Breves lecciones electorales, 3
La transición a la democracia en España es un proceso histórico que debemos examinar y que José Luis Ibáñez Salas sintetiza con maestría en su libro para Sílex.
Frente al revisionismo desnortado que hoy tanto abunda, fruto frecuente de la ignorancia o de la hostilidad, el historiador mira los devenires ya pasados.
Mira los hechos principales de los que queda vestigio, los protagonistas de la democracia española…, y algo aún más importante: pone el significado en el contexto en que las acciones humanas tienen lugar. No es ninguna broma. Es la tarea fundamental del historiador.
Evaluar, aprobar o condenar fuera de contexto nos deja efectivamente ignorantes de la complejidad de las decisiones y realizaciones. Pero también nos impide averiguar lo que los propios protagonistas desconocían. La transición democrática fue, por supuesto, una meta compartida desigualmente por numerosos agentes. Ahora bien, el resultado no es exactamente el previsto.
De ello se infiere que quienes están al borde del abismo, quienes creen saber qué ocurre, no siempre son conocedores de las consecuencias de sus acciones. En sociología a esto se le llama efectos de composición. Así los denominó Raymond Boudon en su libro ‘La lógica de lo social’. También se les ha denominado consecuencias inintencionales de la acción o efectos perversos. Karl Popper se extendió sobre ello.
¿Perversos? No hay juicio moral. Simplemente con estas designaciones se alude a los procesos históricos cuyos resultados se desconocen o al menos cuyos derroteros concretos se ignoran porque se improvisan en parte o porque las acciones conjuntas de los actores se refuerzan o se niegan mutuamente.
Con todas sus carencias, la transición democrática no se explica a partir de una teoría de conjura o conspiración de agentes sabedores, lo que no significa, por otra parte, que no hubiera conspiradores muy concienzudos o de pacotilla.
Hay más. Los sujetos históricos obran con escasos datos y se dicen o analizan las cosas conforme van sucediendo, conforme los hechos acontecen. Eso significa que, de entrada, nosotros en 2015 sabemos más que los protagonistas. Ellos disponían de planes y metas. Nosotros tenemos las consecuencias.
Pero tampoco nosotros estamos al final del proceso: no podemos auparnos para verlo todo con claridad. Échenle un vistazo a los hechos y admitan sin soberbia lo incierto de lo que vemos o creemos saber. Ése es el principio de todo historiador.