En junio de 2010, los responsables políticos de Canal Nou alardeaban de los derechos de transmisión de la prueba de Fórmula 1 en Valencia.
Todo era lujo y esplendor. Declaraban a la prensa sus logros con ufanía, con ese bienestar ostentoso de los ricos sobrevenidos. Cosa, por
parte, característica del fanfarrón valenciano.
Por entonces, las emisiones de moda en las televisiones españolas eran los programas dedicados al lujo. Eran espacios que marcaban tendencia, pero a la vez tenían su guasa. De ellos podías aprender qué era el lujo flotante, el mal gusto o lo kitsch.
Ya salió, puaj. ¿Qué es lo kitsch? El lector no está obligado a saber qué significa esa abstrusa palabra, ese terminacho, un préstamo que procedente del alemán ha llegado a todas las lenguas cultas.
En su idioma de origen, designa lo cursi, el mal gusto, y con esa acepción se ha extendido en su uso corriente. Fue Umberto Eco uno de los primeros que empleó académicamente esa expresión y lo hizo en los años sesenta, en uno de aquellos capítulos que componían su ‘Apocalípticos e integrados’.
Según precisara el semiótico italiano, lo kitsch no es exactamente el mal gusto o lo cursi o lo hortera o lo chabacano, como si éstos fueran vicios intrínsecos de una obra, de cualquier obra.
Lo kitsch es, por el contaro, un efecto, la afectación de buen gusto, la impostación exhibicionista de los propios recursos, puestos enfáticamente de relieve para así demostrar lo culto o sobrado que uno es. O lo ricacho que ha llegado a ser.
La Valencia de entonces, la de 2010, aún era la expresión máxima de lo kitsch, de la exhibición y del alarde. Por esas mismas fechas, ‘Notícies 9’, el telediario del Canal Nou, dedicaba minutos y minutos al automovilismo; nos informaba también del lujo flotante, de los restaurantes Vip; nos aseguraba del mucho movimiento que había en la ciudad.
Ahora sabemos que la rescisión del contrato de la Fórmula 1 en Valencia le cuesta a las arcas públicas un total de 13,5 millones de euros. Eso, aparte de las presuntas irregularidades de la operación. Ay, Dios, el Infierno será pronto una colonia valenciana, habrá que abrir una Casa Regional.
¿Y quién era el magnate de las carreras? Ecclestone, Bernnie. Es un ricacho ostentoso. ¿Acaso un rentista? Decía Bujarin que la acumulación capitalista llevaba aparejado el crecimiento de un sector social formado justamente por rentistas que se desentienden de la producción.
Serían los poseedores de valores con un interés fijo y aquellos otros que, habiendo atesorado una fortuna, la reinvierten en bienes raíces o en otras fuentes de lucro para obtener rentas seguras y duraderas.
El rentista por antonomasia hace ostentación del consumo y, sobre todo, se exhibe con el gasto suntuario.
Yo no creo que Ecclestone sea un rentista según el prototipo exacto descrito por Bujarin. Sus riquezas no se basan en bienes raíces con un interés fijo, pero no es menos cierto que cuando se ha desprendido de su patrimonio urbano o rústico obtiene unas ganancias escandalosamente altas.
Por otra parte, Ecclestone es uno de esos tipos de la prensa rosa que brilla en los templos del consumo. Eso sí, debe auparse.
Es el patrón del automovilismo, un capitalista, y es, por tanto, a quien las instituciones valencianas adeudan esos 13,5 millones de euros. Berni es un tipo feo, incluso feísimo.
Es bajo, insisto, al menos para las aspiraciones de que ha hecho gala durante toda su vida. Y su pelo lacio sería original si su cara anciana y amojamada no contrastara con el cabello del jovencito que peina.
Tiene una biografía la mar de aburrida: sus negocios tempranos con los motores, con las motos, con los coches, con las contratas, con donaciones a partidos, con chicas esculturales que compensan su anatomía lamentablemente liliputiense. Sus escándalos de corrupción…
Es un individuo que se hace odiar. Es raro firmar un contrato con alguien que tiene esa cara. Sólo con ver cómo sonríe, te preguntas por el sentido de la vida y por la naturaleza de sus intenciones.
Si además estrecha la mano y comparte risas con Francisco Camps o con Rita Barberá, entonces te pellizcas para ruborizarte: la náusea te ha quitado el color.
Con él, Valencia fue el colmo de lo kitsch. Nos creíamos ricos y famosos, ganadores de un certamen: con un lujo de libras, dólares y euros. Sobraba todo y de todo.
Luego nos enteramos de sus ideas políticas, al menos las que expresó en público. Por aquellas fechas o quizá un poco antes, Ecclestone hizo unas declaraciones a la prensa, en concreto a ‘The Times’ en las que hacía una defensa de Adolf Hitler: un hombre con mucha determinación, añadió.
A la vez aprovechó la ocasión que le brindaba el periódico para censurar los sistemas democráticos, regímenes menos eficientes que el ideado por el Führer. Además, las democracias son tan aburridas.
Por supuesto, esas palabras provocaron un escándalo y el Congreso porfía, Ecclestone no se dio por vencido, de ahí que responsabilizara de la crisis económica mundial a los judíos. ¿No les suena?
Cada vez que lo veo en televisión o en algún yate surcando las páginas de la prensa rosa, me digo que nos merecemos poco. Que no se puede negociar con alguien cuya oferta no vas a poder rechazar.
Lo aprendimos hace años, pero en la Valencia kitsch faltaba cultura: nuestros dirigentes aceptaron ofrendas que no podían rechazar. Ustedes ya me entienden.