéis fácilmente, a mi me va muy bien, para serenarme, digo. Aunque, en realidad, conmueve por dentro, te raspa el espíritu o te embriaga de olores mediterráneos… de un Mediterráneo generoso, desde ese horizonte sevillano que mira al Atlántico al mesopotámico cuyas aguas vierten al Pérsico. Dada mi lamentable fama, no lo voy a recomendar. Si lo hiciera, probablemente, no lo adquiriríais. Así que no lo haré. Eso sí, no me privaré de saborearlo cuantas veces me apetezca, pues, como aquella historia, es un poemario interminable. Entras y sales de cada poema de Veyrat y nunca aciertas a saber si ya lo deglutiste o te sigue hablando. Y ante la duda, claro, vuelves. Y descubres que, en efecto, había más por leer, por aprehender, por disfrutar… o sentir. Sencillamente, sentir. Así que con una terquedad pasmosa, el lector se entremezcla con la obra y es incapaz de dejarla hasta la saciedad total. Como un buen vino. Excelente sin que por ello su ingesta acogorce (¡acabo de inventarme el palabro!). Hay que saber beber, eso sí. Ya vimos las funestas consecuencias de no saber hacerlo… “la foto” vuelve a mi retina… Veyrat, si la ve, se desternilla con el Trío Calaveras retratado, fijo.
Ayer empecé sin saber de qué escribir. Hoy, tras la lectura y relectura de Veyrat anoto lo que me provoca y por qué me aturde.
Está Dios en la poesía de la muerte?? El Serna ateo se aturde…??
Me atrevería a pedirle, Justo, que tome usted aliento más a menudo. Porque es entonces cuando su escritura resulta más intensa, su intención más contagiosa y su glosa de otras escrituras, como ahora la de Veyrat (don Miguel, le añoramos), entra en competencia con la del propio autor glosado. Si nos habla de un poema, su prosa es tan musical, que nos parece estar oyéndolo de la mismísima voz profunda del poeta. Y el cosquilleo que se ha instalado, al leerle, bajo mi piel, sólo se curará leyendo esa Razón del Mirlo con la que ha sido provocado.
Aunque ha colaborado también el minino impertinente, que a veces se vuelve de lo más pertinente y nos obsequia con una colección de palabras, como las de más arriba, que merecerían diccionario aparte, por las resonancias tan hermosas que tienen: “ocio creativo”,“democracia participativa”, “laicidad”, “libertad, igualdad y fraternidad”, “derechos humanos”, “equidad ante la ley, diferencia en la cultura”, “respeto”, “equilibro ecológico y sostenibilidad económica”. Y claro, Pumby, que leeré «El derecho a la pereza», pues a pesar de que -a veces- seas un cascarrabias no puedo negar tu buen criterio.
1. En la primera redacción del colofón escribí: «Varios de los poemas que aquí forman Razón del mirlo están dedicados a distintos personajes que conocemos: un homenaje del autor a algunos de ustedes, a algunos de los que frecuentan este blog».
Ahora lo he corregido y he puesto: «Varios de los poemas que aquí forman Razón del mirlo están dedicados a distintos personajes que conocemos: un homenaje del autor a algunos de nosotros, a algunos de los que frecuentamos este blog».
Por una simple cuestió de pudor había evitado esa primera persona del plural. Pero no quiero parecer desagradecido con Miguel Veyrat: me dedica un poema y lo digo.
2. El que yo, por dos veces, haya hablado del efecto de aturdimiento que este libro me provoca no implica valoración negativa alguna. Tampoco ceguera. He recibido un correo: el remitente espera que mi aturdimiento se disipe. ¿Con qué objeto? Para que pueda ver a través de los dedos transparentes la verdad de la poesía.
El aturdimiento no es un estado necesariamente negativo. La perturbación de los sentidos es, quizá, el estado propio de quien se deja arrebatar por lo que lee. Borges me aturde, por ejemplo, pero su poesía cerebral –eso que siempre se dice– no me impide entender lo que expresa…
3. Marisa, Marisa Bou: le agradezco sus palabras tan cariñosas, tan generosas, pero no exagere, por Dios.
4. Y ya que hablamos de Dios, respondamos a Pío Nono. No hay Dios: no hay Dios en la poesía de Veyrat, quiero decir. Al menos yo, en mi aturdimiento, no lo veo. ¿Soy ateo? Pero qué más da. Desde luego no invoco a Dios ni le echo en falta.
Querido Justo, gracias por tu recuerdo, fruto para alegría de un estado de ánimo que la sabiduría catalana resume en la lengua de los valencianos como «desficiós». Tal es lo que pretende la poesía, acabar con ese estado personal y levantar el ánimo para alegrar, celebrar, dudar e incluso para dolerse. O aturdirse. Y ya que lo preguntas, como te digo utilizando las mismas palabras de mi contestación al correo en que me anuncias este blog, estoy bien, en mi pequeño jardín banal, a veces insufrible cuando sopla el Levante, nada fresquito por cierto, del Estrecho, pero que resulta como has adivinado, en la misma especie de banalidad que disfrutaba la habitación de la que Joseph de Maistre no salió en toda su vida, pero desde la cual nos descubrió el inmenso mundo de nuestra civilización.
No hay nada nuevo en mi técnica poética: la inventaron ya los primeros poetas de la humanidad y la modernizaron Browning, Pound (il miglior fabbro) y posteriormenente Eliot… et altera. Precisamente para significarlo escribí La Voz de los Poetas. Como dice Francisco Rico en el excelente exordio a sus «Mil años de Poesía Europea», «El poeta más genuinamente representativo de los tiempos modernos funda y desvela la verdad del mundo, conformándolo de nuevo según su percepción única; y la poesía no quiere ya mostrar una realidad propia, sino ser ella la realidad (o, a veces, la nada)».
En cualquier caso siempre leo con gusto y provecho tus comentarios, que agradezco en todo lo que valen. Tu vastísima experiencia de lector hace aún más valiosas tus opiniones. Espero que tu aturdimiento se disipe y veas a través de los dedos transparentes de los poetas, «la andrógina ventana empañada del vacío».
Un fuerte abrazo para ti y para Encarna, magnífica lectora si bien recuerdo sus acertadisimas opiniones. El libro acaba de aparecer, como verás por el archivo del distribuidor que adjunto y me ha enviado mi librero, que lo sigue siendo, la Universidad Autónoma de Madrid. Dispongo de los primeros ejemplares y estos días haré un mailing donde está tu nombre. Por cierto, en la última línea olvidaste decir que uno de los poemas está dedicado precisamente a ti.
Con afecto,
Miguel
Veo que se han cruzado dos mensajes y Justo colgaba el suyo mientras yo escribía el mío. Disipadas algunas dudas, seguiremos los poetas escribiendo con nuestros dedos sobre el aliento que empaña el cristal del alba. Saludos a todos.
Muchas gracias, Miguel. Espero que el libro llegue pronto a las librerías para que los lectores puedan acceder a él sin intermediarios, que es lo que yo soy ahora al glosarlo.
Perdonen ustedes por mi intromisión en este lugar de «intelectualidad suprema». Pero mejor hubiera seguido usted con su silencio. ¡ Qué tostón !. ¡Qué pedantería!. ¡Qué florituras del lenguaje para no decir nada, porque no se entiende nada!.
La poesía del Sr. Veyrat lo mismo, no mueve ningún sentimiento y parece que la escribe para cuatro amigos que alucinan y se sienten aturdidos porque no hay nadie que comprenda lo que quiere decir en sus poemas. Resumiendo que sus lectores embebidos por la soberbia del conocimiento se dicen: «como no lo entiendo, esto tiene que ser bueno y de una altura intelectual de la leche»!.
¡Haga el favor!. Para escribir para cuatro amgios, mejor se mantiene usted en silencio y se tumba a la bartola!.
Perdonen mi escaso nivel intelectual. soy consciente de ello no hace falta que ahora me responda alguno recordandomelo. Pero salvo Pumby, estan ustedes en otra galaxia diferente a la de la mayoría de los mortales. Bajo mi punto de vista para eso no esta la intelectualidad, ni la cultura.
Usted Sr. Serna, Usted Sr. Veyrat tienen una obligación ética de hacer que su cultura llegue a los más bajos estratos de la sociedad. Y así no lo consiguen, sólo se doran la píldora unos a otros y terminarán reventando de soberbia intelectual.
Hasta luego
Un saludo para el gatito que me parece el más sensato de esta caverna.
Me apunto a la horchata. ¡Fechas, quiero fechas!:-P
1. Hombre, Juan, un abrazo. Le mantendremos informados. Yo calculo que en un par de semanas, hacia finales de junio estaría bien.
2. Lázaro, hacía meses que no escribía usted por aquí. Comete varios deslices en su comentario de hoy: tras el nick aparece una identidad que me resulta conocida. Sus palabras revelan impostación e impostura. Se le nota mucho…
Lo de la horchata es un clamor D. Justo.Pero me queda una semana,si quieren contar conmigo.
Malo. Después de San Juan llega mi hijo a Palma y no sé cuánto tiempo me hipotecará. Ya estaba en la web de Spanair mirando para el sábado 27 y me llamó para decírmelo:-)
El único consuelo que tengo es saber que, al menos, cuando me plante en Valencia tengo horchata y compañía asegurada. O eso espero:-)
Abrazos!
Sr. Planas.Conmigo siempre tiene usted una horchata (y algo más ), asegurada.Paga el blog
¡Por Tutatis, señor Planas! Lo de la horchata y la compañia no lo dude ni por un momento. Seríamos capaces hasta de llevárselas a las islas, je, je.
Don Justo, me ha encantado su texto. Para mi ha sido uno de los más entretenidos que he leido de usted. Será que se le da muy bien hablar de libros… No en vano le han dado un premio por Héroes Alfabéticos… Consigue que entren unas ganas tremendas de leer a Veyrat!
Y muy bueno incluir el tradicional póster de la enfermera pidiendo silencio. Yo la hecho mucho de menos…
Saludos.
Muchísimas gracias, Don Arnau y Don Alejandro…:-)
Cielos, qué cerca y qué lejos de casi todo están estas islas…
Sorry, «hecho» no, sino «echo».
1. Si a finales de junio no pueden, la horchata deberemos retrasarla hasta principios de julio. Yo voy a a estar en Santillana del Mar durante varios días en unas jornadas literarias dedicadas a Antonio Muñoz Molina, Luis Mateo Díez y Ángeles Mastretta. Ya les indicaré: van a ser retransmitidas por El País a través de Internet. Por eso, yo no podría antes del 26 o 27 de junio. Luego, sí.
2. Gracias, Candy Candy. Dice que se me da muy bien hablar de libros. Bueno, gracias. En realidad, lo que me gustaría es que se me diera bien hablar de lo que me gusta. A eso aspiro. A nada más.
Ah, por cierto, se me olvidaba. No cometamos ahora la descortesía de insistir en lo de la horchata cuando el objeto de que tratamos es la poesía de Miguel Veyrat, su nuevo libro: Razón del mirlo. A uno de los lectores de este blog, Lázaro, le parece que esa poesía resulta incomprensible y que «no mueve ningún sentimiento». Me parece una presunción muy aventurada decir esto sin haber leído Razón del mirlo. Si se dice a partir de mi glosa, más aventurado es el juicio.
Tiempo atrás, un lector habitual de este blog llamado Pedro –como «Pedro» firmaba– decía que no le gustaba la poesía oscura y que la de Veyrat lo era. Más aún, decía que la poesía de Veyrat le ponía mal cuerpo. Parece una grosería, pero es una feliz expresión. La poesía no está necesariamente para edulcorar o para atemperar o para sanar o para arreglar nuestras disfunciones. Quizá decir que a uno le pone mal cuerpo es un modo de decir que ha quedado conmovido. O que ha quedado aturdido. Es curioso: son expresiones que describen un estado de ánimo, pero sobre todo un estado órgánico o funcional del cuerpo. Somos cuerpo y poco más… Schopenhauer –y con él Nietzsche– postuló una filosofía corporal. Seguramente también podríamos hablar de una poesía corporal, aquella en la que el organismo queda trastornado por la expresión, por el pensamiento, por la disolución de esos frenos que la hipocresía y la civilización nos imponen. La palabra es tapadera civilizada, pero puede ser también expresión primigenia e irrepetible, prebabélica. ¿Cómo no nos va a quedar mal cuerpo tras esa epifanía?
Buenos días a todos. Últimamente llego tarde a todo, bueno, a casi todo, me faltan horas al día. Ayer leí el post y quise escribir de inmediato pero…
Efectivamente, Justo, la poesía de Miguel Veyrat aturde nuestros sentimientos, jamás puede dejar indiferente. He leído “Razón de mirlo”. He sido también una de las personas prvilegiadas que ha podido saborear sus páginas. La fuerza de su poesía ataca de forma maravillosa los sentidos, embriaga con más sed de lectura y engancha felizmente como los mejores placeres de la vida.
Me identifico claramente con aquellas palabras escritas por Justo en el post “Inversión poética”, escrito el 18 de abril de 2008:
“Al escribir (y al recitar), hay que hacerlo como si ese acto de enunciación fuera el último. La creación –la escritura– puede parecer un juego. Desde luego no lo es: no induce al reposo inactivo, o a la familiaridad. No es un adorno que embellezca la existencia…
“…La poesía acalora y enfría a la vez: despierta el elemento fantasmagórico que las rutinas nos velan y destapa ese lado irreal que nos desfamilariza. Nos creemos habitantes de una realidad palpable y ruidosa, nos creemos como en casa, y de repente un poema enérgico recitado con impostación suficiente nos altera o conmueve: no es acaloramiento. Es tensión…”
Cada uno de sus poemas los he leído con una tensión que produce una grata adrenalina. Hay que leer y releer. Leer a Miguel Veyrat asegura estremecer al alma con los sentidos espoleados a muchas revoluciones.
Justo, no deje de soprendernos con su escritura, aunque el calor nos quite las fuerzas.
No puedo permanecer indiferente a las emociones que aquí se expresan sin remitirlas no a mi mérito sino a ese «don de la ebriedad» que glosó Claudio Rodríguez y que yo también recibí al nacer, sin merecimiento alguno. Gracias Justo, gracias Julia, Marisa, Candy Kant de Villarrabitos e tutti quanti sienten algo con esa música de la palabra que intenta construir una metáfora del mundo.
Y por supuesto que en una Calle Mayor como esta de Internet pueden cruzarse, y deben, todo tipo de personas incluidos los bebedores de horchata, entre los que me cuento, a la vez que permanecen indiferentes a las chácharas útiles o inútiles de los demás.
Quiero decirles una cosa por último: Jamás he hablado mal (como suele ser costumbre en el gremio) de otro poeta. Creo que hacen falta más gónadas que las que se atribuyen usualmente a los toreros como para salir al centro de un ruedo, a pleno sol y con sólo un puñado de versos para cubrirse el cuerpo del embate de los astifinos que merodean por las plazas. Cuando se sacan los testes al sol se expone uno a gustar o no gustar, a recibir aplausos o tomatazos. Y se acepta de antemano. O sea que, pues eso, Justo, no te preocupes. Sé que hemos pasado momentos difíciles, como sucede a menudo a las personas que sienten y piensan de modo extremo y expuesto. Pero eso lo sabemos nosotros, que de corderos tenemos poco. Deja que balen las ovejas al son que creen que puede complacer a su pastor.
Salud.
Uhm. No pretendía ser descortés. Mi enhorabuena sincera -porque no sabría ni podría dártela de otra forma- por tu nuevo libro, Miguel.
La poesía de don Miguel, como he repetido en numerosas ocasiones, me turba y me emociona, sus versos me golpean con una fuerza que no acabo de explicarme. Pocos poetas se acercan tanto como él a la verdad, pura y primigenia, que encierra la palabra; pocos son los capaces de atrapar, siquiera por unos instantes, la esencia que gobierna el mundo.
Aguardo impaciente la «Razón del mirlo».
Gracias, Julia.
Indudablemente el título de este post es inadecuado para una correcta difusión de la obra de Veyrat. Pero el epígrafe de este post expresa el desconcierto con que empecé a escribirlo. No sabía exactamente de qué iba a escribir. La lectura de Razón del mirlo vino a imponerme la reflexión o la glosa que hago: he querido hacer partícipes a quienes leen el blog del cambio de rumbo en el post. O, en otros términos, cómo un libro te cambia lo que no sabías o no esperabas cuando empezaste a escribir. Si ahora cambiara el título del post traicionaría, de algún modo, lo que los poemas de Veyrat me causaron…
Escribir es hacer el amor
a un nombre. Un nombre escondido
cuyas resonancias
alumbran los poemas –a intensas
oleadas, que nos llevan
a la ruptura y a la muerte.
¿El lenguaje mata? Guarda
la culpa en el secreto
de su origen. Pero el canto
es existencia: Y el poema
una travesía de la muerte
del poeta –sólo el lenguaje sobrevive,
recipiente de lágrimas o cadena
significante: Donde respira a veces
la tragedia o el esplendor del sentido.
Pues a mí me pasa como a Julia Puig, también siempre llego tarde en este mundo virtual; es curioso, en la vida real soy muy cumplidora. Sólo aparezco un momentito para darle la enhorabuena a nuestro querido Miguel Veyrat por su nuevo libro, “Razón del Mirlo”; espero que llegue pronto a las librerías para poder disfrutarlo y comentarlo entre todos los contertulios. Yo también fui una de las afortunadas que leyeron el poemario antes de editarse y estoy de acuerdo con el comentario de Justo, me gustan sus reflexiones sobre la obra de nuestro amigo. Como muy bien dice Justo Serna, “la poesía de Veyrat tiene su tiempo, un tiempo largo, demorado, circular y reflexivo”. Está claro que, en estos momentos, carezco de dicho tiempo (últimos días de curso escolar, exámenes, selectividad…); además, nos os podéis imaginar lo que nos cayó encima con el triunfo del PP (lo último, nos mandan un correo electrónico a los centros escolares prohibiendo a los profesores que hablemos de una encuesta que están mandando a los padres, a través de los alumnos, sobre si quieren que las asignaturas “troncales” sean impartidas en castellano, gallego o inglés. Es la primera vez que nos limitan la libertad de expresión. Lo denunciamos y acaba de darnos la razón el Tribunal Superior de Xustiza. Es increíble lo que está pasando en este país, hasta echamos de menos a Fraga). Comprenderéis que con estos ánimos no puedo comentar la poesía de nuestro Miguel Veyrat, yo no soy poeta, no soy capaz de ver a través de los dedos transparentes la verdad de la vida, no soy capaz de cantar “para ahuyentar el miedo”, “en busca de cualquier certeza”. Sí soy capaz de leer la poesía de Miguel Veyrat y aprender y disfrutar con ella. ¡Enhorabuena, amigo Miguel! Un abrazo.
Sólo quisiera compartir con muchos, todos, esa sensación magnífica de sentirse abrazado. Estrechado entre adverbios adjetivos (pocos) nombres (todos) puntos comas vocales abiertas como brazos consonantes secas como gritos de pastores y capitanes de mesnada. Entre emociones entregadas y recibidas. Sólo cabe seguir y seguir, escribir escribir para ensanchar el grito y el abrazo.
… y esas nuevas misteriosas voces Candy Candy de azúcar morena, princesa jacinto que me nvuelven con viejos poemas casi olvidados para construir más y más sobre ellos. La felicidad literaria debe parecerse en algo a todo esto. No puede haber otra.