W. Héroes alfabéticos. Alfons Cervera

HÉROES ALFABÉTICOS

Alfons Cervera, octubre de 2009. Palabras de presentación en la entrega de Premios de la Crítica Valenciana  

Decía Mairena a sus discípulos que las únicas guerras justas son las que ganan los buenos. Lo decía a su manera, claro, pero es eso lo que pensaba Machado de las guerras y de sus protagonistas. Los premios literarios tienen algo, seguramente bastante, de paisaje y paisanaje bélicos. Casi siempre intervienen unos contra otros: los miembros del jurado (con gustos e intereses tan distintos), los propios escritores (que miran con animadversión y una miaja de codicia a sus colegas finalistas), incluso -y a veces sobre todo- las propias  editoriales añaden harina al caldo para espesar con sus presiones la salsa de nombres y de títulos que concurren al banquete. Unos contra otros, pues. A ver quién se lleva el gato al agua. Aquí, por tanto, lo que antes les decía sobre las guerras de Mairena. Y la misma conclusión a la que llegaba el poeta: los únicos premios literarios justos son los que reconocen la obra de los buenos escritores.

 Hoy celebramos la entrega de los Premios de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Las diversas disciplinas literarias que contempla la convocatoria han sido sometidas a escrutinio y lo que celebramos esta tarde es su representación última: aquí, en esta representación, los nombres y la escritura de los ganadores. Entre esos nombres está el de Justo Serna. Entre las escrituras que hoy alcanzan reconocimiento, su libro HÉROES ALFABÉTICOS, editado el año pasado por la Universitat de València.

 

Precisamente ahí conocí hace muchos años a Justo Serna. Él y su inseparable amigo y colega Anaclet Pons dirigían en la Universitat de València un foro cultural que se llamaba Aula de Debates. Yo tuve la inmensa suerte de que me invitaran a presentar alguno de sus actos y recuerdo gratamente los que tuvieron a Javier Marías, Carmen Martín Gaite, Carme Riera o Caballero Bonald, entre otros escritores ilustres, como protagonistas. Cuando años después me propuso el rector y amigo Pedro Ruiz Torres que abriéramos en la Universitat de Valencia una ventana a la calle, una ventana por donde se colara ese aire que demasiadas veces la institución académica rechaza con buenos o malos modos, no tuve ninguna duda: la referencia era -con los matices que convierten la obra de otros en de uno mismo- aquella Aula de Debates que habían puesto en marcha Justo Serna y Anaclet Pons en nuestra universidad. El Fòrum de Debats, que yo dirijo en el edificio cultural La Nau, dura desde entonces, la friolera ya de trece años, y la amistad implacable, intransigente, con Anaclet y Justo sigue tan fuerte como aquel día en que me invitaron a presentar en el Paraninfo de la Nau al escritor Javier Marías.

 

Después leía lo que escribía Justo en los periódicos. En El País. En el Levante-EMV. En su blog. Por cierto, yo supe lo que era un blog hace poco tiempo. Un día me escribe Justo un correo y me dice: “abre mi blog y verás lo que he escrito sobre ti y Javier Cercas”. Me pregunté qué era un blog y lo supe cuando alguien me dijo cómo acceder al texto que mi amigo comentaba. Algunas veces ha escrito Justo Serna sobre mis novelas. Y eso me llena de satisfacción, de honda alegría, de un infinito orgullo agradecido. Fue en ese seguimiento de sus textos excelentes donde descubrí su gran pasión: la lectura. Cuenta él en su libro ganador que una vez le preguntaban a un famoso historiador qué deberían hacer los jóvenes que querían dedicarse a la historia. El reconocido historiador contestó: leer novelas. Pues eso descubrí yo también en las columnas de Justo Serna: su amor, su ilimitado amor por los libros. La pasión por la literatura. No hay mejor manera de expresar ese amor, la pasión que les cuento, que diciéndolo en voz alta. Y no hay voz más elevada que la que se escribe. Porque ya se sabe que las palabras pueden ser, como los globos, un juguete en la veleta que mueve a su antojo el viento traicionero. Pero la palabra escrita no se va a ninguna parte, no huye ni sola ni en buena o mala compañía, está ahí, como la verdad que canta Joan Manuel Serrat en una de sus canciones más imprescindibles: la palabra escrita, como la verdad del cantante, no tiene remedio, no admite vuelta atrás. Y será esa condición precisamente, su carácter de indomable persistencia, lo que llene la escritura, cualquier escritura, de nobleza o de estulticia.

 

Lo que cuenta Justo Serna en HÉROES ALFABÉTICOS es su amor por los libros de los otros. No de cualquiera, claro, sino de aquellos otros que ayudan a que la escritura sea un prodigio incalculable y a que algunas de sus páginas nos salven la vida o, al menos, eso que muchas veces se le parece. “Quien ha leído un libro emprende viajes para los que no hay fronteras ni nacionalidad ni lenguas, visitando un mundo posible que es más ancho y más secreto que el que le rodea afectivamente, porque ese mundo de ficción es populoso y alberga todos los mundos y quimeras que lo preceden”. Son palabras de Justo Serna estampadas en su libro. Son las palabras llenas de satisfacción de un lector que alardea de serlo. Lo dice él mismo: el autor es importante, pero sin alguien que lo lea no es nadie. El sentido de lo que acabo de decir es suyo, o eso creo, la manera en que se lo acabo de decir a ustedes es mía y espero que con ella no haya traicionado el papel, el imprescindible papel, que Justo Serna confiere a la figura del lector.

 

En HÉROES ALFABÉTICOS salen todos los personajes de ficción con los que llevamos siglos cruzándonos en el pasillo de nuestra existencia. Desde el marido medio tonto de Emma Bovary hasta el conde Drácula encontraremos en sus páginas extraordinarias el talento de un hombre apasionado por la escritura de los otros. No sé de cuántos otros. De muchos otros. De muchos. En eso desdice el autor a uno de sus más admirados literatos: Jorge Luis Borges. Y también, de paso, a un clásico cuyo nombre siempre se me olvida. Decía Borges que con los poemas de Quevedo, Browning, Unamuno y Walt Withman habría suficiente para cumplir toda una vida de lectores caídos en las redes de la poesía. Ya ven ustedes que no siempre el argentino ciego tenía razón. Si se hubiera cumplido su cruel designio a rajatabla, hoy no estaría aquí Vicente Gallego para  recibir el galardón de la Crítica ni Antonio Cabrera cantando las excelencias de su libro, seguro que con el mismo entusiasmo que hace veinticuatro años escribió un prólogo sabio y entrañable a mi libro de poemas “Canción para Chose”. Y lo mismo serviría para el clásico aguafiestas: con ocho o nueve libros tendríamos bastante para cumplir toda una vida de lectores insobornables. Eso decía y yo creo que algo de razón no le faltaba. El mercado ha convertido las librerías en una emboscada y dirige el gusto literario por los derroteros más tétricos de la desvergüenza. Y será ahí, en los territorios negros de aquella emboscada, donde abrirá huecos de luz el visitante sagaz que, como Justo Serna, rechaza cualquier imposición y elige por su cuenta y riesgo lo que ha de llenar su tiempo de lectura.

Y es aquí, en la lista que el autor desliza por las páginas de HÉROES ALFABÉTICOS, donde uno, como lector entusiasta de otro lector que ha hecho de la lectura una de las pasiones más irrenunciables, se reconoce en los paisajes y paisanajes literarios que Justo Serna le propone. Y de paso, también, uno descubre -por lo que antes les decía de Borges y del clásico- que algunas veces los genios también dicen tonterías. Y en esa tarea descomunal de descubrirnos mundos que creíamos inexistentes, destaca un detalle que para mí ha resultado de lo más sorprendente y enriquecedor: en todos los libros podemos encontrar algo que nos enseñe a mirar lo que nos rodea de una manera diferente a como lo veíamos antes de cerrar la última página y dejarlo descansar, como yo decía en ese libro hermosamente prologado por Antonio Cabrera, “boca abajo y abierto, como un pájaro abatido”. Y es que Justo Serna no separa la literatura en porciones como los quesitos El Caserío. Claro que nos habla de lo que podríamos llamar gran literatura, claro que sí. Pero también en la bien o mal llamada literatura de consumo encuentra -y nosotros con él- esa historia que puede ser una buena historia pero que lo es todavía más por la manera en que nos es contada. Ocupa así, el bestseller, un espacio importante en sus dedicaciones y preferencias lectoras. Y con el bestseller, ya digo, toda una lista de nombres y de obras que nos invita a seguir leyendo el resto de nuestra vida. A esa lista -y que me exculpe Justo la intromisión- añado aquí y especialmente esta tarde la novela que alguien glosará a continuación: “El testamento ológrafo”. Tuve la fortuna de presentarla, con su autor y editor, en la Feria del Libro de Valencia. A su autor, Honorato Boscá, le respeto como escritor y más aún por la amistad que nos juntó hasta que ese derrumbe de todo que es la muerte nos dejó solos, sin él, hace unos meses.

 

Y regreso al otro amigo y a su libro. Lo que ha valorado el jurado de estos Premios de la Crítica en su apartado de ensayo no es pues el libro de un escritor que se llama Justo Serna sino el de un lector que miren ustedes por dónde se llama de la misma manera que el historiador notable y que el columnista que escribe en diversos medios y con diferentes formatos periodísticos. Las guerras de Mairena siempre las ganan los buenos. Los premios literarios hay veces en que felizmente no los ganan los buenos escritores sino los lectores excelentes. Este año ha sido así, con el reconocimiento a Justo Serna y a su libro extraordinario.

 

Gracias, pues, a ese jurado por su decisión y a mi amigo Justo por haberse pasado días y noches enteras leyéndome en voz alta su amor apasionado por los libros, esos libros que tantas veces, tantas, acabarán un día u otro salvándonos la vida.  

 Muchas gracias.

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