Ahora que el curso académico ha acabado y los muchachos se abandonan al dolce far niente, los padres solemos lamentarnos (o eso me decía recientemente en un artículo en Levante).
Qué hacer con los críos, incluso con esos jóvenes iracundos que cursan la ESO y que están a punto de ingresar en el Bachiller: cómo alentar en ellos la lectura.
Es incuestionable que el anhelo industrioso es una faena pausada, lenta, diferida, algo que se asimila tras un propósito cotidiano que no puede alimentarse de la noche a la mañana.
Cuando descubrimos que es así, cuando lo constatamos, los padres solemos inculpar a los maestros o a los profesores o a la televisión o al estado general de dejadez en que ahora estaría la educación.
Más aún, algunos contribuyentes se atreven a incriminar a los pedagogos como los verdaderos responsables de casi todo lo malo que les pasa a nuestros adolescentes. Lo acabo de leer en el Panfleto antipedagógico, de Ricardo Moreno Castillo.
Lamento discrepar de dos de mis autores preferidos, Fernando Savater y Antonio Muñoz Molina, que han celebrado el libro, su audacia irreverente y su coraje.
Supongo que dos escritores que quieren marchar contra la corriente, sin dejarse llevar por el arrastre de lo políticamente correcto, han apreciado en sus páginas una osadía a ensalzar.
Quiero creer que accedieron la primera versión, la que circuló en la Red, no a este volumen que ahora publica El Lector Universal, en Barcelona.
En efecto, eso explicaría que Savater admitiera escribir un prólogo para la edición en papel, prólogo en el que indica que “Ricardo Moreno Castillo ha escrito un panfleto: es decir, no un tratado que resuelve todos los problemas, sino un grito de alerta polémico que nos zarandea para que advirtamos que existen”.
Por eso, añade Savater, “todos sus planteamientos pueden ser discutidos, pero ninguno puede ser pasado por alto”.
O eso –la lectura de este Panfleto en su primera versión electrónica— es lo que justificaría que Antonio Muñoz Molina remitiera al autor un e-mail elogioso en el que reconociendo estar “al tanto del desastre en el que vive la enseñanza”, decía compartir “punto por punto todo lo que usted dice”.
He leído ese Panfleto antipedagógico de Ricardo Moreno Castillo, la edición en papel, y no sé si estoy escandalizado o sorprendido.
No sé si es posible escribir con un estilo tan avinagrado, tan enojado; o no sé si se puede garabatear alguna idea con tanta cólera.
Admito mi simpatía por la defensa del laicismo que hace el autor. O, como dice Savater, “resulta inmundo, por supuesto, que a estas alturas se siga haciendo depender la formación moral y hasta cívica de los ciudadanos del mantenimiento obligado de una asignatura de religión confesional”.
Pero, insisto, hasta la defensa de esta idea cobra unos tintes sombríos en la prosa huraña e indignada de Moreno Castillo.
¿Hay razones para esa exasperación? El Panfleto trata de objetivar lo que en principio es una desazón personal: el mal, el pésimo estado de la educación que Moreno Castillo habría detectado. ¿Está justificado ese dictamen?
El autor es catedrático de Enseñanzas Medias y, a la vez, profesor asociado de Universidad. Con mucha carga docente, presumo: con muchas horas semanales de clases no muy bien pagadas. Estudió matemáticas y filosofía y, según indica la solapa, ejerce desde 1975.
Son más de treinta años y, supongo, la crisis personal que aqueja a tantos enseñantes también a él le ha llegado, sobre todo cuando evalúa el estado de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) y cuando arremete contra los efectos de la LOGSE y de la nueva LOE.
Él mismo reconoce su malestar, esa pesadumbre inespecífica para la que busca responsables: en primer lugar, los pedagogos, tan dados a experimentar con la educación valiéndose de un argot entre vacuo e incomprensible; en segundo lugar, los estudiantes, gente tan frecuentemente malcriada, añade; en tercer lugar, los padres, habituales malcriadores, salvo excepciones, temerosos de sus vástagos; y en cuarto lugar, sus propios colegas, muchos de los cuales se habrían dejado llevar por la jerga pedagógica o, en otros casos, por la indiferencia.
Me parece que el libro peca de lo que un mal análisis suele pecar: de generalizaciones abusivas, de increpaciones totales, de irritaciones personales, de vocerío. La misma adopción del género, el del panfleto, le lleva a ello.
Un panfleto es siempre una declaración de intenciones, un diagnóstico generalmente apocalíptico y ocasional escrito con retórica fogosa, un texto de circunstancias que, por su misma concisión, ha de simplificar la realidad describiéndola en tonos hiperbólicos.
Vale decir, frente al análisis mesurado, documentado, erudito, el panfleto facilita el bullicio verbal: pronunciarse sin impedimento y con temeridad, con desmesuras.
El panfleto es una escritura propia de agitador: con ella, el autor hace declaración de intenciones y a la vez emprende la demolición de las ideas recibidas.
Cree así desvelar lo que estaba oculto por excesiva prudencia o corrección; cree así extirpar males, erradicar el desvarío que otros no se atreverían a denunciar.
Que se grite alto, que se muestre irritación por el curso de la realidad, que se manifieste desaliento…, son circunstancias que no dan la razón necesariamente.
El principal problema del volumen, que tanto éxito ha tenido desde fuera bendecido por Fernando Savater, es que generaliza ignorando deliberadamente lo que pasa con tantos y tantos muchachos de los centros públicos.
Conozco numerosos adolescentes que están cursando la ESO o el Bachiller en los que no veo los rasgos que justificarían los denuestos de Moreno Castillo.
Los veo bien preparados, con mayor número de conocimientos, con mayor caudal de contenidos que los que yo nunca pude llegar a tener a su edad.
Por tanto, me parece que es una descripción vejatoria decir, por ejemplo, “que muy pocos de los alumnos que acaban hoy la enseñanza obligatoria a los dieciséis años aprobarían el examen de ingreso que pasamos a los diez las personas de mi generación, y ninguno el de la reválida de los catorce años”.
Con diagnósticos tajantes e impresionistas a la vez, basados supuestamente en su experiencia docente, el autor generaliza y, por tanto, se equivoca.
Como se equivoca cuando habla de la mala educación actual, cuando habla de los malos modales que aquejan a todos los adolescentes que cursan la ESO. “Los modales se imponen”, dice Moreno Castillo.
Desde luego que sí: no son fruto de una negociación democrática a partir de las mayorías. Los modales son esas normas que rigen nuestro cara a cara, los principios que hemos de respetar para hacernos mutuamente accesibles.
Y esas normas no son fruto de una generación: son un legado, una tradición, que llega hasta nosotros y que hemos de aprender. Esto no lo dice así Moreno Castillo, pero lo parafraseo yo mismo con el fin de abreviar.
Ahora bien, esos modales recibidos no son necesariamente algo incuestionable: hay normas obsoletas, concebidas para otros tiempos más viriles o patriarcales por ejemplo, que ahora ya no se sostienen.
Una parte de la rebeldía juvenil que empieza en los años cincuenta tiene por propósito acabar con esas restricciones que se ven absurdas. Pero hay otra parte de las normas que siguen vigentes, felizmente vigentes, por supuesto, y que hay que conservar.
Por eso, añade Moreno Castillo, los profesores (como también los padres) han de ser conservadores, una idea que toma en préstamo de Fernando Savater.
Por eso, en fin, si para imponer los modales “se hace necesaria una bofetada, pues adelante. Una bofetada dada a tiempo no traumatiza a nadie y puede salvar una vida”. Me froto los ojos, vuelvo a leer. No es una afirmación aislada.
Reincide en ella y de manera más contundente: “páginas atrás he defendido lo sano de una bofetada en el momento oportuno, pero si se ha dejado pasar la ocasión, la bofetada que no recibió antes de los siete años ya no tiene sentido a los quince”.
El autor confunde culpablemente la contención, la represión, la firmeza de los padres con el reparto de los guantazos…, en el momento oportuno. Habrá que averiguar cuál es el momento oportuno y hasta dónde hay que golpear, con qué furia, con qué fines, con qué empeño, con qué fuerza.
Y, sobre todo, hay que repartir sopapos antes de los siete años y no a los quince: tal vez porque cuando ya son adolescentes talluditos están encallecidos y no son reeducables, pero quizá también porque a los quince con su musculatura nos rebasan.
Me parecería simplemente risible la propuesta –dar guantazos a los un niños antes de los siete años, pero sólo en el momento oportuno–, si no fuera porque es de una gravedad colosal.
Seguiría, pero no quiero desmenuzar su letra pequeña para no aburrir, unos capítulos que vienen precedidos de citas de autoridad como detente bala, como parapetos tras los que proteger sus ideas frecuentemente banales, generales.
Ni todos los pedagogos provocan cataclismos como los que el autor detecta, ni todos los padres son unos blandos, ni todos los muchachos son esa carretada de energúmenos que no quieren aprender, ni todos los medios audiovisuales son necesariamente un freno a la lectura.
Moreno Castillo siempre cree hallar excepciones, jóvenes, por ejemplo, que no pueden aprender porque el ambiente creado por la LOGSE lo impediría, unos pocos muchachos que aún leen a pesar de los pedagogos, de los padres y de los profesores. Me he puesto a buscar y he encontrado algunos, sí.
Yo creo ser un lector consumado de libros-basura o de obras perecederas. Es un vicio que me consiento. ¿Un nuevo libro de Alfredo Urdaci?
Inmediatamente lo compro y lo leo. Después de este acto pecador, ¿qué podría reprocharles a mis hijos? El libro que semanas atrás estaba leyendo mi hija, era Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis.
Si no me equivoco es un volumen de un confesionalismo bastante fastidioso. Ella vio la película y eso le despertó el interés por leer dicho volumen.
Razonablemente, cuando llevaba más de cien páginas me reveló que era soporífero y que deseaba abandonarlo.
Por supuesto, le dije. La lectura no puede ser un tormento que se realice sin placer. ¿Creen que podría reprocharle algo a mi hija?
Uno de los últimos libros que he leído y con los que más me he reído es He dicho, de Andreu Buenafuente (obra de la que, por cierto, he escrito una reseña periodística).
No es cultura basura: es un volumen generado por la cultura de masas que estimula la agudeza, el ingenio. Precisamente por eso se lo recomendé a mi hijo.
Tiene dieciséis años y Buenafuente es un referente para él. Pero, a la vez, motivado por la profesora de Cultura Clásica mi hijo leyó El libro de las maravillas, de Nathaniel Hawthorne, sin que yo se lo recomendara. Por cierto, es ésta una materia (Cultura Clásica) de la que Moreno Castillo hace chanza frente a la solidez de los latines.
Como se sabe, la obra de Hawthorne es un clásico con el que acceder a la cultura grecolatina. Al menos lo era entre los muchachos norteamericanos de otro tiempo.
La idea del mito que H. P. Lovecraft se hiciera cuando era joven procedía de este libro. Ya ven: los medios audiovisuales no son necesariamente un antídoto contra el vicio de leer o contra el deseo de aprender.
Ya ven: ni mi hijo ni mi hija, que estudian en un colegio público y en un instituto, han caído víctimas de la LOGSE o de la LOE. No creo que sean ejemplos de mala educación.
¿Gracias a que su padre les propinó
guantazos antes de los siete años? ¡Por favor…!
No suelo contestar a los blogs, mas cuando el tema que se plantea no puede resolverse en los dos minutos que se le puede dedicar a la contestación. Perdonad la excepción
He leido el libro a instancias de mi mujer que es maestra.
Creo que es una de las piezas mas importantes que se han escrito en estos últimos meses. No se lo que ocurre con la actual generación, pero algo ocurre y debemos enfrentarlo como una urgencia importante.
Desde que saque la catedra decidi seguir dando la misma asignatura de Primero y solo quiero sumarme (tambien soy matemático de origen) a la perplejidad que el Panfleto demuestra.
Creo que en él se manifiesta un problema muy importante (al menos desde la optica de alguine de «ciencias»). No es el momento de hacer «critica literaria» sino mas bien de reflexionar sobre lo que esta pasando y en mi modesta opinión el libro no es un mal punto de partida.
En el año 50 presenciamos toda la clase, una «paliza», -con caída al suelo y pisotones-, dada por un seglar que hacía de profesor en los salesianos, a un chico muy rebelde, -pero noble-. Teníamos 8-10 años.
Siempre lo he considerado un acto humillante, bochornoso, cruel e inhumano.
Personalmente solo sufrí un tirón de orejas, por un comentario hecho a los amiguitos, diciéndoles que los protestantes también iban al cielo.
Un tirón de orejas pudo ser el comienzo de mi heterodoxia permanente, y en lo religioso una ambivalencia hacia la Iglesia Católica, de admiración y rechazo.
52 años después confieso que aquello fué un acontecimiento maravilloso.
Reconozco, don Justo, que toda generalización es mala y sesgada por naturaleza, pero también su punto de vista es «impresionista», si se refiere a su experiencia con sus hijos o a algunos otros chicos (10, 12, 15, de entre los millones que hay en nuestro país). Por supuesto que existen chavales que a los 12 o 14 años tienen una correcta educación y una afición a la lectura. Aprovecho para felicitarle, ya que es el caso de sus retoños, y no me cabe la menor duda de que su labor como padre habrá sido acertada.
Sin embargo, pienso que en muchos casos la educación que recibe la infancia en la actualidad es deficiente. Discrepo, eso sí, con quien descargue la culpa de ello en los profesores: son los padres quienes más responsabilidad tienen en este fenómeno. No creo que los profesores de hoy sean peores que hace 20 o 25 años, pero sí me parece bastante peor la educación «casera» que los padres dan consciente o inconscientemente a sus vástagos. Ante todo, tener un hijo significa una responsabilidad para los padres, y la sensación que tengo es que existe una tendencia a minimizar esa responsabilidad, descargándola en quien no la tiene: profesores, amigos, el gobierno, la televisión… Hace poco conocí el caso de una madre que llamó al instituto donde estudiaba su hija para amonestar a uno de sus profesores por haberle ordenado apagar el móvil en clase. ¿Qué les parece? Por lo visto, el teléfono se ha convertido en algo más importante que las propias explicaciones del profesor.
Por último, quisiera aludir al tema de la violencia menor (las bofetadas y demás) ejercida por los padres. Evidentemente, ésta no es deseable, pero me parece bastante peor el otro extremo: la permisividad total hacia los hijos, que está bastante extendida hoy en día. Repito: los padres deben educar por encima de todo. No deben atender a los «derechos» de los niños (también he leído en alguna parte que una bofetada o una prohibición viola los derechos de los niños), sino a que en el futuro esos niños, ya adultos, tengan capacidad intelectual y moral para ejercer esos derechos.
Curtido en los Agustinos del Escorial y en el correcional de Campillo en Málaga, puedo asegurar que algunos nacen con la madera torcida e inderezable. Sin embargo algunos sí nos hemos beneficiado por una educación cuartelera que ha podido pulir alguna faceta de nuestro kiliedro vital. También habrá (no les he conocido) aquellos que las correctivas con castigo corporal les hayan producido traumas irreversibles. Pero lo que es evidente es la desigualdad entre los humanos, negación empírica del mito roussoniano.
He estado de profesor en Medicina en la Autónoma de Madrid durante 10 años. Esta facultad que hace feroz selección del alumnado, consigue asombrosos resultados. Como profesor encontré los mejores alumnos que mucho me enseñaron. Nueva confirmación empírica de la desigualdad, ésa ladrona que los políticos y algunos izquierdistas ocultan bajo la cama.
Como dices Justo, son muchos los valientes que se han lanzado al ruedo de presentar el estado actual de la enseñanza como apocalíptico, de un lado se culpa a profesores no vocacionales, de otro a padres y a alumnos indolentes. En el fondo hay una demanda autoritaria por parte de quienes escriben esos tratados, añoran los tiempos en que los alumnos se levantaban cuando entraba el profesor, cuando no se oía una mosca, cuando no se explicaba nada y se ordenaba memorizar -perdonen la expresión- por cojones o a fuerza de palmeta. No hay propuestas nuevas, no hay ilusión en sus libros, solo demandas viejas, vuelta al pasado.
No me extraña lo de Savater y Molina, dos de mis autores preferidos también, pues en los últimos tiempos ocurren cosas tan increíbles como que S. G. Payne sea el prologuista oficial de Pío Moa o César Vidal.
Yo fui alumno del franquismo, dudo mucho que algunos profesores de los que hablan de lo malos y mal preparados que están los jóvenes de hoy hubiesen aguantado conmigo y con mis compañeros, en clases de cincuenta personas, mezclados repetidores polvorosos con alumnos aplicados: Llegamos a meter una serpiente de dos metros en el cajón de las tizas de la mesa de un profesor, a amenazarle en lo más íntimo. No, no creo que lo resistieran. El nivel medio nuestra formación era penoso, creo que era algo parecido al conjunto vacío. Hoy existen gamberros y críos estudiosos, profesores con dotes pedagógicas y conocimientos y otros que no tienen ninguna de las dos cosas, igual que padres que educan y padres que pasan, pero estos panfletarios rezuman rabia y sus propuestas irascibles provocan cierto rechazo.
Nosotros tenemos en nuestra historia un modelo pedagógico ejemplar: La Institución Libre de Enseñanza, vayamos a sus raíces, busquemos lo mejor de cada alumno, no tiremos la toalla en ningún caso, pues cada vez que la tiramos contribuimos directamente a arrojar chavales al barro. Eso vale para profesores y para padres, indistintamente. Nuestros hijos no son peores que nosotros cuando éramos hijos, sólo hay que mirarse en el espejo de la memoria. Tal vez la imagen que nos devuelva no nos guste, no queramos reconocerla.
No he leído el libro de Moreno Castilla, pero por supuesto, creo que la letra no entra con sangre, y que los modales no se imponen, se aprenden. Y se aprenden «en casa» junto con la cultura familiar. Estoy totalmente de acuerdo con lo dicho por Ventura. Muchos padres «crían» a sus hijos como si fueran mascotas, en lugar de educarlos, confiando en que eso lo haga la «escuela», y la escuela no está para tal tarea sino para transmitir conocimientos claros y precisos y enseñar a pensar acerca de ellos: El hecho de aprenderlos, de disfrutarlos, de asimilarlos y pensar acerca del mundo, no es sino una consecuencia de la educación «modal» que han aprendido los hijos de los padres. Otra cosa es el concepto de «formación» rígida que mantienen las diferentes iglesias pretendiendo ahormar a los niños, barro fácil de moldear, en sus creencias propias e institucionales. Por eso creo en lo imprescindible de la educación laica, no fundamentalista. La instrucción religiosa, por supuesto, depende también de los padres (con todos los curas de los que quieran dotarse en su auxilio) y no de la escuela pública.
Si los hijos de Justo Serna, como los míos, como los de cientos de miles de ciudadanos, han parendido a «leer» y leen, han aprendido a utilizar corectamente los medios electrónicos de todo tipo, es porque lo han visto hacer a sus padres. Igualmente que han podido aprender la violencia, en su caso.
No había leído la aportación de Pedro L. Angosto cuando escribí mi texto. Si no, quizás me lo hubiese ahorrado. Tiene razón, a mi juicio, en todo lo que dice y en el modelo que cita, la Institución Libre de Enseñanza. Yo también, nacido en i938, viví en plenitud la «educación» nacional-católica, para más Inri en un internado de curas. También suscribo cuanto dice sobre el tema.
El libro contiene pasajes graves, muy graves, altisonantes, con desprecios a los pedagogos, con imprecaciones, con abusos verbales y, lo peor, con un diagnóstico desacertado. Los niños no son destruidos por la LOGSE ni por la LOE. Si así ocurriera, el estado general de nuestros muchachos estaría por los suelos: y no es así. Nunca ha habido una generación tan preparada como la actual…, ¿o es que hemos olvidado la pobreza de contenidos y las capacidades tan rudimentarias que nos enseñaron bajo el franquismo? Si alguyien cree haber hallado una causa general y ésta produce un estado general, entonces hemos de convenir en lo acertado del diagnóstico. Pero si esa causa presuntamente general se desmiente con tantas excepciones, entonces es que el dictamen no explica cientos, qué digo cientos: cientos de miles de casos que habiendo recibido la misma educación han logrado un resultado óptimo. En cuanto las exageraciones verbales del Panfleto, más adelante les iré poniendo perlas.
Por muchos, importantes e imprescindibles que sean los conocimientos y preparación que posean los padres o las instituciones, su actuación puede ser poco eficaz si, a la vez, no son acompañados estos saberes por unas actitudes personales que favorezcan su importante quehacer. Los conocimientos son necesarios, pero no son suficientes. Las actitudes personales pueden ser el medio más recomendable para conseguir una tarea eficaz. Actitud positiva ante la vida, talante participativo y dialogante; actitudes de apertura, comprensión y escucha. No creo que la furia de un guantazo solucione los problemas y mucho menos creo que mis hijos, educados en la enseñanza pública, sean resultado de una mala educación conflictiva y contradictoria; por el contrario, mi hija de 11 años es una buena lectora, capaz ya de realizar juicios de valor sobre lo que lee y aprende, su última lectura La Ciudad de las Bestias, de Isabel Allende. Sus lecturas no son siempre orientadas por sus maestros o padres, también las intercambia con sus amigas de su misma clase.
Por otra parte, pienso que constantemente se confunden los conceptos de enseñanza y educación, indudablemente la enseñanza tiene que ver con la educación, pero la enseñanza nada tiene que ver con la moralización ni con la formación de actitudes. Es instrucción, es transmisión de conocimientos. Creo que los conceptos los resumió perfectamente el filósofo John Dewey cuando afirmó: “si quieres saber cuándo hay que enseñar a un niño, mírale a la cara. Y si quiere saber qué hay que enseñar, mire la vida”.
Leer, escribir, hablar, correr y saltar, respetar las normas. Esto era básicamente lo que nos enseñaban en el colegio durante los primeros años. Siempre me intrigaron las dramáticas diferencias entre alumnos en cualquiera de las disciplinas citadas. ¿Habría influido ya tan temprano el ambiente familiar? Sin duda, pero algunos parecíamos arrastar alguna incapacidad cognitiva congénita, en mi caso para la última de las disciplinas. Fue necesario darme una vuelta de tuerca, a lo Henry James.
Julia, suscribo lo que dice de principio a fin: hasta Dewey, sí.
Pedro, coincido con usted en que «estos panfletarios rezuman rabia y sus propuestas irascibles provocan cierto rechazo». Eso es lo que me escandaliza del texto
Gregorio, yo no creo hacer «crítica literaria» cuando analizo el Panfleto: como hombre de «ciencias», tú sabes muy bien que un enunciado contiene datos y juicios acerca del mundo. Si desmenuzas los asertos compruebas la solidez de los argumentos…
Luego, insisto, mostraré algunas de las perlas del volumen.
En América Latina el sistema educativo adolece de graves fallas, es cierto. No conozco al que se hace referencia en este foro; sin embargo, tengo la impresión que saltar con generalizaciones sin mediar alguna duda, sin dar espacio para ampliar el espectro hacia otras teorizaciones, podría muy bien convertirse en una intención sesgada y/o tendenciosa. No todos los jóvenes, como arriba se ha dicho, son una horda de neandertales, así como es corriente que no sean ilustres ejemplos de acción y pensamiento. La media indica que es un compromiso complejo este de la educación del cual no debemos excluirnos si aspiramos a una más lúcida generación de relevo. Golpes de por medio no abonamos la excelencia, si acaso el temor y la revancha. La libertad de estos tiempos tal vez lo permita y esos cascotazos reviertan en cardos y espinas. Un pensador de mi país, Panamá, dijo alguna vez, no sé si rescatando el pensamiento de alguien, que si «educas al niño, no castigarás al hombre», el punto está en tener visión de lo que impartimos y las necesidades propias de este grupo humano al cual transmitimos conocimientos. No soy experto en pedagogía, pero el sentido común me indica que no todo puede ser como apunta el autor del libro reseñado. Mis saludos Justo.
Panfleto…, págs. 21-22
«…la jerga pedagógica, tan querida por los defensores de la reforma, entró en España con la ley de educación de Villar Palasí, precisamente un ministro de la dictadura. Fue a partir de ella cuando se empezó a despotricar contra la memoria y a hablar de ‘evaluación cintunua’, concepto vacuo donde los haya. Hasta entonces, la estructura de los planes de estudio no difería gran cosa de los de la república. Y cualquiera que se tome la molestia de comparar la ‘Enciclopedia Álvarez’ con la que se utilizaba antes del 36 verá que metodológicamente no eran muy distintas. Se diferenciaban en algunos contenidos, en la manera de presentar algunos temas de historia, y donde una hablaba de Franco y José Antonio Primo de Rivera, la otra lo hacía de don Niceto Alcalá Zamora. Por lo demás, eran casi idénticas».
¿Evaluación continua? Respuesta: concepto vacuo. Los planes de estudio de la República y del Franquismo…: sólo unas pequeñas diferencias.
«Se me dirá, y se me ha dcho en ocasiones, que simplifico demasiado las cosas. Puede ser, pero por muy complejas que las cosas sean, a veces no hay más salida que tomar soluciones simples si deseamos ser eficaces», en la pág. 78.
Esa frase le sirve al autor para justificar alguna de las analogías de que se vale en el libro: el repudio de los adolescentes alborotadores. Éstos serían como los maridos maltratadores y, por eso, su posible rehabilitación es secundaria comparada con la circunstancia y el auxilio que necesita la mujer. ¿Un marido maltratador es semejante en algo a un adolescente alborotador? (pá. 78).
Esto no es hacer «crítica literaria» por mi parte (como dice Gregorio Martín): esto es desvelar la avería argumental del volumen.
Para los que no hemos leído el panfleto del tal Moreno Castillo, es de agradecer que Justo Serna nos muestre algunos fragmentos escogidos. Realmente la comparación entre los planes educativos de la República y el franquismo clama al cielo, pero mucho más grave -desde el punto de vista pedagógico- es la analogía trazada entre adolescentes y maltratadores. La diferencia entre estos dos colectivos, que todos quisiéramos ver reducidos, es tan grande como la que separa a la víctima del verdugo. Porque esos adolescentes díscolos son víctimas, víctimas de una mala educación y no pequeños anticristos que inevitablemente ingresarán en el eje del mal. No se pueden exigir responsabilidades a los adolescentes, que no son responsables ni ejercen derechos.
Por cierto, respecto a la polémica de antes de ayer sobre la cobardía que implica encubrir la identidad bajo un «nick», diré que mi nombre es Daniel Ventura, y que la razón por la que me identifico como Ventura en este blog es que suelo ser más conocido por mi apellido que por mi nombre de pila.
Tranquilo, Ventura, lo importante es el uso que se hace de un blog. Cuando este es sucio, rencoroso, descalificador, maniqueo, etc. no vale esconderse tras un apodo. Jugando con limpieza qué mas da cómo decida llamarse ante los que le van a leer, ¿Juan Pérez, por ejemplo? Un saludo afectuoso y enhorabuena por su ponderación razonada y razonable…
Primero buenas tardes.
No tengo el libro mencionado ni lo pienso comprar, al menos por ahora, pero conozco en profundidad el estado de la aplicación de la LOGSE y no puedo estar más de acuerdo en que ha sido la ley de educación más nefasta y mal hecha que se podía pergeñar.
Las premisas elementales sobre las que debéría ser aplicada no existen o son una filfa (por ejemplo el Bachillerato Musical no existe prácticamente) y doy fe de que concretamente en la enseñanza musical la preparación del alumnado es infame, deficitaria, y estúpida.
Cualquier alumno de Grado Medio de piano, no le llega a la suela del zapato, proporcionalmente hablando, a un mal alumno de elemental del plan anterior.
Trasladado al instituto el paralelismo es el mismo.
Doy clases a profesores y maestros y estan desesperados.
«Que yo sea un paranóico no significa que no me persigan» decía un personaje de una película.
Que el libro sea zafio o burdamente generalista en su forma, no significa que no tenga más razón que un santo.
Saludos.
M.
No creo que tampoco se pueda generalizar con los adolescentes estudiantes, aunque sí es cierto que la imagen que se da de ellos es la que se muestra en ese panfleto: los medios televisivos, radiofónicos…viven de esa imagen y claro, así se presenta el verano: ningún programa educativo para la juventud y mucha telenovela, eso sí de jóvenes, unos jóvenes ricos que creen ser rebeldes al dejar su hogar y marchar por medio mundo, eso sí, con la tarjeta de crédito paterna, y también esas jóvenes feísimas que se convierten en bellas no por ser bellas personas, sino porque su fealdad se cubre después con capas de maquillaje e implantes en casi cualquier parte de su anatomía…No es que la juventud sea tonta, es que se les dan pocas opciones para no serlo.
Si hasta en la facultad ocurren
En primer lugar quiero felicitar a Justo por su entrega de hoy. He acabado su lectura con una sonora carcajada. Vuelvo a leerlo y no se qué fibra ha tocado con su ironía que me ha hecho reír y me ha proporcionado alegría y optimismo. Creo en verdad que es usted una persona optimista.
Y en este tema en concreto comparto su confianza. Los mozalbetes, a poco que se interesen, saben más, de más cosas y de como utilizarlas, no ya que nosotros a su edad, si no –en algunas materias – que nosotros hoy en día. Tal vez ese sea parte del problema: que confíen mucho más en que van a seguir el camino que les parezca y no necesitan someterse a un compendio amorfo de obligaciones, necesidades, frustraciones paternas, búsquedas del porvenir y no sé cuantas cosas más, a las cuales tuvimos que someternos la mayoría de nosotros.
Tal vez esa sea la intimación que echan en falta aquellas posturas tan críticas que hoy comentamos. El chiquillo de hoy conoce miles de caminos y su esperanza y confianza en ser él mismo (aun equivocado) no se puede comparar con la de los que apenas conocíamos dos caminos: obedecer o no obedecer: ser o no ser. Y creo que de esto tendríamos que congratularnos.
Lo que ocurre es que no siempre sabemos estar a la altura.
Quisiera también recomendarles un libro muy sugerente para la educación que está patrocinado por la UNESCO y se titula Guía de virtudes para la familia. Mi libro es de la editorial Arca y lo firma Linda Kavelin Popov, pero por lo que veo en las estanterías, es un movimiento – esto de la educación en las virtudes. Y es la idea la que nos puede echar una mano para inspirarnos, ya que, como seguramente habrán notado, no hay mapa fiable para ser un buen educador. Solo caben dosis de amor, de paciencia, de cariño… y cruzar los dedos.
Oiga, Hombre de Paz, ¿usted sabe lo que está diciendo? ¿Aprovecha un blog para descargar su irritación general? Contra Javier Marías, contra Muñoz Molina, contra los «progres de mierda»… Es lamentable, sí.
Es lamentable, Justo, porque lo que precisa el quidam es una seria revisión psiquiátrica, como lleva demostrando en sus diversos recorridos por estas páginas. Pobre.
«De cada cual según su capacidad»
No convirtamos ésto en un «blog» más de informalidades y exacerbaciones.
¡ Ignórenlo !
Exactamente.
Sí, el problema que tiene es que escribe algo con la pretensión de recibir respuestas exaltadas, mejor ignorar, total, para lo que dice…
Lo curioso es el nombre. Debe ser una cosa sarcástica.
Sí, lo mejor es ignorar esas cosas.
Y me encanta lo de quidam, Señor Veyrat. Hacía siglos que no lo oía. Desde mi padre. Se han perdido maravillosos insultos o calificaciones que tenían sentidos tan distintos que se podía increpar a la gente de modo muy gradual y específico.
Lamento no haber participado aquí. Es algo que me afecta demasiado y sobre lo que he trabajado tanto que me ha sido imposible ceñirme a la extensión adecuada para un blog.
Gracias, doña Anacrusa, por sus continuas gentilezas, aunque a veces pienso que quizás me esté quedando un poco antiguo…
Señor Veyrat. Así como Obelix dice que él no está gordo, que lo que está es fuerte, usted y yo (me uno) no estamos quedándonos antiguos, lo nuestro con el empleo de palabras que ya nadie usa es pura erudición.
Alejémonos silbando y mirando al techo.
Tal vez llegue tarde. No he leído el panfleto que discutimos y mi, si bien reciente, paso por la enseñanza secundaria ha sido tan específico que no me autoriza a generalizar. Ahora bien, tengo mis opiniones y alguna anécdota que voy a unir a mi mucho más reciente y amargo conocimiento de la enseñanza universitaria española.
Siento miedo cuando me cruzo con adolescentes por la calle. Mido 1,83 y sé karate, pero los valores implícitos que contemplo en programas de televisión (o contenidos de internet) destinados a su infancia acortada y los gritos que les oigo me asustan. Mi generación, tengo 23 años, vivió el ocaso de los programas para niños. Los que veo que ahora los hab reemplazado no son más que versiones «mini» de las series adultas. La moda sexualmente explícita es vestida por los personajes con naturalidad, y las actitudes machistas ya no están siquiera disfrazadas de «nobleza» o «compañerismo».
Uno esto a un elemento de la LOGSE que tengo entendido es la queja de muchos profesores de secundaria: la falta de instrumentos para poner disciplina. Y la anécdota que voy a contar me parece muy clara al respecto: mi novia por entonces, hará unos meses, estaba haciendo las prácticas obligatorias en un instituto para sacarse el CAP. Me contaba espantada como para imponer silencio en una clase de 23 alumnos de 13 años tuvieron que llamar a dos adultos más. Y al final les tomó 45 minutos de la hora lograr las condiciones mínimas para comenzar.
Por otra parte, y no me extenderé sobre la universidad aunque la rabia me empuje, al llegar a la universidad, me he topado con la más absoluta falta de exigencia en lo que a rigor se refiere. Uno puede licenciarse prácticamente a base de responder a preguntas tipo test y hacer «prácticas». Los estudiantes lo asumían rápidamente y nadie exigía más de lo necesario. A fin de cuentas, en secundaria y bachillerato poco hicimos más que memorizar y repetir… Y los profesores arguían que como el nivel con que llegaban los estudiantes ya era bajo, ellos también lo tenían que bajar…
De modo que los profesores de secundaria no pueden dar sus contenidos por una carencia básica de disciplina y los universitarios se amoldan cómodamente a ello… no todos, claro, pero una mayoría logra el efecto.
Decir que esto es únicamente culpa de la retórica pedagógica huera debe ser exagerado. Pero en la carrera tuve que padecer a alguno de los «padres» de la psicología de la «adquisición del conocimiento» en este país y la vacuidad pomposa de sus libros incitaba abiertamente al genocidio académico (máxime cuando tenías que «aprenderlo»). Una de las cosas que más me llamaba la atención por entonces era el peso que ponían en el aprendizaje de los «procedimientos» sobre los contenidos. Los niños, decían, tenían que, ante todo, «aprender a aprender». En lugar de sencillamente aprender por el interés que todo conocimiento culturalmente relevante debería suscitar naturalmente. En lugar de estimular el deseo de aprender a través de los contenidos, querían que lo niños se dedicaran a hacer esquemas de todo lo que vieran. No, claro, no me entendí con ellos.
Ya, para terminar, no pienso que instrucción y educación, como señalaba Julia Puig, sean separables. Todo conocimiento está inserto en un contexto y el modo en que se elija presentarlo está invariablemente ligado a la toma de posición hacia esa realidad que el maestro adopta. Otra cosa es que la posición tomada sea flexible, honesta y tolerante, pera ya es un posicionamiento, incompatible con, por ejemplo, el autoritario. Los medios no son nunca neutros. De hecho, creo que casi nada lo es :)
Para entender el «Panfleto» y, en general, los posicionamientos catastrofistas ante la situación del sistema educativo convendría echarle un vistazo a un libro que tiene ya varias décadas pero que no ha perdido vigencia. Se trata de «El nivel sube», escrito por Baudelot y Establet, dos muy prestigiosos sociólogos de la educación, que demuestran a base de citas de textos cómo el runrún de la pérdida de nivel se remonta a la noche de los tiempos (ellos la documentan fehacientemente desde Napoleón). Y, sin embargo, la realidad es testaruda y el mundo no ha ido a peor, al menos en los ámbitos que tienen que ver con los conocimientos científico-técnicos.
También sería conveniente un mayor rigor estadístico y sociológico, y no pontificar exclusivamente a partir de la propia experiencia personal. Vamos, aquello de Churchill de que no podía opinar de los franceses porque no los conocía a todos.
Naturalmente, el asunto es enormemente complejo y no sirven las explicaciones reduccionistas, ni siquiera las mías.
Juan, estoy completamente de acuerdo con su comentario. De principio a fin. Sí.
Siguiendo un hilo para referenciar el «Panfleto…» acabo de leer su artículo, Sr. Serna. Me ha parecido muy lúcido y contenido, a pesar de que dice cosas con las que no estoy de acuerdo.
Por mi parte, como profesora de secundaria, suscribo muchas cosas del «Panfleto», pese a que ni su estilo ni algunas de sus afirmaciones me gustan.
Sucede que la cuestión está tan mal que a muchos profesores solo nos queda «hablar con las tripas», chillar y decir «¡Ay!». Eso no quiere decir ni que añoremos la pedagogía del franquismo, ni mucho menos su ambiente autoritario, que se manifestaba en todas las esferas de la sociedad. Tampoco quiere decir que estemos completamente en contra de las intenciones -al menos en contra de todas- de la LOGSE, pues algunas son muy acertadas: ¿a quien no le gustaría que los alumnos fueran a la escuela a «aprender a aprender»? ¿que realmente tuvieran sed de conocimientos?
Quizá partieron de un error: creer que esa sed se mantiene siempre con igual intensidad y que para fomentarla no son necesarias cosas aburridas y que no dan fruto a corto plazo.
El «¡ay!» indica que la molestia existe; que pese a que parece que «Nunca ha habido una generación tan preparada como la actual» hay informes (por sesgados que sean) que muestran que no es así y que existe una masa de adolescentes quizá irrecuperables, al menos en el sentido de que sean capaces del esfuerzo de buscar pozos donde apagar esa sed de que hablaba.
Disculpen la longitud del comentario.
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Soy un ex alumno de la facultad de historia de la UVEG, y puedo afirmar que Justo Serna es de lo peor que me he encontrado en mi vida desde un punto pedagógico, como la mayoría de sus compañeros de facultad y departamento (situación que les permite la existencia de organismos parasitarios públicos que pagamos los demás para que ellos se dediquen a filosofar y a decidir sobre el bien el mal y otras gilipolleces). Pues bien, como se nota que no se han pasado por institutos públicos de zonas deprimidas, y los imbéciles que habláis que habéis ido a los Mariconistas y demás centros católicos no tenéis ni puta idea de lo que es dar clase a un puñado de descerebrados que sólo piensan en cascarsela, en fumar porros, en hacerse cuatro rayas de coca los fines de semana y vender papelas en clase. Si queréis seguir viviendo en vuestro bonito mundo de Yupi allá vosotros, pero la LOGSE y todos sus derivados han destruido de manera efectiva los escasos elementos democratizadores de la enseñanza pública existentes con anterioridad a la publicación por Marchesi y los piratas del Caribe de ese atentado vacuo, superfluo, fatuo, presuntuoso y disparatado que fue la LOGSE. Abrid los ojos. La LOGSE y ersätze fueron NEFASTOS. Si los que la idearon, como en Animal Farm quieren haceros creer que es lo mejor que se ha publicado desde la última obra de Ricardito Bofill (con la que se puede comparar difícilmente por la calidad de la primera) es su problema, si vosotros queréis creeroslo, haced simplemente lo mismo que las avestruces, meted vuestra cabeza en un agujero (en la universidad hay muchos y variados) y la LOGSE se convertirá por arte de magia en la solución de todos los problemas de la humanidad, incluídos los problemas de erección, siempre y cuando se aplique durante un segmento de ocio y se halla aplicado la correspondiente adaptación curricular erectil y la implementación de material adaptado a las necesidades sexuales individualizadas. Con esa jerga pedo-gógica vacía te pido, Serna, que seas justo, y no critiques lo que desconoces. Aplicate el proverbio chino que dice \
«el hombre sabio no dice lo que sabe, el necio no sabe lo que dice». Así que si rectificar es de sabios, este país está gobernado por un montón de diletantes que se entretienen en realizar experimentos delirantes y descabellados con los hijos de los demás, pero que no se atreven a llevar a sus hijos a los centros públicos ni a punta de pistola.
[…] autor ya he hablado en varias ocasiones. Una en un artículo de prensa y otras en este mismo blog: aquí y aquí. En ambos casos, lo hice para deplorar el tono escandaloso que le da a sus escrutinios […]