Uno. Llevaba unos días sin comparecer por aquí, por el blog. ¿La razón? Un viaje relámpago a Madrid.
Tenía intención de visitar tres exposiciones, cosa que he podido cumplir: con empeño, con el abnegado esfuerzo del turista cultural o accidental, no sé.
Lo visto o lo inmediato no siempre surten efecto. A veces, lo impresionante debe esperar. Es curioso: esas tres muestras visitadas, en las que abundan retratos, me han hecho recordar una imagen que pude ver en otra exposición anterior.
Se trata de un óleo que cuando lo descubrí en el Museo del Prado –así, al natural– me produjo una gran fascinación. Fue un deslumbramiento. Me refiero al retrato de Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches, pintado por Federico de Madrazo en 1853.
Me perdonarán la escasa calidad de la fotografía que aquí reproduzco: no hace justicia a la belleza de Amalia de Llano y a los colores que supo captar o inventar Madrazo. No sé si ustedes podrán distinguir la serena disposición de la dama: su pose, entre coqueta y recatada, la levedad del rostro, la sonrisa inteligente que esboza, la ternura de su mirada, la sutil picardía.
Palco en el teatro. He visitado la exposición que ha programado el Museo del Prado (19 de octubre de 2010-6 de febrero de 2011).
Se titula Pasión por Renoir. Procede la colección del Sterling and Francine Clark Art Institute. De los cuadros que se exponen hay uno, titulado Palco en el teatro (1880), que sirve como reclamo.
En realidad, el cartel anunciador es un detalle de ese óleo. Observen la figura femenina que nos mira.
Colofón. No quiero escribir nada más sobre estas obras. Son dos retratos, no dos paisajes: uno anterior al impresionismo y otro que debemos a un pintor impresionista que en parte deja de serlo para captar la figura humana. Esas jóvenes damas de la buena sociedad, del siglo XIX, nada tienen que ver conmigo y, sin embargo, me interpelan. No consigo quitar mis ojos de sus pupilas, que parecen tan vivas.
Son eso: expresión viva, interpelación directa. Aún reclaman nuestra atención y consiguen hacernos despertar. Uno simplemente se pregunta por qué pinturas datadas en 1853 y en 1880 aún son tan conmovedoras. ¿Alguien tiene una respuesta?

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