1. Manifiesto pedagógico. Crecemos adaptándonos y adoptando valores que nos vienen de otras generaciones, de tradiciones antiguas, de pertenencias remotas. Pero maduramos cuando nos distanciamos de los mayores, cuando desoímos los consejos del padre para hacernos individuos, para asumir nuestro propio yo, que juzgamos nuevo y original. En realidad, tradición e innovación no son incompatibles; como tampoco son contradictorios un proyecto propio y el reconocimiento de nuestras deudas familiares.
“Mis hijos, Daniel y Nicholas, son adolescentes con vidas ajetreadas. Sin embargo, han encontrado tiempo para hablar conmigo”, dice Tony Judt al principio de su último libro. En castellano, el título es rotundo: Algo va mal. Cuando esa obra se estaba escribiendo, el historiador británico padecía esclerosis lateral amiotrófica, una grave enfermedad diagnosticada en 2008 que acabaría matándole un par de años después… Leer más aquí.
2. Algo va mal. La cubierta del libro es acertada y bella, un mapa físico casi desdibujado y evanescente sobre el que leemos el título. Una parte de sus letras proceden de un mapa denso, repleto, con rótulos, con signos convencionales: recortado. Leer este libro sabiendo cuál es el destino de Tony Judt sobrecoge. Pero no debemos ser condescendientes. Si el volumen es válido, lo será por sus logros, no por la compasión que su autor gravemente enfermo nos inspire.
Este testimonio de Judt es una defensa de la socialdemocracia, sí. Pero es sobre todo una defensa de lo público, de la esfera colectiva, ese ámbito en el que los particulares se desenvuelven. En dicha esfera, las desigualdades de oportunidades son desigualdades materiales. ¿Se pueden corregir? El espacio europeo, por ejemplo, se ha construido a partir del gran pacto de posguerra entre los socialdemócratas y democristianos y tiene como meta evitar las violencias que traen los fanatismos y la desigualdad. Históricamente, la socialdemocracia ha sido una via de corrección de estas injusticias. Si naces en el seno de una familia pobre y no recibes ayuda social alguna, tu suerte está echada. Para un caso de éxito personal, hay miles que lo desmienten.
¿Por qué las ideas socialdemócratas están en declive? ¿Por qué el Estado mínimo es lo que tantos y tantos profesan? Hay una crisis fiscal del Estado, que como tal se diagnostica desde los años setenta. Desde esa década, precisamente, numerosos autores atacan y denuncian los servicios colectivos y el gasto público: serían desembolsos antieconómicos. Como dice Tony Judt, es preciso redimensionar las posibilidades del Estado del Bienestar, por supuesto. Pero si se liquida esa cohesión material y política, el resultado es una sociedad más convulsa con mayor peligro de desintegración.
3.»Guía de perplejos». Así titula Tony Judt la introducción de su obra, con esa resonancia clásica. Es un reproche, un reproche que dirige al estilo ostensoso materialista y egoísta de la vida contemporánea. Es una crítica, una crítica a la riqueza desmesurada. ¿Se puede vivir con menos? ¿Es preciso obsesionarse con la posesión de bienes?
Al final nos vamos a morir y lo acumulado no sirve: tener no es ser. ¿Qué quedará de ti? Quizá un acto por el que se te recuerde; tal vez una decisión propiamente moral. ¿Y para eso es preciso acumular y exaltar el modo de vida de quienes son escandalosamente ricos? ¿Es posible la austeridad? La celebración del mercado como único regulador conduce a la amoralidad, dice Judt. Mirando ese horizonte tan corto llevamos décadas: celebrando el beneficio desproporcionado de una pequeña minoría, dice el historiador admonitoriamente.
«Y, en efecto, nuestros sentimientos morales se han corrompido. Nos hemos vuelto insensibles a los costes humanos de las políticas sociales en apariencia racionales». Puede parecer un lenguaje extraño al tratar de economía, pero esa fórmula no la inventa Judt: la toma directamente de Adam Smith.
Responsabilidad, confianza, cohesión, benevolencia o lucha contra la pobreza y la desigualdad no son metas arcaicas desbancadas por el egoísmo material o por el narcisismo. Son aún tareas que nos mejoran, que nos proporcionan seguridad y un placer propiamente moral. Son vínculos que nos salvan del desorden, de los prejuicios, de la mera codicia o de la desafección.
Es probable que este manifiesto, propiamente pedagógico, suene bienintencionado. Es probable que no resista la crisis presupuestaria del Estado del Bienestar. Pero si el modelo de vida es la explotación sin derechos y la desigualdad extrema, entonces la consecuencias corrosivas de la envidia, del resentimiento, serán fatales, apostilla Judt. Adam Smith hablaba de nuestras inclinaciones benevolentes que contrarrestan los deseos puramente egoístas. El éxito personal no se mide sólo en los bienes acumulados. Se basa en la libertad de decisión, en la responsabilidad moral.
Y en este campo el Estado no tiene por qué ser un obstáculo. ¿El Estado sólo es un ogro filantrópico, como se dice en ocasiones citando a Octavio Paz? Es un instrumento de regulación que facilita la igualdad material. Y en esa actividad, los políticos contraen una grave responsabilidad. Mejoremos los controles, añade Judt.
¿Cómo? Tony Judt muere el 6 de agosto de 2010. La valentía de su libro y la exigencia que plantea son motivo de reflexión. Lean el volumen y sabrán cuál es la respuesta.
Hemeroteca
Alejandro Lillo, «Vida literaria en San Petersburgo» (Reseña de Memorias literarias, de Dmitri Grigoróvich), Mercurio, núm. 125, noviembre de 2010:
«Dmitri Grigoróvich (1822-1899), escritor ruso de ascendencia nobiliaria, vivió uno de los períodos más bulliciosos, fascinantes y fructíferos de la historia de la literatura eslava moderna. A mediados del siglo XIX, en la ciudad de San Petersburgo, donde Grigoróvich pasó una parte importante de su existencia, coincidieron numerosos escritores que más adelante adquirirían una notoriedad indiscutible, como Tolstói, Dostoievski, Turguéniev o Chéjov…» Leer más en Mercurio (aquí).

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