En blanco. Hay un sinfín de datos, de informaciones, de fotografías, de cavilaciones que no podrán mostrarse en la
Exposición Covers (1951-1964), dedicada a la difusión de la cultura de masas, al rock, a la rebeldía de los jóvenes.
Alejandro Lillo y yo tenemos un problema: nunca podremos reflejar todo lo que hemos leído y consultado; todo lo que Luis Puig, Norberto Piqueras, David P. Montesinos, Juan Calabuig, Francisco Fuster, Áurea Ortiz nos han proporcionado, dado, confesado o prestado. Entre otros…
O todo lo que hemos aprendido desde que empezamos a oír discos de música ligera. De eso hace ya varias décadas: en el caso de Alejandro Lillo, han pasado treinta y tantos años; en el mío, hace más de medio siglo.
Y tenemos otro problema: nunca podremos reflejar lo que se sale de campo o de marco. Nos quedamos en blanco… Fíjense: el disco más vendido de los años sesenta no tiene imagen ni título. Simplemente es The Beatles. Y es eso: literalmente blanco. Luego se ha llamado The White Album. Aparece en el mercado en noviembre de 1968. Se debe a Richard Hamilton.
Se calcula que se han vendido más de 19 millones de copias. ¿Qué hay detrás de esa carátula? Parece un sarcasmo: de este Long Play no podemos hablar pues se sale de fecha (1968) y además carece de fotografía o de color. El nombre del grupo es lo único visible: apenas visible. Y encima aparece levemente torcido.
De negro. Jueves 22 de marzo. Diez horas. Comienza la clase del Máster de Historia Cultural. Una sesión que en principio
es previsible: hoy dedicada a Historia y literatura, en particular a las novelas. ¿Pueden ser objeto de investigación? ¿Pueden ser fuente para el historiador? ¿Qué hacemos con la ficción? ¿Qué papel desempeña el narrador?
He acudido con mal cuerpo. Y con mal cuerpo he salido. Lo veía todo negro. He sufrido un derrumbe parcial. No ha sido mayúsculo, pero casi. Simplemente no podía continuar… Como si tuviera unas décimas. O como les pasa a los ciclistas que pierden las fuerzas cuando tienen que remontar una colina muchas veces transitada. Pues lo mismo.
¿Algo grave? Supongo que no. Nada que no pueda arreglarse con un complejo vitamínico o con descanso. ¿Astenia primaveral? Me he repuesto levemente y aquí me tienen: otra vez con el bla-bla-bla.
Antes de ponerme a escribir, para aliviar el fracaso, he empezado a leer la última novela de Enrique Vila-Matas: Aire de Dylan (2012). Prometedora: el protagonista se llama Vilnius, onomástica muy sonora a la que el autor se obliga… ¿Por qué digo todo esto? Tiene que ver también con la Exposición Covers. Con la música, con lo que diremos o no podremos decir.
El tal Vilnius, un publicista fracasado, tiene un aspecto que nos resulta familiar. Lleva frecuentemente gafas ahumadas. Como dice el narrador al principio: «no lo había visto jamás en persona, pero sabía que solía ir vestido de negro y que su notable cabellera y la nariz y hasta su estatura eran idénticas a las de Bob Dylan».
¿Es posible? «A veces la gente, por la calle, se reía al confundirlo con el cantante. Su aire a lo Dylan le había creado algunos problemas –sobre todo con su padre, que odiaba ese peinado y la búsqueda del parecido con el músico–, pero a Vilnius le gustaba presentar aquel aspecto, porque creía que le daba un toque de artista sin concesiones».
Artista sin concesiones…
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Francisco Camps. La entrevista
Hemeroteca:
Justo Serna, «Valium o Tripalium», El País, Comunidad Valenciana, 21 de marzo de 2012


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