Cosas que hacer en fin de semana

Uno. Días atrás acabé de leer un libro agridulce que les recomiendo. Sin aspavientos. Su título: La bicicleta estática (2011), de Sergi Pàmies. Mi ejemplar es el publicado por Anagrama en la versión castellana que firma el propio autor. Es un volumen de cuentos de cariz evidente y explícitamente autobiográfico.

A los cincuenta años, Pàmies ajusta cuentas con su pasado, con sus aciertos y desaciertos: los propios y los de los progenitores. ¿Sus padres? Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies, dos personas de vida dura y empeñosa. Él, máximo dirigente del PSUC desde 1965; ella, escritora. López Raimundo murió en 2007 siendo un símbolo del antifranquismo. Ser eso en vida es una pesada carga. Ser hijo de dos símbolos es no es nada sencillo.

Nunca averiguaremos qué hay de cierto en estos relatos de Sergi Pàmies, que prolongan otro libro que ya mencioné aquí tiempo atrás: Si te comes un limón sin hacer muecas (2007). Por lo que sabemos del autor, una parte de lo que cuenta es directamente personal, aunque no podremos evaluar su fuente y su veracidad. No importa. El tono nostálgico e irónico da al conjunto una autenticidad propiamente literaria. No es un libro inmarcesible, que diría el cursi. Pero es un autoexamen hecho a retazos de gran valor analítico.

¿Por qué La bicicleta estática? Sin duda, para muchos es un objeto cotidiano: con ella se puede hacer ejercicio sin desplazarse. Y es  un artefacto algo inútil y probablemente desfasado. Ahora, justamente ahora, en la época del ciclismo ciudadano, dicho trasto se nos antoja anacrónico. Es como uno de esos objetos que se van acumulando en nuestras vidas y en nuestras casas y que, llegado un momento, ya no usamos. Está ahí, cumplió su función, pero nadie parece utilizarlo. Llegado un divorcio, por ejemplo, ¿quién se quedará con la bicicleta estática? Hace falta engrasarla, su metal está dañado por un principio de óxido y, además, ocupa sitio en viviendas tan escasas.

Dos. Con cierta frecuencia leo revistas del corazón. No lo digo por alardear ni por «épater le bourgeois«. Es un vicio que adquirí de joven: siendo niño, cuando pasaba por un quiosco, siempre me llamaban la atención las cubiertas chillonas de ciertas publicaciones. También en la barbería o en el médico: la espera la entretenía con Hola y Semana.

En las páginas satinadas de estas revistas descubrí a Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, una persona por la que siempre he sentido interés y una gran simpatía. No me pregunten por qué. 

Aunque imagino que las razones son perfectamente justificables: es representante de una familia de linaje, de muchos títulos, de larga prosapia. Precisamente lo que yo no tengo. Por otra parte, ese apellido Fitz-James siempre me ha parecido muy chic. Llaménme frívolo.

Además, es riquísima: tantas posesiones y tantos bienes llevados con naturalidad es justamente lo contrario de los nuevos ricos que han invadido el solar patrio. Por otro lado, ha sido y aún es elegante: quizá como  María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, la antepasada que inmortalizó Goya.

Hace muchos años, a comienzos de los ochenta, leí una novela que había recibido el Premio Planeta: Volavérunt (1980),  de  Antonio Larreta. Fue una recomendación especial de mi padre. Sé que me entretuvo, sé que la comenté con él y sé que la protagonista era María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba a principios del siglo XIX, una mujer muy resuelta.

Cayetana muere en 1802, a los 40 años. Hubo muchos rumores. ¿Uno de ellos? Que fue asesinada por Manuel Godoy. Dando pábulo a esas habladurías, Larreta escribió aquella novela que yo leí. No recuerdo si tenía muchas virtudes literarias, pero el caso es que me entretuvo. Muchos años después, leo otro libro que habla de la duquesa de Alba, de la actual Cayetana. Me refiero a Aguirre, el magnífico (2011), de Manuel Vicent.

El autor dice no haber escrito una biografía, sino el retrato de una generación; o dice haber escrito la evocación de un personaje que cambió de máscara, de posición y de papel a lo largo de su vida. Esto último –lo del cambio de máscara– no es un reproche.

Todos vamos mudando y nuestra identidad va constituyéndose conforme nuevas experiencias nos hacen salir de nosotros mismos: al menos hasta el punto de obligarnos a adoptar otros hábitos y otras convenciones. En el caso de Jesús Aguirre, segundo marido de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, esas mudas de la identidad fueron bien llamativas, según nos dice Manuel Vicent, y describen una trayectoria vital oculta y manifiesta. Desde el primer franquismo hasta la transición democrática.

Hijo de una madre soltera en el Santander de los años treinta, la vida de Jesús es la de un joven de buena familia con ese baldón que ocultar. Es asimismo la existencia de un tipo listo e inteligente, culto y pedante: alguien que estudia en el Seminario de Comillas, en la Facultad de Teología de Múnich; alguien que se ordena sacerdote y que oficia en Madrid, en la Universitaria, y que seduce a los fieles con su verbo imaginativo y encendido.

Es también la vida de un intelectual, alguien que ingresa en Taurus y que ampara la traducción y edición de Theodor W. Adorno, Walter Benjamin así como de otros grandes del pensamiento. Abandona el hábito talar y finalmente se casa con Cayetana Fitz-James Stuart.

Pese a lo que dice el autor, en estas páginas hay biografía, acercamiento a un personaje de múltiples caras; hay reconstrucción de época, especialmente de esos años sesenta y setenta del final franquista; hay cotilleos, algunos chismes sobre la condición sexual de Aguirre, sobre la vida íntima con la duquesa de Alba y sobre el comportamiento nobiliario del consorte en el Palacio de Liria, en Madrid, o en las Dueñas, en Sevilla.

Es un libro entretenido, escrito con una prosa eficaz y a veces sonora. Ideal para leer en fin de semana. No aporta documentos, no indica fuentes y la información parece proceder de lo que Vicent sabe o de lo que ha averiguado. Por tanto, el autor nos obliga a aceptar lo que aquí se revela, reservado, intimísimo; nos fuerza a creerle. Es convincente en algunos momentos. A veces es hasta muy convincente. Por ejemplo, cuando nos muestra una y otra vez la herida que no cauteriza en una España severa y mojigata: la de la bastardía. Aguirre fue algo más que el cura Aguirre y fue algo más que el duque de Alba consorte.

Queremos saber más: el perfil que traza Vicent es interesante y, por momentos, dudoso. Habría sido bueno, muy bueno, que el biógrafo hubiera entrevistado a testigos, a amigos, a enemigos; que hubiera consultado documentos y que nos hubiera completado el perfil borroso de Aguirre.
 
Vicent lo tenía todo a mano para hacer una pesquisa que no ha hecho: se ha conformado –que no es poco– con poner en orden sus propios recuerdos, desarrollándolos con reconstrucciones posibles aunque no siempre probables. Por eso, hay páginas de cotilleo, pero también hay páginas en que el autor peca de lo contrario: de unos sobreentendidos que escapan a quienes no estaban en aquella Corte de los milagros.

 Tres. Entre las lecturas del fin de semana, una de las más placenteras es la de los periódicos. Podemos imaginar la escena previsible, que no es exactamente la real: mañana de domingo, sol tibio de primavera anticipada, una cervecita, un aire de poniente enfría el ambiente. Sentados en una terraza, los lectores se disponen a leer la prensa. Los de casa nos repartimos El País y El Mundo. El Abc lo dejamos para otro día. ¿Y qué leemos?

El fotograma de Ciudadano Kane me induce a hablar de los diarios. En esa imagen superior vemos en picado al magnate de la prensa, aquel que montó un imperio. O lo destruyó. Es él. Es Charles Foster Kane. Pero ese fotograma está amputado. Echemos un vistazo al plano general. ¿Qué vemos?

Elegantemente vestido, pisando fuerte, con las piernas abiertas y el mundo a sus pies, Kane nos mira desafiante. Su pose nos recuerda a la del Coloso de Rodas. Todo pasa por su entrepierna, todo está por los suelos: atadijos de papel, de diarios, preparados para ser distribuidos o las propias noticias de que sus periódicos informan. ¿Qué contienen? Como  William Randolph Hearst —la persona en la que se inspiró Orson Welles–, Kane rehace lo real, lo agiganta o la achata a voluntad, según sus intereses.

Durante el fin de semana, para olvidarme del ensayo académico que estoy escribiendo, leo la prensa y leo sobre la prensa: concretamente, a Joseph Pulitzer. No está de más volver sobre sus palabras.

Ahora, la editorial Gallo Nero ha publicado el texto fundacional que dedicara a la Escuela de periodismo de la Universidad de Columbia (1904). Es un librito imprescindible: Sobre el periodismo.

Las ideas de Pulitzer siguen siendo atendibles: la defensa de la ética profesional, de la deontología del periodista frente al puro comercialismo, de la honradez y de la moralidad civil frente al engaño. Todo eso aún forma parte de nuestro mundo.

Pulitzer fue el principal oponente de William Randolph Hearst, y como él contribuyó a fundar y a desarrollar el periodismo amarillo. Al final de sus días y después de muerto se redimió, si podemos decirlo así. Sus reflexiones, recogidas en este volumen, y las donaciones económicas para la Escuela de Periodismo y para la dotación de su Premio son su legado.

Lo mejor es la crítica que hace de la demagogia: en la política y en la prensa. El deterioro que ese fenómeno provoca en la moral colectiva es insondable, profundísimo, dice Pulitzer: una opinión pública jaleada por periodistas inescrupulosos y por políticos corruptos abre una brecha social y descompone. Pero hay más. Una prensa que refuerce el prejuicio y los estereotipos de la gente corriente no hará servicio alguno: agravará el estado de cosas. Por eso, dice Pulitzer, “a veces, uno de los deberes más importantes de la prensa es oponerse a la opinión pública”. Y añade citando literalmente a James Bryce:

“Las democracias siempre tendrán demagogos preparados para alimentar su vanidad, agitar las pasiones y exagerar el sentir del momento. Lo que se necesita son hombres que naden contra la corriente, les hagan ver sus errores y se apresuren a crear argumentos que resulten aún más contundentes a causa de no ser bien recibidos”.

Acabo de transcribir ese párrafo. Vuelvo a mi ensayo académico. Aún no he completado la lectura dominical de la prensa. Un sentimiento ambivalente y una emoción algo melancólica se han apoderado de mí.

Cosas del fin de semana. Sin duda.

——————————

Gallo Nero cita Los archivos de JS

34 comentarios

  1. Últimamente compro pocos libros, por razones de austeridad económico-personal. Mi amigo (aún virtual) Javi Muñoz me recomendó este libro, y para la librería que fui.

    Lo voy a leer este fin de semana, cuando acabe ‘Desgracia’, de Coetzee.

    saludos afectuosos

  2. ¿’Desgracia’, sr. NáuGrafo? Vaya una novela dolorosa, desgarradora, áspera: perdonen la sarta de adjetivos.

    El libro de Pàmies es, como digo, agridulce: una reuión de trozos.

    Luego vuelvo.

  3. Me gusta el título. Lo pondré en mi lista, a la que he dado en llamar «futurama», por razones obvias: se trata de una lista de libros para leer en un futuro (espero que próximo) cuando pueda sujetar un libro en la mano, pues los atriles me privan del gozoso contacto con el papel de imprenta.

  4. Sra. Bou, si quiere podemos leerle en voz alta alguno de los cuentos de Pàmies, uno cortito que exprese condensadamente esa ironía con que aborda el mundo. Contar un cuento es lo mejor que podemos hacer por las personas que estimamos. Ánimo.

  5. Dos. Con cierta frecuencia leo revistas del corazón. No lo digo por alardear ni por «épater le bourgeois«. Es un vicio que adquirí de joven: siendo niño, cuando pasaba por un quiosco, siempre me llamaban la atención las cubiertas chillonas de ciertas publicaciones. También en la barbería o en el médico: la espera la entretenía con Hola y Semana.

    En las páginas satinadas de estas revistas descubrí a Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, una persona por la que siempre he sentido interés y una gran simpatía. No me pregunten por qué.

    Aunque imagino que las razones son perfectamente justificables: es representante de una familia de linaje, de muchos títulos, de larga prosapia. Precisamente lo que yo no tengo. Por otra parte, ese apellido Fitz-James siempre me ha parecido muy chic. Llaménme frívolo.

    Además, es riquísima: tantas posesiones y tantos bienes llevados con naturalidad es justamente lo contrario de los nuevos ricos que han invadido el solar patrio. Por otro lado, ha sido y aún es elegante: quizá como María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, la antepasada que inmortalizó Goya.

    Hace muchos años, a comienzos de los ochenta, leí una novela que había recibido el Premio Planeta: Volavérunt (1980), de Antonio Larreta. Fue una recomendación especial de mi padre. Sé que me entretuvo, sé que la comenté con él y sé que la protagonista era María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duquesa de Alba a principios del siglo XIX, una mujer muy resuelta.

    Cayetana muere en 1802, a los 40 años. Hubo muchos rumores. ¿Uno de ellos? Que fue asesinada por Manuel Godoy. Dando pábulo a esas habladurías, Larreta escribió aquella novela que yo leí. No recuerdo si tenía muchas virtudes literarias, pero el caso es que me entretuvo.

    Muchos años después, leo otro libro que habla de la duquesa de Alba, de la actual Cayetana. Me refiero a Aguirre, el magnífico (2011), de Manuel Vicent.

  6. Sr. o Sra. FLada, me amonesta. Si no me equivoco, me amonesta por no haber dicho nada de los muertos del 11-M y de los muertos que ha provocado el terremoto de Japón. Soy humano, demasiado humano, inconstante, intermitente. Me puede reprender siempre que lo considere. Eso sí, Sin emplar vejaciones.

    Sobre el 11-M he escrito bastante y en numerosas ocasiones: por el hecho en sí y por el tratamiento informativo que se le ha dado. Discúlpeme si no lo he recordado hoy, expresamente.

    En cuanto al terremoto de Japón, permítame guardar silencio ante los desastres naturales. Me suelen dejar callado sin comentario racional que hacer fuera de la solidaridad humana, claro.

    Buenos días.

  7. …Muchos años después, leo otro libro que habla de la duquesa de Alba, de la actual Cayetana. Me refiero a Aguirre, el magnífico (2011), de Manuel Vicent.

    El autor dice no haber escrito una biografía, sino el retrato de una generación; o dice haber escrito la evocación de un personaje que cambió de máscara, de posición y de papel a lo largo de su vida. Esto último –lo del cambio de máscara– no es un reproche.

    Todos vamos mudando y nuestra identidad va constituyéndose conforme nuevas experiencias nos hacen salir de nosotros mismos: al menos hasta el punto de obligarnos a adoptar otros hábitos y otras convenciones. En el caso de Jesús Aguirre, segundo marido de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, esas mudas de la identidad fueron bien llamativas, según nos dice Manuel Vicent, y describen una trayectoria vital oculta y manifiesta. Desde el primer franquismo hasta la transición democrática.

    Hijo de una madre soltera en el Santander de los años treinta, la vida de Jesús es la de un joven de buena familia con ese baldón que ocultar. Es asimismo la existencia de un tipo listo e inteligente, culto y pedante: alguien que estudia en el Seminario de Comillas, en la Facultad de Teología de Múnich; alguien que se ordena sacerdote y que oficia en Madrid, en la Universitaria, y que seduce a los fieles con su verbo imaginativo y encendido.

    Es también la vida de un intelectual, alguien que ingresa en Taurus y que ampara la traducción y edición de Theodor W. Adorno, Walter Benjamin así como de otros grandes del pensamiento. Abandona el hábito talar y finalmente se casa con Cayetana Fitz-James Stuart.

    Pese a lo que dice el autor, en estas páginas hay biografía, acercamiento a un personaje de múltiples caras; hay reconstrucción de época, especialmente de esos años sesenta y setenta del final franquista; hay cotilleos, algunos chismes sobre la condición sexual de Aguirre, sobre la vida íntima con la duquesa de Alba y sobre el comportamiento nobiliario del consorte en el Palacio de Liria, en Madrid, o en las Dueñas, en Sevilla.

    Es un libro entretenido, escrito con una prosa eficaz y a veces sonora. Ideal para leer en fin de semana. No aporta documentos, no indica fuentes y la información parece proceder de lo que Vicent sabe o de lo que ha averiguado. Por tanto, el autor nos obliga a aceptar lo que aquí se revela, reservado, intimísimo; nos fuerza a creerle. Es convincente en algunos momentos. A veces es hasta muy convincente. Por ejemplo, cuando nos muestra una y otra vez la herida que no cauteriza en una España severa y mojigata: la de la bastardía. Aguirre fue algo más que el cura Aguirre y fue algo más que el duque de Alba consorte.

    Queremos saber más: el perfil que traza Vicent es interesante y, por momentos, dudoso. Habría sido bueno, muy bueno, que el biógrafo hubiera entrevistado a testigos, a amigos, a enemigos; que hubiera consultado documentos y que nos hubiera completado el perfil borroso de Aguirre.

    Digo esto y estoy pensando en Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles: también la historia de un tipo que llegó a lo más alto. En Charles Foster Kane, la falta del padre y la distancia de la madre son decisivas en la formación de la identidad: como en Jesús Aguirre, que llegó a lo más alto de la grandeza de España.

    Vicent lo tenía todo a mano para hacer una pesquisa que no ha hecho: se ha conformado –que no es poco– con poner en orden sus propios recuerdos, desarrollándolos con reconstrucciones posibles aunque no siempre probables. Por eso, hay páginas de cotilleo, pero también hay páginas en que el autor peca de lo contrario: de unos sobreentendidos que escapan a quienes no estaban en aquella Corte de los milagros.

  8. Lo de ajustar cuentas con el pasado es siempre un duro esfuerzo de reflexión, sobre todo desde el punto de vista emocional. Hace unos días le hicieron un homenaje a mi padre y, de repente, se me impuso hacer una de estas reflexiones, uno de estos balances. El homenaje fue masivo, mi padre estaba contento y agradecido. Él eligió una profesión nada anónima, muy pública, muy expuesta a juicio público. Mi padre es periodista. Ni a mi ni a mis hermanos nos gustó mucho lo público y notorio del trabajo de mi padre, sobre todo, cuando estabamos en el instituto. Ahora que ya somos mayores nos sigue sin gustar la exposición pública pero creo que comprendemos mejor el trabajo de mi padre, es más su vida, completamente dedicada a relatar el universo local, tan duro o más como el provincial o el estatal, sobre todo por lo que la cercanía implica. En este caso, la cercanía fue agradable, un tanto agrumadora, por la espontaneidad y el cariño de gente de todos los estamentos y clases sociales. Pero no siempre fue así, en esta profesión de periodista puedes pasar de héroe a villano en menos que canta un gallo. Aunque por esta vez todo fue muy agradable.
    Por otra parte, me resulta simpático y relajante saber que le gusta repasar el HOLA, a mí también me gusta pero tengo una compañera de trabajo que cada vez que le comento algo aparecido en esta revista me mira con ojos de reprobación, de sanción, de rechazo. Y eso que siempre lo hago en clave histórica, artística (la boda del hijo de Nati Abascal en el Hospital de Tavera fue toda una puesta en escena apabullante en un palacio renacentista) o de crítica social pero no cuela. Por eso quizás me gusta tanto la libertad que usted me da al hablar públicamente de su gusto por las revistas del corazón. Hay tantas lecturas como lectores y tanto gozo en lo cotidiano como en la más elevada intelectualidad.

  9. Hola, Inés. Le agradezco que comparta estos sentimientos. Es muy agradable asistir a un homenaje que se le hace al padre. Yo tuve a la oportunidad de asistir a dos de ellos: antes y después de la muerte de mi señor padre.

    En esos casos, si él ya tiene años, muchos años, y si uno mismo tiene ya una cierta edad, prácticamente se lo perdonas todo y prácticamente te lo perdonas todo. Es una circunstancia emocionalmente convulsa y reparadora.

    Las revistas del corazón. Durante años padecí este gusto en silencio. Me entretiene hojearlas, leer lo mínimo, los pies de fotos, y hacerme una idea de cómo viven las celebrities. ¿Para qué? ¿Para envidiarlas o para conformarme? No sé, las páginas del ¡Hola! me parecen una fuente de deseos y de repudios y es un espejo deformante de nosotros mismos.

    A mí me pasa lo que al loco inventado por Eduardo Mendoza en El misterio de la cripta embrujada (1979): que incluso me gusta charlar de trivialidades sacadas de un ¡Hola! desfasado, que es lo que yo leía en la barbería o en el médico. Encima, como nos dice ese personaje de Mendoza, «aun en su boato, la vida de las celebridades es tan monótona como la nuestra, aunque más regalada». Frivolidades…

  10. Gracias a usted por darme la oportunidad de hablar de ello y por describirlo mucho mejor que yo. Dice bien «es una circunstancia emocionante, convulsa y reparadora», emocionante porque toda su vida se pone delante de tí, convulsa porque el homenajeado tiene ya muchos años y puede parecer una despedida, y reparadora porque se lo merece.
    Respecto a las revistas del corazón, desde luego es mejor mirar las fotos sin leer mucho, los textos siempre demasiado edulcorados pueden llegar a crisparte un poco. Aún así llegar a la peluquería y repasar un ¡HOLA! es una frivolidad y un verdadero placer.

  11. Tuve una novia que se creía muy progre y que un día me descubrió en la penumbra de la habitación leyendo un Hola que me había cogido mi madre. Me dejó, claro, pues aquella se unía a otras perversiones como la de ser forofo de un equipo de fútbol, amar a Raphael y tener la colección entera de El corsario de hierro. Pero la realidad es que yo me formé al alimón de las revistas que compraba mi madre -la pobre, con ocho hijos ya se había ganado unos minutos al día de ensoñación-, los libros que compulsivamente compraba mi padre y el Don Balón que solía comprar mi hermano mayor (también comprábamos la revista «Jadeo», pero de eso no quiero hablar). Esto me permite entender perfectamente lo que quieren decir en la serie Mad men con eso de que hubo un momento en EEUU en que era imprescindible para toda mujer norteamericana parecerse a Jackie Kennedy. Yo supe de ella en los setenta, cuando un millonario armador griego, Onassis, se encaprichó con ella y la desposó; o de Soraya, que tenía la mirada triste a pesar de pasar la vida de fiesta en fiesta y sin pegar palo al agua. A mí siempre me impactó mucho aquello de «la princesa que fue repudiada»: me sonaba a que el Shah la había echado del palacio a gritos o escupitajos.

    En cuanto a la señora Fitz-Stuart, no sé si saben que incluso la Queen Elizabeth está protocoloriamente obligada a realizar una genuflexión ante su presencia. Fíjense en lo que debió ser el imperio español: la mismísima corona del Imperio de la pérfida albion teniendo que postrar su orgullo regio ante la heredera del Duque de Alba. En fin, también me cae bien. Creo que forma parte de aquella aristocracia que se permite el lujo de no entender que la historia sigue su curso, y que hoy todo este tipo de personajes no salen en el papel para que los admiremos y los imitemos, sino para echarnos cuatro risas, tal es la sociedad del espectáculo.

  12. Llevo un rato buscándolo en internet, pero está complicado. Me refiero a la boda de Julio Iglesias y Miranda en Marbella. La exclusiva se publicó enterita y a 27 páginas en HOla, como si se tratara del book del enlace. Si ustedes ven por ejemplo las fotos que se colgaron en la web oficial del cantante, acaso, si tienen ojos maliciosos, puedan detectar algo del gigantesco trampantojo. Pero hay que encontrar el reportaje completo en el Hola, porque es digno de un ejercicio de semiótica del más alto nivel. Hay que ver las imágenes una tras otra, los criados hispanoaméricanos llamados a rebato todos para poner caras de felicidad y admiración mientras aplauden el paso de los novios; los besos impostados; la espontaneidad planificada… Esa escenificación fría de la supuesta felicidad, la representación de un juego de rol destinado a convencer a la revista que sin duda ha pagado una fortuna por la exclusiva. Lo diré de una vez: la boda de Julio fue el xanadú de Charles Foster Kane… la felicidad del amor exhibida por alguien que tiene tanto dinero que ha llegado a creer que todo puede comprarse. Pobre.

  13. «…el terremoto en Japón y te callas». Cuando no conocía a Justo Serna se me llegó a pasar por la cabeza si este tipo de personajes que se pasan por el blog y jamás tienen la hombría de debatir nada eran algún allegado suyo muy cercano que actuaba al modo de voz de la conciencia del propio blogger.

    Deseché hace mucho esa hipótesis, y días como hoy me lo confirman. La propia conciencia no nos obliga a graznar lastimeramente ante la evidencia del horror, más bien nos obliga a lo contrario, es decir, al silencio, un silencio respetuoso ante la comitiva del horror que la prensa exhibe cumpliendo con su obligación. La galería de fotos de «El país» de estos días es, por cierto, de visionado imprescindible.

    Me viene una vez más aquello del silencio y lo inexpresable que no puedo evitar asociar con Wittgenstein y las páginas más fascinantes de el Tractatus. Hay sentimientos que creo que es mejor no expresar, el horror, de alguna manera, es inexpresable. El dolor, cuando se enseñorea de tal manera de la geografía humana, tan solo puede mostrarse a sí mismo, no conviene expresarlo.

    Podríamos gritar como plañideras, competir entre nosotros para ver quien entona el llanto más sonoro. Supongo que eso es lo que el gilipollas de turno nos reclama. Pero nada me parece de peor gusto que esos tipos que se ponen a gritar en medio del silencio dolorido de un funeral, o que hacen espectáculo de su horror y su indignación, como si el silencio de los demás les hiciera de alguna forma cómplices del agente devastador.

    Ojalá no se funda el núcleo de la central de Fukushima. No se me ocurre decir otra cosa.

  14. Sr. Montesinos, usted –como siempre– está finísimo en su análisis y en su sutil ironía, que envidio de principio a fin. Luego volveré y contestaré con pormenor pero ahora le adelanto ya que encontrar un ¡Hola! en la red es prácticamente imposible. Yo, al menos, lo he intentado en vano. No sé cómo lo hacen, pero los responsables de la publicación evitan milagrosamente la piratería. Desmiéntanme si me equivoco.

    Bueno, luego vuelvo. Ahora no puedo alargarme. Tengo otras ‘cosas que hacer en fin de semana’: algunas son una pesada carga.

  15. No, no le desmiento, yo también lo he intentado, inútilmente. Mi señor padre dijo tener archivado, no obstante, el número de aquel reportaje. Acaso pueda conseguírselo. (Ya ven, señores, Serna y servidor intercambiándonos Holas como mi compas de pupitre y yo hacíamos con «Jadeo» hace unas pocas décadas. Nos merecemos los trolls que tenemos)

  16. De Manuel Vicent leí Tranvía a la Malvarrosa. Que es ya una de las novelas con trasfondo en la ciudad, como Arroz y tartana de Blasco Ibáñez. Estoy escribiendo una que también discurre en la ciudad y en Londres.

  17. Sra. Zarzuela:

    Le agradezco (y el sr. Montesinos supongo que también)su oportunísimo enlace a las fotos de Julio Iglesias y Miranda, con portadas del ¡Hola! Pero lo que no encontramos en la Red es el ¡Hola!: no hay manera de hacerse con un número entero o con el reportaje reproducido o transcrito. O eso creo.

    Ah, el doctor Iglesias Puga. Qué recuerdos me trae su sola mención…

  18. Tres. Entre las lecturas del fin de semana, una de las más placenteras es la de los periódicos. Podemos imaginar la escena previsible, que no es exactamente la real: mañana de domingo, sol tibio de primavera anticipada, una cervecita, un aire de poniente enfría el ambiente. Sentados en una terraza, los lectores se disponen a leer la prensa. Los de casa nos repartimos El País y El Mundo. El Abc lo dejamos para otro día. ¿Y qué leemos?

    El fotograma de Ciudadano Kane me induce a hablar de los diarios. En esa imagen superior vemos en picado al magnate de la prensa, aquel que montó un imperio. O lo destruyó. Es él. Es Charles Foster Kane. Pero ese fotograma esta amputado. Echemos un vistazo al plano general. ¿Qué vemos?

    Elegantemente vestido, pisando fuerte, con las piernas abiertas y el mundo a sus pies, Kane nos mira desafiante. Su pose nos recuerda a la del Coloso de Rodas. Todo pasa por su entrepierna, todo está por los suelos: atadijos de papel, de diarios, preparados para ser distribuidos o las propias noticias de que sus periódicos informan. ¿Qué contienen? Como William Randolph Hearst —la persona en la que se inspiró Orson Welles–, Kane rehace lo real, lo agiganta o la achata a voluntad, según sus intereses.

    Durante el fin de semana, para olvidarme del ensayo académico que estoy escribiendo, leo la prensa y leo sobre la prensa: concretamente, a Joseph Pulitzer. No está de más volver sobre sus palabras.

    Ahora, la editorial Gallo Nero ha publicado el texto fundacional que dedicara a la Escuela de periodismo de la Universidad de Columbia (1904). Es un librito imprescindible: Sobre el periodismo.

    Las ideas de Pulitzer siguen siendo atendibles: la defensa de la ética profesional, de la deontología del periodista frente al puro comercialismo, de la honradez y de la moralidad civil frente al engaño. Todo eso forma aún parte de nuestro mundo.

    Pulitzer fue el principal oponente de William Randolph Hearst, y como él contribuyó a fundar y a desarrollar el periodismo amarillo. Al final de sus días y después de muerto se redimió, si podemos decirlo así. Sus reflexiones, recogidas en este volumen, y las donaciones económicas para la Escuela de Periodismo y para la dotación de su Premio son su legado.

    Lo mejor es la crítica que hace de la demagogia: en la política y en la prensa. El deterioro que ese fenómeno provoca en la moral colectiva es insondable, profundísimo, dice Pulitzer: una opinión pública jaleada por periodistas inescrupulosos y por políticos corruptos abre una brecha social y descompone. Pero hay más. Una prensa que refuerce el prejuicio y los estereotipos de la gente corriente no hará servicio alguno: agravará el estado de cosas. Por eso, dice Pulitzer, “a veces, uno de los deberes más importantes de la prensa es oponerse a la opinión pública”. Y añade citando literalmente a James Bryce:

    “Las democracias siempre tendrán demagogos preparados para alimentar su vanidad, agitar las pasiones y exagerar el sentir del momento. Lo que se necesita son hombres que naden contra la corriente, les hagan ver sus errores y se apresuren a crear argumentos que resulten aún más contundentes a causa de no ser bien recibidos”.

    Acabo de transcribir ese párrafo. Vuelvo a mi ensayo académico. Aún no he completado la lectura dominical de la prensa, y un sentimiento ambivalente y una emoción algo melancólica se han apoderado de mí.

    Cosas del fin de semana. Sin duda.

  19. Estoy con una nueva novelita que se situará en Valencia y Londres. Siguiendo la tradición de novelas con ambientación en la ciudad, como Tranvía a la Malvarrosa de Manuel Vicent y Arroz y tartana de Blasco Ibáñez.
    No hablamos casi de autores como Almudena Grandes, creo que recomendaría vivamente Corazón helado. De Espido Freire, Melocotones helados y Soria Moria (tiene ahora una última novela publicada).
    De Susana Fortes me gustó Esperando a Robert Capa.

    Lorenzo Silva es otro autor a destacar, por ejemplo escribió Carta blanca. Si queréis leer aunque sea un solo libro de Ray Loriga, recomendaría Trífero y de Luicía Etxebarría probablemente Un milagro en equilibrio.
    De Ana María Matute que no os pase desapercibido su Paraíso inhabitado.

  20. Sr. aleskander62, le agradezco estas recomendaciones. Alguna caerá, sin duda. Otra cosa es que uno pueda llegar a todo lo que se propone. Todo son apreturas.

  21. Leo el post a trozos y tengo la impresión de no haber captado algo, de que algo se me escapa, así que vuelvo al principio.

    Me doy cuenta que en este post “frívolo” se advierte de cosas que no lo son tanto:
    Por ejemplo, una cosa son las lecturas de entretenimiento, lecturas frívolas pero que nos distraen en algún momento (y esas no están sólo en el Hola o en Semana) y otra muy diferente formar a la opinión pública sólo con ellas. Nos advierte de la necesidad del rigor en cualquier documento escrito,de los riesgos de la sobre interpretación, de la irresponsabilidad de la prensa amarilla
    (aunque cabría preguntarse los motivos por los que la prensa amarilla y las revistas del corazón tienen tanto éxito) y sus efectos en la moral colectiva. Me vienen a la cabeza algún artículo que he leído recientemente o algún libro que se ha comentado en este blog acerca de los efectos del capitalismo sobre la educación, el carácter….

    En mi opinión, y creo que coincidirán conmigo, el problema no está tanto en lo que se lee como en tener conciencia de aquello que se lee, con qué finalidad y desde luego cuanto más amplias sean nuestras lecturas mucho mejor.

  22. Sugiere R. que nos preguntemos acerca de los motivos por los que la prensa amarilla y las revistas del corazón tienen tanto éxito. El Sr. Serna responde a esta cuestión en una de sus intervenciones, y creo que muy acertadamente: “las páginas del ¡Hola! me parecen una fuente de deseos y de repudios y es un espejo deformante de nosotros mismos.” Vuelven los espejos deformados…

    Ahora bien, se me ocurre que las revistas del corazón podrían convertirse en un valioso -y digo valioso por su gran accesibilidad- instrumento “revolucionario”. Por ejemplo, las primeras páginas del ¡Hola! (revista que, por cierto, compro de vez en cuando), muestran las lujosas mansiones en las que habitan personajes más o menos conocidos. En ellas observamos colecciones de coches de lujo, obras de arte por doquier, piscinas que se confunden con lagos, salones y estancias interminables, metros y metros cuadrados de jardín, sirvientes…
    ¿Qué mundo es el que nos muestran? ¿De dónde sale el dinero que les permite vivir de ese modo? ¿A costa de quién?

  23. Por supuesto, un caso como el del ¡Hola! no es lo que Joseph Pulitzer podía tener en la cabeza cuando deploraba el estado de la prensa hace un siglo. En realidad, lo que él quería era un diario bien dirigido (por una persona que fuera capaz de dimitir si se contravenían sus principios), bien escrito (con claridad expositiva y con información de primera mano) y seguidor de una moral cívica, colectiva. Él había contribuido al amarillismo y, ya digo, al final se redimió.

    ¿Es periodismo ¡Hola!…? ¿Lo es la denominada prensa rosa o del corazón? Contienen información y lo supeditan todo al comercialismo –que diría Pulitzer– pero son exhibición y chismorreo. ¿Es eso periodismo? En realidad es el flujo de información que podría circular en nuestro patio de vecindad.

    El ostentoso del décimosexto muestra las últimas adquisiciones o pertenencias que hay en su ático de lujo. ¿A quién? A los pobretones del sexto, a los envidiosos del segundo y a los observadores del primero. Yo me encuentro entre todos ellos, en medio de esas categorías sociológicas: soy un pobretón comparado con los ricachones; soy un envidioso del confort, no de la posesión; y soy un observador de la especie animal llamada celebrity…

    Y como todo ser humano me gusta cotillear, aunque sin pasarme. Por otra parte, ese mundo del ¡Hola! es satinado, con colores chillones, con lujos ostensibles, con individuos mundanos que siempre viajan a destinos lejanos, estratosféricos, para casarse por un rito extravagante o para descansar del estrés en un paraíso de arena fina, de palmeras y cocoteros.

    Mientras tanto, los de aquí abajo, los del mundo sublunar, seguimos con nuestra tareas.

  24. No me gustan estas Fallas desatadas y, lamentablemente, no creo que otro gobierno estuviera dispuesto a recuperar la esencia de esta antigua celebración: para eso hace falta tener mucha osadía.
    En general no me atraen las fiestas populares, pero no por la fiesta en sí sino por ese modo dionisíaco con que suelen celebrarse: “Los aceites asfixian o atufan, las explosiones asustan, la jarana ensordece. Para acabarlo de arreglar, bombas de gran estruendo explotan siempre a tu lado. Todo es un frente: con esa pestilencia que dejan los orines, las cervezas y los alcoholes mayores, y con esas brasas que aún humean. Con un poco de suerte no tropiezas entre botes y botellas astilladas”.

    Vuelve a dar en la diana, Sr. Serna. Aunque no dude que cualquier festero pondrá peros y matices a esta situación que tan acertadamente describe: hay que justificar todo aquello con lo que se disfruta.

  25. Impresionate, formato de tu blog! ¿Cuanto tiempo llevas bloggeando? haces que leer en tu blog sea divertido. El uso total de tu web es currado, al igual que el material contenido!
    Saludos

  26. No entiendo las preguntas. Soy un anciano prácticamente sordo.

    Las fechas están claras. Mi blog no es impresionate, pero agradezco el cumplido. Leer no divertido al menos en este sitio. Es edificante y trastorna. Yo no me curro mi web. En realidad hay un ghost writer (que es un ghost rider) que me sugiere contenidos. Lo hace cada fin de semana desde una casa rural. Se pone en contacto conmigo y yo largo. La verdad es que soy un viejo escasamente atento a las redes, ignorante de lo que es eso: bloggear. Gracias a mi «negro» mis tristes escritos se difunden. Yo digo cosas y él le da forma y formato. Luego, yo los repaso. Así es.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s