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Cero. ¿Podemos abandonar la política por un instante? ¿Podemos hablar o escribir sobre otras cosas? Estamos a punto de enloquecer, pues esto que pasa no nos da respiro. En cierto sentido he reingresado mentalmente en la vida normal, ocupándome y preocupándome de otras cosas. Hay que alejarse y conseguir la descompresión. Nada mejor que las emociones sabiamente administradas. Es curioso: lo que me ha permitido volver a lo real –aunque sea intermitentemente– ha sido la ficción televisiva. ¡La ficción! Siempre achacándole a la tele todos los males –la alienación, etcétera– y resulta que lo inventado nos devuelve a lo concreto.
Uno. Jueves 26 de mayo. Vemos un capítulo de Los Soprano. Nos administramos nuestra dieta televisiva gracias al DVD. Concretamente, lo que disfrutamos es la penúltima entrega de la tercera temporada, la que lleva por título Amour fou (2001). Sí, lo he confirmado: es la penúltima entrega.
Lo que se nos muestra es algo tan simple y a la vez tan complicado como la relación de Tony Soprano con una nueva amante, Gloria. Mejor dicho: en este capítulo, el mafioso de Nueva Jersey da carpetazo a los amoríos que había iniciado capítulos atrás. Un día se conocen en la consulta de la psiquiatra, la Dra. Melfi, a la que ambos acuden. A partir de ese encuentro empiezan una relación tórrida, según expresión tópica.
Una relación tórrida cuya banda sonora será una canción inolvidable de Van Morrison: Gloria (1964). Yo, sin embargo, prefiero la versión que hizo Patti Smith en Horses (1975). La descubrí en ese álbum cuando un servidor sólo tenía diesciséis añitos. Qué fotografía le hizo Robert Mapplethorpe. Cuánto tiempo ha pasado… Pero vuelvo, que me pierdo.
Gloria, la amante de Soprano, trabaja en un concesionario de Mercedes-Benz y por tanto trata con gente adinerada. Tony Soprano será uno de ellos: un nuevo cliente y finalmente su amante. Para Tony parece la mujer perfecta tras años de tedio conyugal con Carmela Soprano. Pero es también una dama posesiva, autodestructiva, devoradora, inteligente. La violencia de la ruptura es inmensa, tanta que el espectador tiene la impresión de que no están actuando. James Gandolfini interpreta a Tony Soprano, pero parece un ser real, incluso más real que otros tipos que vemos en los noticiarios televisivos.
Dos. Hablando de ficciones y de violencias, aún no he podido olvidar La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick. Viernes 27 de mayo de 2011, EP3 recuerda el film cuarenta años después. Para ello entrevista a Malcolm MacDowell, su protagonista: Alex. Pronto hablaré de ella. Y hablaré de Kubrick: mi tempranísima, mi constante fascinación. Será en un programa radiofónico… Siempre que veo sus viejas películas me emociono, aunque sean pomposas, hiperbólicas, incluso manieristas.
¿Pomposas, hiperbólicas, manieristas? En Kubrick hay siempre una voluntad de estilo, un trabajo completo, obsesivo, minucioso. La creación en él es justamente eso: una reelaboración absoluta de los materiales que componen el mundo, su mundo.
La sociedad futurista que aparece en La naranja mecánica debe mucho a la novela homónima (1962) de Anthony Burgges en la que se inspira. Pero la reinvención es completa: y sobre todo es artesanal y prodigiosa la combinación de imagenes y sonidos que desde entonces identificamos con la violencia.
La indumentaria de los jóvenes en dicho film es inspiradora y a la vez es condensación de las estéticas pop de los sesenta. Las décadas duran y a pesar de estrenarse en 1971 en
realidad estamos viendo una película pensada, producida en los sesenta. Todo en ella tiene la marca de esa época, pero al mismo tiempo la trasciende: no se explica sólo por su contexto.
Lo violento se presenta y se representa coreográficamente con dramatismo y con erotismo, como algo repulsivo y atractivo. ¿Y la curación de Alex, el joven feroz? Su conducta dañina y destructiva queda debilitada, sometida, prácticamente extirpada.
Los recursos más nobles de la humanidad, sus logros más eximios, pueden servir para amputar, para sajar, para esterilizar. El film trata del bien y del mal, de la capacidad humana para discriminar moralmente. Trata de la libertad, del libre arbitrio y de su pérdida. ¿Qué es la sociedad perfecta?
Asistimos al despliegue nihilisma de la violencia juvenil y asistimos a su represión absoluta, a su amputación tiránica: todo ello con una banda sonora que nos impresiona y nos sobreimpresiona por contraste, por contradicción. Después de La naranja mecánica ya nunca pudimos escuchar igual la Novena Sinfonía (1824), de Ludwig van Beethoven.
Pero después de ese film ya todos sabíamos qué era la violencia pandillera, las tribus urbanas y su identificación. Aquí, en España, sólo pudimos verla tras la muerte de Franco… Recuerdo unos delicuentes juveniles de principios de los setenta: vivían en la localidad en que yo residía por entonces. Eran muy temidos. Su estética estaba influida por David Bowie. ¿Lo sabían? Sí, claro que lo sabían: sus poses lo homenajeaban constantemente. Lo que ignoraban era que ese referente londinense tenía otra fuente de inspiración: el Alex de Stanley Kubrick. Yo tampoco lo sabía…



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