1, Yo nunca fui maoísta. Jamás me dejé seducir por ese marxismo radical que a muchos deslumbró. No me vanaglorio: simplemente describo mi circunstancia biográfica. Regreso al maoísmo. Quiero decir, me pregunto por qué tantos jóvenes se intoxicaron con ese utopismo. Me incita a ello Federico Jiménez Losantos. Leo su último libro: La ciudad que fue (Madrid, 2007). Hay numerosos aspectos relevantes, desmedidos, objetables. De todos ellos, el que en primer lugar me interesa es precisamente la revisión que el autor hace de su pasado maoísta. Me parece muy complaciente con dicha etapa y sobre todo con su responsabilidad personal.
El marxismo originariamente fue radical, sólo eventualmente extremista. El maoísmo fue un movimiento extremista que, además, se basó en el radicalismo de Marx (a partir de las enseñanzas de Lenin, Stalin y, finalmente, Mao, su principal inspirador). Pero, por otra parte, el maoísmo fue también un utopismo: un movimiento, una corriente, una concepción que aspiró a cambiar al hombre, a conseguir un «hombre nuevo» en una sociedad armoniosa. Un hombre nuevo: qué interesante y peligrosa idea. Históricamente, el ser humano sólo es un ente torcido, algo poco atractivo y siempre decepcionante. El maoísmo, como utopismo radical del siglo XX, postuló una recreación entera de ese ser imperfecto. Depurar sus vicios, enderezarlo, domarlo, disciplinarlo en un sentido colectivista: desindividualizarlo, en fin. Por eso, el presidente Mao confiaba abiertamente en los jóvenes; por eso adulaba su energía.
«Los jóvenes, plenos de vigor y vitalidad, se encuentran en la primavera de la vida, como el sol a las ocho o nueve de la mañana», admitía con analogía evidente. «La juventud es la fuerza más activa y vital de la sociedad», insistía. «Los jóvenes son los más ansiosos de aprender, y los menos conservadores en su pensamiento», añadía. Ahora bien, no vale de nada esa energía si es puro vigor individual. «¿Cómo juzgar si un joven es revolucionario? ¿Cómo discernirlo? Sólo hay un criterio: si está dispuesto a fundirse, y se funde en la práctica, con las grandes masas obreras y campesinas». Ése es el criterio, que ha de valer para juzgar a los jóvenes y a los intelectuales, un grupo también necesario, aunque titubeante. ¿Por qué razón? Porque «los intelectuales tienden a menudo al subjetivismo y al individualismo», mostrándose con frecuencia poco prácticos en su pensamiento, vacilantes en su acción. Es habitual que estos individuos, si son ajenos a los obreros y los campesinos, se hundan en la pasividad o en la melancolía. «Los intelectuales sólo pueden superar estos defectos en la misma lucha prolongada de las masas», releo en mi ejemplar del Libro Rojo (Barcelona, 1976), cuya traducción corresponde a las Ediciones de Lenguas Extranjeras de Pekín.
¿Y qué tiene que ver lo dicho por el presidente Mao con los jóvenes españoles de los años setenta? ¿Cómo se podía ser maoísta español en aquella década? Dos son los ingredientes del contexto: la juventud y el franquismo. La revueltas estudiantiles de finales de los años sesenta habían extremado a muchos, llevándolos a un izquierdismo antisistema en el que se mezclaban lo antiinstitucional y lo pulsional, el deseo y la revolución, la oposición antiburguesa y la rebeldía política. Si Occidente adocenaba a los jóvenes con represión moral y consumismo material; si los jóvenes crecían en familias patriarcales…, entonces la insumisión estaría, estaba, justificada. El izquierdismo era la fórmula expresiva. Umberto Eco supo tratar este sesentayochismo en su libro Sette anni di desiderio. Por su parte, en la España de la dictadura, la revuelta juvenil revelaba una posición antifranquista y una variada gama de marxismos. Habiendo tenido el PCE un papel tan destacado en su tarea de oposición, el marxismo parecía ser la concepción más útil y mejor preparada para analizar la realidad…, una realidad política propia del contexto de la guerra fría. Así lo pensaron muchos jóvenes, justamente cuando por edad debían rebelarse, buscando el placer, el goce, el deseo. Un mayor extremismo marxista podía ser el narcótico que mejor abriera las puertas de la percepción.
Algunas de estas reflexiones me las sugieren las memorias de juventud de Jiménez Losantos. En principio, La ciudad que no fue trata de la Barcelona del joven Federico que allí acude a comienzos de los setenta desde la provincia, desde Teruel. La gran ciudad deslumbra: las Ramblas son el escenario de todas las transgresiones, de todas las libertades, de todo el avance cultural que la España franquista podía permitir. Aprovechando buena parte del libro para tal menester, el autor detalla numerosos hechos de su vida personal exhumando también los sentimientos que le despertaban. O eso hemos de suponer: que el sentido atribuido a los hechos es el mismo que el de ahora. Por supuesto, el asunto principal del volumen es la oposición que Jiménez Losantos demuestra tempranamente ante la normalización lingüística. Toda una laminación de la cultura castellana, añade, y una forma de presentar su actuación en términos heroicos. La vileza que con el autor cometieron dos tipos que le descerrajaron un tiro agrandarían, sin duda, su papel en dicha historia.
Echa la culpa de esa circunstancia a la alianza implícita que se dio entre los nacionalismos de izquierdas y de derechas, entre PSUC y CiU, entre el partido comunista catalán y los nacionalistas conservadores. El PSUC de entonces era una gran organización de masas, en parte concebida y pensada a semejanza del PCI. Es decir, hacía del consenso, de la hegemonía, su forma de dirección intelectual y moral: un modelo orgánico de partido gramsciano inspirado en los pactos y alianzas nacional-populares, en el control de las grandes masas. En sus filas militaron comunistas de primera hora, pero también nuevos incorporados que procedían de organizaciones izquierdistas de aquellas fechas: partidos de los años sesenta que habían nacido con Revolución Cultural china y partidos que habían surgido al calor del izquierdismo del 68. Según este esquema, el maoísmo sería el instrumento idóneo para destruir el modelo cultural y social burgués; y los sesentayochismos serían el fermento juvenil precisamente antiburgués. En España, y entre otros productos, la suma de maoísmo y sesentayochismo dio como resultado la Organización Comunista de España (Bandera Roja). Si hemos de creer al memorialista, podemos decir que Jiménez Losantos militó en OCE (BR) a comienzos de los setenta, pasando a incorporarse al PSUC a mediados de dicha década.
En sus páginas, la posición moral y política del autor siempre parece quedar clara y a salvo: siempre estuvo en el lugar correcto. A pesar de ser finalmente un acerado crítico de la izquierda, Jiménez Losantos admite que había que ser maoísta cuando él lo fue. A pesar de ser finalmente un fiero oponente del marxismo, Jiménez Losantos admite que había que militar en el PSUC cuando él tuvo el carnet, más o menos hacia 1976: justo el año en que viaja a China a confirmar –dice– el anticomunismo que él mismo ya alimentaba en su interior. De allí regresa con atavíos maoístas (gorra, guerrera, etcétera) aunque ya anticomunista decidido, externamente decidido, cosa que no le evita seguir militando en el PSUC. «Ante del viaje a China yo quería romper con el marxismo, es decir, con lo que Marx llamaba ‘mi conciencia filosófica anterior’, pero no sabía cómo», añade confusamente Jiménez Losantos. «Quería mantener las posiciones políticas de la lucha antifranquista, que me parecían indisociables de cierta militancia en el PCE/PSUC», repite. «En ese candente invierno del 76-77 [recién regresado de la China comunista] me dieron por primera vez el carné del Partido, en el transcurso de un acto para la legalización del PCE/PSUC. Hoy puede también parecer absurdo que alguien que ya no es comunista, sino anticomunista, como yo entonces, acepte el carné», dice intentando justificar su correcta posición de entonces y de ahora. «En mi caso personal», apostilla, «obraba el respeto al sacrificio de tantos conocidos en la clandestinidad».
En realidad, el autor es impreciso en las fechas de sus entradas y salidas de partidos, en sus cambiantes humores políticos. Y no me refiero a los carnets. ¿Por qué esa imprecisión? Buena parte de sus páginas le sirven para mostrar y demostrar su liberalismo antiguo, interior e implícito… a despecho de su militancia izquierdista, radical o extremada. Con ello, podríamos decir que confunde sus avances personales con el avance general de la humanidad. No me pregunto por su anticatalanismo, bien patente a finales de los setenta: me pregunto por su maoísmo o por su militancia izquierdista, cosas de las que parece aceptar su pertinencia contextual, incluso su toque chic. Si había que ser de OCE (BR) cuando él lo fue, estuvo bien; si ahora hay que ser liberal tonante cuando él lo es, está bien.
El libro de Jiménez Losantos tiene muchas fotografías, pero la mayoría no proceden del archivo del autor. Son imágenes de época, de los años setenta que, en el lector adulto y desprevenido, pueden provocar nostalgia. De hecho, creo que esas fotografías buscan despertar la complacencia sentimental de los contemporáneos: la evidencia con que se imponen las imágenes reforzaría presuntamente la interpretación emocional con que Jiménez Losantos evoca una pasado personal y colectivo. Pero el truco editorial parece bastante obvio. Al menos, para mí. Y ahora, si ustedes me permiten, les dejo.
Fin
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2. Hemeroteca histórica
-Artículo de JS sobre «Federico Jiménez Losantos«, Levante-Emv, 6 de abril de 2006
-Artículo de JS sobre «En el cielo nos veremos«, Levante-Emv, 9 de febrero de 2007
-Artículo de JS sobre «El cuento de Federico«, Los archivos de JS, 23 de octubre de 2007
A ver, don Justo, que sólo escribe ocho líneas y me encuentro con dos discrepancias… Sabe ud., porque lo he repetido en más de una ocasión, mi manía por ajustar las palabras a su significado. Y de ello se trata ahora, antes de entrar en más, de los conceptos “radicalismo” y “utopismo”.
El primero es un concepto reiteradamente mal utilizado en este mismo «blog» por diversos contertulios. Su uso inapropiado suele devenir de confundirlo como sinónimo de “extremismo”. Y no. Una cuestión es ir a la raíz de las cosas para comprenderlas y/o exponerlas (ser radical) y otra desplazarse a un extremo para igual fin (ser extremista). Así, para el caso, el maoísmo, ya el chino, ya el celtibérico, fue – es – un movimiento extremista, en absoluto radical. Precisamente por su extremismo extremo, valga la redundancia, y su carencia de radicalidad, se hará más fácil de entender los desarreglos mentales de quienes habiendo militado en él y habiéndolo abandonado posteriormente, justifican, ahora, su paso por el maoísmo, minimizando su carácter extremo y, por ende, irracional.
Con el segundo, debo comenzar por protestar… ¡hombre, no insulte ud. a los utópicos! Los maoístas de entonces – no sé los de ahora… en realidad, ya no sé si quedará alguno…– estaban tan convencidos de que hacían Ciencia, así, con mayúsculas, como trasunto de la Verdad Absoluta que ostentaban en exclusiva; tanto de que estaban imbuidos por el Materialismo Histórico como las teresianas lo están del Espíritu Santo, que tildarlos de utópicos lo considero excesivo. Tenían un convencimiento carbonario de que su doctrina era realista y realizable. Y nuevamente, ello nos da otra clave para comprender el desquicio intelectual de quienes albergaban semejante “utopía”.
En fin, que lejos de ser un movimiento caracterizado por el estudio riguroso de la realidad y la flexibilidad de sus planteamientos en orden al desarrollo social, el maoísmo era un universo de camarillas de fanáticos intransigentes movidos por su extremismo visionario. A partir de ahí sí se comprenderá porqué los supervivientes de aquel naufragio – los mismos que me acusaban, por aquellos días, de ser “revisionista” – hoy o no quieren oír hablar de política, o se han hecho cartujos (también vale, islamistas o de la COPE, es indiferente) o son diputados del PP.
Reclamo, pues, desde mi radicalidad, sr. Serna, que mida sus palabras.
Amigo Kant, aunque no me doy por aludido entre los diversos contertulios que utilizan mal el concepto «radicalismo» (no es una palabra propia de mi idiolecto), usted sabe que me encantan las discusiones filológicas (y más si son con personas como usted que se preocupan por estos temas de la forma y el uso correcto de las palabras) siempre en un tono cordial y argumentado.
Cuando Justo dice que el maoísmo es un marxismo radical está diciendo lo mismo – o al menos eso entiendo yo – que cuando usted dice que es un movimiento extremista. Además de esa acepción de radical como «perteneciente o relativo a la raíz», le copio textualmente la cuarta acepción que da el DRAE a la palabra «radical»:
4. adj. Extremoso, tajante, intransigente.
Por otro lado, le copio la tercera acepción que da la misma fuente para la palabra «radicalismo»:
3. m. Modo extremado de tratar los asuntos.
No es ningún intento de contradecirle. Es solo para que vea que uno de los usos más frecuentes de la palabra radical es el que se refiere precisamente al carácter extremo de algo. Eso no significa que nadie lo haya usado mal en este blog (incluso yo mismo, aunque no lo recuerdo), pero en este caso concreto, creo que está bien usada la palabra «radical». Yo seguramente hubiera definido el maoísmo de otra forma – diferente a la de Justo y también a la suya – porque cada uno tiene su forma de expresarse.
Sobre el libro de Jiménez Losantos (he estado a punto de comprarmelo un par de veces, pero me inclinado por otros), hablaré cuando esté el post más avanzado, porque parece un libro interesante, si cuenta todo lo que el autor dijó el otro dia – lo escuché en la Cope – que contaba, esto es, cómo se pasa del maoísmo al PP…
El marxismo originariamente fue radical, sólo eventualmente extremista. El maoísmo fue un movimiento extremista que, además, se basó en el radicalismo de Marx (a partir de las ‘enseñanzas’ de Lenin, Stalin y, finalmente, Mao, su principal inspirador). Pero, por otra parte, el maoísmo fue también un utopismo: un movimiento, una corriente, una concepción que aspiró a cambiar al hombre: a conseguir un «hombre nuevo» en una sociedad armoniosa. Un hombre nuevo: qué interesante y peligrosa idea.
Bien, por mi queda aclarada la cuestión radical/extremista. Muchas gracias.
Ahora, el tema del utopismo – independientemente del respeto que se les debe a los que se sienten utópicos en el sentido más noble de la palabra y, a la vez, nada tengan que ver ni con el maoísmo ni con el marxismo – lo enfocaba desde la distancia que se establece entre la definición estricta del concepto, que en castellano la da la DRAE (“(…) doctrina (…) optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”), y la manera en que aquellos aburridísimos jóvenes asumían su “misión en la tierra”.
Si seguimos el hilo argumental del “Tumbaburros” (como llamaba mi abuelo al DRAE) veríamos que aquello, su labor, la hacían desde unos presupuestos (a) tristes, sobre todo tristes, el optimismo era su antítesis vital por más “flor de la vida” en el que estuviesen; (b) convencidos de lo perfectamente realizables que eran, vamos, sin albergar sombra de duda alguna, cual si fueren perfectos numerarios de la Obra; y (c) no sólo desde el momento de su formulación sino, si me apuran, les diría que desde “antes” de su misma exposición pública, como si Mao fuera una especie de nueva joven deidad solar inspirada, desde las alturas, por el dios padre, Marx. De pena, vamos.
En efecto, donde sí que hay más peligro que un mono con navaja (y, desde luego, no la de Occam) es con el sufridísimo concepto nietzschiano de “nuevo hombre” – “nuevo humano” debería ser, pero, bueno… – que tan pronto lo vemos decantarse hacia el “uomo nuovo”, como caer del lado “hippy” californiano, como ir en auxilio y refuerzo del nazismo, como desplazarse hacia los experimentos sociales de la “Revolución Cultural china”, pero adentrarnos en ello sería desviarnos del tema que nos ocupa – el hombrecillo de la COPE – y no quisiera volver a incurrir en la misma falta que cometí en otro “post” y que por más que quise enmendar, no lo logré.
Siga ud, pues, don Justo, con su “progress” y destrípenos el libraco, por favor.
No, no, señor Kant. No se desvía. El hombre nuevo que llega a –y lleva a–la ‘Revolución cultural china’ es el asunto que está en la base de tantos jóvenes de los setenta…, después del 68. Prometo regresar. Como regreso al maoísmo. Como regresaré a Federico Jiménez Losantos. Por cierto: no llame a FJL «hombrecillo de la COPE». No.
Vale, vale, vale, rectifico, se me fue la mano con lo del «hombrecillo de la COPE».
Andémonos con pies de plomo, eso sí, con lo que nos previene sobre el «nuevo hombre» que, como ya advertí, la idea de un «nuevo ser humano» como objetivo político, dista considerablemente de la filosófica de considerar la actual humanidad como el eslabón entre los simios y una humanidad superior (entre el mono y el súperhombre, dijo don Federico Nietzsche). En papel escrito, la idea no puede ser más sujerente intelectualmente e impulsora de gran cantidad de ciencias teoría, pero cuando se traslada a la práctica política no puede ser más peligrosa… ¿prueba de ello? Hitler y Pol Pot… ¡uy, qué he dicho!… Pol Pot… un maoísta…
Muchos dias que no escribo aquí. Espero que J. Serna acabe con el post sobre los jovenes maoistas y Jiménez Losantos. Me parece increible lo del maoismo!
Un paréntesis en nuestras especulaciones, si uds. me conceden la venia.
Dado que nos abocamos irremediablemente a las Fiestas de Invierno, quiero recordar en estos días al buen emperador Aureliano que en el año 274 instauró el 25 de diciembre como celebración del nuevo Sol: un astro simbólico que nacido en el crudo invierno es la esperanza por la próxima primavera. En tal fecha, unificó las celebraciones de todos los Jóvenes Dioses Solares (Horus, Mitra, Sol Invencible…) en una sola jornada que, en medio de las Saturnales, llenaba de alegría y fe en el futuro, en un buen futuro, a las gentes del mundo. Del mundo precristiano, claro, porque por aquel tiempo los cristianos aún NO celebraban el 25 de diciembre. Bellos días pues, en aquellos tiempos…
Días de un gozo que, entre cristianos y capitalistas, han convertido en un despropósito consumista. Por lo tanto, junto a mi patente rechazo a la festividad cristiana y mi paralela abominación a ese gordo alcohólico de procedencia nórdica que va en pijama por la calle sin asomo de pudor, haciendo sonar una desagradabilísima campana que apenas apaga su risa sardónica y del que destaca esa mirada libidinosa de sospechosa paidofilia; remedo provinciano del Rey Melchor y por demás asalariado de comerciantes y mercaderes; quiero, con el original espíritu saturnal, romano, poliateísta, de esperanza y deseo de un mejor futuro, enviarles mi más cordial saludo empapado de tales parabienes.
FELIX DIES NATALIS SOLIS INVICTI!
Lo mismo digo, Kant y que me ha encantado su felicitación rococó. Siempre es un buen momento para desear felicidad, que es lo que yo hago ahora, siguiendo su amable pauta, a todos ustedes y hasta que el gordo libidinoso :-)
les llene de regalos.
Abrazos para todos.
Como nuestro amigo Justo Serna no acabó su comentario y, a partir de mañana, voy a estar desconectada unos 15 días, no entro a debatir sobre maoísmo, lo dejaré para otra ocasión.
Yo debí de ser uno de esos “aburridísimos jóvenes” de los que habla el señor Kant, esos que defendíamos nuestras ideas sin apenas dudas, porque la juventud ve todo bastante claro, las dudas y los matices se aprenden con la edad, con el paso del tiempo, nadie nace “aprendido” (como se dice en mi tierra). Sin embargo, lo que no borró el paso de los años fue ni mi utopismo ni mi radicalismo; creo que “outro mundo é posíbel”, un mundo sin discriminaciones, sin desigualdades, sin violencia…, hoy una utopía. Para dar pasos hacia ese mundo “ideal”, se necesita ser radical, y aquí utilizo la palabra en las dos acepciones, hay que ir a la raíz de los problemas pero también hay que ser extremista muchas veces (extremista no quiere decir ser terrorista). Parece que nos falla la memoria pero muchos de los avances de los que gozamos hoy en día se consiguieron gracias al radicalismo de muchas personas; estoy pensando en la supresión del servicio militar obligatorio (¡cuántos insumisos pasaron por las cárceles franquistas y postfranquistas!), en la consecución de la cutre ley del aborto (penalizado con cárcel hace pocos años; y aún hoy, en casi el 2008, no conseguimos una ley de aborto que deje a las mujeres decidir sobre si quieren o no traer hijos al mundo, se necesita una ley de plazos ya), en el derecho a utilizar las llamadas lenguas minoritarias (en Galiza siguen acusando y multando a personas que reivindican su derecho a utilizar el gallego en cualquier tipo de documento o situación), en el avance hacia la no discriminación de la mujer… Algunas veces hay que ser radical.
También yo aprovecho, antes de marchar, para desearos unas felices fiestas; espero que en el 2008 podamos seguir leyendo los interesantes comentarios de Justo Serna.
Ps. Por cierto, Miguel Veyrat, tu editorial sigue sin servir los pedidos en un tiempo razonable. Iba a regalar tu libro a algunas personas muy interesadas en la poesía pero no llegaron a tiempo (y eso que los pedí hace varias semanas). Se los regalaré a destiempo, pero sé que los disfrutarán igual.
Gracias, Fuca, por esos comentarios tan generosos. Mañana domingo acabaré el post. Usted sabrá perdonar mi retraso. Y, por mi parte, continuaré los comentarios en 2008. Por cierto, en enero de 2008, en ‘Claves de razón práctica’, un artículo mío sobre Aznar (que a ustedes les sonará en parte). De los artículos de prensa quizá haya noticias pronto… Quién sabe.
Suelo viajar bastante a menudo en tren. RENFE tiene el buen gusto de poner música clásica de fondo, no se oye demasiado fuerte ni buscan cosas muy complicadas pero acompaña bien. El otro día estaba sonando música barroca, una hermosa aria de Bach; entonces, desde algún sitio del vagón, empezaron a oírse auténticos berridos. En lugar de utilizar auriculares algún imbécil había decidido escuchar la radio y poner la COPE demasiado alta. El ínclito Jiménez Losantos bramaba apocalípticamente contra el gobierno y el contraste con la música de Bach acentuaba aún más su sinrazón; no me cabe duda de que le cuadraba más una marcha militar. Puede que sea mi imaginación pero me pareció que la mayoría de la gente se concentraba más que nunca en la música para tratar de silenciar a un pájaro de tan mal agüero.
Queridos todos.
Espero que pasen unos días estupendos y relajados.
Cuidado con el coche, estoy a mitad de camino hacia Galicia y he visto cosas terribles.
Cuidado.
Hasta pronto, un abrazo de corazón.
M.
Felices fiestas a todos.
DEO INVICTO MITRAE
Especialmente para doña Francisca (Fuca para uds) cuando se reenganche al “blog”. Me preocupa que se sienta ud. identificada con los aburridísimos maoístas de los 70.
Como recordará de otros “posts” ya indiqué que el maoísmo del MC fue, en su momento, una cosa tan singular en el ámbito radical del Estado como su propio origen – una escisión de ETA –, su posterior devenir, aliado al troskismo revolucionario de la Liga Comunista, y su actual estadio como Revolta (en el caso del País Valenciano) ocupando su propio espacio sociopolítico (microscópico pero íntegro) sin entrar ni en los disparates neostalinistas, ni en los proyectos de alianzas del PCE-IU – ni en las renuncias propias para acabar autodisolviéndose y, sus miembros, militar en el PSOE o ¡¡¡¡el PP!!!! (y le puedo dar nombre y apellidos de estos últimos en el caso valenciano). Esa propia singularidad hizo que yo mismo me lo pasara muy bien con militantes de ese partido en momentos de ocio compartido. Así que a estos los eximo de lo que sigue.
Salvo ese caso, decía, señora mía, con tener presentes los de ORT, PT, sus respectivas juventudes, FUT o OCE (BR) – donde el deslumbrante ciudadano Jiménez militó en el momento oportuno (ni antes ni después) – y recordar que, en ellos, las relaciones sexuales entre sus miembros estaban prohibidas, el consumo de cualquier tipo de vegetal fumable, también, la ingesta de alcohol era reprobada, la música que se escuchaba – clásica o moderna – era denostada por ser un “subproducto burgués del capitalismo monopolista”, las artes se trataban como ejemplos tangibles de la decadencia del orden imperialista y el ocio era considerado un peligroso caldo de cultivo para la perdición al alma revolucionaria, en fin, ya me explicará ud. dónde estaba la fiesta.
Peor aún. Aquellos chicos – que muchachos eran – con esa base, se parecían más a unos talibán o a unos legionarios de Cristo que a una juventud radical, revolucionaria, dispuesta a introducir el goce de los sentidos como un avance social frente a los siglos de represión cristiana. Por lo tanto, era y es un poco difícil entender, desde ese su sectarismo intransigente, como iban a crear un mundo nuevo, posible, con una nueva humanidad libre. La experiencia china no podía ser más paradigmática… en aquellos años y cuarenta años después. ¿Un país sin sindicatos, sin libertad de expresión, ni reunión, ni opinión, sin control medioambiental, sin contención en la corrupción pública… (¿sigo?)…? ¿ese? ¿ese es el paraíso chino?. Y encima, aburridos como setas.
Coincido con ud. que nadie nace enseñado, que hay que aprender, pero precisamente, el ignorante debería tener, como punto de partida la prudencia y la humildad de su posición inexperta. Sin embargo, si el maoísmo se caracterizó por algo fue por la visceralidad extremista de sus líderes y el fanatismo de sus militantes. Todos pontificaban. Sólo ellos disponían de la Verdad Absoluta. Y cuando los mimbres son esos, permítame pero de ahí no surge canasta alguna ni utópica ni radical aunque sí, eso sí, perfectamente extremista. Y como tal, estéril.
No, no nos falla la memoria. Si en algo se avanzó tras la muerte del usurpador Franco se debió a la capacidad que tuvo la izquierda para pactar en una mesa, no para impactar en las calles. Puede reprocharse – y yo soy el primero que lo hace – a sus negociadores su incapacidad, su debilidad y sus magrísimos resultados. En ese sentido, su total responsabilidad en el “Desencanto” (¿recuerdan uds aquella época de renuncias y política raquítica disfrazada de “pragmatismo” por el PSOE?). Pero de ahí a suponer que unas militancias histriónicas, incapaz de convertirse en el referente de la sociedad, ni siquiera de la clase obrera, ni tan solo a un círculo intelectual respetable, fueron artífices de progreso alguno, en fin, dista un trecho considerabilísimo.
Su peso en la toma de decisiones de PSOE o PCE fue, sencillamente, nulo. Su capacidad de influencia, más allá de provocar alguna algarada callejera nunca superior a una docena de personas, en la UCD, fue ninguna. Y en la sociedad, en general, su presencia fue sencillamente ignorada. Su barrido electoral, desde las primeras elecciones en que se presentaron, hasta las últimas que aguantaron, es la prueba más patente de ello. En la historia de la Transición – pues su vida no fue más allá de aquello – apenas si fueron una anécdota. No, doña Francisca, pongamos las cosas en su sitio. Fueron los Testigos de Jehová, no los maoístas, los que iban masivamente a la cárcel por no hacer el servicio militar; cuando apareció el primer objetor agnóstico, un cristiano de aquellos (y lamento no recordar su nombre) ya llevaba once años en prisión. Fue la camarilla socialdemócrata (González, Bono, Guerra…), que acabó con el socialismo del PSOE, quién silenció a sus propias militantes feministas para sacar las porquerías de leyes sobre derechos de las mujeres que el PP tan bien ha mantenido. Y, en todo ello, los extremistas de la izquierda, ni tocaron bola, ni siquiera la vieron.
Está bien, debatamos sobre el maoísmo en mejor momento, pero mientras llega, por favor, no lo idealicemos. Fue lo que fue. Fue bastante poco y bastante malo (salvo la excepción reseñada “up supra”). Y nos dejó una triste herencia en forma de figuras públicas tan patéticas como la del ciudadano Jiménez devenido monaguillo marisabidillo de las ondas católicas o la de aquel aspirante del PSOE a la Presidencia de la Xunta, por el PSOE, cuyo nombre no me importa haber olvidado, antiguo secretario general del maoísta PT y a quien el pueblo soberano dejó a la altura electoral que le correspondía.
Muchas Felicidades para todos.
[…] Un amable lector me pregunta por Federico Jiménez Losantos. Le responderé reflexionando sobre la guerrilla semiológica del locutor aún maoísta, algo que ya traté cuando analizaba La ciudad que […]
[…] maoísmo despertara interés o entusiasmo en gentes tan dispares, desde Antonio Muñoz Molina hasta Federico Jiménez Losantos? ¿Por qué no me persuadieron las sentencias, las máximas, de […]
[…] Recordaba a Ramonazo, pálido reflejo de aquellos guardias rojos y que ya había aparecido aquí en otro post (Marxismos), y recordaba también a Federico Jiménez Losantos, cuando dice que acudió a China para darse un baño de maoísmo. Hace unos meses hablé de él y de su extremismo en otro post titulado precisamente Regreso al maoísmo. […]