Memorias de un lector

Estas son las memorias de un lector, de un incansable lector. Los recuerdos ordenados y sazonados de un joven que se convirtió por fuerza o de grado en traductor y editor, en ojeador y mediador.

Fue periodista y novelista. Fue amigo de sus muchos amigos, entre ellos Javier Marías. Fue orgulloso letraherido y un entusiasta con manías, pero con seso. Fue, además, empeñoso y culto individuo. Fue cosmopolita y pionero.

Trató y sobrellevó a empresarios del libro, como Jorge Herralde y un enigmático Ojos Verdes. Trató y apadrinó a jóvenes escritores, a quienes alentó.

Se las vio con miembros de la Corona, concretamente con don Juan Carlos y el grande José Luis de Vilallonga. Y luego con doña Sofía, para lo cual debió trabajar con Pilar Urbano, una escribana de egregia confección.

Y sobrevivió.

Supo navegar en las aguas heladas del cálculo egoísta, con tiburones de la edición. Pero supo conservar la inocencia y, al tiempo, aguzar los sentidos y la intuición.

Por descontado, el memorialista ajusta ciertas cuentas, sí, pero con humor. No hay rencores absolutos ni obsceno dolor.

No tenemos por qué compartir todos sus juicios, expeditivos o compasivos, pero en sus páginas, que son quinientas y pico, sus lectores agradecemos el desprendimiento: que reparta su saber a manos llenas, que lo haga con goce y flemático discernimiento.

Buena parte de este texto lo he escrito con cacofonías voluntarias y rimas ripiosas. El editor memorialista no me las habría consentido: dañan el oído.

No pocas de estas líneas tienen su tiempo verbal en pretérito perfecto simple. Las he escrito así para dar cuenta de ese pasado que ya empieza a ser remoto y consumado.

Felizmente, el autor, Enrique Murillo, está vivito y coleando. No quedó atrapado en aquel pretérito indefinido. Vive enérgicamente en este presente continuo para solaz y disfrute de quienes lo leímos.

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