Lectura de Mario Vargas Llosa

Uno. Me acabo de enterar de que han concedido el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. No saben cuánto me alegro. No saben lo que he disfrutado y espero seguir disfrutando con la lectura de sus novelas. Lo vengo haciendo desde 1979, año en que cayó en mis manos La Tía Julia y el escribidor (1977). Su habilidad como novelista es indiscutible. Después trataré de comentar esta virtud suya que tanto me pasma.

Pero, además, me maravilla su entusiasmo lector, esa fina crítica que sabe hacer. Pocos aconsejan como él lo hace, con esa contagiosa exaltación; pocos saben provocar tanto interés por lo que lee. Y recomienda como escribe: con esmero y placer, como si eso que te cuenta fuera lo último que le atara a la vida; como si esa glosa justificara su paso por el mundo, un lugar que vale la pena, aunque sólo sea por el deleite que nos procuran las historias que leemos.

Traté de celebrar su condición lectora en un artículo aparecido tiempo atrás. Corría el año 2002 y se acababa de reeditar La verdad de las mentiras, un libro de ensayos, un volumen de prólogos que aún me fascina. Yo lo había leído en Seix Barral. Para aquellas fechas releí el volumen en la nueva edición de Alfaguara. «Un buen narrador es siempre y primeramente un cuidadoso lector, alguien que se examina y que se recrea con la ficción, con los libros y con el arte mismo de la invención. Vargas Llosa lo demuestra en cada página que celebra o que escribe», empezaba diciendo en Ojos de Papel.

Luego, años después, volví sobre ello: sobre la cualidad lectora y analítica de Vargas Llosa, justo cuando el autor acababa de publicar un ensayo dedicado a Juan Carlos Onetti: todo un ejemplo de perspicacia y de amor por el objeto de análisis. Las categorías son las mismas que ya empleara cuando estudiaba a Gabriel García Márquez en Historia de un deicidio o cuando examinaba a Gustave Flaubert en La orgía perpetua. Una orgía lectora, ciertamente.

Dos. Los certámenes literarios traen consecuencias, sí. En situaciones como éstas, cuando conceden un premio a un escritor solemos comentar nuestros tratos con él, con su literatura: cuándo lo descubrimos, cuando leímos su primera novela, cuándo nos maravillamos, cuándo nos decepcionó.

Si nos marca suficientemente, si su obra tiene repercusión, empleamos la figura del galardonado para detallar una parte de nuestra autobiografía. Perdonen la comparación, pero nos ocurre como con las notas necrológicas: que quien las escribe nos detalla sus relaciones con el finado. ¿Es un exceso narcisista? Es una limitación común y es una querencia muy humana.

Pasé el verano de 1993 y una parte del 1994 leyendo o releyendo, una tras otra, las obras de Mario Vargas Llosa en aquellas ediciones elegantes de Seix Barral: algunas que ya conocía y había disfrutado, como aquellas que contienen referencias explícitamente autobiográficas, singularmente Conversación en La Catedral; y algunas otras que fui añadiendo y completando, como aquellas que trascienden lo limeño para adquirir la dimensión de la novela total. Me refiero, por ejemplo, a La guerra del fin del mundo. Los recursos son variados y su capacidad descriptiva en ocasiones son retratos deslumbrantes.

«El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Calzaba sandalias de pastor y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el hábito de esos misioneros que, de cuando en cuando, visitaban los pueblos del sertón bautizando muchedumbres de niños y casando a las parejas amancebadas. Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus costumbre frugales, en su imperturbable seriedad que, aun antes de que diera consejos atraía a las gentes. Aparecía de improviso, al principio solo, siempre a pie, cubierto por el polvo del camino…»

La guerra del fin del mundo (1981) me fue tempranamente recomendada, nada más aparecer, por un inteligentísimo librero cuyo establecimiento –llamado El cudol— yo frecuentaba por entonces. Me insistía una y otra vez: es la novela total, es un logro de pasado y ficción. No le hice mucho caso. Tardaría un par de lustros a disfrutar de esa pieza monumental, excesiva…

De toda la riqueza imaginativa que hay en sus ficciones, de todos los artificios de que se vale de inspiración cinematográfica, recuerdo los diálogos telescópicos (o vasos comunicantes), esas conversaciones  que le sirven para enlazar tiempos distintos con elipsis y saltos temporales deliberados.

Tres. Pero recuerdo también algo más emocional: el peso del padre, la figura generalmente odiosa, detestable, que el progenitor tiene en sus ficciones. Por lo común no sale bien parado. Y es una fuerza motriz de interpretación abiertamente freudiana. Hace meses, en junio de 2008, lo traté expresamente en una entrada de este blog. Permítanme repetir esas palabras.

«“Ese señor que era mi papá”. No haber tenido cerca al padre no es necesariamente un problema. La orfandad no es, fatalmente, un grave quebranto, como tampoco lo es por fuerza la familia monoparental. Hay jóvenes que han crecido sin el padre o muchachos que lo han perdido tempranamente (siempre es tempranamente) y han sabido componérselas o reponerse. Han rehecho su vida asumiendo la orfandad, haciendo el duelo. El problema se da cuando el padre real existe pero se le toma como un tipo fraudulento: cuando se fantasea con el padre biológico como un impostor. Es entonces cuando se piensa: llegará un día en que mi progenitor auténtico regrese… A esta patología (bastante corriente, por otra parte, Freud la llamaba “novela familiar del neurótico”). El problema se da también cuando la figura del padre, olvidada o sepultada, reaparece real o fantasiosamente. Ésos son los casos, por ejemplo, de Mario Vargas Llosa o de Barack Obama.

« Aún recuerdo el primer capítulo de El pez en el agua, las memorias de Vargas Llosa que leí en 1993. Me dejó muy impresionado dicho apartado. ¿Su título? “Ese señor que era mi papá”. Esas páginas son una recreación personal del complejo de Edipo…, pero con un retraso de diez años. Ni más ni menos. Marito había crecido creyendo haber perdido al padre. Así se lo habían dicho en la familia. De repente, a la edad de diez años, justo cuando descubre lo que significa cachar, cuando descubre que sus padres también habían cachado, regresa un señor que dice ser su papá. “La revelación fue traumática”, admite, “al imaginar a esos hombres animalizados, con los falos tiesos, montados sobre esas pobres mujeres que debían sufrir sus embestidas. Que mi madre hubiera podido pasar por trance semejante para que yo viniera al mundo me llenaba de asco, y me hacía sentir que, saberlo, me había ensuciado y ensuciado también  mi relación  con mi madre y ensuciado de algún modo la vida”. Tuvo que pasar mucho tiempo, añade Vargas Llosa, “antes de que me resignara a aceptar que la vida era así, que hombres y mujeres hacían esas porquerías resumidas en el verbo cachar y que no había otra manera de que continuara la especie humana y de que hubiera podido nacer yo mismo”.

« Cómo decir: que un padre desaparecido –al que se ha idealizado, al que se ha mejorado, con el que se ha fantaseado– regrese para hacerse cargo de la realidad, para reapropiarse de la madre, debe de ser insoportable…. Insoportable: especialmente para un niño de diez años que, años después, aún recuerda la tensión, el odio, la pesadilla. O más exactamente: “la crueldad, el miedo, el rencor, dimensión tortuosa y violenta que está siempre”. Las páginas que Vargas Llosa le dedicaba a su padre en 1993 aún transpiran esos sentimientos. “Se inclinó, me abrazó y me besó. Yo estaba desconcertado y no sabía qué hacer. Tenía una sonrisa falsa, congelada en la cara. Mi desconcierto se debía a lo distinto que era este papá de carne y hueso, con canas en las sienes y el cabello tan ralo, del apuesto joven uniformado de marino del retrato que adornaba mi velador. Tenía como el sentimiento de una estafa: este papá no se parecía al que yo creía muerto”. Ese sentimiento es exactamente el que describe Freud en su ensayo dedicado a la novela familiar del neurótico: es una impresión fuera de contexto, igualmente retrospectiva, pero aún más fraudulenta ».

Eso me decía dos años atrás. Y confirmo que la figura paterna que usurpa y que amenaza es un subtexto frecuente en el escritor peruano. Pero la dolencia psíquica no garantiza necesariamente buena literatura. Las pérdidas emocionales no confirman imaginaciones creadoras, ni siquiera reparadoras. Hace falta una vocación orgullosa; hace falta dedicación y empeños constantes; hace falta una cuidada sintaxis; hace falta experimentar con la arquitectura narrativa; hace falta un oído educado, fino, sensible, apto para captar las voces de los personajes imaginados; hace falta, en fin, contar una buena historia, el roce entre el individuo desarbolado y la institución que lo ciñe, que lo ahoga.

Cuatro. Leo ahora el artículo que Antonio Muñoz Molina dedica a Vargas Llosa, la tribuna con la que homenajea al galardonado. Lo titula «El lector en el laberinto» y esa ambigua formulación me sugiere muchas cosas. Remite, claro, a Gabriel García Márquez, a El general en su laberinto. Y remite a una figura inspirada por Jorge Luis Borges: la del lector como destinatario de la historia y a la vez como aquel que actualiza lo que está inerte. El lector como agente de una obra de creación que se completa cuando llegamos al final de la historia y sentimos que aquel mundo expresado, narrado y representado es ya el nuestro.

Hace años, al acabar Conversación en La Catedral, tuve esa sensación. ¿Cuál? La de que una parte de mi realidad material se esfumaba tras días de intriga, de emoción, de inquietud: con ese padre odioso que protagoniza el relato, omnipresente a lo largo de toda la ficción. Es una experiencia como pocas recuerdo haber vivido.

Y a la vez recuerdo la gratitud que yo le debo no sólo a Mario Vargas Llosa por aquel mundo que no me concernía e hice propio. El agradecimiento más emocionado se lo debo a un antiguo profesor: un exiliado cubano, filólogo, residente en Valencia que se ganaba la vida enseñando inglés. Cuando no nos impartía clase de idioma hacía la tesis sobre dicha obra. ¿Imaginan? Un doctorado sobre Conversación en La catedral.

Corría el año 1975 y, por tanto, el boom de la literatura latinoamericana aún nos llegaba y nos afectaba: con una emoción que no he olvidado aquel joven profesor, aquel lector entusiasta y sabio que vino de América me hizo descubrír Conversación en La Catedral. Aún tardé años en leerla, pero no he olvidado ese acto de generosidad docente.

Dice Antonio Muñoz Molina en su blog: «Carlos Rubio, corresponsal de Reforma, de México, a quien conozco desde hace ya muchos años, me pregunta qué me parece algo que Mario ha dicho, que éste era un premio a la lengua española. Le digo que no estoy de acuerdo, con todos los respetos: aquí lo que se celebra es a un escritor, no a un idioma, porque esas novelas podrían estar escritas en cualquier otra lengua, y tratar de otros personajes y otros países, y el efecto sería el mismo».

Qué razón tiene cuando dice eso. Y qué nacionalismo estrecho he visto en algunas portadas y artículos de la prensa local, celebrando al autor nacionalizado español. No se premia a una lengua, por favor. El galardón se concede a una obra: se festeja un acto de creación, la suma del arte.

Cinco. Leo en El País el artículo que Javier Cercas dedica a Mario Vargas Llosa. Habla del escritor hispanoperuano con justeza y exageración, con precisión e hipérbole. Ambas cosas son posibles en la prosa arrebatada de Cercas.

El artículo es un ditirambo muy bien justificado, el escrito de un lector que expresa alegría y correspondencia, la laudatio de un colega agradecido. Con el autor de Anatomía de un instante sucede lo mismo que con Vargas Llosa o con Muñoz Molina:  Cercas no parece tener envidias que le envenenen; no parece acumular rencor por el que hacernos pagar.

Escribe endiabladamente bien y no necesita ser cicatero con los novelistas grandes. Y además es un profesor que sabe. Quiero decir: que sabe enseñar lo que admira. Echen un vistazo a esta fotografía de Luis Magán. Se sujeta la cabeza con la mano derecha y se cubre prácticamente la boca con la mano izquierda. No parece mostrar cansancio. Es la actitud del observador inquisitivo y quizá impulsivo.

Mira fijamente porque aprecia lo que le interesa. Parece estar escuchando. No por mucho tiempo, desde luego. No sé cuál es la secuencia que sigue ni la fecha de la instantánea, pero estoy seguro de que pronto no podrá callarse: instantes después saltará con convicción a hablar de lo que admira, de lo que reconoce, de lo que aprecia.

Distingo en primer plano y algo borrosa una grabadora: también un vaso de Duralex, un bolígrafo Bic y una cuartilla. No parece necesitar más: interés por el mundo y algo que contar, que escribir. Ha apurado el vaso. Menudo trago: Premio Nacional de Narrativa.

Punto y seguido.


Últimas noticias: Javier Cercas, Premio Nacional de Narrativa por Anatomía de un instante

Hemeroteca Javier Cercas

-Justo Serna, Reseña de Anatomía de un instante (Mondador, 2009), Ojos de Papel, 1 de junio de 2009

-JS, «Un hombre solo. Las pequeñas virtudes en Javier Cercas», Ojos de Papel, 3 de septiembre de 2010

Hemeroteca del mes

Justo Serna, «Antonio Muñoz Molina. El tiempo en sus manos», Ojos de Papel, 4 de octubre de 2010

Alejandro Lillo, Reseña de Ivo Andric: Un puente sobre el Drina (RBA Libros, 2010), Ojos de Papel, 5 de octubre de 2010

JS, «El horror, el horror». Reseña de H. P. Lovecraft, El horror sobrenatural en la literatura (Valdemar, 2010), Mercurio. núm. 124, octubre de 2010

A.L., «Pasión por la taiga». Reseña de Juan Eduardo Zúñiga, Desde los bosques nevados (Galaxia Gutenberg), Mercurio, núm. 124, octubre de 2010

37 comentarios

  1. Es una buenísima noticia, me alegro por todos los ratos de satisfacción y de buena lectura que me ha proporcionado.
    Veo que inicia el post con un libro que no es una ficción “la verdad de las mentiras”, me ha venido a la cabeza un estupendo artículo que escribió y al que tituló “la mentira de las verdades” donde hacía una atinada reflexión entre la historia y la literatura y acababa señalando que “mentir para decir verdades es un monopolio exclusivo de la literatura”.
    Qué fascinante es el poder creador de la mentira, como decía Steiner: “la capacidad de crear mundos que no están en éste”.

  2. Recuerdo con muchísimo agrado la primera novela que leí de Vargas Llosa: «La ciudad y los perros». Me pareció magnífica. Me alegro mucho por él y por la literatura en español. Casi nunca estoy de acuerdo con sus tribunas en El País, pero es una persona a la que leo con sumo interés y respeto. Siempre me obiga a pensar y a repensarme y eso, la verdad, es de agradecer.

    Por otro lado quería agradecerle, señor Serna, el detalle de esos enlaces a las reseñas. Es usted muy considerado.

  3. Alejandro, a mí también me impactó mucho «La ciudad y los perros», pero sobre todo recuerdo lo que me divertí con «Pantita» y sus alegres «visitadoras». ¡Qué diferencia entre aquel Vargas Llosa y el de las actuales tribunas a las que usted alude. No me gusta demasiado el desarrollo que ha tenido su personalidad a lo largo del tiempo.

    Me siento mucho más cercana a Bryce Echenique, con su inefable sentido del humor, su aire distraído y su gran humanidad. A Llosa lo encuentro algo petulante. Sin dejar, claro está, de admirar su gran capacidad narrativa, justamente reconocida con este premio. Pero, ¡ay!, las preferencias son las preferencias…

  4. No sé por qué detestan al Vargas Llosa articulista. Creo que también es un maestro en el arte de la pieza corta. Sus mejores artículos son historias bien contadas, con un motivo que las justifica y con una moraleja que sutilmente extrae.

    ¿No les gustan sus contenidos? En su caso milita en el liberalismo aconfesional y, particularmente, en el neoliberalismo, cosa que ha servido para demonizarlo. Nunca peor dicho. Sostiene como nadie la condición laica del Estado y sostiene la libertad moral contra toda intromisión del Estado mojigato: no me dicten la moralidad y las creencias que debo profesar. Por eso, su radicalismo –‘libertario’ lo llama él– le ha llevado a criticar a presuntos liberales meapilas, a correligionarios que añoran el catolicismo rancio. O le ha llevado a criticar los abusos, los excesos de un país que admira: Israel.

    Le recuerdo siempre defendiendo los derechos humanos y el sistema democrático contra cualquier experimento tiránico; le recuerdo siempre defendiendo la globalización y la comunicación abierta frente al populismo nacionalista, la excepción cultural, el cierre. Falta en él una reflexión sobre la piedad, sobre la compasión, algo que sí estaba en el Adam Smith de la ‘Teoría de los sentimientos morales’.

    Nobody is perfect.

  5. No, no, don Justo. No he dicho que deteste al Vargas Llosa articulista. Sólo que casi nunca estoy de acuerdo con lo que escribe, pero que lo leo con mucho interés y respeto. Su liberalismo tiene aspectos muy interesantes e incluso admirables. Coincido en que también abraza, en ciertos aspectos, el neoliberalismo y, aunque sé a lo que se refiere, ésste último no es aconfesional. O, al menos, así me lo parece a mí. Pero es un hombre que me parece honesto. En ocasiones comparto sus opiniones, otras muchas me irrita, pero me parece honesto en sus ideas y en sus argumentaciones. Por eso lo sigo leyendo, porque aprendo cosas de él, porque como decía, me hace pensar. Estoy muy lejos de detestarlo.

  6. Quizá me he expresado con un verbo totalmente inadecuado. Al menos inadecuado para referirme a la prevención que sus artículos le provocan o les provocan.

  7. Descuide, don Justo. Además, seguimos de enhorabuena: acaban de darle el Nacional de Literatura a Javier Cercas por «Anatomía de un instante».

  8. Dije el nacional de Literatura y es el de Narrativa. Si es que esto de no dormir no puede ser bueno…

  9. Cuatro. Leo ahora el artículo que Antonio Muñoz Molina dedica a Vargas Llosa, la tribuna con la que homenajea al galardonado. Lo titula «El lector en el laberinto» y esa ambigua formulación me sugiere muchas cosas. Remite, claro, a Gabriel García Márquez, a El general en su laberinto. Y remite a una figura inspirada por Jorge Luis Borges: la del lector como destinatario de la historia y a la vez como aquel que actualiza lo que está inerte. El lector como agente de una obra de creación que se completa cuando llegamos al final de la historia y sentimos que aquel mundo expresado, narrado y representado es ya el nuestro.

    Hace años, al acabar Conversación en La Catedral, tuve esa sensación. ¿Cuál? La de que una parte de mi realidad material se esfumaba tras días de intriga, de emoción, de inquietud: con ese padre odioso que protagoniza el relato, omnipresente a lo largo de toda la ficción. Es una experiencia como pocas recuerdo haber vivido.

    Y a la vez recuerdo la gratitud que yo le debo no sólo a Mario Vargas Llosa por aquel mundo que no me concernía e hice propio. El agradecimiento más emocionado se lo debo a un antiguo profesor: un exiliado cubano, filólogo, residente en Valencia que se ganaba la vida enseñando inglés. Cuando no nos impartía clase de idioma hacía la tesis sobre dicha obra. ¿Imaginan? Un doctorado sobre Conversación en La catedral.

    Corría el año 1975 y, por tanto, el boom de la literatura latinoamericana aún nos llegaba y nos afectaba: con una emoción que no he olvidado aquel joven profesor, aquel lector entusiasta y sabio que vino de América me hizo descubrír Conversación en La Catedral. Aún tardé años en leerla, pero no he olvidado ese acto de generosidad docente.

    Dice Antonio Muñoz Molina en su blog: «Carlos Rubio, corresponsal de Reforma, de México, a quien conozco desde hace ya muchos años, me pregunta qué me parece algo que Mario ha dicho, que éste era un premio a la lengua española. Le digo que no estoy de acuerdo, con todos los respetos: aquí lo que se celebra es a un escritor, no a un idioma, porque esas novelas podrían estar escritas en cualquier otra lengua, y tratar de otros personajes y otros países, y el efecto sería el mismo».

    Qué razón tiene cuando dice eso. Y qué nacionalismo estrecho he visto en algunas portadas y artículos de la prensa local, celebrando al autor nacionalizado español. No se premia a una lengua, por favor. El galardón se concede a una obra: se festeja un acto de creación, la suma del arte…

  10. Me trae muy buenos recuerdos, Vargas Llosa… El lunes me ocuparé un poco de ellos, igual que hace unos días me ocupé de mí mismo para el obituario de M. A. Velasco (Don Justo siempre acierta en sus diagnósticos). Un abrazo!

  11. Hola, sr. Planas, qué alegría tenerle por aquí. ¿Por qué no se prodiga más entre nosotros? Cuando digo esto no me refiero a este blog. Me refiero a Valencia: a ver cuando viene por esta ciudad, que la última vez lo pasamos muy bien: con Alejandro, con Isabel, con Marisa, con Paco, con Encarna… Con Javier. Usted recordará.

    Tengo pendiente la lectura de un poemario que usted sabe. Lo quiero leer bien. Dígaselo al autor.

    Ah, sr. Planas, pero qué tontería es esa de que acierto en mis diagnósticos. El futuro lo veo muy lejano y el pasado es lo que estudio. ¿Y el presente? Con mantener la verticalidad ya tengo suficiente: esta espalda me está matando.

    Un fuerte abrazo.

  12. Y a mí la mía (la espalda;-) pero aún así no sabe cuánto deseo regresar a Valencia… Ya tendrá que ser el año próximo, pero será. Le doy mi palabra.

    Y mi abrazo, personal y general, por supuesto.

  13. ¡No me digan que tenemos una epidemia de «espaldas fastidiadas» en el blog! Será cuestión de que nos agenciemos una Jane Goodle que nos estudie sobre el terreno, no sea que seamos una especie en extinción… ¿Hay algún voluntario/a por ahí?

  14. Añado: un cuidadoso abrazo, señor Planas. Y me sumo a los deseos de don Justo de verle a usted por aquí.

  15. Cinco. Leo en El País el artículo que Javier Cercas dedica a Mario Vargas Llosa. Habla del escritor hispanoperuano con justeza y exageración, con precisión e hipérbole. Ambas cosas son posibles en la prosa arrebatada de Cercas.

    El artículo es un ditirambo muy bien justificado, el escrito de un lector que expresa alegría y correspondencia, la laudatio de un colega agradecido. Con el autor de Anatomía de un instante sucede lo mismo que con Vargas Llosa o con Muñoz Molina: Cercas no parece tener envidias que le envenenen; no parece acumular rencor por el que hacernos pagar.

    Escribe endiabladamente bien y no necesita ser cicatero con los novelistas grandes. Y además es un profesor que sabe. Quiero decir: que sabe enseñar lo que admira. Echen un vistazo a esta fotografía de Luis Magán. Se sujeta la cabeza con la mano derecha y se cubre prácticamente la boca con la mano izquierda. No parece mostrar cansancio. Es la actitud del observador inquisitivo y quizá impulsivo.

    Mira fijamente porque aprecia lo que le interesa. Parece estar escuchando. No por mucho tiempo, desde luego. No sé cuál es la secuencia que sigue ni la fecha de la instantánea, pero estoy seguro de que pronto no podrá callarse: instantes después saltará con convicción a hablar de lo que admira, de lo que reconoce, de lo que aprecia.

    Distingo en primer plano y algo borrosa una grabadora: también un vaso de Duralex, un bolígrafo Bic y una cuartilla. No parece necesitar más: interés por el mundo y algo que contar, que escribir. Ha apurado el vaso. Menudo trago: Premio Nacional de Narrativa.

    Punto y seguido.

    Entrevista a Javier Cercas tras la concesión del Premio Nacional de Narrativa (aquí)



    Últimas noticias: Javier Cercas, Premio Nacional de Narrativa por Anatomía de un instante

    Hemeroteca Javier Cercas

    -Justo Serna, Reseña de Anatomía de un instante (Mondador, 2009), Ojos de Papel, 1 de junio de 2009

    -JS, «Un hombre solo. Las pequeñas virtudes en Javier Cercas», Ojos de Papel, 3 de septiembre de 2010

  16. Me lo he pasado pipa leyendo el artículo de Cercas sobre Vargas Llosa. Transmite la misma pasión por la literatura que elogia en el escritor peruano. Divertido y serio, esclarecedor y incitante. Gran artículo, si señor.

  17. Se está poniendo todo el mundo tan pesado con Vargas-Llosa -incluyéndoles a ustedes- que me veo obligado a intervenir. Hay un episodio de Los pitufos en que un acto de brujería hace que aparezca en la aldea una preciosa pitufita. Todos enloquecen por ella y disputan por ser el elegido de la bella dama azul. De pronto, el único que parece ser fiel a sí mismo, el pitufo gruñón, aparece al margen y de espaldas al grupo de fans y, con su habitual cara de amargado, grita: «A mí no me gusta nada la Pitufita»

    Pues bien, a mí tampoco me gusta la Pitufita, en este caso el escritor peruano. Harán bien en desoír este gruñido porque conozco mucho menos sus novelas que cualquiera de ustedes. Yo crecí con García Márquez -a éste sí me lo conozco bien- y nunca pude evitar compararlos. Al lado de Gabo, Mario me pareció siempre falto de fibra, de raza, como con poca pasión… Quizá porque en realidad soy yo el que está falto de pasión por lo que me cuenta, seguramente porque eso que me cuenta nunca termina de engancharme. No sé, falta de feeling, nada que merezca ser contestado porque no tengo nada parecido a un discurso serio sobre Vargas Llosa ni tampoco contra Vargas Llosa.

    De sus artículos en prensa hay un tercio que me merecen la pena, otro tercio que me parecen vulgares y otro que me irritan, a veces profundamente, como uno de hace un año sobre el malestar escolar en Europa y que, con la petulancia de quien es estrella y no cree no necesitar documentarse, presentó un panorama sobre los males de la escuela absolutamente reaccionario y destructivo. Le echó la culpa de todo al Mayo Francés y puso a parir a Foucault, al que juzgó como autor sugerente pero falaz,convirtiéndole en poco menos que causante de todos los males del sistema educativo, en concreto del francés (Por lo visto el pobre de Foucault, que escribió más bien poco sobre educación, tiene más culpa del deterioro de la escuela francesa que por ejemplo Sarkozy, al que V.Llosa ni nombraba). Se es un buen novelista con independencia de que uno se decante a izquierda o derecha, desde luego. Y ya puestos, preferiría que la derecha del mundo se nutriera siempre de elementos como Vargas Llosa, por más que sus soflamas sobre la independencia del escritor respecto de las instituciones o sus análisis del caudillismo hispanoamericano suelen parecerme algo sesgados. Pero bueno, debo decirlo dado que llevo días escuchando plácemes desde todos los lados, y sinceramente no me parece para tanto.

    No me molesta que le hayan dado el Nobel, pero prefiero pensar -en contra de la misteriosa apropiación nacional que se está haciendo por estos lares, donde se habla de «premio para España»- que en M.V.Ll. se premia al milagro del boom literario que experimentó Hispanoamérica a partir de los sesenta. Un dato llamativo: la única obra de Vargas Llosa que disfruté de verdad fue un ensayo de Seix Barral que leí hace una eternidad. Adivínenlo, era un magnífico trabajo sobre Gabo. «Gabriel García Márquez. Historia de un deicidio». Se trató por cierto, de su tesis doctoral. Barral acertó,aquel libro fue imprescindible en su momento por quién lo escribía y porque entonces se empezaba a presentir lo alargado de la sombra de «Cien años de soledad». Sospecho que el libro es imposible de conseguir ahora… y yo hoy estoy en plan díscolo, conque ya pueden empezar a hacerme la pelota si quieren que se lo preste. (Sí, sí, ya sé que lo tienen también en sus Obras completas, pero no es lo mismo, so listos)

    Bueno, una nota disonante para alegrar el blog y para fastidiar un poco al blogger y a sus contertulios, que es una cosa que me mola bastante.

    En lo del Nacional de Narrativa para Cercas estoy más de acuerdo, dicho sea de paso.

  18. Una última maldad sobre el nuevo premio Nobel: conviene desconfiar de aquellos que tienen demasiados amigos. Y esto, que parece una soberbia memez, es lo más inteligente que he dicho en meses.

  19. Sr. Montesinos. Le voy a dar su merecido. Voy a contestar punto por punto lo que dice de Mario Vargas Llosa. Me permitirá, sin embargo, que retrase algo mi respuesta. He de entregar un trabajo-encargo a un amigo común y eso hará que me demore. Pero descuide: le voy a contestar. Sr. Montesinos, a veces es usted un lenitivo; otras un tónico; otras un tóxico. Siempre un purgante: con usted siempre hay que evacuar. ¿O era argumentar?

    Talueg.

  20. Debo matizar que ayer llegué ligeramente achispado a casa por culpa de algún alimento exótico que ingerí -caipirinha o algo así me dijeron que se llamaba-. Con esto no pretendo excusar la tóxica intervención, porque ahora, liberado ya del achispamiento nocturno, sigo pensando que no me gusta la Pitufita. Insisto, mi opinión a este respecto es completamente insignificante por la misma razón por la que yo consideré insignificante la opinión de Vargas Llosa sobre Foucault: simplemente no estoy versado en el tema, cosa que no se puede decir de ustedes.

    Yo voy por otro lado: mi actitud de mosca cojonera viene a cuento porque advierto un consenso casi aplastante alrededor del tema, y no me siento cómodo en los consensos. (Por más que busco, no veo ni en las planas de derecha ni en las de izquierda, empezando por los medios de Prisa, a los que el autor está vinculado, una sola voz de oposición, al menos una voz seria) Recuerdo que ya me pasó con Cela, parecía que no podías decir tranquilamente que el tipo te parecía un pelmazo sin que te tacharan de envidioso o algo peor.

    No voy a discutir un solo punto de lo que me diga sobre la literatura del premiado, pero no me gusta el hombre Vargas Llosa, no simpatizo con el personaje, no me parece que sea un premio para nuestro país -en todo caso lo sería para quienes como Barral aquí creyeron en él y le editaron, pero Vargas es un autor espiritualmente americano-, no me gustan nada muchas de sus amistades y, sobre todo, no consigo casi nunca comulgar con sus criterios políticos.

    pdta: Lo que ha dicho el autor Willy Toledo del peruano, al que juzga «peligroso derechista», «amigo de criminales» y no sé qué más, no tiene nada que ver con lo que digo yo. No se confundan.

  21. Y abusando de la paciencia de la concurrencia, pregunto -antes de meter la pata y gastarme siete euros en un fiasco: ¿han ido a ver Wall street 2? Soy fanático del personaje de Gekko, pero tengo dudas respecto a la segunda parte. Orienteme quien pueda si lo tiene a bien.

  22. Sr. Montesinos, yo también crecí con Gabriel García Márquez. Como digo en un capítulo de Héroes alfabéticos, a los quince o dieciséis años pensaba que no había logro mayor que ‘Cien años de soledad’ y que el colmo de la excelencia era su autor. Luego he matizado mucho esa creencia, sobre todo cuando he visto la evolución posterior de García Márquez: no me refiero a su ideario político. Me refiero a su declive literario (asunto al que me referí años atrás).

    A Vargas Llosa lo leí más tarde, con más edad, seguramente porque su experimentalismo narrativo me exigía mayor maduración. Y seguramente porque ya por entonces había una prevención contra el “renegado” Vargas, que se apartaba del progresismo políticamente correcto. No sé. Luego comprendí que se puede ser un excelente novelista, un eximio narrador sin que los lectores coincidan necesariamente con sus opiniones. Pero es que las opiniones de Vargas Llosa suelen expresarse con una radicalidad honesta que no me disgusta. ¿Que celebró a Mrs. Tatcher? Bueno, es una posición extremada que yo no comparto, pero sí comparto su defensa del laicismo, de una moral no confesional. Cuando lo leo, no me pregunto si me convence. Me pregunto cuáles son las razones que honestamente expone y si razona… Tengo la impresión de que se equivoca con cierta frecuencia, incluso con porfía y reiteración, pero la honradez de los puntos de vista y la reflexión matizada que suele demostrar me hacen leer sus artículos.

    La idea de que Mayo del 68 es responsable de la mala educación, de que la enseñanza está deteriorada por culpa del progresismo, es un lugar común que, como todos los tópicos, tiene algo de verdad. Aquí en este blog tratamos hace un par de años o así este asunto. Y tratamos el oportunismo de Sarkozy y la fuente intelectual de la que bebe: André Glucksmann. Tengo autores que me son muy cercanos, escritores de gran talla, que ven con reparo los efectos pedagógicos del sesentayochismo. No sé por qué, la verdad.

    Pero cambio de tercio y vuelvo a la faena que tenía entre manos (ay, los toros). Yo siempre recomendaría al Vargas Llosa novelista, aquel que se propone rehacer el mundo con el arte de la ficción. Pero también creo apreciar cuándo acierta y cuándo decae. En una reseña en Ojos de Papel dedicada a las ‘Travesuras de la niña mala’, expreso la decepción que un novelista tan grande me provoca con una historia finalmente sensiblera.

    Y acabo, de momento. Usted no conseguirá provocar mi envidia, sr. Montesinos. Ja, ja, ja. Chinche y rabie: yo leí ‘Historia de un deicidio’ contra la voluntad del propio Vargas Llosa. Como sabe, durante años se negó a reeditar el ensayo que había dedicado a Gabriel García Márquez. Bien, yo lo leí. Lo leí en la primera edición que estaba en la biblioteca de mi Facultad. No hace muchos años. Era un ejemplar muy deteriorado e incluso rayado. Pero fue para mí un placer exquisito, casi tanto como el que me procuró ‘La orgía perpetua’, que Vargas Llosa dedicaba a Flaubert.

    Lo que recuerdo especialmente de ‘Historia de un deicidio’ es la ganga ideológica que estropeaba algunas de sus páginas: había juicios progresistas muy edificantes de Vargas Llosa cuando el autor peruano era castrista, por ejemplo. Como García Márquéz. Tengo en mi casa un ejemplar de ese ensayo en las obras completas que usted cita. No he comprobado si la reedición ha depurado esos excesos del progresismo. Por otra parte, como ensayo propiamente literario es extraordinario.

    En fin, acabo de leer el artículo que hoy publica Mario Vargas Llosa en El País y me sorprende la energía de este caballero que sobrepasa los setenta años y lleva una vida tan creativa.

    Qué barbaridad.

  23. Bueno ahora podemos decir que al Sr. Montesinos la caipirinha no le resta lucidez por más que yo no esté de acuerdo con lo que dice.
    De todas formas dejando aparte que es perfectamente lícito que a usted no le guste VLL, me da la impresión que en su argumentación puede más su desacuerdo ideológico que narrativo. Entre los artículos que el país publicó ayer acerca de este autor, me pareció muy bueno el de Javier Cercas que es un apasionado lector de su obra, sin embargo, Savater , ese filósofo con el que usted tiene una fotografía y que a mi, precisamente por los derroteros ideológicos que ha tomado, me provoca mucha ambivalencia, dijo algo que me pareció que refleja bastante bien la opinión que muchos tenemos de Vargas Llosa : “Incluso quienes discuten sus conclusiones ideológicas aceptan la suprema honradez de sus premisas narrativas: tal es su fuerza y su grandeza, tal es también el reto- el más difícil todavía- que arrostra con cada uno de sus libros.”

    A mí precisamente me parece un escritor apasionado y con un compromiso importante con el lector situándose en una posición donde recrea y descifra el enigma de la mano del mismo. No le he leído todo, pero disfruté enormemente con “Conversaciones en la Catedral” y con “ la fiesta del chivo” .Me parece uno de los que escritores que como Muñoz Molina me permite comprender las acciones y las motivaciones de los individuos situados en un contexto determinado, su grandeza reside en captar un determinado universo, social e individual donde lo que el propone puede “ser posible”
    Otra cosa es que como persona a mí me parece un poco afectado, poco natural.
    Esto sin caipirinha.

    PS. No he visto Wall Street 2, pero si usted ya se ha gastado el dinero podía contarnos algo

  24. No me atrae ‘Wall Street 2’. Pero llevo vistas dos películas actuales: interesantes y muy diferentes. ‘Enterrado’, de Rodrigo Cortés, y ‘Amador’, de Fernando León de Aranoa.

    Tengo que reflexionar sobre ellas…

  25. Como les esperaba a ustedes no he ido a ver Wall street 2, he preferido, con la excusa de las fuertes lluvias que se anunciaban, quedarme viendo un capítulo -«La banda moteada»- del serial que la BBC dedicó durante casi una década entera a Sherlock Holmes, interpretado por el magnífico actor británico Jeremy Brett (Ahora viene cuando Serna dice que también lo tiene) A mí sí me atrae de entrada porque me influyó poderosamente la primera, ya hace largos años, pero tengo la sospecha de que esta vez no le ha salido bien al amigo Stone. El crítico con trabuco en mano que es Carlos Boyero alimenta esa sospecha.

    En cuanto a Vargas Llosa, veo que he conseguido sacarles a bailar, aunque no llego a provocarles irritación, que era uno de mis objetivos. He pretendido ser honesto. Digo que no me gusta Vargas Llosa porque no me gustan sus ideas. No discuto sus valores literarios. Si hubiera de discutirles me documentaría más y trataría de articular un procedimiento de ataque, cosa que no estoy en condiciones de hacer. Como dice R, pesa más mi desacuerdo ideológico, pero soy perfectamente consciente de tal cosa.

    Respecto al asunto del artículo al que me refiero. Se lo linkeo http://www.elpais.com/articulo/opinion/Prohibido/prohibir/elpepiopi/20090726elpepiopi_12/Tes

    Preparé una refutación creo que seria del mismo. En ella me referí también a un viejo amigo de nuestro blogger, el profesor Moreno Castillo, algunas de cuyas posiciones me recuerdan mucho a las que Vargas Llosa sostiene en ese artículo y que califico sin ambages de reaccionaria.

    «Mi» García Márquez es más el de los sesenta y los setenta que el posterior, aunque creo que hay productos tardíos que merecen la pena muy mucho. Cuando leí la Historia de un deicidio yo aún no era, creo, mayor de edad. Aquel texto tan largo me pareció un imponente tratado sobre la neurosis del novelista, ese creador de mundos que, necesitando hacer salir sus demonios personales en forma literaria, termina cayendo en la mayor de las blasfemias: la creación de un mundo autosuficiente y cerrado sobre sí como Macondo, un territorio bíblico y fundacional, con un lenguaje propio y un misteriosa capacidad para autoabastecerse. Aquel texto me influyó hasta las trancas, casi tanto como el que me inclinó a leerlo y a Vargas Llosa a escribirlo: «Cien años de soledad».

    pdta. Tengo una foto con Savater de la que hice uso intentando -por supuesto sin éxito- ligar en la facultad, pero me provoca la misma ambivalencia que a usted, R.

    y otra pdta. Me están ustedes asociando a la caipirinha, pero no fui yo, fue el camarero que se empeñó.

  26. En el próximo número de ‘Mercurio’, el del mes de noviembre, el dossier que se anuncia está dedicado a la educación. Escriben, entre otros, Ricardo Moreno Castillo.

    También Antonio Muñoz Molina.

    Y un servidor: no entro en polémicas…

    Pero no puedo adelantarles nada más.

    Sr. Montesinos, voy a leer ese artículo de Vargas Llosa. Mañana mismo. Y le digo.

  27. Estaré pendiente de Mercurio. Tengo bien presente alguna intervención de usted respecto al rebombori que armó el Panfleto antipedagógico de Moreno Castillo. Algún día hemos de hablar sobre ello si le interesa el tema. Creo que puedo explicarle bien por qué hay tantos profesionales en mi gremio que aceptan a pies juntillas un discurso que, en mi opinión, es, además de oportunista, fuertemente reaccionario.

  28. Bien, creo que Vargas LLosa es un excelente escritor.
    La ciudad y los perros me pareció implacable, demoledora, crítica, contra sociedades opresivas que se basan en relaciones fallidas y dan lugar a comunidades donde reina la negatividad, las malas relaciones.
    Premio Nobel.
    Y en cuanto a Javier Cercas, ya venía con dos grandes novelas en el bolsillo, Soldados de Salamina y La velocidad de la luz.
    Premio Nacional de Literatura: Narrativa.
    Sigo con Muñoz Molina y su La noche de los Tiempos -es excelente.
    Muñoz Molina fue también Premio Nacional de Literatura: Narrativa, con El jinete polaco.
    Todos ellos fantásticos escritores.
    ¿Y qué les mueve a escribir?

  29. «¿Y qué les mueve a escribir?», se pregunta aleskander62. Creo que es una cuestión muy pertinente. Una obsesión: los demonios interiores, en palabras de Vargas Llosa; o los fantasmas internos, según la expresión de Ernesto Sábato.

    Demonios o fantasmas pueden ser el origen, el principio o el móvil (por emplear un título de Javier Cercas), pero no explican la obra de arte. Hay una herida que sangra y de la que mana la creación, vale. O hay una fuente que irriga, de acuerdo. Pero hacen falta recursos: una imaginación que sublime, que reemplace; y sobre todo una expresión que sirva para calificar las cosas nuevas que se nombran.

  30. «Escribo para que me quieran». Arrebato de honestidad nada despreciable de García Márquez.

  31. Gracias, creo que me ahorraré de momento los siete euros. Por cierto, acaba de fallecer Manuel Aleixandre, maravilloso actor, qué voz…

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