Un ministro de Educación y Cultura admite que hay que españolizar a los niños catalanes. Forzar y forjar su identidad, amaestrarlos. Un maestro amaestra, efectivamente. A las fieras hay que someterlas a un patrón común. Es una idea interesante, la de José Ignacio Wert, cuyo apellido habría que españolizar…
Reconozco que dicho propósito, el de españolizar a los catalanes, es de difícil metabolismo. Aceptemos que las élites catalanas han ideado un mundo homogéneo, bien encajado, poco realista. Pero la del ministro y la de Convergència son cavilaciones grandes, ambiciosas, que debemos debatir. Si debe hacerse tal cosa –españolizar o catalanizar– es que hay una falta. Los infantes del Principado carecen de recursos y por eso hay que prestarles una ayuda, reforzar.
¿Eso significa que los niños sorianos, por ejemplo, están españolizados, suficientemente españolizados, medianamente españolizados? ¿Eso quiere decir que los jóvenes castellanos están sobrados de identidad? La cosa no acaba aquí. ¿Qué es ser español? Montar una jaca. ¿Qué es ser catalán? Bailar una sardana. ¿O es algo más complejo? ¿Admitir la unidad de la patria, compartir sentimientos, extender banderas en los estadios, corear himnos? Hacer la ola…
¿Acaso cantar un himno nos da fuerza? La Marcha Real carece de letra y para que sea soportable ha de escucharse con ritmo lentísimo: eso nos advertía Javier Marías en Salvajes y sentimentales. ¿Acaso cantar las glorias de Viriato? Pero Viriato era un pastor lusitano de aspecto fiero. ¿Acaso vivir la tinta roja como sangre, y la amarilla como oro? Mientras hay ciudadanos que pierden derechos y hay catalanes que no acceden a los servicios públicos, las élites españolas se recrean dándose bastonazos con el nacionalismo. No me jodan (con perdón).
Yo me tiro de los pelos, que me quedan pocos. Y Artur Mas, iron man, es el mejor aliado de una derecha sin complejos que se reviste con banderas. Así resolvemos los conflictos: con identidades opuestas y letanías de sacristía. Mañana es el día de la Hispanidad, antiguamente llamado Día de la Raza. Es un evento al que la Generalitat no envía representante. Yo tampoco estaré. La verdad, me dan ganas de irme a Gibraltar: ya no puedo caer más bajo.
Creo que deberíamos ser un poco más compasivos o comprensivos, no sé, con el ministro de Educuación. Lo que ocurrió ayer en el hemiciclo de las Cortes (que ya le gustaría a dicho ministro que se cerrase en un círculo exacto, para así encontrasrse más a sus anchas, creyéndose en un ruedo, a los que tanto aprecia, y poder salir a hombros de los suyos después de cada buena faena), admitámoslo, no fue más que un pequeño desliz lingüístico, un lapsus linguae del señor Wert (que como bien dice, don Justo, debería castellanizar su apellido germánico, que vendría a ser algo así como “olé”… perdón, “valor”). Lo que el ministro quiso decir es “españolear”, pero se le aflojó el frenillo y se deslizó por la pendiente, cabeza abajo.
Eso sí, señor ministro, eso sí: “españolear”, que, como bien sabemos todos, “es lo que hacen lo turistas cuando vienen por acá”. ¡Porlosclavosdecristo!
«¿Qué es ser español? Montar una jaca.»
Ole, ole y ole!!! :-))
Muy bueno, sí señor.
Vaya usted a saber porqué, cada vez que escucho -o leo- la palabra patria, se me vienen a la mente dos asociaciones: primero, aflicción; después, patriotería. Y ninguna de esas dos palabras me gusta.
¡Ah! Se me olvidaba: siempre, tras la asociación de ideas, me llega el estribillo. «Yo no quiero que me cubran con la bandera de Españaaaaaaaaa».
Lo de «españolear», querido señor Millón, tiene alguna otra acepción. Históricamente, llamaban así a la acción y efecto de ir por el mundo bailando sevillanas y cantando coplas, a lo que también se añade lo de Di Stefano (que, por cierto, no era español) ganando copas de Europa para el Madrid. Vamos, que se trataba de enviar por los siete mares a embajadores que convencieran con arte y grasia al mundo de que este país no era el páramo deprimente que era por obra y gracia del Caudillo y sus huestes, Dios los tenga a todos en su gloria. También podemos referirnos al término «españolada», con el que mis mayores definían la primera parte de la sesión cinematográfica de la tarde, donde antes de ponernos a Gregory Peck disparando o a Rita Hayworth moviendo la melenaza habían de tragarse un pestiño de fabricación patria y con bandoleros y gitanas danzarinas. Nodo más españolada, luego nos extrañamos de que varias generaciones crecieran obsesionados con Rita Hayworth.
La cosa tiene su aquél. Mientras escribo, hay un grupo de gitanos que acaban de llegar a la plaza donde vivo y hacen sonar a un volumen más propio de un grupo heavy «Paquito el chocolatero». Puestos a españolear, me parece más eficaz eso que lo que hace el ministro, el cual, exhibiendo la prudencia propia de un pirómano, se ha encargado de recordar a los nacionalistas catalanes que seguir siendo españoles supone que más allá de la península, por mucho seny que muestres, no te distinguen de alguna gente muy ultramontana y muy obtusa.
Claro que, puestos a hacer patria, la corriente secesionista que tantos bríos ha recuperado en las últimas fechas también merece mesa aparte. Me reí bien a gusto ayer cuando el director de un instituto del Principado justificaba su decisión de abrir el Centro en el día de la Hispanidad por la oposición de sus alumnos a celebrar como festivo un día en el que decían no tener nada que celebrar. (La cosa tiene gracia porque mis alumnos no le harían ascos a un día de fiesta así se celebrara el hundimiento del Titanic, pero los niños catalanes son, por lo visto, muy aplicados). Un crack el tío, qué gran instinto democrático, seguro que cuando sus alumnos deciden democráticamente no hacer caso de sus clases porque en ella sólo enseña gilipolleces reaccionarias el tipo se acomoda en un pupitre y deja que sean ellos quienes impartan la lección. Me cuesta entender esta hipocresía, diga usted que las leyes españolas son opresoras y que está por tanto dispuesto a desobedecerlas con todas las consecuencias. En cualquier caso, ello no les librará de alguna otra estupidez como la que pronunció algún otro habitante del Instituto en cuestión, que decía no querer celebrar «un genocidio ni siquiera aunque fuera en favor de Catalunya». Claro, la hispanidad es un genocidio, por eso no hay que celebrarla. A otro perro con ese hueso.
Miren, estoy harto. Todo este debate, que unos y otros se encargan arteramente de fomentar porque obtienen réditos, genera un efecto envenenado, que no es el de mantener y acrecentar la hostilidad entre la España carpetovetónica que gusta a la derecha hispánica y el nacionalismo más declaradamente secesionista. Esa hostilidad viene bien a ambas partes, a unos porque les beneficia electoralmente, pues captura los votos de quienes achacan a la izquierda indeterminación en el tema catalán, y a los otros porque confirma su tesis de que lo español no es otra cosa que pandereta, subdesarrollo y tricornios.
Y ¿saben porque debemos hartarnos todos de este asunto? Les doy un simple ejemplo, la red pública educativa. Quienes se pelean, es decir, el ministerio de Wert y el Departament d´Educació de Catalunya están haciendo una carrera por ver quién de los dos desmantela antes la escuela pública. No sé si en la Catalunya independent los niños dejarán de celebrar la hispanidad y en su defecto cantarán Els segadors, cosa que irritará poco al ministro Wert, quien para entonces ya estará retirado y gozando de una magnífica pensión por los servicios prestados a la Corona. Lo que sí sospecho es que será una Catalunya lliure tan insolidaria y tan sectaria como lo es actualmente bajo el yugo español.
Suscribo lo dicho por el Sr. Montesinos de pe a pa, de principio a fin, de la a la zeta. Qué envidia le tengo, David. Yo estoy mustio: una frase me cuesta horrores y un discurso de lógica tan aplastante me cuesta un mundo. Enhorabuena, sr. Montesinos.
Esas acepciones, querido Montesinos, no solo las conocemos, sino que las sufrimos lo españolitos de aquellos años. Recuerde, de todas formas, las acepciones de «ironía» y «comicidad». A ellas corresponden la razón de lo que escribí.
A ver si he entendido bien su tercer párrafo, señor Montesinos. En él expone unas declaraciones que han hecho el director de un Instituto catalán, que ha decidido no celebrar la festividad del 12 de octubre, y «otro habitante del Instituto en cuestión»:
1.- El primero dice que justifica el hecho de abrir el Centro «por la oposición de sus alumnos a celebrar como festivo un día en el que decían no tener nada que celebrar». Usted no cree que esta declaración sea sincera, la tida de «hipocresía» y aduce unas razones:
a) los alumnos de usted no se perderían ningún día festivo, sea cual fuese la razón, «así se celebrara el hundimiento del Titanic».
b) no se cree esa razón «democrática» que aduce el director del Instituto ya que, llevada a un extremo, por ejemplo, los alumnos deciden no hacer caso en una clase, no va el profesor a permitir que sean los alumnos quienes impartan la clase.
La solución a esta «hipocresía», para usted, señor Montesinos, radicaría en que el director susodicho dijese la verdad: «diga usted que las leyes españolas son opresoras y que está por tanto dispuesto a desobedecerlas con todas las consecuencias».
2.- La segunda declaración de un «habitante del Insitituto» dice no celebrar la festividad porque considera que es celebrar un genocidio, y «un genocidio [no lo celebraría] ni siquiera aunque fuera en favor de Catalunya». Usted, de nuevo, piensa que esta declaración tampoco es sincera: «A otro perro con ese hueso.»
No puedo estar más en desacuerdo con usted, señor Montesinos. En primer lugar, no me parece suficiente lo que usted expone para pensar que lo que dice el director sea falso o hipócrita. Para comenzar, deberíamos tener más información sobre ese Instituto y su director, y no me sirven suposiciones para llamar a nadie «hipócrita». Tampoco me sirve que ponga el ejemplo de sus alumnos, no creo que se pueda extrapolar o generalizar de esa manera.
Y la razón del genocidio para no celebrar la «Hispanidad» es absolutamente plausible desde un punto de vista moral y, mucha gente, no solo en Cataluña, piensa lo mismo que quien ha hecho esas declaraciones. ¿Por qué he de pensar que es hipócrita?
Gracias, señor Serna, yo no estoy mustio, estoy más bien algo rabioso.
Buenas noches, señor Millón, sabe del respeto que le tengo y le agradezco que se haya ocupado de mí y me acepte como interlocutor.Hace usted muy bien en llamarme la atención sobre el tono «trabucaire» no suficientemente justificado de algunos de los calificativos que empleo. Como le he dicho al señor Serna, estoy algo rabioso, pero eso no me da razón para realizar extrapolaciones poco documentadas ni soltar exabruptos como si esto fuera Intereconomía o algún medio por el estilo. Quiero no obstante puntualizar alguna de mis aseveraciones y tratar de llegar al fondo de la cuestión, que es lo que realmente pretendo, más allá de alguna de mis impertinencias.
Por supuesto, no pienso que se sea nacionalista o declare uno su incomodidad en la condición de ciudadano español desde la hipocresía. Me refiero al hecho concreto, que es el de que un director de Instituto pretexta la voluntad expresada por sus alumnos para abrir el Centro en un día oficialmente declarado como festivo. La responsabilidad de tomar esa decisión es suya y, en todo caso, del Consell Escolar. Si se hubiera expresado en esos términos sus razones me habrían parecido mejores o peores, pero se hubiera ganado mi respeto.
Las razones de sus alumnos y de otras personas que aparecieron en el telediario donde las escuché son las que ellos dieron, yo simplemente las parafraseo. ¿Eran sinceros? Quizá -y tomo en cuenta sus correcciones a mi apresuramiento- sí creían firmemente en lo que estaban diciendo. Me olvido pues de ellos para que no se me acuse de extrapolar.
En el nacionalismo catalán encuentro a menudo algunas actitudes que me parecen hipócritas o, para ser más exacto, inconsecuentes. Pienso por ejemplo en el asunto de la prohibición de las corridas de toros. El Parlament tiene todo el derecho en mi opinión a legislar al respecto. Lo que no entiendo es que las causas que llevan a prohibir las corridas -la crueldad con los animales, la humillación, la atrocidad de divertirse a costa de un espectáculo atroz- no valgan para festividades taurinas donde, aunque no se llegue a matar al animal, se practican la crueldad y la humillación. Decir que no se prohíbe el toro embolado porque son fiestas muy asentadas en la cultura catalana -argumento que me recuerda mucho al de los taurinos cuando defienden las corridas por su arraigo cultural- refrenda mi diagnóstico de inconsecuencia. Y ahí viene mi extrapolación: lo que molesta a muchos nacionalistas de la hispanidad no es lo que tiene de genocidio, es simplemente eso, que es hispanidad. Uno puede identificarse con lo que le plazca, y puede incluso cuestionar la aplicación de leyes que considera injustas, pero creer que hay una superioridad moral en el patriotismo catalán sobre el español me parece tan ingenuo como defender la inversa.
Y vuelvo al asunto de fondo. El tripartito primero y Convergència actualmente están llevando a cabo una política de jibarización de los servicios públicos que, en el caso de la escuela, responde a una estrategia terriblemente reaccionaria: privatizar el sistema educativo y ahondar en la brecha social, que es justamente lo que el estado social de derecho pretende paliar protegiendo los servicios públicos. Creo que es éste el debate que se nos intenta escamotear. Mientras tanto patriotas de uno y otro lado siguen atizándose, un espectáculo opíparo para los medios.
E inútil para todos nosotros.
Señor Montesinos, vaya por delante que también usted merece todos mis respetos y mi aprecio.
Coincido con usted en que hay una gran dosis de hipocresía en muchas decisiones políticas (como la que usted mismo aduce de la tauromaquia y las fiestas «dels bous al carrer») y en que muchos políticos buscan con el independentismo y los sentimientos identitarios un rédito electoral.
Soy de los que piensan que Mas ha desviado la atención mediática y ciudadana de los terribles recortes a los que ha sometido y somete las políticas sociales, educativas, asistenciales y que se abusa de la victimización para no asumir la gran responsabilidad que han tenido las distintas adminstraciones en el despilfarro, la mala gestión y la corrupción.
Pero hemos de ser cautos y distinguir, como quería Machado, las voces de los ecos. Y las voces que se oyeron el 11 de septiembre fueron claras y los resultados de la encuesta del Centre d´Estudis d´Opinió de la Generalitat, son muy elocuentes.
La rabia no puede llevarnos a confusión y a que extendamos lo que son comportamientos torticeros y actitudes execrables, a la mayoría.
Javier Pérez Royo pedía hace unos días, en un excelente artículo, «respeto decente al juicio de los ciudadanos de Cataluña». Creo que esa debería ser la premisa que guiase la controversia y el nuevo rumbo que , sin duda, ha tomado Cataluña.
Coincido con usted en todo, pero debo puntualizar porque no quiero que mi tono me haga reo de posiciones que no adopto. Mi rabia no se dirige hacia quienes se sienten sinceramente mal representados en la pertenencia al Estado y reclaman una vía institucional diferente. Tengo mis dudas respecto al carácter mayoritario que desde la Generalitat se atribuye a la intención separatista, seguramente porque también tengo dudas respecto a que dicha intención sea realmente sincera entre la oligarquía catalana -la política y la económica-, más que nada porque sospecho que en lo que piensa el señor Mas es en lo rentable que le puede resultar mantener una posición de amenaza continua de secesión sobre el gobierno central. Catalunya es una realidad compleja y el momento político y económico es delicado. En la manifestación de la diada se expresó un malestar que me parece simplista interpretar en el sentido unívoco en que lo hacen los nacionalistas locales: «Los catalanes no queremos seguir en el Estado», o en el de los nacionalistas españoles, quienes han optado por simplemente no entender nada de lo que está pasando. Yo ese malestar lo comparto, pero mi problema no es España ni la identidad local, mi problema, y creo que este sentimiento sí puedo generalizarlo, es que cada vez veo más marginación, mas brecha social, más parados sin cobertura, más colas en los hospitales, más violencia…
Me parece muy bien lo que dice Pérez Royo. Usted es un hombre extraordinariamente educado y mis formas le pueden hacer pensar en que no soy respetuoso. Lo soy con quien es sincero. Y el dinero no lo es. Permítame que le «cite» yo también, cierto chiste muy reciente de El Roto, al hilo del incendio montado con gran sentido de la prudencia y la oportunidad por el ministro Wert y al que se refiere hoy el post de nuestro blogger. http://elpais.com/elpais/2012/10/11/vinetas/1349965892_329683.html
Creo, señor Montesinos, que mantenemos dos puntos de vista distintos con respecto a la realidad del independentismo o a la intención y deseo de constituir un estado independiente por parte de los catalanes.
Para usted, creo entender, aunque dice que «Cataluña es una realidad muy compleja»:
1. El sentimiento independentista no es tan mayoritario como quiere hacer entender la Generalitat.
2. Duda de la sinceridad de querer un estado independiente, al menos por parte de la oligarquía económica y política.
3. No se puede hacer una lectura «unívoca» de actos como la diada, que usted tilda como «localista».
Pues bien, mi planteamiento es absolutamente divergente. Creo que el sentimiento independentista no solo es mayoritario, sino que ha sufrido en los últimos años un cambio sociológico. Este cambio radical fue expuesto magistralmente, como casi todo lo que expone, por José María Ridao:
«Y lo que antes podía parecer un movimiento reactivo o testimonial ahora se ha convertido en un movimiento transversal, interclasista e intergeneracional. Y ese es, precisamente, el principal antídoto contra cualquier atisbo de fractura social. Hoy el objetivo del Estado no es visto como un capricho de unas élites políticas autóctonas. Es algo ampliamente compartido, nada excluyente. Incorpora a aquellos que en Cataluña viven en una esfera social o mediática más impermeable a la tradición del catalanismo, con independencia de la lengua que hablen o de sus vínculos familiares o emocionales con España.
Este cambio en el paisaje lleva aparejado, además, un cambio en la psicología colectiva: del fatalismo subsiguiente a toda derrota del catalanismo, se ha pasado a una voluntad de desafío democrático. El paradigma del victimismo pujolista, la combinación de tensión identitaria y “pájaro en mano” se ha transmutado en una firmeza que ha dejado aturdidos a quienes estaban tan acostumbrados a descabalgar las intenciones catalanas con un arancel o con una enmienda. El cambio de chip es tal que difícilmente se aceptaría ahora un nuevo intento de salvar los muebles como el de Mas y Zapatero en pleno calvario estatutario. La sociedad catalana ha tomado la delantera y son Mas y los partidos los que hacen seguidismo, aunque amplifiquen sus consignas».
No recuerdo haber tildado de «localista» la celebración de la diada, lo que sí he dicho es que estamos ante una realidad compleja. Que se ha producido una mutación en la opinión pública catalana y que esto no es un invento de las élites, como exponen usted y Ridao, yo no lo discuto, no sé si lo he dado a entender, pero no es desde luego lo que pienso.
Creo que estamos menos en desacuerdo de lo que usted cree, señor Millón, y lo confirmo cuando leo a Ridao.
¿Ha asumido la sociedad catalana masivamente que el horizonte es la secesión? Bien, es posible, y ello tendrá las implicaciones que haya de tener, por inquietantes que sean (y a mí, qué quiere que le diga, la fractura del Estado me genera preocupación, no por «españolismo», o por deseo de imponer nada a nadie, sino porque no estoy seguro de a dónde nos va a llevar todo ello, acepte que presienta tempestades en todo este asunto). Lo que yo pongo en duda es lo que se está dando a entender en este momento tan caliente para la disputa sobre el modelo institucional: que el problema es el Estado, o mejor, que el problema es únicamente el Estado. En este momento hay un treinta por cien de pobres en el Principado, un paro galopante, una brecha social abierta y sangrante que tiende a agrandarse, unos volúmenes de paro insoportables -en especial para los jóvenes-, una demanda en curso de rescate al Estado. Me parece razonable que la sociedad catalana crea masivamente que su inserción en España frena su desarrollo económico. Pero cuando tal creencia lo domina todo, entonces olvidamos que los distintos gobiernos autonómicos, en los márgenes de maniobra de los que han dispuesto, han generado o dejado sin resolver gran parte de estos problemas.
Me gustaría regresar al tema educativo, y podríamos dirigirnos también al de la sanidad. Los conciertos educativos y el tratamiento que se le está dando a la escuela pública dan a pensar que se está produciendo desde hace aproximadamente una década un movimiento de privatización de la institución educativa que va camino de convertir la enseñanza en una reserva residual para marginados.
No soy nacionalista. Hablo a mi hija en la lengua vernácula y doy clase también en dicha lengua. Me gustaría que entraran más en todos estos debates la opción federalista, en cualquier caso -lean mis labios- Catalunya terminará autodeterminándose, sea para lograr un tipo de integración más satisfactoria en el Estado, sea para segregrarse definitivamente.
Pero mientras consentimos a los políticos que el soberanismo reclame todas las atenciones los problemas mas urgentes de la gente siguen cubiertos por un manto de silencio. Por cierto, en los años de gobierno de Artur Mas sólo una promesa electoral se ha cumplido: ha eliminado el impuesto de sucesiones. http://politica.elpais.com/politica/2012/09/25/actualidad/1348608254_807580.html
Qué placer, qué discusión y qué elegancia. Me permitirán que no añada nada, que no apostille. Simplemente les agradezco su generosidad.
Me uno a su admiración, señor Serna. Hechizadita me tienen ambos debatientes. Y con el «corazón partío». ¡Ay!
Gracias en lo que me toca, señores, yo lo dejo aquí, o mejor, lo pospongo para cuando el señor Millón o cualquier otro contertulio quiera continuar con el asunto. Creo que nos veremos el jueves.
Dice usted, señor Montesinos, que el grado de desacuerdo entre nosotros, en el tema que nos está ocupando, no es tan grande como yo pienso. Posiblemente. Lo que se pueda ir produciendo es un acuerdo mayor o un desacuerdo menor, como usted quiera, en la medida en que nuestras posturas, nuestras informaciones se vayan desplegando y las conocimientos o las certezas se vayan imponiendo a las suposiciones.
Voy viendo que lo que yo suponía como una actitud beligerante strico sensu (esa rabia, que al principìo expresó de forma categórica), es mucho más matizada y plural, conforme voy conociendo más sus opiniones. Me alegra que nos encontremos en este punto.
Tambien nos encontramos (y, por lo que a mí -y tengo la convicción de que también a usted- respecta, siempre nos encontaremos en este punto) en la misma consideración sobre la centralidad de la políticas sociales en el debate político, ciudadano. Ya le dije lo que consideraba de Mas, más arriba, pero no podría decir lo mismo de todos los demás independentistas o de políticos o fuerzas políticas que están interesadas en el tema nacional o en la creación de un Estado propio, pongo por caso Iniciativa per Catalunya, EU y otros.
Creo que hemos de reconocer que el denominado «hecho diferencial», que la catalanidad, que el deseo de crear un Estado propio, es algo crucial para los catalanes, que, en su escenario político tiene una centralidad inapelable. Si eso lo reconocemos y no lo consideramos como algo negativo o que lastra, sino, todo lo contrario, como un derecho inalienable e incluso como un elemento dinamizador, social y políticamente hablando, habremos dado un gran paso en el entendimiento, y, por lo tanto, un gran paso en la solución.
En estos mismos días estamos asistiendo a cómo, civilizadamente, no muy lejos de aquí, se está produciendo un movimiento que guarda ciertas similitudes con el que se produce entre España y Cataluña. Me refiero, cómo no, al caso del referéndum escocés sobre su independencia con respesto al Reino Unido.
Podríamos aducir diferencias y particularidades políticas, económicas, sociales o históricas, pero lo que está claro es que se trata, como en nuestro caso, de una redistribución del poder, como la que está exigiendo los partidos y el pueblo catalán. Sobre este aspecto, el de la redistribución del poder al que se está asistiendo en Europa, a varios niveles, es muy interesante el artículo de Lluís Bassets, «El espejo escocés», para entender el tema de Cataliña dentro de un contexto mayor.
Usted dice, señor Montesinos, que no es nacionalista. Pues en esto también convergemos. Mi postura política siempre ha sido federalista. Pero, lo que yo, hasta ahora he tratado es de entender a los nacionalistas, ver fuentes de legitimidad y convicción en el camino que han decidido emprender.
Veo, al publicar el comentario, su nota, señor Montesinos. Come volete. El jueves nos vemos. Un saludo.
Si no lo dice don Justo, lo diré yo: ¡Porlosclavosdecristo!, señores, que esto ya parece un duelo. ¿Necesitan madrina? Yo también iré el jueves, me ofrezco.
Pienso detenidamente en todo lo que argumenta y me alegra coincidir en la querencia federalista, señor Millón, es un placer debatir con usted.
Usted sería una madrina estupenda, doña Marisa, pero no es un duelo. El señor Millón parece adecuado para uno a florete o a pistola, yo por contra no paso del «abajo te espero», que dije por última vez hace ya unas cuantas décadas.
Aunque soy un fan de las escenas de duelos de espadachines o de duelos entre forajidos, uno no está ya para esos trotes, qué quier que le diga, doña Marisa. De todas formas agradezco su deferencia y le dejo una de las escenas cumbres de mis duelos preferidos: