1. Hoy es el 23 de abril. Es costumbre y tradición hacer el panegírico correspondiente. Yo mismo me he forzado en otras ocasiones, incurriendo en lo obvio, proclamando mi afición a la lectura. No soy el único, desde luego. Por ejemplo, leo en Demasiada nieve alrededor, de Javier Marías, recién editado: “Todos los años, entre el 23 de abril, Día del Libro, y mediados de junio, cuando concluye la Feria del Retiro madrileño, a todo el mundo se le llena boca de salvas y loas a la literatura, y los tópicos se suceden (algunos verdaderos): leer nos hace mejores, más imaginativos, más ricos en conocimiento, menos iguales a nosotros mismos, más comprensivos con los demás, nos permite vivir existencias ajenas, desarrolla nuestra tolerancia y hasta evita que cometamos algún que otro crimen”, resume Marías. “No seré yo quien se haya librado de soltar alguna vez estas alabanzas, aunque procuro dosificarlas, para no contribuir al general empalago”.
El general empalago…: efectivamente, uno puede hartarse de tanto hartazgo bienintencionado, de tanta celebración. Leer, lo que se dice leer, hay que hacerlo todos los días, como las abluciones matutinas: para asearse. Ahora bien, sin idolatrar los libros (ese objeto) ni la literatura (esa abstracción): como tampoco el jabón. ¿Por qué no hay que reverenciar los libros? ¿Por qué no hay que venerar la literatura? Ante todo, para no acobardar a nuestros hijos: para que el adulto no festeje algo que ellos, de entrada, no adoran: justamente porque cuesta leerlos. De lo que se trata es de aprender y de pasárselo bien, de formarse y de no ser un merluzo. Pero aprender exige… La vida son cuatro días y no podemos derrochar nuestra felicidad con un empeño triste, cierto. Pero el contento no es hacer lo que a uno menos le fuerza, sino lo que a uno más le llena y le hace irrepetible, sabiendo –eso sí— que el presente dura, que no hay carpe diem, que las consecuencias de nuestros actos hay que arrostrarlas.
Para mí, ser feliz viviendo, leyendo, formándome sin ser un mentecato a quien todos engañan es el objetivo de la existencia. Después me moriré y santas pascuas. Y eso no se obtiene necesariamente de los libros, de las páginas impresas, sino de la instrucción, de la educación, del anhelo, del afán (una palabra privativa de Luis Landero), de la vergüenza torera, de la voluntad. Lo que menos nos cuesta es lo que menos satisfacción nos procura. Pensemos en las sociedades opulentas: decía Jon Elster que comer carne todos los días, un filetón descomunal, es algo que produce rendimientos decrecientes, algo que cansa, pero tocar el piano cada jornada es algo que eleva. Lo primero (la carne siempre nutritiva y previsible) es consumo; lo segundo (el piano que ejecuta el virtuoso que se empeña…, o el violoncello de mi hija) es autorrealización. Aunque lo no dije en el acto de presentación, pensaba en esto, precisamente, cuando glosaba La juventud domesticada, de David P. Montesinos, en La Casa del Libro.
Por eso, por no ser bibliófilo, he de decir que no profeso un amor especial a los libros…, a los libros como artefacto material, como objeto de composición. Prefiero triturar los volúmenes que me compro: subrayarlos con bolígrafo de colorines (últimamente he descubierto el placer del subrayado en rojo); ensuciarlos con mi interlocución, con mis anotaciones, con mis disentimientos, con mis celebraciones o con mis bromas. Yo nací en un mundo de escasez, en una España menesterosa y sufrida, callada y en parte habituada al silencio cómplice. Era un tiempo de limitaciones, de reparaciones, de conservaciones. Todo debía durar y los libros más aún. Por ejemplo, todavía recuerdo ese día de primero de bachiller, en aquel colegio de curas, en que fui a recoger los libros. Estaban recientes, incluso alguno sin guillotinar. Aún retengo el aroma que desprendían sus páginas: yo los olisqueaba como si me embriagara con ellos. Poco tiempo después, conforme esos libros iban perdiendo su olor original, también yo me desinteresé. Había que buscar nuevos ejemplares que desprendieran aquel perfume de imprentas y tinta. Los libros no son nada sin la incisión gráfica del lector, sin su huella festiva o encolerizada. Ese equilibrio entre placer y vergüenza torera es el aprendizaje exacto en que deben formarse nuestros hijos: los míos, al menos.
El señor Kant, uno de los miembros más distinguidos del comité de lectura que tiene este blog, me pedía en un post anterior que detallara lo que él llamaba “las tres características que [yo] consideraba imprescindibles para una educación adecuada en el seno familiar”, asunto que traté en la presentación del libro de David. P. Montesinos. En aquel acto de La Casa del Libro dije que normas entre padres e hijos, sí, por supuesto; pero añadí: ironía y ternura. Predicar normas sin ironía ni ternura –como se postula desde una concepción patriarcal o paternalista— es rigidez; pero proclamar ironía y ternura sin normas es una campechanía irreal, falsa: algo que no puede, que no debe darse entre padres e hijos. Normas, ironía y ternura es exigencia y distancia; es placer y gravedad; es autorrealización y sensatez. Como antes indicaba: la vida es corta, demasiado corta, para sacrificarla con una abnegación resentida, con una espera triste; pero frente al hoy puramente hedonista hemos decir que el presente dura, esto es, que lo que hacemos ahora nos afectará irremisiblemente…
¿Leer?, vuelvo a preguntarme. Ayer, en la víspera del Día del Libro, me reí a mandíbula batiente. Creí enfermar de carcajeo: primero lo viví con mi hijo mayor; después, con mi pequeña. Leíamos algo verdaderamente chistoso, sin valor literario alguno, sin que ese texto tuviera relación alguna con la gran literatura. Creo que mis hijos aprendían lo que es la exigencia de la norma gramatical, léxica, sintáctica sin largarles un discurso. Creo que disfrutaban inteligentemente muriéndose de risa. Yo, por mi parte, me sentía muy bien, pues no hacía falta instrucción alguna. Ellos mismos descubrían lo que es la falta de rigor: la prosa desastrosa y la irrealidad en un folleto –un librito– que ayer entregaba un diario. En sus páginas se detallaba una serie de productos inverosímiles que la empresa ofrecía para el bienestar de la familia. Era como una tienda infausta de productos averiados, un museo de horrores. Les enumeraré –con las palabras literales, con los grafismos originales y con las faltas y errores— parte de ese elenco de gadgets.
–¡Estanterías plegables en madera genuina!
–Conjunto de señalizadores a energía solar.
–Escoba telescópica para exterior.
–Piedritas luminosas.
–Espanta roedores.
–Arranca-hierbas.
–3 gallitos para decorar macetas.
–Raqueta fulmina insectos.
–Ideas para un regalos. Máquina coge-dulces.
–Lámpara Piolín: ¡ornamenta la habitación de los niños!
–Cesta plegable “Vaca”.
–Mariquita de la suerte.
–Doble cierre con pérolas.
–¡Vaciador de bolsillos en piel genuina!
–¡Una estantería por el precio de un libro!
–Cojín porta-pijama “Gato”
–Cámara de vigilancia simulada.
–Amplificador de audición: ¡oye el canto de un pájaro a 90 metros!
–Pelador de ajos.
–Tenedor telescópico.
–Pinza agarra todo con calzador.
–Cortina cubre columna para lavabo.
–Fajas salvadedos con gel.
–Cortadora de comprimidos.
–Regla con guillotina.
–Medidor de distancias con ultrasonidos.
–Kit de reparación de gafas.
–Maleta con cuencos, ¡tu mascota viaja con estilo!
Es tan divertido el catálogo… “Pelar ajos ya no será más un problema”, dice la leyenda del Pelador de ajos. “¡Tus manos ya no tendrán un olor desagradable!”, añaden. “Introduce los dientes del ajo en el recipiente, frótalos por las dos caras y, como por magia, el ajo saldrá limpio y listo pata utilizar en tus recetas. Lavable en la lavadora. Colores surtidos”, aclaran. “¿Se han ensanchado las patillas de tus gafas o, todavía peor, los tornillos que las sujetaban se han perdido?”, se preguntan los redactores. “Con este kit de reparación ¡ya no tendrás que recurrir a la navaja para apretarlas, ni ir al óptico para sustituir los tornillos!”, advierten. “Contiene un mini atornillador especial para tornillos de gafas, una lente de aumento con apoyo, 5 tornillos y un apoyo de nariz”, precisan.
No puedo reproducirles el tuteo irreverente, los errores, los gazapos, las pavadas innumerables de dicho catálogo. Recuerdo cuando era muy jovencito el placer que yo experimentaba leyendo catálogos de libros, de academias de estudios por correspondencia. Como aquel personaje de Landero. ¡Lo que yo habría dado si hubiera tenido a mi disposición este depósito desastroso de mercancías malogradas! Lo que yo habría aprendido, como ahora aprenden mis hijos leyendo estas cosas… Visiten ese museo inverosímil. Disfruten: http://www.dmail.es
2. Hemeroteca. Artículos de JS en Levante-EMV sobre publicidad y propaganda:
–Babas de caracol (26 de enero de 2007).
–Mi pasta de dientes (15 de junio de 2006).
Esto es totalmente friqui. Vaya un repertorio! A mis hijos yo no les daria esto. Si no hay conocimiento de la gramática este folleto destruye la lengua.
¡Don Justo, que apuro! Pero, hombre, ¿cómo se le ocurre a usted tildarme de “uno de los miembros más distinguidos del comité de lectura” de su blog. Me desarma, me desarma: si se lo niego se me acusará de falsa modestia, si lo callo se me tendrá por pretencioso, si lo ratifico seré objeto del desprecio del común por su lógica envidia… qué apuro… A no ser, claro, que se trate de alguna de sus arteras maniobras para que me apiade de usted dado que, desde ahora mismo, me declaro públicamente bibliófilo y más, hoy, día de Sant Jordi y aniversario de los óbitos de don Miguel de Cervantes y don William Shakespeare.
En tan magnífico día ¿cómo negarle al libro su belleza per se? Nieto y sobrino de bibliotecarios, nieto de corrector de imprenta e hijo de impresor – del trabajador de la imprenta, ojo, no de su propietario – cómo no voy a disfrutar acariciando las páginas sólo por el placer de sentir el pálpito de su textura, cómo no admirarme de los tipos y las tipografías, las composiciones, la maquetación, las ilustraciones de los libros, cómo negarme el placer del aroma del libro añoso o del recién guillotinado.
¡Y yo que me creí un heterodoxo por señalar los libros con marcas de lápiz! ¡¡pero si me sigue pesando con hondo sentimiento el haber subrayado con subrayador – valga la redundancia – el Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu… hace décadas!! (alocada juventud la mía…) Es cierto y he de reconocerle, a fuer de serle sincero, que siguiendo el ejemplo de la edición comentada por Napoleón del Príncipe – de Maquiavelo, claro – editada por Austral, yo también caí en el nefando vicio de añadir comentarios, exclamaciones, impresiones, asentimientos admirados y airados exabruptos en las páginas de las ediciones menores, algo que veo que compartimos aunque no le exime de lo que considero un atentado que sólo puede lavarse con la primera sangre de nuestros aceros. El libro, para mí, sí, es sagrado, tanto por su contenido (¡¡innegablemente!!) como por su continente y ahí diferimos.
Me parece un hallazgo este catálogo. Buscarle los tres pies a este desastre de lengua es cosa de J. Serna. Me voy a leer todo ese catalogo. No tengo por costumbre participar en el blog pero esas barbaridades lo merecen.
Hacia tiempo que no me reia tanto! Un descubrimiento ese http://www.dmail.es
A Serna se le acaba la imaginación y ya no habla de libros, solo de catálogos?
¿Puedo insultar? ¡Un poquito solo, ande!
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Júligan said,
Abril 23, 2007 at 21:25
A Serna se le acaba la imaginación y ya no habla de libros, solo de catálogos?
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Tonto
No como objeto ostentoso, no como pieza de colección, no como bibliófila, pero amo los libros y sus guardas, sus fajas y sus rótulos; su olor y hasta sus nervios, si son encuadernados y, de niña, he dormido abrazada a uno de ellos (que se clavaba por todas partes y subrayo con lápiz, flojito y con pena y sólo si no hay más remedo.
El catálogo una joya, sólo comparable a algunas traducciones de electrodomésticos. A mí me enseñaron como usted a sus hijos, Justo y me gusta recordarlo.
Sí, Kant, envidia negra, a qué negarlo. Trataremos de hacer méritos.
Coincido con Pavlova en su valoración de los libros; como ella, amo los libros y los subrayo con lápiz si no me queda más remedio, ya sé que es una tontería, los libros hay que usarlos, pero no me gusta leer los libros condicionada por las anotaciones de sus dueños, así que prefiero poder prestar mis libros sin comentarios al margen.
Sobre la educación, habría mucho que debatir; Justo Serna nos habla de características imprescindibles en la educación familiar: normas, ironía y ternura; estoy de acuerdo, pero tendríamos que saber lo que cada uno entendemos por normas. Además, estas características también valdrían para la educación escolar, pero el problema siguen siendo las normas, lo importante y lo accesorio, ahí los encargados de la educación no nos ponemos de acuerdo.
¿Y qué opinarán de estos temas nuestros queridos contertulios Miguel Veyrat y Kafeína? Para mí, también son miembros distinguidos del comité de lectura de este blog, sin menoscabar ningún mérito a Kant, magnífico contertulio, con el que coincido en casi todos sus comentarios.
Vaya vaya. O sea que J Serna ensucia los libros con boli amarillo!
Ya no escribe Serna?
Apuntaba doña Ana Pavlova otra fuente profunda de necedad – las instrucciones de los electrodomésticos – y no puedo privarme de recomendar una más: las etiquetas de las botellas de vinos de vinateros presuntuosos. ¡Mira! y ahora que cito a estos bobalicones… ¿y que hay de los catálogos, reseñas y discursos del arte conceptual?… ja, ja, ja… permítanme una confidencia ahora que llevo el embozo puesto, no pueden ustedes ni imaginarse la cantidad de textos míos que van por ahí, obviamente firmados por excelsos artistas, sesudísimos críticos y políticos del ramo repletos de unas barbaridades que harían sonrojar a cualquiera que conociera remotamente el significado de las palabras empleadas y que han sido alabados, ensalzados y usados como texto de referencia en debates públicos… ¡dios de los soviets! (advocación tomada del señor Vázquez Montalbán)… qué poca distancia hay entre “el pelador de ajos” y “el diálogo de los espacios distorsionados”
Aplaudo sin pudor alguno la tríada de don Justo para la educación: norma, ironía y ternura. De hecho, hay alguna intervención en este blog que demuestra cuan profundamente puede llegar a fracasar nuestro sistema educativo, participaciones que denotan una insensibilidad apabullante, incapaces de comprender una ironía y, decididamente, tan carentes de norma convivencial como repletos de asilvestramiento, en fin: maleducados. Coincido con doña Francisca (Fuca para uds.) – y tiene usted razón, galaica dama, es sorprendente la cantidad de coincidencias que tenemos – con que el punto crítico está en la norma, en determinar qué norma es la establecida. Pensar en una norma ultramontana u otra postmoderna, la verdad, me hiela el corazón, si se me permite usar la imagen machadiana.
Pues se te helaría el corazón si te movieras en el medio en el que yo lo hago. Lo que para mí (y para otros pocos) son normas elementales en el ámbito educativo (la puntualidad, el silencio mientras alguien está usando su turno de palabra, el respeto a las ideas de los demás aunque no coincidan con las tuyas, los teléfonos móviles desconectados o sin sonido…), para muchos son tonterías, imposible ponernos de acuerdo. En muchas familias ocurre lo mismo, ni siquiera se ponen de acuerdo el padre y la madre en enseñar a sus hijos las mismas normas. ¡Menuda sociedad esta en la que vivimos! Es muy fácil echarles la culpa a los jóvenes, más fácil que criticarnos a nosotros mismos.
Ps. Por cierto, los valencianos, ¿que opináis de la campaña que están llevando a cabo vuestros colegas (también hay un muy amigo mío) contra la derecha política, agrupados en torno a “Ja En Tenim Prou”? Entrad en su página web: http://www.jaentenimprou.org
También me lo he pasado bomba con el catálogo. Sobre el tema que discutís, creo que deberíamos quitarnos de encima ciertos prejuicios contra «la norma». No podemos vivir sin normas como no podemos vivir sin instituciones, y lo dice para evitar malentendidos un «anarquista escolar». El problema no es la existencia de la norma, quizá ni siquiera su contenido, sino su procedencia. El tema está muy bien resuelto en Manuel Kant: Autonomía Moral, la capacidad de la Razón para darse a sí misma sus propias normas. Actúo por deber en la medida en que soy yo mismo el que se ha impuesto dicho deber. No estoy seguro de que sepamos aplicar este principio como docentes o como padres, pues no sabéis la cantidad de compañeros a los que les suena el móvil en medio de un claustro. Conocí una madre que, en un Consell Escolar donde se decidía sancionar a los chicos que llevaran móvil en el IES, le sonaba el móvil -¡y contestaba! cada cinco minutos. En el IES Benlliure, cuando por la insistencia, en mi opinión escandalosa, de algún profesor en usar el móvil en clase los alumnos cuestionaron la norma que les sancionaba, la contestación de los compañeros fue: «Es que nosotros no somos lo mismo que vosotros»
¿Por qué hablamos tanto a los chicos de normas que nosotros mismos no estamos dispuestos a cumplir?
A veces creo que nos sigue pesando el síndrome franquista, como si cualquier connotación de la palabra «obligación» nos sonara a sacristía y a sargento chusquero de la mili, cuando en aquel modelo la única verdadera obligación es la de la obediencia servil. Lo difícil de la libertad es que a uno se le acaban las excusas para asumir la tarea de la autoobligación y el deber, en definitiva de la configuración de un ethos o, como diría Foucault, de «constituir la propia vida como una obra de arte»
pdta: ¿podéis darme algún consejo sobre el asunto de los caracteres? es que tengo que repetirlo siempre varias veces porque me dice sistemáticamente «entrada no válida, prueba otra vez», incluso cuando los caracteres se ven meridianamente. No lo entiendo y soy del tipo «troglodita electrónico»
Sí, sí y sí, sin lugar a dudas, ¡voto al chápiro verde!, la culpa NO está en los chicos. Los muchachos son la consecuencia de la desorientación abrumadora en la que vivió el Estado durante la Transición, la consiguiente indefinición por la pusilanimidad del Cambio que auspició el PSOE (respondiendo a los criterios marxistas más palmarios: los socialdemócratas en el gobierno son los encargados de hacer lo que un gobierno de derechas nunca se atrevería por temor a una reacción del pueblo) y la generalizada tibieza ante la Reacción ya asentada en la Moncloa con el PP.
De toda esa ristra de renuncias, de “pragmatismos”, de pactos desiguales y descompensados surgió, entre otras cosas, un sistema educativo dubitativo, inconsistente, melifluo y absurdo (hasta aquí la opinión) que tiene como concreción objetiva (y a partir de aquí, el dato), los resultados que la Unión Europea nos sirvió el pasado 2006: los escolares españoles son los que más horas hacen de toda Europa y los terceros, por la cola, en fracaso escolar. Esa trayectoria de treinta años no podía dar otro fruto.
Si el sistema educativo es débil, anacrónico y fracasado; con un profesorado, desde el Jardín de Infancia hasta la Universidad, reconocible – de forma general – más como un colectivo de burócratas de la enseñanza que como una maestría vocacional; en el que, consiguiendo de lo malo, lo peor, la familia del zagal se autoexcluye – insisto, también de forma general – ¿qué podemos esperar de esos chavales? Entre todos la mataron y ella sola se murió. No están así, como usted los describe, doña Francisca (Fuca para uds.), casi, casi por romanizar debido a alguna “maldad intrínseca” de la juventud, es que responden a la sociedad en la que se educan. Y esa es la educación que da España. Y así está España. Creo.
Si a esto, le sumamos la aportación del señor Montesinos… bueno… nos adentramos en uno de los espacios más tristes de la realidad española coetánea.
Respecto a su post scriptum – el de Fuca – sobre el “Ja en tenim prou” le ruego que comprenda que este tema nos dispersa mucho del propósito del blog. No rehuyo la cuestión pero no puedo dársela in extenso. Me limitaré a decirle que lo entiendo como una esperanza. Algunos ciudadanos, cada vez más, hartos del continuo fracaso de una socialdemocracia pétrea (en el País Valenciano no se ha producido ningún cambio substancial interno en el PSOE en un cuarto de siglo), hartos de una izquierda dada al concierto de grillos y la jarana del gallinero, hartos del entronamiento de una de las derechas más cavernícolas del Estado. Hartos. Pero, esos ciudadanos, en vez de lanzarse al nihilismo o al lepenismo, al desánimo o la solución simple para el problema complejo, han decidido actuar. Se retoma el viejo adagio: “no te lamentes, organízate y actúa”. Y eso han hecho.
A mi me gusta. Y lo apoyo. Como apoyé y participé en el “Jo no t’espere” (la acción contra la visita papal) Especialmente hoy, tercer centenario de la batalla de Almansa. Con la derrota de aquel día, quedamos “reducidos al fuero castellano”. O sea, fue manu militari como a los valencianos nos convirtieron en españoles. ¡Vaya!, otra cosita que se le “olvidó” a un sistema educativo anclado en el “… de Isabel y Fernando, el espíritu impera”.
Y PS para don David: no, no es usted ningún “troglodita-e”, creo que lo que denuncia nos pasa todos… mmm… y no considero que estemos en un colectivo de cazadores-recolectores paleolíticos.
Pues me pasa lo mismo que a David y a Kant, troglodita o no, pero a la segunda suele ir la vencida. No sé, me parece que quieren que estemos seguros.
Suelo coincidir en todo, desde hace mil años, con Fuca y ahora con Kant (aunque suela bufarme un poquito :-( en sus respuestas) y en lo de los móviles… Lo que más me irrita es que, sin esperar una llamada trascendente para la marcha de la vida del receptor, sea quien sea el que produce el timbrazo impertinente, el dueño del aparato considera que es más importante que lo que esté haciendo en ese momento o que la persona con la que habla porque ¡lo coge!. Sí es una cuestión de educación y, diré más, de cerebro. Los contertulios esos que son ejemplo de mala educación a los que se refiere, podían ser asilvestrados, pero hay un talento, una delicadeza natural que no les ha sido dada, por eso las normas y por eso la educación, no hay más remedio.
Estimadísima señora Pavlova, he acabado esta misma mañana el volumen de Javier Marías titulado Demasiada nieve alrededor, ya sabe: la última recopilación de sus artículos. Como sé que usted es lectora incondicional de Marías (hasta cuando se equivoca…, me gusta Marías), recordará aquella pieza (Adicción e incontinencia) en la que nuestro distinguido novelista deploraba la descortesía con la que tantos nos incomodan haciendo uso de los móviles o de los e-mails. En general, no lamento recibir correos electrónicos: yo mismo soy un usuario pertinaz de dicho prodigio técnico. Aún me maravillo… Pero sí que deploro el intrusismo que facilita el teléfono (invento que tiene ya sus años). De hecho no soporto el el riiiiinnnngggg del aparatito: siempre incordia cuando menos lo deseas. Por ejemplo, a mediodía: cuando has de reponer tu decaída figura con un refrigerio o con una colación. Por ejemplo, al caer la tarde (lo que en valenciano se llama ‘a poqueta nit’): cuando con tu pareja te abandonas a unas patatas chips y a una cervecita.
Quisiera agradecer a Fuca su vigilante atención: el examen de lo que en este blog se escribe y publica (como también a David P. Montesinos o a mi viejo amigo Kant o a ese interlocutor añorado que es Veyrat: ¡regresa de Palermo…!). Confío en que esta tarde –a poqueta nit– podré añadir un nuevo post en el blog. Tratará nuevamente de las metáforas en el periodismo. ¿Leyeron la Tercera de José Antonio Zarzalejos sobre Rajoy en el Abc del domingo? Por un lado, era un portento retórico; por otro, era una ruina analítica e intelectual. Me sorprende que nadie –ni siquiera Arcadi Espada– reparara en dicho artículo… Intentaré analizarlo inspirándome en A. Espada, que fue colega y corresponsal, y ahora es analista antisocialdemócrata.
Ay Serna: què dolor, què pena. Métete con Arcadi a ver si creces!
Coincido, una vez más, con el análisis de Kant sobre la educación, la mayoría de los jóvenes no son autodidactas, son un reflejo de la sociedad en la que se educan, y la educación que se da en el Estado en el que vivimos deja mucho que desear. Algunas personas intentamos poner parches, pero no sé si esto es positivo, no sé si será mejor dejar que todo se hunda para volver a renacer de las ruinas. Mientras esto no sucede, yo intento enseñar a mis alumnos a respetar a los demás, a no creer en verdades absolutas, a leer críticamente, a dudar…; además de eso, si aprenden gramática y literatura, asignaturas de las que les doy clase, pues mucho mejor.
Con Pavlova también coincido y, además, a las dos nos gusta Javier Marías, aunque se “pasa” un poquito con algunos avances de los últimos años (móviles, ordenadores…). Se puede tener móvil y usarlo correctamente, yo nunca lo llevo a mi trabajo, pero siempre ando con él cuando viajo.
No tienes que agradecerme nada, Justo Serna, somos nosotros los que te agradecemos que pongas a nuestra disposición tu blog y que nos animes a participar proponiendo interesantes temas, como haces habitualmente. Hasta “a poqueta nit”, no sé si se corresponderá con nuestro “entre lusco e fusco”.
Una petición a D. Justo: No podría Ud. hecer que cada intervención se enumerara automáticamente.
Facilitaría la lectura, para en las diversas entradas que efectúo durante el día, y no tenga que releer los comentarios hasta encontrar el último de los leídos en anteriores visitas.
Gracias anticipadas.
Sr. Moreno, por lo que he podido ver en la plantilla del blog, no parece que tal posibilidad pueda aplicarse. De todas maneras trataré de averiguar si es posible de algún modo.
Antes de pasar a la nueva propuesta del señor Serna, quisiera decirle algo en concreto a doña Francisca (vale, sí, bueno… Fuca para uds.) pero, en general, es una súplica para cualquier contertulio que tuviera una función docente y se encontraran ante la misma duda que ella. ¿Ante la molicie, el disparate y la crisis, dejarlo caer todo? ¿mirar alrededor y abandonar a los muchachos a la desvergüenza de los “colegas” burócratas?… ¡No! y mil veces no. Aunque sea contra mundum.
Encontrar un maestro/una maestra, no es poner un parche, es encontrar una luz en las penumbrosas ruinas de nuestra educación cotidiana. Independientemente de nuestros padres (“la educación comienza en la cuna” decía mi madre), desde aquellos esforzados profesores que me enseñaron en el colegio, bajo el franquismo, a pensar al margen del régimen, hasta los que hoy me siguen mostrando sendas de conocimiento, pasando por los que, superada la Dictadura, me demostraron que la Universidad no ha de ser necesariamente una conjura de necios – Ignatius J. Realy me valga – los maestros han sido una guía imprescindible en mi vida… bueno, en la de cualquier persona que haya tenido la suerte de estudiar.
Los chicos, lo agradecen, se lo aseguro. Su percepción, incluso intuitiva, hasta en los más brutos, raramente falla: saben con quien aprenden y quién es un botarate. Y los chicos, quieren aprender, se lo aseguro.
Gracias por tus palabras, querido Kant, tienes razón, la mayoría de los jóvenes quieren aprender y para mí siempre fueron fuente de satisfacción, nunca tuve ningún problema con ellos. Los problemas los tengo con la mayoría de los adultos implicados en la educación, no sólo con los “colegas”, también con los que cambian las leyes sin contar con la opinión de alumnos y docentes, y así nos va, de mal en peor. Pero no voy a tirar la toalla; estoy segura, como tú muy bien dices, de que los chicos lo agradecen y que saben quién es quién, ellos nunca fueron un problema para mí.