Arturo Pérez-Reverte. Cómo se escribe un best seller

La fórmula del best seller parece un enigma. Y sin duda algo de eso, de enigma, hay.

¿En qué se basa? ¿En la superficialidad o en los guiños que el autor hace a diferentes públicos para así permitir distintas lecturas?

¿En los lances vertiginosos que dejan sin aliento a los lectores? Éstos rápidamente saben qué es lo que pasa y a qué se parece lo que están viendo-leyendo, ¿no es cierto?

El best seller se basa en la facilidad para identificar sus claves y en lo explícito de sus interpelaciones (las del autor a través del narrador) y de sus interpretaciones.

¿Cuáles? Las de los destinatarios que identifican inmediatamente personajes y situaciones, sobre todo si el relato es una novela de época, de romanos o ambientada en los años treinta del siglo XX.

En este último caso, los protagonistas serán tipos duros, tocados con elegantes sombreros, fumadores empedernidos (¿por qué demonios los fumadores siempre son empedernidos?). 

El público de estas obras –las obras que se venden por cientos de miles o, incluso, por millones– no tiene por qué ser un gremio de expertos, tampoco una legión de experimentados lectores, ni siquiera un pelotón de tipos con gran cultura.

Basta con que sepan manejarse con las referencias de la narración, referencias que generalmente se las proporcionará el autor sirviéndose de índices, anexos o notas.

Son acotaciones que aclaran y completan lo que la invención y la ficción no dan.

Años atrás leí Cabo Trafalgar (2004). Si no estoy equivocado, dicha novela, de Arturo Pérez-Reverte, no fue su triunfo más rotundo, aunque ya me gustaría a mí haberlos vendido. Sí, admiradores de don Arturo, sigo verde de envidia… Escribo, por supuesto, desde el rencor.

Punto y aparte.

Cabo Trafalgar vendió muchísimos ejemplares, pero ni de lejos alcanzó las cotas de los éxitos sonados, indiscutibles, que antes había logrado. ¿Por qué razón?

Cabo Trafalgar es un ejercicio de estilo en donde el autor exhibe de una manera copiosa, abundante y pedante, sus conocimientos marineros, con un deleite en la descripción y en el lenguaje que es un gran alarde verbal, aunque finalmente tedioso: al menos para mí, a pesar de ser un lector acostumbrado a la literatura de navíos. 

Semanas antes (antes de caer y recaer en Cabo Trafalgar), había leído Mares tenebrosos, editado por José María Nebreda para Valdemar. Me sedujo hasta el extremo de sacarme, de sustraerme del orden cotidiano. Justamente lo que debe hacer una buena ficción.

En cambio, de la novela de Pérez-Reverte sólo pude admirar su docta exposición léxica y poco más. Sus personajes eran planos, meros figurantes de la gran historia o tramoya que en cubierta, en la cubierta del barco, se libra: sin misteriosas profundidades psíquicas ni oscuridades.

 ¡Y eso a pesar de que Pérez-Reverte había declarado que una de sus fuentes de inspiración era Joseph Conrad! En Conrad, los caracteres son redondos (en el sentido que le daba a esta expresión E. M. Forster), llenos de honduras irresueltas a las que jamás accederemos aunque las intuyamos. 

He de admitir que me reí con los anacronismos deliberados de Pérez-Reverte: como la mención de Rocío Jurado, “esa niña joven de Chipiona que empieza a cantar” al inicio del siglo XIX. ¡A comienzos del siglo XIX!, ya digo.

Pero estas bromas de autor al final no justifican una novela, como tampoco la pompa léxica. Por otra parte, el mensaje histórico que hay implícito, finalmente explícito, en el relato de Pérez-Reverte es, como siempre, el siguiente…

Una adulación del buen pueblo, del buen vasallo, muy poco sofisticada, muy poco explicativa, que sólo confirma estereotipos de la historia española:

–los políticos miserables que gobiernan una nación corajuda y engañada…, una nación de héroes.

Ése es el modo en que el relato popular compensa las injurias, los ultrajes de la existencia, el drama o, finalmente, la tragedia que es vivir, vivir bajo circunstancias espantosas.

Podremos morir, puede incluso que el héroe (individual o colectivo), el que no merecía esa suerte, esa mala suerte, fallezca o quede derrotado, pero su nombre se habrá restaurado y los lectores respirarán con alivio al advertir que la bondad de corazón, la buena cuna, las mejores cualidades siempre tienen su recompensa, que el misterio o el ultraje no dura eternamente. 

Hace tiempo que están inventados el modelo del folletín y la clave de su éxito, que con hábil mano Alatriste copia y reproduce.

Lo que no sabemos es por qué algunos volúmenes triunfan y otros, concebidos igual, con idénticos materiales, adobes y ardides, son olvidados por el gran público, guillotinados casi inmediatamente y, en fin, desplazados por los nuevos folletines que anuncia la siguiente temporada literaria. Ése sí que es un misterio sin resolver.

Ahora, de momento, don Arturo Pérez-Reverte vuelve con un serial, Falcó, algo (lo del serial) que ayuda mucho a mantener la atención y a multiplicar las ganancias (si la cosa funciona). Alegre o alatristemente…

Por otra parte, una breve y estrepitosa polémica entre el machote de Cartagena y el Profesor Rico (un distinguido docente y picajoso investigador experto en quijotes) ayudan a despertar a los dormidos.

Seguramente esa controversia no llegará al gran público, pero sí a los fieles o infieles voluntarios de don Arturo.

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