0. Léxico familiar (16 de junio de 2008)
Durante las últimas semanas, lo que he vivido, lo que he sentido y lo que he leído me hacían evocar Padres e hijos, la novela de Iván Turguéniev. No creo ser nada original, pero el asunto está en que me he visto con casos propios o ajenos que me remitían a las relaciones familiares que él tan bien describe en sus páginas. Me he recordado leyendo el relato de Turguéniev: y, en efecto, he recordado vagamente cómo trataba el novelista esas relaciones afectivas que son, claro, la base de nuestra madurez o inmadurez, el momento en que siendo niños definimos el mundo, la etapa en que nos distanciamos de los viejos para oponernos con orgullo legítimo. Hijos que forjan sus ideales contra el padre o contra lo que creen que es el padre; muchachos que se definen sacudiéndose la férula del progenitor bajo que la que aún estaban. Yo leí la novela de Turguéniev hace años, durante unos días de verano: en Requena, en casa de mis padres, el lugar en que, precisamente, pasan las vacaciones. Meses después escribí un artículo en el que indirectamente reproducía el efecto que aquella lectura me había provocado. No puedo ahora repetir mis subrayados o anotaciones pertinentes –que seguramente hice en los márgenes– porque no puedo acceder a dicho ejemplar, que sigue estando allí…
Pero no sé por qué cuando pienso en Padres e hijos inmediatamente me viene a la cabeza Léxico familiar, de Natalia Ginzburg. Hay una parte de nuestras vidas que consumimos reafirmándonos contra el tronco precisamente familiar, hijos contra padres, hijos que se aúpan contra la evidencia de las cosas recibidas, del mundo heredado. Tenemos derecho a oponernos a ese mundo heredado, rehaciéndonos en la individualidad, inventando unos referentes que serán propios. Hacemos eso y luego resulta, como dice Natalia Ginzburg, que hay un lenguaje del que no podemos desprendernos, un lenguaje al que se asocian imágenes que se verbalizaron y que ahora regresan, estemos donde estemos. «Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos el uno con el otro, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia», añade, «para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud». Para bien y para mal. Cada uno de nosotros puede aspirar a ser distinto, a alejarse de ese léxico familiar que hemos aprendido en innumerables conversaciones y momentos, y justo en un instante un hecho singular y probablemente banal nos hace remontarnos a pasados que creíamos desaparecidos y que juzgábamos superados.
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1. ¿Matar al padre? (16 de junio de 2008)
«Antonio Muñoz Molina ha tenido a bien hacernos saber que todavía anda matando al padre. Lo ha hecho desde las páginas de ese suplemento cultural que un día lo fue, también, de libros», dice Àngel Duarte en su blog. Comenta un artículo de Antonio Muñoz Molina titulado «Arte de matar«. «Como todo buen español de ideas avanzadas ha arremetido contra los toros», insiste Duarte. «Costumbre bárbara a la que su padre acudía porque no tenía otra cosa que hacer en su escaso tiempo de ocio. Afición que él, afortunadamente, nunca había hecho propia y que el tiempo, y se supone que la democracia, habían conseguido arrinconar. Pero el pasado no cesa». Las palabras de Duarte son irónicas, incluso sarcásticas, y le sirven al blogger-historiador para criticar al literato, acusándole de ignorante, ese literato que nos amonestaría semanalmente sobre temas que domina o que ignora.
Creo que Àngel Duarte es extraordinaria e innecesariamente severo con Antonio Muñoz Molina. La andanada a la que lo somete no es por lo que el novelista revela de su padre, sino por la taurofobia que el escritor expresa, una crítica o una denuncia que se toleran a duras penas entre la gente fina de la cultura actual. Claro que Muñoz Molina anda todavía matando al padre: como tantos y tantos de su edad que aún vivimos nuestra relación con ternura, con cariño, pero también con una distancia irónica que ya no nos hace daño. Sólo ahora podemos hablar con el padre, un señor mayor que ya no puede frustrase más si coteja lo que somos con lo que íbamos a ser, con esa proyección que en nosotros volcó cuando niños. Pero también a la inversa: ese anciano ya no puede decepcionarnos más si lo comparamos con el ideal de padre que, como un objeto interno, aún tenemos alojado. Podemos conversar con el viejo valiéndonos de la suficiente ternura irónica, aceptando su decrepitud, sus cosas y nuestra vida. Nuestra vida, ¿aún potente? Tampoco es nada del otro mundo. Muñoz Molina no puede hablar con su progenitor porque falleció hace unos años: el impacto emocional, las palabras que pudo decirle o no y la muerte misma están admirablemente recreadas en El viento de la Luna, una novela en la que el autor regresa a la adolescencia desde un presente en el que el padre ya no está.
Pude escribir sobre ella y sobre otros libros suyos en mi ensayo Pasados ejemplares. En una parte significativa de sus narraciones, son historias transfiguradas de esa relación paterno-filial. ¿Le sirven El viento… o el artículo «Arte de matar» para demorar ese pasado contra el que se ha afirmado, para realimentar una literatura que no encuentra nuevas fuentes de inspiración? Cosas así he leído y oído. En todo caso, el tema que puede ser objeto de recreación literaria no es necesariamente aceptable porque sea nuevo, sino por su tratamiento. Pero el padre en Muñoz Molina era un precipitante, una percha en la que colgar el asunto principal: los toros. Lo siento, pero la Fiesta me produce un enorme desinterés, seguramente semejante al que le provocan los toros a tantos hijos actuales. No lo digo porque me considere joven o porque mi desinterés tenga por motivo el mismo repudio: probablemente en los muchachos de hoy, la lidia del toro bravo es un espectáculo sangriento de una España castiza que está desapareciendo… En mí, ese casticismo es una herencia del abuelo, algo que para él era evidente: un arte, un coraje, un momento especial (ya no habrá nadie como Manolete). Para mí, sin embargo, es gore esteticista, un ensañamiento adornado. Siendo joven viví en algún pueblo en el que hacían vaquillas, en el que también se soltaban toros «embolaos», esos morlacos incendiados. Qué tradición… Lo siento, pero cuando acudí a ver una corrida no vi arte muy superior.
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2. El filósofo sin padre (16 de junio de 2008)
Es curioso hasta qué punto puede influir en un filósofo el hecho de haber tenido un padre policía al que prácticamente no conoció. Ése es el caso de Gianni Vattimo, el célebre autor del pensamiento débil. He leído con interés y un punto de decepción No ser Dios. Una autobiografía a cuatro manos: dos manos del filósofo y dos manos de su escriba, Piergiorgio Paterlini. ¿Y por qué decepción? Pues porque hay algo de perezoso en la reconstrucción personal que aquí se recoge. Teniendo en cuenta el outing corajudo de Vattimo -pronto, en 1976, y a lo grande: en unas listas electorales como candidato homosexual, «un maricón, del norte, un filósofo»-, frustran unas páginas tan poco empeñosas, tan breves. ¿Cómo puede profesar el maoísmo a partir de 1968 sin precisar ahora si dura su adhesión y por qué? Parece un texto concebido como mera justificación, como reproche contra tantos y tantos que no lo estimarían como el filósofo se merece o cree merecer. Habla de la posmodernidad, de Nietzsche, de Heidegger, de Gadamer, de Pareyson. Habla de sí mismo, de su condición, de su origen. Habla de su cristianismo cada vez más tibio, más templado, más liviano o débil («muchos me acusan de haberme diseñado un cristianismo a mi gusto. ¿Y…? ¿Tendría que vivir según una religión que me disgusta?»). Habla de Richard Rorty, con quien escribió un libro incluso. Pero sobre todo habla de su padre…, en pocas páginas.
«A mi padre prácticamente no lo conocí, murió cuando yo tenía dieciséis meses». Vattimo vivirá su infancia y primera juventud rodeado de mujeres. Como filósofo convertirá la falta del padre en una quiebra definitiva de la metafísica. Dios no existe, el padre no está. Eso «significa que no existe fundamento último». Somos seres arrojados al mundo, en términos de Heidegger: no hay una concepción objetiva estable por la que sentir nostalgia; no hay un Ser al que regresar, situado más allá de lo contingente. Cristo es así, para Vattimo, un hombre literal que rehace por sí solo su condición perdida y última. ¿Padre, por qué me has abandonado?, dice Jesús. «Mi padre, Rafael, nació en 1885», indica Vattimo. «Era un campesino calabrés emigrado al Norte y había llegado a Turín en torno a 1910», precisa. «Era policía», admite con orgullo herido. «Mis orígenes son éstos. Las raíces en el Sur, un padre inmigrado, una pobreza digna. Yo, un niño medio huérfano». De ese abandono viene su dolor incurable, su rencor contra los cultos laicos y ricos de Turín o de Roma. «Consiguen –lo admito– hacerme sentir siempre un poco fuera de lugar. No hay nada que hacer. Me siento y me sentiré siempre un parvenu«, insiste. «Es una reserva de clase, yo soy un proletario, hay poco que rascar. Luego también seré un intelectual, pero ante todo procedo de los bajos fondos; no soy de buena familia. Provengo de la nada y, por si fuera poco, soy un miserable ex católico». Por si no lo sabíamos, apostilla: «mi padre era calabrés. Y policía».
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3. «Ese señor que era mi papá» (17 de junio de 2008)
No haber tenido cerca al padre no es necesariamente un problema. La orfandad no es, fatalmente, un grave quebranto, como tampoco lo es por fuerza la familia monoparental. Hay jóvenes que han crecido sin el padre o muchachos que lo han perdido tempranamente (siempre es tempranamente) y han sabido componérselas o reponerse. Han rehecho su vida asumiendo la orfandad, haciendo el duelo. El problema se da cuando el padre real existe pero se le toma como un tipo fraudulento: cuando se fantasea con el padre biológico como un impostor. Es entonces cuando se piensa: llegará un día en que mi progenitor auténtico regrese… A esta patología (bastante corriente, por otra parte, Freud la llamaba «novela familiar del neurótico»). El problema se da también cuando la figura del padre, olvidada o sepultada, reaparece real o fantasiosamente. Ésos son los casos, por ejemplo, de Mario Vargas Llosa o de Barack Obama.
Aún recuerdo el primer capítulo de El pez en el agua, las memorias de Vargas Llosa que leí en 1993. Me dejó muy impresionado dicho apartado. ¿Su título? «Ese señor que era mi papá». Esas páginas son una recreación personal del complejo de Edipo…, pero con un retraso de diez años. Ni más ni menos. Marito había crecido creyendo haber perdido al padre. Así se lo habían dicho en la familia. De repente, a la edad de diez años, justo cuando descubre lo que significa cachar, cuando descubre que sus padres también habían cachado, regresa un señor que dice ser su papá. «La revelación fue traumática», admite, «al imaginar a esos hombres animalizados, con los falos tiesos, montados sobre esas pobres mujeres que debían sufrir sus embestidas. Que mi madre hubiera podido pasar por trance semejante para que yo viniera al mundo me llenaba de asco, y me hacía sentir que, saberlo, me había ensuciado y ensuciado también mi relación con mi madre y ensuciado de algún modo la vida». Tuvo que pasar mucho tiempo, añade Vargas Llosa, «antes de que me resignara a aceptar que la vida era así, que hombres y mujeres hacían esas porquerías resumidas en el verbo cachar y que no había otra manera de que continuara la especie humana y de que hubiera podido nacer yo mismo».
Cómo decir: que un padre desaparecido –al que se ha idealizado, al que se ha mejorado, con el que se ha fantaseado– regrese para hacerse cargo de la realidad, para reapropiarse de la madre, debe de ser insoportable…. Insoportable: especialmente para un niño de diez años que, años después, aún recuerda la tensión, el odio, la pesadilla. O más exactamente: «la crueldad, el miedo, el rencor, dimensión tortuosa y violenta que está siempre». Las páginas que Vargas Llosa le dedicaba a su padre en 1993 aún transpiran esos sentimientos. «Se inclinó, me abrazó y me besó. Yo estaba desconcertado y no sabía qué hacer. Tenía una sonrisa falsa, congelada en la cara. Mi desconcierto se debía a lo distinto que era este papá de carne y hueso, con canas en las sienes y el cabello tan ralo, del apuesto joven uniformado de marino del retrato que adornaba mi velador. Tenía como el sentimiento de una estafa: este papá no se parecía al que yo creía muerto». Ese sentimiento es exactamente el que describe Freud en su ensayo dedicado a la novela familiar del neurótico: es una impresión fuera de contexto, igualmente retrospectiva, pero aún más fraudulenta.
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4. «Mi padre era un príncipe» (17 de junio de 2008)
Leo en El País del domingo 15 de junio de 2008 que próximamente aparecerá Los sueños de mi padre, el primer libro de Barack Obama . Ya vimos la importancia que las memorias escritas han tenido en la carrera política del candidato presidencial. No es sorprendente que una historia de desamparo, de abandono paterno en este caso, se repita y que ese hecho desgraciado sirva otra vez para echar cuentas con el progenitor…, también a los diez años. Desde luego es puro azar que Vargas Llosa y Obama descubran a sus respectivos padres a esa edad. Lo que en el escritor es un rencor inextinguible, en el senador es idealización absoluta que oculta una herida. No quiero, no puedo y no sé psicoanalizar, y menos a distancia y con cuatro datos, pero admitirán que ambos casos se prestan a examen. Ante unos niños de su misma edad, el joven Barack Obama cuenta quién es su padre, el descendiente de un jefe tribal de Kenia.
«Mi abuelo, ¿sabéis?, es un jefe. Una especie de rey de la tribu, ¿no?… como los indios. Y eso hace que mi padre sea un príncipe. Él subirá al poder cuando muera mi abuelo», escribe Obama recordando aquella escena infantil. «¿Y qué pasará después?», le pregunta uno de sus amigos. «¿Volverás allí y serás un príncipe?» El joven Obama, según escribirá después, recrea en ese momento y agiganta sus posibilidades, no descartando el regreso. De repente descubre que los otros niños se le acercan: «una parte de mí empezaba a creerse realmente la historia. Pero la otra parte sabía que lo que les estaba contando era una mentira, algo que había construido a partir de retazos de información». En ese momento. Obama daba forma al padre –realzaba un objeto interno– sin tener que vérselas con alguien inevitablemente decepcionante, ese ser que estaba a punto de regresar, ese señor que pronto iba a conocer. Lo conoce y, aunque hay mucho que contar, la verdad es que el joven Obama queda paralizado por una especie de silencio, de estupor, quizá de reproche: también de intimidación real.
Pero ese padre se acercará un día a la escuela del muchacho. «El padre de Barry Obama», dice la profesora, «está aquí, y ha venido desde Kenia, en África, para hablarnos de su país». Se dirigirá a todos los colegiales reafirmando su condición, repudiando la esclavitud, el colonialismo, celebrando la libertad. «Todos mis compañeros aplaudieron de corazón» y hasta los más reacios pudieron confirmar que el padre de Obama no tenía nada que ver con los episodios de canibalismo que habían imaginado en un país tan remoto. «Dos semanas más tarde, se había ido», concluye el senador.
No hay más. El periódico no reproduce más y, por tanto, quienes no hemos leído el libro en versión original hemos de aguardar. Queda, sin embargo, una impresión de ese pasaje, la de que Obama sabe sacar provecho de un rencor sutil, la de que sabe desempeñar su cometido: destrona a su padre íntima y públicamente afectando sinceridad y luciendo cicatrices filiales. Ahora bien, quien escribe no parece un hijo que odie incurablemente. Hay en la escena escolar una reparación que Obama agradece. El padre desempeña a su vez otro papel, de gran lucimiento, muy favorecedor para ambos: el del africano que tiene un sueño de libertad.
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5. Colofón (18 de junio de 2008)
¿Colofón? Conclusión, al menos, no hay. La historia de los padres y de los hijos, de lo que nos debemos o nos reprochamos mutuamente, es inagotable: seguimos en ello. He recuperado una versión reciente de la novela de Turguéniev. No es el ejemplar que está en casa de mi padre. Es otro distinto, otra edición que, por desidia, ignoraba tener. En mi casa me han recordado que este volumen existía. Por respeto a todos ustedes y por cumplir con el asunto que me inspiraba he regresado a dicha novela. ¿Regresado? Las traducciones no coinciden y, salvo pasajes muy conocidos que evoco inmediatamente, el resto me parece casi nuevo. Hay momentos decisivos en la narración que me hacen disfrutar otra vez de un gran relato del Ochocientos. ¿Y quién dijo aquí que ya no leía novelas? Juan Planas. Le pido que regrese a este género.
Me conmueven tantas cosas de esas páginas de Turguéniev. Tantas… Pero hay algo irrepetible: la rebeldía de los hijos frente a los padres, una rebeldía aturdida, incluso vesánica, una oposición a todo. Los muchachos, recién licenciados, con la graduación bajo el brazo, proclaman el nihilismo –¿recuerdan?–, manifestándose con insolencia, con suficiencia, con altanería, con petulancia. Así lo denuncia uno de los adultos que observa con estupor el repudio de los jóvenes. Desde luego, la novela es, entre otras muchas cosas, una exposición del conflicto ruso (eslavismo-europeísmo). Pero la narración es para mí algo más perdurable. Releída ahora, la novela es un examen sutil del choque moderno que enfrenta a jóvenes y padres, el mismo choque y expresado prácticamente con las mismas palabras que un siglo después.
«Antes, los jóvenes tenían que estudiar, no querían pasar por ignorantes y estudiaban aunque fuera en contra de su voluntad», se lamenta uno de los personajes más ancianos. «Ahora pueden decir: ¡todo en el mundo es un absurdo!, y asunto concluido», apostilla. Deplora el orgullo casi satánico de los muchachos, la burla destructora y anticivilizada. Eso dice. Los hijos se separan, en efecto. Se alejan, destronan a los padres, les reprochan todo y proceden a vivir a su modo, de otro modo. Creo entender lo que Arkadi, uno de esos jóvenes, dice y emprende: me suena esa música, me suenan esas palabras. Es más, creo haber pronunciado cosas semejantes cuando siendo joven manifestaba con rabia mi oposición al mundo de los adultos. Sin éxito, claro. El padre de Arkadi se llama Nikolái Pietróvich Kirsánov. Puede parecer un tipo rezagado, pero apenas sobrepasa los cuarenta años. Qué raro es todo. Por edad, yo podría ser el hermano mayor de Nikolái. En fin. Espero que todo esto acabe bien. ¿Pero qué es eso? ¿Qué significa «acabar bien» cuando hablamos de padres e hijos?
Ilustración: Fotografía de cubierta de Padres e hijos (Ediciones El Cobre), titulada El marido de la fotógrafa y su hijo, de Eveleen Myers.
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Variedades
Toros, taurófilos y antitaurinos. «No tengo nada contra los toros, lo siento; ni a favor, tampoco. Me hago taurófilo en cuanto oigo a los fanáticos de ERC ponerse en contra; y antitaurófilo cuando escucho las demagógicas explicaciones de Sánchez Geta Dragó. En toda mi vida, sólo he estado en una ocasión en la plaza, y se remonta a la noche de los tiempos, tanto que ni siquiera recuerdo a uno solo de los toreros. Más allá de la niñez, tampoco recuerdo haber visto una corrida en televisión. Pero no es esto, desde luego, lo que hoy quería contar, sino lo mucho que me llama la atención el despliegue que últimamente dedica el diario El País a la fiesta, la entronización -incluso ¿intelectual?- que ha hecho del torero José Tomás». Leer más
Papa, jo vull ser torero. «Papa jo vull ser torero / papa jo vull matar toros / papa jo vull saltar ruedos / ai papa jo vull ser torero / i el pare es desesperava / ell que era tan honorable / potestat de la sardana / de les lletres catalanes”. Leer más. Albert Pla. Escuchar Papa, jo vull ser torero. Escuchar El lado más bestia de la vida.
Padres tóxicos. «…Kafka es un hijo que tiene miedo al padre, un miedo general e inespecífico. «Yo, flaco, débil, esmirriado; tú, fuerte, alto, de anchas espaldas». Es un patriarca que ha trabajado duro, alguien que sólo se debe a su propio esfuerzo y que ha conseguido llegar tan alto que tiene una confianza ilimitada en su propia opinión. Es un padre que lo ha sacrificado todo por su descendencia, a la que ha procurado darle todas las comodidades, el alimento. Pero esa entrega no ha aliviado hijo, puesto que, en lugar de sentir gratitud o simpatía por el progenitor, dice haberse «ocultado de ti, en mi habitación, con libros, con amigos alocados». Por eso, jamás, hasta ahora, le había hablado con franqueza…». Leer más
¿El protopadre? «Esos prehumanos, emparentados con extraviados eslabones genéticos, temblorosos y asustadizos ante el inesperado movimiento de los matorrales, temerosos ante la estruendosa aparición del relámpago, asomados a las más espantosas simas de terror ante el vibrante aullido de la bestia, se habían aferrado en una nada simbiótica relación a una potestad majestuosa y unánime: el protopadre». Leer más.
Fútbol es fútbol. El balompié según Martes y trece y según Monty Python. Por cortesía de Anaclet Pons.
Es posible. Vamos, te concedo sin más que mi comentario era áspero, incluso agraz… tal vez. No menos, en cualquier caso, que la diatriba antitaurina de Muñoz Molina. De él aprecio, hasta extremos fáciles de entender, su obra literaria. No toda. Opino que El jinete polaco es irrepetible. Así como desprecio su tendencia al sermoneo en nombre de un antifranquismo ajado que cada vez explica menos de nuestro tiempo (y que además no ayuda a entender en nada la historia).
Espero que no me incluyas en la nómina de intelectuales finolis. Que, convendrás conmigo, los hay en los dos campos. Tanto en el que disfruta con los toros (en ocasiones, porque hay tardes aburridísimas), como en el de los que andan muy disgustados por el hecho que alguien se deleite con algo que desprecian.
En cualquier caso, lo que más me disgusta es ese constante aludir, mezclando churras con merinas, a un tiempo que se fue, a una época de pobreza y de ignorancia, de curas y toreros. Eso, disculpa la reiteración, es moralismo barato que desdice de la obra del autor. Eso creo. Y, como puedes notar, con vehemencia.
Saludos
Àngel, le agradezco que me conteste un post que está ‘in progress’. No he acabado de escribir lo que quería escribir en los tres puntos: 0. 1. y 2. Voy rellenando. Ahora bien, los reproches que se me hagan los contestaré en los comentarios. O sea, que queda pendiente qué puedo responder a lo que hace Muñoz Molina cuando, como dice, nos «sermonea».
De todos modos, adelanto: ¿por qué hemos de criticar el estilo admonitorio de Muñoz Molina y hemos de dejar pasar el tostonazo protaurino de tanto intelectual supermegamoderno? En Barcelona, las autoridades locales o autonómicas –no sé– declararon la capital catalana como ciudad antitaurina: probablemente fue una decisión intervencionista y estúpida, aunque sólo fuera porque despertó de su letargo secular a una pléyade de intelectuales taurófilos que encontraron razones para largarnos el rollo del toreo. Me pasa lo mismo que con el fútbol: en este deporte-espectáculo de entrada no matan a nadie: pero sin duda que los intelectuales se sumen al fervor patriótico-esférico me produce un estupor semejante.
Sin embargo, mi post no trata exactamente de los toros y los intelectuales, sino de los padres y los hijos: ustedes escriban de lo que quieran.
Como andamos en blogs cruzados, contesto aquí lo que ya le dije a Àngel Duarte en el suyo: «Querido Àngel, quisiera entrar en el debate, pero como muy bien dices, no puedo hablar de lo que sólo conozco por lenta aproximación en éste deshacer tópicos en que me ocupo desde que vivo en Andalucía de modo permanente. Sólo sé que me he sentido sobrecogido de escalofríos ante algunos naturales recortados sobre el albero de la Maestranza en la pasada Feria de abril. He escrito un poema incluso, porque ese día en que «sentí» la realidad transfigurada, entraba Curro Romero por la puerta grande de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Ysabel de Hungría, con todo derecho, a mi parecer, y quise celebrarlo con música de palabras».
Eso en cuanto a los toros, pues creo que el «auténtico» «inprogress» que cita Justo es aplicable a al devenir vital y a los gustos y pasiones, que como tales cambian, explotan de pronto y sin avisar a veces. Pero doy la razón a Justo en que el tema no es ese, sino las relaciones entre padres e hijos, de las que todos quizás podríamos hablar largo y tendido y algunos en el mismo sentido en que Kafka redactó su «Carta a mi padre», que figura en mi biblioteca desde mi adolescencia y ya marcó a mi hijo Pablo.
Pero antes de seguir leyéndoles a ustedes y el resto del progreso serniano en argumentos, vaya por delante que no creo en absoluto que ese artículo de M.M. que yo mismo les recomendé tuviera como objetivo «matar al padre». Y en contra de la opinión respetable de Duarte, le recordaré que esa España de la que habla M.M. forma parte de la memoria más entrañable, para bien o para mal, de cientos de miles e españoles entre los que me cuento. Me ha gustado que la trajese de nuevo al proscenio. Dentro de las celebraciones merecidas a los héroes que no las tuvieron en su día como mi viejo amigo Fernando Macarro, Marcos Ana, también vivieron y penaron en las cárceles sin libertades de la vida cotidiana en el franquismo, muchos intentaron gozar en algo del cielo azul de su frente, el único posible a su alcance, compuesto de las tradiciones milenarias de la tierra: muchos ánonimos como el padre de Antonio, que sin poder transmitir a su hijo otro tipo de emociones de «más fuste intelectual» les hacían el humilde regalo de una pasión que yo empiezo ya a reconocer y admirar en muchos corazones. Seguiremos opinando. Me interesa el tema. No el psicologismo barato al que sospecho nos puede conducir el freudismo si no andamos con cuidado.
José Tomás va a convertir en taurinos a muchos anti, sino al tiempo, la adrenalina tiene la culpa.
He encontrado esta entrada en el blog de Ignacio Carrión, un excelente escritor, premio Nadal y ex periodista y corresponsal, ya jubilado y compañero mío de generación:
«Paul Preston recuerda en «El gran manipulador» que el padre de Franco era masón. Franco odiaba obsesivamente a los masones porque odiaba a su padre. O al revés. Da igual. Franco odiaba a media humanidad. ¿Los judíos? También. Franco era español y como todos los españoles era el producto de una mezcla desigual de cristiano, moro y judío. Franco se odiaba a sí mismo: inventó, después de matarlo, un padre, una cruzada, un régimen y hasta una mediocre personalidad manipuladora y mesiánica. Le teníamos miedo no tanto a él como a sus esbirros, algunos de los que todavía detentan cierto poder.»
Franco, fundamentalmente, añado porque lo creo, era un cobarde y por tanto un militar felón: ¿Da valor suplementario «matar al padre»? ¿Es necesaria esa operación mental para esclarecer y asumir la propia identidad?
Añado como complemento a la información de Nacho Carrión que Franco intentó sin éxito ingresar en la la R.·. Logia de Ceuta. ¿Por qué? Los militares liberales, casi todos masones, dominaban en aquellos tiempos en que el «comandantín» aspiraba a ascender, todos los dispositivos de ascensos en la carrera militar. Pinochet logró ingresar en su época de tenietillos, por los mismos motivos, en un taller masónico chileno. No le dejaron pasar del grado de «aprendiz»…
La cara del José Tomás si la observáis cuando está en su trabajo es todo un poema.
Ojos hundidos, fijación de su mirada en el toro como desafiándolo, y pensando que acabar con él será su victoria sobre los machos espectadores.
Cuando lo veo en la TV siempre recuerdo su similitud física y psiquica con Passolini.
Aquel jugándose la vida para atraer la mirada de los machos, el otro buscando de noche en las playas a jóvenes del lumpen….
Niego la mayor, señor Moreno, con ella su similitud traída absolutamente por los pelos: Passolini no se jugaba la vida para atraer la mirada de los machos,ni para tirarse a ningún adolescente lumpénico, sino para luchar contra el fascismo renaciente —nunca barrido del todo, como vemos actualmente— de su Italia. No creo tampoco que el propósito del toreo suicida de Tomás, que acompaña de modo dramático al arte que despliega, sea atraer la mirada de ningún macho del tendido.
Veo que no conoce usted más que recortes de periódico sobre Passolini, lo mismo que desconoce absolutamente todo, salvo los tópicos, del mundo de los toros.
Si volviéramos plenamente al tema del post, sí podría contarles una anécdota vivida personalmente por mí, en mi época de corresponsal en Roma, con el inmenso poeta que fue Pier Paolo Passolini tras la presentación de su «Edipo» en el Club de Prensa Extranjera.
A pesar de encontrarse «in progress» como nos aclara Don Justo Serna, esta entrega enciende muchas lámparas en la memoria. El padre, procreador ¿enemigo al acecho? ¿fantasma o depredador? ¿Cuánto de él reconocemos en nosotros luego de haber concluido la fase de rebelión, después de los deseos parricidas? De su imagen, dicen, fluye la resplandecencia de la divinidad, pero no la del demonio. Llevo todavía en mi equipaje psicológico algunas cuentas sin firmar, endosadas por mi padre, de las que no he podido hacer gran cosa, no sé si por temor o por estulticia.
serna tu padre no te quiere?
Vamos Paco, no sea tan elemental. No es cuestión de querer o no querer, es de comprender y asimilar deudas y yerros, de iluminar las sombras de unas relaciones nunca bien delineadas.
Justo le quería preguntar por su anunciado libro sobre Gramsci? Un saludo
Alexandre, le agradezco el interés. No es un libro sobre Gramsci: es un libro con una nueva antología y traducción de los ‘Quaderni del carcere’, precedido –claro está– de un largo prefacio nuestro. Ya es casualidad…: hoy, justamente hoy, Anaclet Pons y yo hemos acabado la tercera (y última) revisión de la traducción de todo el libro (cuyo título será ‘¿Qué es la cultura popular’?). Nos falta otro día (de esta semana) para revisar la introducción que hemos escrito… y aviado estará. Se publicará en unos pocos meses. Eso tenemos entendido. Nuevamente, gracias.
Seguramente no hace falta que el padre sea excepcional –aunque cuál no lo es par su hijo- para que, al mismo, tiempo sea losa y raíz. Seguramente los padres raros lo son por ajenos, por distantes, no por singulares o excepcionales o populares. Y digo seguramente, porque no lo estoy, de seguro. Porque únicamente aprovecho la excusa del excelente post de Justo para, una vez ahíto de toros y tomases, pensarme a mi mismo. No hay otro camino, me temo, cuando de hablar de la familia, y del padre, se trata. Como en muy pocos otros temas, en éste se nos escapan, por entre los dedos de las razones, las aguas de las experiencias y los sentimientos que de ellos derivan. Aguas claras y, las más de las veces, sucias. El post, pues, es arriesgado. Puede hacer revivir, al lector, más de un dolor.
Algo sí que creo tener claro. No hay liberación en la ausencia de losa. Porque no hay liberación, es lo viene a decir Ginzburg, si no es combatiendo por ella, haciéndola realidad. Jamás viene dada. Algunos la alcanzan asumiendo, libres, lo que antes les venía impuesto. Otros rompiendo brutalmente, y tras un juicio sumarísimo, con el pasado y con el linaje. Un coste desmedido… seguramente.
Losa y raíz, piedra y fundación… Por supuesto. Estoy de acuerdo con esas definiciones. Con todo, hablar sobre el Padre –en realidad sobre los padres, es decir el padre y la madre, al margen de sus géneros pero no de sus sexos- implica hablar también de esa metáfora doméstica o semental o heredada o étnica o biológica o espiritual y de algo más, de algo que se nos escapa; es hablar de un misterio -el otro más próximo y ajeno- y también de una jerarquía que se rompe en cuanto la sabemos analizar como si fuera –lo es- una simple eyaculación mental -a imagen y semejanza- del creador que somos todos (quizás, los que tenemos hijos, un poco más, pero no mucho ¿Se me nota la risa? )
Me da a veces. No obstante no necesito creerme ni una sola línea del guión filosófico-social de mayor referencia si no concierne a mis propias experiencias. A mi padre quise matarlo en su momento hasta que maduré –o no- un poquito y me apercibí de que ser algo así como la prolongación de otro no es ninguna limitación, ninguna atadura, ningún freno a la libertad personal. Al contrario. Saberlo me dio alas. Lástima que, poco después, se me muriera de verdad y no tuviera tiempo de explicarle tantas cosas como me dejé en el tintero… En fin. Aquí el silencio es dolor.
Con respecto al guión de referencia que citaba antes -es decir, la liturgia de Edipo o las digresiones extrapoladas de Freud e introducidas, luego, y por ejemplo, pero no de manera única, aunque sea muy ilustrativa, en el ruedo de un coso taurino como en la vida familiar de cada uno- me basta y me sobra con observar ese movimiento, tan etéreo como insubstancial, como si fuera la escenificación de nuestras mejores per-versiones.
¿Matar al padre? Eso es, con perdón, un tópico, una imbecilidad o una redundancia. Una coletilla muy literaria pero muy poco letrada. La liberación sucede –o no- al margen de esa dialéctica. En sus afueras. Lo matamos –qué coño vamos a matarlo- porque se muere, como nosotros, pero con mayor rapidez y ese dolor –ahora nuestro, no suyo- nos sobrecoge.
Tengo en mi experiencia sentimientos encontrados, muy parecidos a los que acertadamente describe Juan Planas, pero me produce una cierta incomodidad hablar de ello; sólo diré que siento no tenerlo a mi lado ahora, cuando he superado con creces la edad que él tenía al morir, después de haberlo odiado tanto en mi adolescencia y juventud, para compartir con él tantas y tantas cosas que nos han sucedido, a su sangre y la mía, de tanto latir en vano. Que pudiera ver cómo tengo ahora, cerca de mi, mientras trabajo, una fotografía suya enblanco y negro, que rescaté de la mesilla de noche de mi madre al deshacer su casa después de darle tierra, en la que aparece en el patio de su colegio, despeinado, con la camisa abierta seguramente tras hacer deporte, con la mirada limpia y directa. Y encuentro que era muy guapo. Y me conmuevo.
Un estudio de caso, para ir dándole vueltas, a propósito de los progenitores como mediadores del nasciturus -que diría la Conferencia Episcopal- con la realidad social:
el del padre eminente, hombre de talla intelectual incuestionable, personalidad potente, arrolladora, vinculada no ya a otra época sino a valores políticos e ideológicos autoritarios -por recurrir al eufemismo. Un sabio erudito y un fascista, en pocas palabras. Con gestos claros, firmes, nada empalagosos… previene al hijo de los riesgos de la libertad pero le estimula en el plano cultural, en la lectura, en la escritura, en el gusto por el arte.
No es nadie en concreto. Es un ideal tipo que entre los de mi generación, así como en la que me precedió, abundaba. En algunos casos la sabiduría era reconocida socialmente, en otros era de uso doméstico.
Bueno, no diría yo que aniden ahí las limitaciones del hijo, o no necesariamente. El hijo tuvo la ocasión de pasar por el comunismo… ya que no se atrevía a enfrentarse a él en términos personales. Siempre es posible encontrar un camino alternativo. Estéril en sí mismo, pero útil en lo personal.
Colofón: al final el padre se impone, sin necesidad de hacer por su parte mayores esfuerzos, a la maledicencia de los camaradas.
En cuanto a los toros: No ando muy disgustada por el hecho de que alguien se deleite con algo que desprecio. Ni siquiera me caen bien los anti taurinos ni comparto su modo de exponer su criterio, ni deprecio las corridas de toros, simplemente me espantan porque me espantan la tortura y la muerte se le inflija a quien se le inflija. Y sí estoy de acuerdo en que no sólo José Tomás, todos los toreros cumplen un extraño y antiquísimo rito de vencer al otro macho (al macho humano que le ve desde la plaza) mostrando su valor; no creo que el torero pretenda seducir al hombre que lo ve ni creo que sea eso lo que dice el señor Moreno, lo que hace es retarlo, demostrale su mayor valor. Es como la rueda del palomo, que se ahueca bellísimo, para la paloma en época de celo, al mismo tiempo que le demuestra al rival que él es capaz de matar nada menos que a un toro, que se ande con ojo. No dudo que una serie de naturales; que un recibir a un toro de modo estatuario, que todas las posturas de un torero tengan belleza, no más que las de de Nureyev o las de un patinador sobre hielo, solo que, además, está el componente del peligro que corre y de la muerte segura del animal al que se enfrenta y el componente de la virilidad mal entendida como poder sobre la vida y así como amar la danza se considera una mariconada, amar los toros es de hombres recios (y ahora intelectuales y aristócratas). Seguro que en las luchas de los gladiadores había belleza estética, pero a mí el peligro de uno y la muerte segura del otro me parecen suficientes motivos para aborrecer eso que llaman fiesta y que sólo es algo ancestral y espantoso. A mí fue mi madre quien me llevó a los toros, que la apasionaban y sé cómo se llama cada suerte, cuándo van a coger a un torero, cuándo un toro es manso o es bravo y en qué consiste una corrida, algo que considero tan vergüenza como mantener la pena de muerte en un país. La vida me merece demasiado respeto como para considerar un espectáculo el hecho de quitársela a alguien y de modo tan terrible.
En cuanto a Passolini: Su enorme compromiso político; su lucha frontal, valiente y arriesgadísima contra el fascismo, su talento creador en muchísimos órdenes no excluyen el tremendo riesgo que corría en los ambientes en que se movía persiguiendo a efebos de las capas más bajas de la sociedad y eso era y es de un peligro salvaje. Passolini lo que hacía era vivir en permanente riesgo en todas las actividades de su vida y tan consciente de ello como lo son los toreros al ponerse delante de un animal de quinientos kilos, con cuernos, ciego, dolorido y aterrado.
En cuanto a Franco… Franco, además de matar a su padre a quien quería matar a toda costa, físicamente, y se rumoreó que lo había hecho, era a su hermano Ramón. Querido por su padre (él no), brillante, aviador, republicano, de tremendo éxito con las mujeres y masón. Desde su mínima estatura, desde su voz atiplada de castrado (como dicen que estaba de una bala perdida) y su incapacidad intelectual, trató de ser lo único que le parecía alcanzable: masón, pero no fue admitido y, encima, se rumoreaba que su hija era del hermano. Franco tenía que matar al padre, al hermano y suprimir, como hizo la entrada Franco de todas las enciclopedias de las bibliotecas públicas porque allí se decía que era apellido judío. Hay bibliotecas en que aún se conservan ejemplares con las páginas arrancadas. Sí, tenía que matar a su padre, a su hermano y, de paso, llevarse por delante a varios millones de personas. Ese debió de ser su modo de superar el horror de su vida, de matar a su padre, de ser eso que la moderna psicología ha dado en llamar resiliente. La verdad es que prefiero a los que se conforman con matar a su padre.
El padre supongo que, en mi caso es la madre. Dudo mucho que yo pueda querer en mi vida a nadie en el modo en que he amado a mi padre y mi madre, ni que pueda sentir un dolor aún mayor al que tuve al perder a mis padres. Al llegar a mi casa de enterrar a mi padre, fui a lavarme las manos y, en mis manos, reconocí las suyas. Durante mucho tiempo no pude mirarme las manos. No he estado enamorada de mi padre; no me he sentido rival de mi madre; no he querido matar a ninguno de los dos y estoy segura de que, si todos los padres fueran como fueron los míos, Freud habría tenido que inventarse otra cosa, pero he estado rodeada de padres: los de mis padres, mis abuelos; el de mis hijos; el otro abuelo de mis hijos… padres muy próximos e hijos muy próximos y es cierto que hay muchos que tienen que matar al padre para seguir, para ser ellos mismos, pero también hay padres que querrían matar a sus hijos. He tenido un abuelo que era una hermosa persona y otro que era un asesino; he tenido un magnífico padre y una madre excepcional y creo que soy la suma de todos ellos. No quiero ni puedo matarlos, pero yo soy una persona vulgar y los estudios, las teorías no se hacen sobre gentes corrientes.
En fin, siguiendo con los toros, en que hay gente pa to.
Ya, ya me callo. Ustedes disculpen la verborrea incontinente que me ha atacado hoy para, al fin y al cabo, no haber dicho nada.
No, has dicho cosas importantes, hondas y sentidas, y en muchos casos muy ciertas, Pavlova. No voy a defender la ancestral fiesta de los toros (fiesta he dicho) a estas alturas, ni a defenderme de no ser un snob intelectual o aristócrata elitista, ni pretendo defender a los «taurinos» pues los detesto al igual que a todos los «forofos», «tifosi» o «fans» descerebrados y/o fundamentalistas de cualquier laya. No. Mi emoción ante la fiesta quizás se deba a que he empezado a frecuentarla —tras superar los tópicos andalucistas inoculados por el franquismo a todos los españoles como las auténticas esencias patrias—, no sólo en el marco bellísmo de la Sevilla barroca y ese prodigio de equilibrio blanco y albero, con una bóveda azul sólo rasgada por flechas de vencejos vagabundos que es La Maestranza, sino porque allí, y quizás sólo allí la fiesta alcanza el prodigio de lo sagrado que suscita el rito. No quiero hacer poesía fácil, sólo diré que ambos protagonistas, toro y torero, se juegan la vida haciendo algo para lo que ambos han nacido y desean hacer jugándose la propia vida: el animal empleando toda su bravura y astucia en atacar para matar al adversario que lo provoca, el torero empleando toda su sabiduría, astucia y arte humanas en evitar esa muerte anunciada por las defensas y la furia del toro bravo. Dolor, sí, y lo siento cuando veo morir a un animal noble que ha empleado toda la fuerza que le dio la naturaleza en conservarla.Goce, también, por el arte desplegado por el torero, también. Soy humano. No puedo evitar tampoco el pensamiento dolorido ante el recuerdo de todas las hecatombes celebradas a lo largo de la historia de la humanidad para celebrar ritualmente a cualquier dios e impetrar su ayuda en la batalla o agradecerle la victoria, ni los asesinatos de palomas para observar sus vísceras, tampoco las evisceraciones de vírgenes o vencidos para ofrecer sus corazones al dios elegido por chamanes sedientos de poder. No puedo olvidar el repugnante olor a podrido vientre y sangre fresca de los cientos de miles de mataderos que sacrifican reses a diario para alimentar a la humanidad hambrienta o exquisita. Sí, esa es nuestra historia. Sin embargo yo he podido disfrutar en una suave tarde de abril de una emoción tan intensa como la que me puede producir esa metáfora prodigiosa del silencio que es la música.
Ello sucedió en la misma tarde en que Curro Romero era recibido solemnemente como académico de número en la Real Academia de Bellas Artes de santa Ysabel de Hungría. Y sus electores no eran precisamente desalmados matarifes. Aquella misma tarde hice este poema. Lo doy solamente como humilde ejemplo de lo que pudo inspirar a un poeta el presenciar algo inolvidable y punzantemente bello. Pertenece a una serie titulada «Ritos de paso en primavera».
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El misterio intolerable de las falenas
II
Agnosco veteris vestigia flammae
Virgilio
Eneida (Libro IV, 22)
… presientes que en las almas se esconde
la luz de algunos seres que nunca
acaban de morir, pero iluminan
mentes que no sabrían —como sombras
sin sol propio, vivir solas
en la plenitud de los jardines.
Así al caer la noche se puebla de falenas
la vertical cintura de un torero,
para encontrar el misterio de la muerte
que late en los lentos naturales
de una sonata —lidia de un toro bravo
que sangra en claroscuro, como
una más entre las bellas artes.
Los labios pálidos llamarán
entonces a los toreros muertos, para
que intenten suscribir los versos
escritos hasta hoy sobre la arena. Porque
aún precisamos entender el rito
de su luz en el aire —contrapunto
en la noche de lechuzas blancas,
señales de la llama antigua: Insondable
pregunta sin respuesta todavía.
¿Habrá que regresar hasta el jardín cerrado
para sentir lo nuevo estremecerse?
Una abstracción,una enorme abstracción, eso es lo que tiene que hacer un racional para denominar NOBLE a un animal.
Raro es que la españolísima RAE aún no se la adjudique.
Así es como se idealizan las cosas que somos incapaces de asumir.
Muy bella la descripción de una tarde de toros y muy bello el poema. He visto el brillo de la pasión en los preciosos ojos de mi madre, sobre todo al ver torear al que ahora es de la academia de Sevilla y he percibido todo eso que tanto entusiasma a los taurinos: he sentido vergüenza por ello. Acepto, en fin la belleza del toreo, pero no me compensa de la muerte de una criatura, hermosa y fuerte, que no ha nacido para eso. Nadie nace para eso. Sé cómo es la vida de los toros en las dehesas y como es su calvario desde que salen de ellas hasta llegar a la plaza donde, ciegos por el sol, después de muchos días en absoluta obscuridad, aterrados, deben pasar por la tortura. Ya digo que a mí no me compensa, paro sé que hay a quien sí y no hay nada más que decir y más cuando ambos comprendemos el sentimiento del otro. Lo siento.
¿Por qué no podemos atribuír a los animales cualidades que se consideran de los hombres, J. Moreno? ¿Cómo designar un comportamiento, traidor o noble; cobarde o valiente etc. en un toro, en un perro o en un pollo?
De acuerdo en la idealización, en el lirismo añadido a una carnicería para justificar un gusto que a nosotros mismos nos asombra. Estoy segura de que no hay sólo taurino, salvo patologías, que no sienta el asombro de su propio entusiasmo y creo que, de ahí, toda esas expliciones tan extrañas en que tratan de expliacarse a sí mismos.
Perdón por la reiteración en la «explicación» y por comerme un «un». Por la boca muere el pez.
Yo también, con respeto y comprensión, lo siento. Es imposible racionalmente, como dice Moreno, contemplar la muerte en directo de un animal, de cuya muy real inteligencia (todavía dudo en llamarlo mente sólo que configurado de modo distinto al nuestro) sin estremecerse. Contemplamos a diario (claro que es muerte casi virtual) la masacre de cientos de miles de hombres (Mensch, que es persona, no hombre ni mujer, por si me lee una «miembra» del Igual Da.) a causa de la hambruna, del cambio climático causado por nosotros mismos, los bombazos a golpe de creencia y absurdo religioso o petrolífero, que viene a ser lo mismo, mientras almorzamos o cenamos tranquilamente. No es lo mismo, lo sé, pero no logro sentir vergüenza al contemplar ese bellísimo juego con la muerte de dos seres inteligentes, sólo que uno de ellos dispone del mismo grado de evolución que yo mismo. Los toreros mueren también porque así han decidido hacerlo si les cae en suerte, el toro no lo desea, pero su instinto le lleva a combatir, pelear, pero de si de otra guisa fuere hubiese sido llevado al matadero en condiciones mucho más penosas que las que tan bien describe la sensibilidad de Pavlova.
Mi incomodidad, sí, Pavlova, quedó oculta por los duendecillos virtuales que han sustituído a los de las imprentas, ya que notará que falta texto después del paréntesis que cierra mi duda en si llamar mente o no a lo consciente de un animal acerca de sí mismo. La muerte sólo es una consecuencia de la vida,y el animal la puede perder en combate en la propia naturaleza o en esa naturaleza reglada que hemos creado al encerrarla en nuestros ritos y vallas, pero la pierde en combate contra otro toro,alimaña bestial o humana, luchando por conservarla. El torero es su enemigo en la plaza, lleno de un inmenso respeto por su bravura, lo lidia con arte y lo mata antes de que lo mate a él en un descuido. È basta! me temo que me estoy poniendo didáctico y a defender con razones algo que en mí no pasa de ser emocional…
No es didáctico, es el argumento normal de los taurinos :-). Lo mata antes de que lo mate a él, sí, pero antes, muchas veces, retoca sus pitones (otra operación dolorosísima, que he visto hacer y tendrían que oír cómo brama). Después lo pica y lo banderillea hasta dejarlo muy disminuído en su fuerza cuando sus ojos no se han adaptado aún a la luz. Está cegado, dolorido y sin saber lo que le pasa. No, no puedo con ello, no puedo con el trato, en general, que se da a los animales, ya sean toros, cobayas o de granja, pero, tratando como trata el hombre al hombre (con perdón de las femiistas, pero lo voy a seguir llamando así) tampoco se puede pedir otra cosa, lo que ya me parece excesivo es que a un espectáculo lleno de sadismo y de sangre hayamos de llamarlo arte, aunque no sea más que por el atroz peligro que corre el torero, por mucho que sea voluntario. Es costumbre extendida tratar de evitar el suicidio de otro y lo de José Tomás, por ejemplo, a mí me parece un suicidio a plazos. Qé se le va a hacer.
En mí todo ésto tampoco pasa de ser emocional, pero ¿hay otro modo?
Feliz y luminoso día a todos.
No pertenezco a un ámbito donde las corridas de toros sean parte de la agenda de espectáculos semanales, pero me parece, con todo el respeto por quienes aprecien este momento de frenesí de sangre, que no es más que la forma que se ha encontrado para justificar la sed de aniquilación, la necesidad de ostentar un poder, arriesgado pero magnífico, a costa de tan noble criatura, poderosa, pero entristecida ya por el encierro, por la sospecha de un destino inevitable donde ha de encontrar el hacha o las banderillas. Si el torero muere es porque debe, en algún momento, hacer frente a los demonios por él creados. El toro es instinto y fuerza, es tormenta y serenidad y no rinde culto a una necesidad de reafirmación. Contemplar estas masacres no me parece un visión de luz; al contrario, sigo imaginándome al Minotauro, encerrado en las sombras de su laberinto a la espera de su «espantoso redentor». Saludos.
PS. Alguna vez, el toro fue adorado como un dios. Allá en tiempos perdidos, el fornido animal representaba todo el poder de la genésica, de la fecundidad. El enfrentamiento entre la bestia y el hombre, ¿no será también una forma de enfrentar a la divinidad y de destruirla? Por otra parte, la pugna entre las fuerzas de los instintos adversan las de la razón. Instinto contra pensamiento da como resultado muerte.
Sí, señor Scalfaro, pero, además, bajando a lo cotidiano, el toro (incluso sí, el de lidia), es un animal tierno y bueno, fiel y memorioso como un perro y como un elefante. No sé por qué no se habla de la memoria de los toros y vacas, pero ellos recuerdan lo bueno y lo malo para toda su vida. Por eso se dice que nunca debe de torearse un toro que ya ha estado en la plaza, porque aprende y va directo al cuerpo del torero. Sé que resulta raro, pero he tenido «tratos» con toros y con vacas, sobre todo con vacas; vacas de leche que, cada primavera, eran montadas por un toro de otra granja. Se pagaban las montas y el toro recorría en su camión toda la zona. Era un toro de lidia que había sido perdonado en una corrida por su nobleza. Él siempre estaba atado por la nariz y tenía tremendas cicatrices en el lomo de cuando lo picaron y de las banderillas. Su dueño decía que venía a nuestra granja más contento que a otras; que bajaba feliz del camión cuando veía dónde estaba ¿Por qué? porque allí iba una niña (10-12-13 años, yo) que le daba terroncitos de azúcar. Un kilo de terrones me compraba mi madre cuando íbamos a la granja y las vacas y el toro, tomaba el terrón de la palma de mi mano con los labios para no hacerme daño y me lamía, el toro de lidia me lamía empapando mi pantalón vaquero y sentándome en el suelo con la fuerza de su lengua. Cuando algún domingo, en que el toro estaba en nuestra vaquería, no íbamos a ella, nos contaba el vaquero que estaba inquieto y que se removía si oía un coche. He sido amada por un toro de lidia y una hija suya, que embestía antes de levantarse nada más nacer, corría de ternera junto a mi bicicleta.
No, no resisto ver como torturan a esas criaturas.
Si no pertenece usted al ámbito cultural ad hoc, es lógico que confunda la fiesta de los toros con algo que forme parte de la «agenda semanal de espectáculos». Yo le rogaría a usted que se documentase un poco mejor antes de recurrir a tópicos tan manidos como los que esgrime en su comentario.
Con todo respeto amigo Veyrat, si usted considera «tan manidos los tópicos», esgrimidos por su servidor en los comentarios anteriores, no repara en que precisamente desde hace tanto ya se hace frente a esta insolvente forma de demostrar gallardía, valor y poder, que ya decir lo que dije se ha tornado redundante ante la tozudez de los apologistas del sacrificio ritual.
Con todo respeto, mejor referirse al ternurismo «made in» Walt Disney si desea seguir por ese camino. El sentimiento hacia la protección de los animales no existe a lo largo de la historia del pensamiento humano; ni siquiera la Ilustración más radical genera ningún sentimiento especial que encamine hacia ella: Los «philosophes» tienden a considerar todo afecto especial hacia los animales como un sentimentalismo infantil. Los actuales cambios de perspectiva obedecen a la aparición del darwinismo que ha logrado que cuando matamos o maltratamos a los animales reaparezca nuestro antiguo y atávico terror a nuestro origen y cosanguinidad con ellos (reforzada por los últimos hallazgos en ADN)y nos parece que cometemos un acto de parricidio genético (volvemos al origen de este post en una ley Nietzscheana) que hace —dirá Steiner— que cuando miramos a los ojos a un chimpancé estemos mirando a un espejo triste. Un espejo acusador. Es un avance moral, cuando buena parte de la tierra ha sido despojada de su fauna aniquilando miles de especies de animales, cuando ríos y mares, sometidos a la sobrepesca ya no sostienen la cadena de la vida acuática y marina, cuando los balleneros japoneses matan a sus presas para alimentar a sus mascotas caseras y los cazadores furtivos acosan a rinocerontes y gorilas para fabricar ceniceros con sus patas o vigorizar los flaccidos penes de los ancianos chinos. Obsérvese que no cito a los asesinos canadienses de bebés foca por demasiado «tópico»… Tampoco sigo con los osos pardos, los panda,los tigres de bengala, pero su posible y próxima extinción no mejorará las cataratas que caen sobre nuestros ojos con una trágica ceguera.
No sigo… pero, sí, enternezcámonos ante el resfriado de nuestro periquito y la fidelidad del perro Argos de Ulises, pero que nos dejen en paz a unos cuantos, aquellos que podamos encontrar belleza en el enfrentamiento entre un animal salvaje, mantenido a toda costa en la soledad de las dehesas, sin apenas contacto con el hombre, como descendiente del uro, animal totémico de esta piel de toro, y un chaval andaluz o madrileño, catalán, bilbaíno, mexicano, colombiano o riojano que arriesga su vida ansiando la gloria o la muerte ante unos afilados (Pavlova, el «afeitado» pasó a la historia)cuernos, creando cuando pueden y si saben hacerlo, unos instantes de belleza incomparable detenida en un tiempo casi órfico.
«Inter omnia animalia quod egunt fidelissimis est canis, versificaba Horacio. Y lo suscribo. Pero los chinos se los comen a la parrilla, como los japoneses a las hormigas con chocolate y nosotros occidentales las langostas en los meses sin erre, escaldándolas vivas en agua hirviendo para que su carne esté más sabrosa… Y por mi parte, este cuento se ha acabado, que ustedes lo pasen bien.¡Salud y fraternidad!
No puedo hacer gala de tanta sabiduría ni de tanto bagaje cultural, ni se recitar de memoria a Horacio, ni recordar tan minuciosamente los otros crímenes que contra los animales se cometen en todo el mundo, sea cual sea la causa, la motivación. Apenas puedo compararme con un pillastre con intenciones de asimilar efluvios neuronales de quienes me llevan cancha en estos menesteres. Lo que no puede parecerme aceptable es su aseveración de que se observa un «ternurismo “made in Walt Disney»,cuando contradecimos lo que me parece su aceptación de la masacre taurina. Tal vez Darwin y Steiner le parezcan ridículos, pero algunos pensamos que este ritual eufemístico de maltrato, de acoso, de hostilidad, de aplauso ante la efusión de sangre es un arraigo que no ha sido superado, una efervesencia de trogloditas ante la posibilidad de lograr su brutal cometido. Además, con toda soberbia, da por concluido el tema después de su larga argumentación, como si los demás debiéramos tomar como legislación sus palabras. Yo también le deseo un buen día.
Se ha dejado las ostras que ustedes comen crudas, retorcidas de dolor por el limón, las peleas de gallos, las de perros y, si a mano viene, las mujeres maltratadas, que es algo de toda la vida, una tradición y, total, en conjunto no son tantas y, en algunos lugares es un hecho cultural el maltratarlas. El mundo está tan mal, somos todos tan bestias que qué más da que sufra un toro si a ese ser maravilloso que es el hombre, le hace disfrutar ¡¡ele!!. Hay, incluso que hacer un poquito de burla mencionando a Disney, que está muy mal visto. Un bonito final, razonable, erudito y ecuánime.
Perdone, Señor Scalfaro, no lo había leído cuando he enviado mi nota. Habría preferido que quedara a suya como final.
No pensaba volver a intervenir, no por soberbia, de la que padezco como cada cual en su debido grado y condición, sino por considerar agotado el tema, pero la alusión a las mujeres maltratadas me parece impropia y me duele viviendo de usted. Jamás he pensado en la mujer como un animal en el sentido que me atribuye. Empleé la palabra alemana «mensch» en una entrada anterior a propósito, para evitar toda cuestión de género. Lo siento de veras, no lo esperaba.
¡Ah! «mensh» quiere decir ser humano. No hace falta que vuelvan a leerme. De nada.
Me gustaría someter a su consideración la obra de JM Coetzee, Historia de la Vida de los Animales. La inolvidable Elizabeth Costello podría desvariar en algunas de sus apreciaciones, pero el quid de su reflexión sobre el maltrato animal no deja de tener densa sustancia.
Sobre la relación con los padres, que es de donde arranca mi peregrinar por este magnífico blog, debo decir que nunca podremos escabullirnos de la responsabilidad del enfrentamiento configurado allá en la lejana infancia. En algunas ocasiones hemos sido Edipo, pero luego terminaremos siendo Layo, sin dejar de ser el primero.
A no, no, no. Veo que me he expresado mal. Yo no le atribuyo a usted el que piense en las mujeres como animales; he sido yo, yo sola, la que he comparado la justificación cultural de un maltrato con otro, como podía haber puesto de ejemplo que hay lugares en los que la pederastia no está considerada como tal. Lo siento, no me refería a nadie de éste blog, trataba, como todos, de reforzar mi argumento, aunque no necesite refuerzo.
Sé lo que quiere decir mensh. Insisto en que no me refería a nada de lo que usted ha dicho aquí.
Sí, inolvidable Elizabeth Costello; maravilloso Coetzee.
Perdonen la frivolidad.
Hace tiempo pasó por Madrid Billy de Ville, un cantante que algunos conocerán («demasiado corazón…»)
El caso es que le preguntaron que le parecía el país y sus cosas…
El hombre dijo que se asombraba mucho de que le llamaran «torero» como piropo, en plan «macho», en los conciertos.
Decía:
«La verdad es que que le comparen a uno con un señor que sale con esos pantaloncitos de seda ajustados, con medias rosas, zapatillas de ballet y un gorro de Mickey Mouse en la cabeza, no es como para ponerse contento…»
Beso.
M.
La violencia como superación de algún tipo de impotencia está intimamente ligada al mundo de los toros.
La gran noche del franquismo nos lo confirmó durante sus 40 años de Fiesta Nacional.
El servilismo de «la cuadrilla», es una de las más degradaciones de la dignidad humana.
Un saludo nocturno. Como he estado todo el dia de viaje no he podido conectar hasta ahora… Bien, apreciado Justo, habrá visto que la cosa taurina tira más que la paternofilial. Me temo que en este último punto los españoles de nuestra generación teníamos ciertas seguridades, mientras que por lo que hace referencia a los toros, no sabemos muy bien qué cosa son. Los esquemas familiares eran -uso el tiempo verbal con toda la intención- sólidos e incontestables. Podíamos rebelarnos frente al padre, lo que era bastante interesante, o no, lo que era menos excitante, pero más cómodo. Lo castrante, reconozcámoslo, lo verdaderamente castrante… era la madre
Vaya por Dios… lo que hacen las prisas… Primero escribo para intentar reconducir el tema por la senda que, me parecía, don Justo Serna había trazado por si le queríamos seguir… Pero después, en atendiendo a los argumentos, veo que aquí ha habido una innoble tarea de acoso y derribo, en la persona de Veyrat, para con aquellos que hemos alcanzado con el ARTE de los toros un momento, dos, muchos, pocos, de emoción. Realmente, lo que da miedo es el pavor a la muerte que nos viene impuesta, la incapacidad por ver en ésta su papel en la vida, la histérica ocultación del dolor, el sufrimiento, la agonía… y del coraje de hacerles frentes a todos ellos con la testuz alta, muy alta. En el fondo, y aquí amigo Justo rizaré el rizo, algunos quieren cerrar las plazas de toros por las mismas razones íntimas que dejan a sus padres, ya ancianos, en la puerta de los asilos, con la maleta a los pies… Una suerte de negación del espanto, y de su correlato, la belleza, que tiene la vida cuando no está edulcorada.
Un abrazo don Miguel, y bravo por su resistencia. ¡No pasarán!
Nos ha calado; al menos a mí me ha calado. Confieso que nunca he afrontado el dolor, ni el que me viene impuesto, ni el de los toros, provocado innecesariamente; es más: dejé a mi padre en una gasolinera (sí, soy yo ¿recuerdan la noticia de prensa?) y a mi madre, por taurina y castradora, le cerré el oxígeno y me fui a ver una película de Disney para no ver su agonía. De todos es sabido que a los que no nos gustan los toros somos unas personas perversas a los que, además, nos encanta acosar al Señor Veyrat, con el que hemos departido vivamente, pero que no creo que se haya sentido acosado. Una pena.
En un aparte de teatro: Yo creo que éste señor me conoce. No es posible que me haya descrito tan bien sin conocerme. De todos modos, como a mí los desmanes surrealistas y la descalificación cuando no se tienen argumentos no me interesan, me van a permitir que me retire (se lo dije, Justo; le dije que era mejor que no interviniera).
Tengan todos ustedes muy buenas noches.
¡Por todos los Dioses! ¿Qué está pasando aquí? He leído, día tras día, sus intervenciones, tan surrealistas todas ellas, hablando de toros en un post que iba de padres e hijos. Me he aguantado las ganas de intervenir, porque tenía opiniones a favor y en contra de cada uno de ustedes, y no quería que se me ofendiera nadie.
Pero el colmo (la puntilla, por seguir el símil) ha sido cuando don Arnau ha dejado caer, cual inmisericorde guillotina sobre mi cansado cuello (cansado, sobre todo, por la cantidad de hijos que tuve que llevar en brazos) la injusta alocución sobre la madre castradora.
Por favor, señor Serna, ponga un poco de órden. Si a alguien no le gusta el post de turno (a mí me gustaba mucho este) mejor se espera a intervenir cuando el tema sea de su agrado. Pero no permita que se saquen uno de la manga, haciendo tan poco aprecio del suyo, para, además, ponerse a discutir como niños con rabieta.¡Que ya somos mayorcitos!
Por cierto,doña Miranda, su frivolidad está, en el caso que nos ocupa, muy bien traída.
Y ahora sí, buenas noches a todos. Corto y cierro,
Perdón, donde dije don Arnau, quise decir don Angel Duarte…
¡Hombre! hablando de madres castradoras les contaré finalmente la anécdota de Passolini. Tras el estreno de Edipo Rey en Roma —corría el año 67 y yo era corresponsal de un diario madrileño en la capital de Italia— en el Club de la Stampa Estera tuvimos como invitado, siguiendo una costumbre muy útil para todos los periodistas acreditados, a Pier Paolo. La pregunta era casi obligada y la hice yo mismo sobre si él había sentido en persona el punzante dolor en el costado del complejo de Edipo. El me miró fijamente, con aquél modo penetrante que tenía y esbozando una sonrisa casi sarcástica y triste contestó: «Si, appunto, ma non con mio padre…co’la mamma…»
Otrosí, que pasen Àngel, que pasen y vean… si pueden ver y gozar de algo todavía los filisteos entre las lágrimas de cocodrilo. Y si no, ellos se lo pierden.No quiero que unos snobs antitaurinos acaben acusándome de aristocraticista intelectualista protaurino, confundiendo el culo con las témporas. Por eso me retiré del tema. Todo empezó, si ben recuerdas con AMM y la España profunda que tan bien relata.Por cierto, que no lo he visto entre los supuestos «maestros» reunidos en Santillana del Mar —esta hermosa localidad, sí que apuntillada por la explotación hortera— ad majorem Alfaguara gloriam.
1. Sra. Bou, entiendo su desconcierto, pero yo no pongo ni quiero poner orden en una discusión que va y no va sobre las cosas que escribo en el post. Al final, ‘tutto c’entra con tutto’, que decía aquel personaje de Umberto Eco. Me niego a seguir hablando de toros. Sobre el torero intelectual que despierta actuales pasiones no quiero añadir nada, sólo que es obsceno el tratamiento de la prensa: esa exhibición del dolor, de la sangre, de las magulladuras, de la… muerte en directo (si pudieran). Estamos asistiendo a un suicidio épico que es muy vistoso, muy novelero, muy teatrero, con el público rugiendo de emoción y con los medios ofreciéndonos planos-detalle sanguinolentos de una secuencia aún incabada. Y el padre del diestro, ¿qué piensa de todo esto?
2. Para quienes dispongan del libro ‘Diario de un burgués’, que escribimos Anaclet Pons y yo, les recomiendo que lean el primer capítulo. Se titula «Riña de fieras en Madrid»: valiéndonos de documentación de primera mano narramos, como si asistiéramos en directo, al combate a muerte entre el tigre ‘Jaach y el toro ‘Señorito’, celebrado por José María de Cossío. Es un capítulo antropológico (concebido como pequeño homenaje a «la pelea de gallos en Bali», de Clifford Geertz), pero es, además, un apartado en el que examinamos la familiaridad decimonónica con la muerte, con la crueldad, algo que hoy nos repugna. El combate se desarrolló el 17 de mayo de 1849. La reina Isabel II estaba allí, rugiendo como una espectadora más. También estaban José Inocencio de Llano y su papá. Sorprendentemente, las damas de la familia había evitado acudir.
3. Esta tarde, ‘a poqueta nit’, nuevo post en este blog.
Sr. Serna, no me lo tome a mal. No fué mi intención reñirle, ni siquiera decirle cómo debe usted llevar su blog, que lo hace divinamente. Fué un exabrupto nocturno, debido al cansancio del día, al que se añadió el cansancio por el tema torero. Pido disculpas a quien se haya senido ofendido.
Sr. Veyrat, veo que usted también trasnocha. Parecería que, con la edad, vamos necesitando menos el descanso y más el contacto directo con la vida…)
Don Justo,
Contestando a su pregunta: el padre, tan contento. Y… la madre, también. Represores, tiranos y/o castradores, los progenitores acaban siempre rindiéndose a la evidencia del hijo que crece y se apasiona por lo que hace.
Lo sé de buena tinta.
Como lectores, que no como padres, ni como hijos, ni como toreros… seremos más disciplinados la próxima vez. Le propongo un tema al cual usted induce en su último comentario: muerte y crueldad… pas la même chose, mon ami!!!
pd. doña Marisa, el paralelismo no era ad hominem, o ad mullerem., era entre distintas maneras de evadirse de la realidad/responsabilidad. Por otro lado, con los toros lo tiene usted mucho más fácil… no vaya.
Querido Justo, fui atento y entusiasta lector en su día del extraodinario trabajo Diario de un Burgués publicado por Anaclet Pons y por ti mismo; sólo quiero decirte que el «exemplum horribile» que citas no es de todo punto comparable a la actual fiesta de toros, que no me explico cómo has podido aducirlo y mezclar una parodia de circo romano con una fiesta reglamentada, legal y presidida por autoridades gubertnativas, tú paradigma de la moderación y equilibrio; que los padres de los toreros muertos han sido ellos mismos toreros o son apoderados de los vivos; que el propio abuelo de Tomás fue quien «inició» al chaval en la Fiesta. También quiero decir públicamente que repudio como tú y supongo que todos, al menos nuestros amigos, la exhibición obscena en los medios de las heridas y la sangre del torero, como repudio la de las vísceras de los protas del corazón y el bombo futbolero que a muchos nos priva de nuestro telediarios favoritos a cambio de audiencia y beneficios publicitarios. Dicho ésto, siento que unos argumentos que siempre quise razonados y reposados se hayan visto alterados por sentimientos primarios o por tópicos y desconocimiento por parte de algún contertulio que interviene desde bases «remotas», que diría Aznar en sus mejores tiempos.
Asisto asombrado al debate sobre los toros y los toreros en un post que versa sobre la relación entre padres e hijos. Llamativa asociación de ideas.
Sobre los toros sólo diré que no me gustan.
Sobre los padres y los hijos, alguna cosa más. En primer lugar no estoy para nada de acuerdo con la crítica que don Ángel Duarte hace del artículo de Muñoz Molina. Creo que es injusta. (Por cierto don Ángel, tengo un libro suyo sobre la guerra fría en mi biblioteca que ansío leer, tiene muy buena pinta).
Por lo demás decir que la figura del padre (que no tiene por qué ser necesariamente el progenitor masculino representa la Ley (así, con mayúsculas), y que ahí estriba el meollo de la cuestión. Con las leyes uno puede hacer dos cosas: o las acata o se revela contra ellas (y por esa fase hemos pasado todos). Pero por otro lado la Ley (o sea el padre) es una referencia, un hito en el camino vital que puede hacer que, a lo largo de nuestra vida queramos (o luchemos) por avanzar en la misma dirección o en la contraria. Po ahora lo dejo aquí.
Buenos días.
Anoche no tuve mucho tiempo para leer las intervenciones, así que tal vez la anécdota dejada puede inducir a equívoco.
Creo que soy una especie de amalgama repocha, un contubernio humano hecho cisco, porque la mayoría de las apreciaciones o sentimientos que tengo son más bien empíricos o instintivos. No uso la lógica salvo para ordenar el armario un poco y que no se me caigan los errores en el coco y me de un jamacuco de esos mentales tan comunes. Esa ordinariez…
A lo que iba. Me gusta la Fiesta Nacional.
Me da pena el bicho, claro, sobre todo cuando le torean mal y le hacen ser una bola de billar, más que una fiera bellísima.
Tengo dos libros favoritos para regalar, en plan no ruina personal y que se les saque gusto mucho tiempo y me recuerden con afecto, si cabe, o algo… Uno es «Una breve historia de casi todo», de Bill Bryson y el otro «Los Toros» de Cossio. Una especie de diccionario taurino imprescindible.
Decir que fui seguidora (decir fan me da como palo) de Mondeño. Era yo muy niña, claro, pero lo suficientemente cuca como para que ya me gustaran algunos andares…era tan triste, tan soseras, tan así…que estaba perdida por sus huesos. Creo que se metió cura o similar, pobrecico.
No voy a justificar las razones de esta afición. Sería como tener que justificar que me gusten los callos, o la sangre frita. Así que dejo al gusto de cada uno mi pedigrí psicológico. Pueden añadir que me gusta la pesca de la trucha y la cacea. Eso de pescar bonitos a lo bestia es cansino, mejor ir a la cacea, tranquilamente echando unos pitos y charlando y bebiendo cerveza…y luego cenar lo pescado. Maravillosamente variado siempre.
He cazado, horreur de los horreurs, palomas y perdices hace tiempo, pero la verdad es que además de cansarme o de aburrirme si estábamos en un puesto, era cansinísimo todo, la cantidad de cosas que hay que llevar encima, los fríos, el barro. Una pus. Así que prefiero el mar, que se va sentado tan ricamente. Y velero a ser posible. Sin ruidos ni olores.
Respecto a lo de los padres no sé que decir.
No tuve padre, pero tuve madre multidisciplinar.
La obedecí, la quise, abusé de ella y su generosidad y paciencia, la acaté, la odié algunas veces, en fin, que la adoraba y la quiero y querré siempre.
Era una mujer estupenda.
Un día hablando con una amiga en la sala de ella, decía Adela que esto y aquello…porque mi madre por su trabajo se hizo famosuela y respetada y eso…y yo le dije, que sí, que era imponente, pero que a veces tenía una mala leche considerable…y zás! se nos cayó un retrato de cuerpo entero con un traje de noche azul, (con el que cantó en la Pleyel, que le hizo Pisano, un torrelaveguense pintor, amigo y compañero de andanzas en París) en todo el coco a las dos, que estábamos en el sofá justo debajo…
Así que me cuido muy mucho de decir según que cosas, no sea que se me cierre la tapa del ordenas según lo escriba. Esas coincidencias…
Venga, sursum corda.
Beso.
M.
Leo mi entrada anterior y le veo un poco desastrosa, pero no me importa, pues imagino que la discusión sobre los toros les ha dejado a todos exánimes.
Quisiera repetir algo que ayer escribí y que alguno lo dijo de otra manera. El asunto es cuando seguimos siendo Edipo y no nos enteramos siquiera cuando nos transformamos (para nuestros propios hijos) en Layo. ¿Estamos ante un espejo donde un solo rostro se refleja, pero del cual vemos dos imágenes? Buen día para todos.
¿Cuál es la necedad de algunos de creer que los toros son la gran cosa? Un pobre bicho con cuernos que intuye su destino, un sujeto a caballo que lo puya con una lanza, otro que con chuzos penetra en la carne saludable y musculosa y finalmente, el que se lleva las palmas después de que otros han causado hemorragias al infeliz animal para debilitarlo y le introduce el acero hasta el corazón. Lo peor son los que aúllan en las gradas, lo que espumean carcajeándose ante la brutal escena de sangre y muerte.
No existe Dios. ¿Un niño, acaso cree en Dios como cree en su padre? Cuando descubre el menudo paquete que le ha tocado como progenitor, busca y rebusca otro asidero para su confianza y se encuentra con esa fantasmagoría creada por la religión. Está a salvo ahora de las tinieblas y de los diablos y diablesas que en ella habitan. Dios castiga y premia, igual que papá y mamá, Dios amenaza, Dios promete. Es este el resumen de nuestra relación con la supuesta divinidad.
Tres personas distintas me han pedido por correo electrónico que NO renueve este post porque, según me dicen, la cosa no ha acabado: que toros o padres o crueldad aún deben tratarse aquí, insisten. Si me permiten, haré lo que esas tres personas me han pedido por e-mail. Mañana por la mañana, pues, actualizaré el blog con un nuevo tema.
Bien por el autor del blog. Todavía queda mucho por desgranar. Todavía no se exprimido todo el jugo de este fruto.
Apreciado Alejandro,
Lex dura lex. Todos somos injustos, y crueles. A veces y siempre que nos den ocasión para ello. Incluso los que no echan espumajaros en el coso, pero sí lo hacen en el blog. Se trata de controlarlo y, me imagino, evitar caer en lo verdaderamente lamentable, para con los padres y para con los hijos, para con los toros y para con nosotros mismos: la indiferencia. Genuina y brutal crueldad, que como no es de raíz judeocristiana sino budista y todavía de más allá, resulta cada vez más atractiva al personal.
Ven lo que pasa escribiendo desde el tren… que no sale la entradilla: DURA LEX SED LEX
Miguel, agradezco las palabras generosas sobre el ‘Diario de un burgués’, pero en lo que no estoy de acuerdo es en que el “exemplum horribile” que cito no sea comparable a la actual fiesta de toros. La riña de fieras que narramos no es una parodia de circo romano. Es también una fiesta reglamentada, legal y presidida por autoridades gubernativas: por la reina Isabel II. Ah, por cierto, esos espectáculos que hoy nos repugnan eran habituales en otro momento y estaban sujetos a control. El toro Señorito que protagoniza el relato en nuestro libro, insisto, está especialmente destacado en el Cossío.
«DURA LEX SED LEX», escribe el señor Duarte. Pero no olvide, don Ángel, que esa es la Ley del padre, contra la que uno puede rebelarse… o dejarse arrastrar.
Yo intento no ser injusto ni cruel, y no le voy a negar que, a veces, me cuesta un rato. Y le diré otra cosa: prefiero la indiferencia a la crueldad, y también a la injusticia.
Recuerdo ese espectáculo con el toro que se narra en el «Diario del burgués». Bien subrayado lo tengo en mi ejemplar, y bien impactado que me dejó. Los tiempos cambian, pero la estructura permanece.
La estupidez del ateo no es no creer en Dios -eso está al alcance de cualquiera- sino creer que no cree en Dios. Esa formulación de fe -negativa, es decir, dialéctica- tiene tanto de exhibicionismo como de ignorancia. Podría decir que me aterra, pero no, la verdad es que me asquea.
Pg 142 de mi libro Fuera de Tiempo.
Confieso que no soy uno de los que ha pedido la prórroga de este post. No porque no me interese el tema – bueno, los múltiples tema quiero decir – sino porque ya me había a la idea del cambio.
No sé si voy mal encaminado, pero suponía que Justo iba a hablar del PP y sus nuevas caras, ese partido que este fin de semana tenemos por nuestras tierras. De hecho, ya tenía – y todavía tengo – pensados algunos temas sobre cosas que veo o leo, y no entiendo de ese partido. A riesgo de generar molestías, admito que tengo ganas de debatir sobre el tema y ver diferentes opiniones. No sé ustedes, pero yo me río mucho leyendo algunas declaraciones y viendo como se reiventa el vocabulario de la ciencia política. Me río leyendo que la portavoz del partido (una de las que está inventado conceptos) dice que Rajoy está formando un «dream team»…
Sr. Fuster, efectivamente no es usted uno de los que pidió prórroga de este post. No sé por qué los restantes lectores debían pensar tal cosa. Y quizá si, quizá val encaminado: suponía que «iba a hablar del PP y sus nuevas caras». Pues no. Tal vez otro día como conclusión o consumación de lo visto a lo largo de est efin de semana: tampoco se lo garantizo. Este tema me aburre sobremanera. Prefiero escribir hoy de otro asunto. En breve comienza el nuevo post.
Estimado amigo Planas, permítame discrepar con usted. Pienso que no creer en Dios no es una estupidez, sino una sensación de profundo y largo dolor. No poder asimilar todos los argumentos en favor del mayor de los fantasmas es, simplemente, uno de los más espantosos sufrimientos, uno de los mayores desasosiegos del alma. Ni exhibicionismo ni ignorancia. El ser humano tiene derecho a creer y a no creer y cualquiera sea su posición en torno a los argumentos a favor o en contra de la divinidad, no debe ser objeto de vilipendios ni de prejuicios.
El ateo sufre porque no ha encontrado al Padre, porque el de carne, sangre y huesos cayó del pedestal y el otro no existe, según sus experiencias. Saludos.
[…] no creer en Dios -eso está al alcance de cualquiera- sino creer que no cree en Dios”. Leer más y […]
Cree usted, amigo anónimo, que negar la existencia de Dios es fácil. Me temo que es más accesible tener la certidumbre de su presencia. Eso no te separa del rebaño, te mantiene lejos de las sospechas. Más difícil es no creer después de haber buscado durante tanto, que creer solo por costumbre o por no dejar.
[…] https://justoserna.wordpress.com/2008/06/16/padres-e-hijos/ […]
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