Las leyes de la frontera, de Javier Cercas

Leo Las leyes de la frontera (2012), de Javier Cercas. Es un libro recién editado que he devorado con pasión y con unción. Dicho así suena muy religioso, sí.

Leo con recogimiento, algo trastornado. Me altera lo que me gusta y me conmueve aquello con lo que me interrogo. Y la última novela de Cercas, diestramente narrada, me hace preguntarme.

Tiene trescientas y pico páginas (aunque yo la he leído en el Kindle y eso no se nota), pero se me han hecho cortas. Convivo durante unos pocos días con gentes perfectamente verosímiles.

Un personaje de conducta equívoca (cuando no simplemente delictiva), un narrador pasivo, un informante algo tontorrón, una mujer perdida y a la vez atractiva, inteligente y vulgar. Un mito…

Los personajes se crecen conforme avanza el relato y las situaciones cobran una dimensión propiamente moral. Estamos juzgando a cada momento sin saber si acertamos o erramos. Eso es lo que hay. Héroes que son villanos, malvados que tienen su bondad, individuos que se ocultan y que finalmente se confiesan, damas que no son tales, caballeros que son ruines.

¿Continúo…?

Eso, ¿continúo…?, es lo que preguntábamos de niños cuando contábamos una película. Formábamos un corro y alguno de nosotros se ponía en medio de todos para ser escuchado. Si tenía habilidades, hacía ver la historia a quienes no aún habían contemplado el film. Se trataba de narrar con orden, de precisar la índole y el carácter de los personajes, de detallar los principales acontecimientos, de enumerar las consecuencias. Y había que hacerlo con énfasis, dando a cada gesto un efecto, cambiando las voces o los tonos, tarareando incluso la banda sonora.

Con Las leyes de la frontera le entran a uno ganas de repetir aquel teatro adolescente, de revelar los hechos, la acción y la moral de los personajes, las consecuencias. Pero en Javier Cercas eso sería un error. Primero porque un parafraseo de lo que el autor ha escrito abrevia y empeora lo que él desarrolla con mucha elocuencia. Segundo, y más importante, porque Las leyes de la frontera es una pesquisa. Un narrador, a quien nunca vamos a identificar, entrevista a los protagonistas de una historia remota, algo ocurrido en Gerona en el verano de 1978.

La novela que leemos son las versiones de algunos de esos personajes, lo que recuerdan treinta años después: la memoria embellece o empeora las cosas, agiganta o achata las gestas o las ruindades. Un adolescente charnego mira el mundo con vehemencia y con miedo, y con él una basca, una cuadrilla de muchachos que viven aventuras y desdichas. El protagonista principal de la obra no tiene vez ni versión y su cuento es contado por alguien que con él compartió experiencias y peligros y por alguien que asistió como testigo. Ahora ya son adultos y los detalles y relatos son consoladores o autopunitivos: o se salvan o se condenan, o se justifican o se lamentan, o se perdonan y se liberan. ¿Es así? ¿Ocurrieron las cosas así? 

Javier Cercas me regaló un ejemplar de su libro, gesto que yo le he agradecido mucho. La historia te atornilla: te ves envuelto en unas circunstancias y vidas remotas que no te conciernen y  efectivamente da otra vuelta de tuerca, un giro más, a la novela de la adolescencia, a la novela de formación. Aprendes o reaprendes lo que es el miedo adolescente, la inconsciencia o la temeridad del jovencito, el futuro de setenta años por vivir. Aprendes o reaprendes que el presente dura, que las apariencias sí engañan. Que la existencia no dura nada.

Menos mal que Cercas ha escrito una historia larga, matizada, con relatos contradictorios. Eso es lo bueno, muy bueno. Lo malo es que se lee en un santiamén.

3 comentarios

  1. Francamente, señor Justo, hace usted una pregunta extraña con ese «¿continúo?», pues si algo echaba en falta en este mundo «internáutico» cuajado de exabruptos, eran sus buenos razonamientos a partir de una lectura dada; y si se trata de Cercas, ya tarda en ofrecernos su opinión. Aguardo el momento oportuno para acercarme a una librería y comprar la novela en papel, que aún no he caído en la tentación del e-book y no me atrevo a decir que de este agua no beberé.
    Un cordial saludo.

  2. Eso, ¿continúo…?, es lo que preguntábamos de niños cuando contábamos una película. Formábamos un corro y alguno de nosotros se ponía en medio de todos para ser escuchado. Si tenía habilidades, hacía ver la historia a quienes no aún habían contemplado el film. Se trataba de narrar con orden, de precisar la índole y el carácter de los personajes, de detallar los principales acontecimientos, de enumerar las consecuencias. Y había que hacerlo con énfasis, dando a cada gesto un efecto, cambiando las voces o los tonos, tarareando incluso la banda sonora.

    Con Las leyes de la frontera le entran a uno ganas de repetir aquel teatro adolescente, de revelar los hechos, la acción y la moral de los personajes, las consecuencias. Pero en Javier Cercas eso sería un error. Primero porque un parafraseo de lo que el autor ha escrito abrevia y empeora lo que él desarrolla con mucha elocuencia. Segundo, y más importante, porque Las leyes de la frontera es una pesquisa. Un narrador, a quien nunca vamos a identificar, entrevista a los protagonistas de una historia remota, algo ocurrido en Gerona en el verano de 1978.

    La novela que leemos son las versiones de algunos de esos personajes, lo que recuerdan treinta años después: la memoria embellece o empeora las cosas, agiganta o achata las gestas o las ruindades. Un adolescente charnego mira el mundo con vehemencia y con miedo, y con él una basca, una cuadrilla de muchachos que viven aventuras y desdichas. El protagonista principal de la obra no tiene vez ni versión y su cuento es contado por alguien que con él compartió experiencias y peligros y por alguien que asistió como testigo. Ahora ya son adultos y los detalles y relatos son consoladores o autopunitivos: o se salvan o se condenan, o se justifican o se lamentan, o se perdonan y se liberan. ¿Es así? ¿Ocurrieron las cosas así?

    Javier Cercas me regaló un ejemplar de su libro, gesto que yo le he agradecido mucho. La historia te atornilla: te ves envuelto en unas circunstancias y vidas remotas que no te conciernen y efectivamente da otra vuelta de tuerca, un giro más, a la novela de la adolescencia, a la novela de formación. Aprendes o reaprendes lo que es el miedo adolescente, la inconsciencia o la temeridad del jovencito, el futuro de setenta años por vivir. Aprendes o reaprendes que el presente dura, que las apariencias sí engañan. Que la existencia no dura nada.

    Menos mal que Cercas ha escrito una historia larga, matizada, con relatos contradictorios. Eso es lo bueno, muy bueno. Lo malo es que se lee en un santiamén.

  3. Sr. González Lianes, dice usted: «Francamente, señor Justo, hace usted una pregunta extraña con ese “¿continúo?”, pues si algo echaba en falta en este mundo “internáutico” cuajado de exabruptos, eran sus buenos razonamientos a partir de una lectura dada; y si se trata de Cercas, ya tarda en ofrecernos su opinión».

    Le agradezco esa confianza o expectativa: mis «buenos razonamientos a partir de una lectura dada» no siempre se materializan en algo concreto. Puedo razonar –si puedo…– a partir de lo que me impresiona. Esa palabra, «¿Continuo?», la explico precisamente en la continuación de este post, en su segunda parte. Allí tampoco hallará mayores precisiones. Y, en fin, me pide mi opinión sobre Cercas. Es más me urge a expresarla («ya tarda»). Hablando de libros, yo procuro no emitir opiniones, sino juicios razonados. Sin prisas…

    Decía Ralph Waldo Emerson que no hay que leer libros recién publicados, que hay que esperar al menos un año. Si para entonces todavía se habla de dicho libro, entonces será bueno preguntarse si vale la pena leerlo. Yo incumplo totalmente el consejo de Emerson. Leo libros recién publicados y, al cabo de un año, no es raro que los relea.

    Saludos cordiales.

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