1. Lo real y su doble
¿Qué sucede, qué es lo real? ¿Lo que ocurre o lo que nos muestran? La pregunta es ociosa en un sociedad mediática: nos plantea un falso dilema. ¿Qué es un objeto real? ¿Qué es un hecho real?, se preguntaba Clément Rosset. Todo lo que tiene una existencia real es aquello que captamos singularmente, sin representación, sin mediación, sin espejo, admite Rosset. Pero, por ello mismo, «el objeto real es en efecto invisible, o más exactamente incognoscible e inapreciable, precisamente en la medida en que es singular, esto es, en la medida en que ninguna representación puede sugerir su conocimiento o apreciación mediante la réplica». Pero vivimos en un mundo de réplicas, de espejos que se reflejan mutuamente sin que sepamos cuál es el referente original. Toda recreación de lo real falsea propiamente lo real representado o reproducido, lo vela con un significado añadido, resaltado, sesgado, haciendo de su duplicación una metáfora. Si lo real es la identidad absoluta, la singularidad, entonces no puede haber lo mismo duplicado: sólo será una ilusión.
¿Entonces? Vivimos, insisto, en un irremediable mundo de réplicas, de espejos, sin que sea pensable desprenderse de esa duplicación exponencial. Lo que pasa es lo que pasa en las pantallas (o en su pálido reflejo, que son los periódicos): lo real duplicado en esas pantallas que reúnen a públicos diversos, a espectadores diseminados que comparten unas mismas imágenes o vivencias, unas mismas ilusiones. Salvo que te desconectes o salvo que te alejes de tu entorno personal, no hay modo de escapar de esa red audiovisual. ¿Algo que lamentar? No es posible una vuelta atrás: no es sensato creer que podemos prescindir de lo real mediático, de lo real duplicado. Lo que unos ven es objeto de comentario, y eso de lo que se habla sirve para establecer lo real hablado, el temario de lo contemporáneo, de lo actual: de lo comentado. Más que proponerse una robinsonada imposible (solo, sin asideros, sin contacto), es preferible aprender a conducirse en un universo noticiero que está hecho de lo relevante y de lo irrelevante, de lo real y de su réplica, de su mezcla delirante.
Como admite Gilles Lipovetsky, «el papel de la escuela será primordial para aprender a situarse en la hipertrofia informativa», para aprender a discernir. Debemos manejarnos con noticias muy variadas que se hacen públicas con intenciones muy diversas. No hay un mundo del que se informe, sino que hay una información a la que se le busca confirmación real, corroborando lo ya sabido de antemano. Debemos interpretar simultáneamente lo distinto, lo previsto o lo imprevisto. Desde luego estos aprendizajes son retos imprescindibles (y de eso hablábamos en la mesa redonda en la que estuve el pasado sábado). «Uno de los grandes desafíos del siglo XXI», añade Lipovetsky en La sociedad de la decepción, «será inventar nuevos sistemas de formación intelectual». Lo distinto no es lo distante, sino lo conexo, lo vecino. Vivimos, en efecto, en la suma de las noticias: cosas varias se adicionan aturdiéndonos. El resultado es un caos informativo de datos heterogéneos que, yuxtapuestos, provocan un efecto, un estado de ánimo, una impresión: rehacen lo real, sin que sepamos muy bien qué es eso que llamamos lo real.
Inevitablemente, los periódicos españoles avecindan un partido futbolístico y un congreso partidista. En primera plana aparecen Mariano Rajoy e Íker Casillas: ¿lo real y su doble? ¿Quién es lo real, y quién el doble? O, mejor, pongámoslos en orden: Casillas y Rajoy. El primero sale en efigie y en texto; el segundo, sólo en texto. La imagen de un guardameta estirándose hasta detener un balón es épica: es el individuo que hace frente a la fatalidad como un héroe. El presidente de un partido saliendo semivictorioso de un congreso como si estuviera en la final de la Eurocopa es previsible: el protagonista puede resignificar valiéndose de símiles futbolísticos y su periódico rival se lo agradece: así hace primera plana con la Eurocopa real y su doble. Incluso con los africanos que se valdrían del aturdimiento futbolístico para burlar la vigilancia fronteriza: «Los subsaharianos aprovechan los penaltis para entrar en tromba en Melilla por segunda vez», dice otro titular de la portada reproducida más arriba.
«Estamos cada vez más ahogados por los flujos ininterrumpidos de la información», insiste Lipovetsky. Una sobremediatización que reemplaza, en parte, la vivencia personal o la propia experiencia directa de lo real, mezclándose lo factual y su metáfora, la pieza y un puzzle posible. Si se fijan, ambos fenómenos –el partido y el encuentro– eran previsibles en su desarrollo, pero tenían suficiente azar para hacerlos relatos inciertos y comunes, que es lo más atractivo de lo real convertido en símbolo. El Congreso del Partido Popular se concibió como un espectáculo mediático en el que conjurar un pasado para hacer posible determinado porvenir. El encuentro futbolístico, también. ¿Y la avalancha de subsaharianos?
—————-
2. El miedo del portero al penalty
El Mundo, por ejemplo, convierte ese hecho en un dato más de la Eurocopa. Los restantes diarios mezclan igualmente los hechos según las ediciones. Al final, al lector le resulta difícil orientarse entre una información que se renueva constantemente solapándose con las anteriores. La edición impresa del periódico que aquí pueden consultar habla de los «penaltis» que habrían aprovechado los africanos para irrumpir en Melilla. Sería una segunda avalancha, según el diario y según las agencias: habría habido una previa, en efecto. En la edición en papel que yo tengo frente a mí (El Mundo, de Valencia), la portada es la misma salvo por un leve cambio en el enunciado de dicha noticia: «70 subsaharianos entran en tromba por la frontera de Melilla arrollando a los vigilantes». Sería la primera de las avalanchas. Acudo a la página 25 (a la que me remite ese titular) y, en efecto, nada se dice aún de la Eurocopa de los africanos. ¿Aprovecharon o no los «penaltis» más tarde? Las ediciones en papel de los periódicos coinciden en que la hora de la primera avalancha fue hacia las 4:30 horas de la madrugada del domingo y la segunda, abortada, en el momento de la sensación verdadera: en la tanda de «penaltis». Aun admitiendo que todo esto haya sido así, habría que preguntarse si, en efecto, la vigilancia froteriza se descuidó cuando el encuentro futbolístico estaba concluyendo. No lo parece, pues esa segunda tromba humana fue finalmente detenida. «Los inmigrantes no saltaron la alambrada, como en anteriores ocasiones, sino que entraron a la carrera, arrollando todo lo que encontraron a su paso», leo en un despacho de agencia. Arrollando todo lo que encontraron a su paso: hay tantas tentaciones de equiparar la carrera del jugador con la del inmigrante, tantas tentaciones metafóricas… Permítanme hacer literatura irritante de un pasaje notable.
«Se anunció un penalty. Todos los espectadores corrieron a ponerse detrás de la portería.
–El portero está pensando hacia qué esquina va a lanzar el otro el balón –dijo Bloch–. Si conoce al jugador, sabrá cuál es la esquina que elige normalmente. Pero generalmente, el jugador que lanza el penalty cuenta también con que el portero está haciendo éstas o aquellas conjeturas. Así que el portero sigue reflexionando, y llega a la conclusión de que esta vez el tiro irá dirigido a la otra esquina. ¿Pero qué ocurre si el jugador continúa reflexionando también, y decide dirigir el tiro a la esquina acostumbrada? Etcétera, etcétera.
Bloch vio cómo poco a poco todos los jugadores iban saliendo del área de castigo. El que iba a lanzar el penalty colocó el balón en el sitio adecuado. Entonces él mismo retrocediño y salió del área de castigo.
–Cuando el jugador toma la carrerilla, el portero indica con el cuerpo inconscientemente la dirección en que se va a lanzar, antes de que hayan dado la patada al balón, y el jugador pueden entonces lanzar el balón tranquilamente en la otra dirección –dijo Bloch–. Es como si el portero intentara abrir una puerta con una brizna de paja.
De repente el jugador echó a correr. El portero, que llevaba una camiseta de un amarillo chillón, se quedó parado sin hacer un solo movimiento, y el jugador le lanzó el balón a las manos».
Eso leo en la célebre novela de Peter Handke: El miedo del portero al penalty. Exactamente como les sucedió a los inmigrantes reales de la historia melillense: tampoco la carrera del delantero le sirvió, a pesar de haber salido a arrollar. También a los subsaharianos les pararon el tanto, y ahora los diarios pueden narrarlo en términos futbolísticos: como un duplicado de lo real. Los africanos no rompieron el maleficio, no pudiendo acercarse al final, a la final, pero si hemos de creer lo que dice la crónica periodística esos inmigrantes sabían lo que se jugaban y lo que se jugaba. La policía ejercía de guardameta bien real (más que metafórico) y Melilla, o sea España, era la portería a franquear, la portería inexpugnable del contrario. Es muy grande, sí, la tentación metafórica y la prensa se entrega a ello con fruición. Desde la primera página.
———-
3. El Manifiesto por la lengua común
Desde la página 1. En un primer comentario aparte y en correo privado, Àngel Duarte me pide, por favor, que me fije bien, que no me detenga en lo fácil: los titulares de la Eurocopa con los que se interpreta el propio fútbol, el congreso del PP o la irrupción de los inmigrantes. Me pide que mire la parte superior de esa página para así ver el Manifiesto por la lengua común: otro titular que encabeza la primera plana de El Mundo. Claro, claro que lo he visto: es a cinco columnas con un fondo azul que resalta su importancia y con un motivo cervantino que, supongo, también sirve para realzar y para dar algo de casticismo o de universalidad –según– a dicho Manifiesto. El reclamo, con los nombres de los primeros firmantes, remite a páginas interiores. ¿Algo que decir? Como en el caso del fútbol, de Rajoy y de los inmigrantes, no voy a entrar en sus contenidos. Me permitirán no pronunciarme sobre ese Manifiesto (quizá en otro momento). No se me escandalicen: tampoco examino la conclusión política del PP, el logro deportivo de la Selección Española o el resultado polícial de la avalancha. Sólo constato su valor informativo y su contaminación semántica.
Si se fijan, lo que he realizado en este post es un análisis formal y sobre todo un examen del avecindamiento metafórico de las noticias. Lo que hago es verificar cómo la política y la inmigración –en este caso– se conciben y se ejecutan en términos futbolísticos por su propios protagonistas: Rajoy hablando de la final a la que acudirá el PP; y los subsaharianos aprovechando el aturdimiento futbolístico de la España vigilante. Lo que hago también es mostrar la construcción de una primera plana con los periodistas seleccionando unas pocas piezas de un puzzle semánticamente coherente. No inventan, pero refuerzan la impresión y, por tanto, imponen una única interpretación basada en la noticia dominante: esa en la que aparece el guardameta cruzándose en su paradón, en una fotografía que ocupa las cinco columnas.
Si el Manifiesto carece de todo sesgo futbolístico y además encabeza, entonces esa noticia –también a cinco columnas– parece desmentir el análisis que he hecho de la primera plana, pues no todo lo noticiable tiene que ver con el fútbol patriótico como significado global o vitola que todo lo envuelve. Habría, por tanto, un elemento incoherente en la página (y una incongruencia en mi análisis). Y, sin embargo, no es así: hay patriotismo de lo español y del español. En las páginas 20 y 21 se detallan las condiciones que han rodeado la redacción del Manifiesto. Se reproduce incluso. Y ahí es donde lo periodístico –el doble de lo real– desplaza al hecho, crea el acontecimiento de antemano. Leyendo esas páginas advertimos que, el mismo día en que se va a hacer público dicho Manifiesto, El Mundo ya lo reproduce, sin que las restantes ediciones impresas de los periódicos que he leído (El País y Abc) puedan hacer lo mismo: sólo anuncian el acto de presentación en el Ateneo de Madrid para ese mismo día.
¿Una exclusiva del diario? ¿Un tanto a favor de Pedro Jota…, ya que hablamos en términos futbolísticos? Desde luego, El Mundo les ha metido un gol a sus rivales valiéndose de un once titular y de unos primeros suplentes que también juegan. Hay gentes apreciables entre quienes firman, algunos –unos pocos– muy destacados y relevantes. Desde luego es una filtración interesada que el periódico hace suya hasta convertir su fax, su correo postal o su sitio web en los lugares o medios de la adhesión. Las páginas interiores convierten el hecho en grave y muy importante, extraordinariamente importante si, como dicen los firmantes, su aprobación podría «exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos». La pregunta inmediata es: si tan decisiva es esa noticia, al poder implicar cambios del orden constitucional, por qué no se le reserva mayor espacio en portada; si tan grave es la discriminación lingüística de los castellanohablantes, por qué se agiganta al héroe Casillas. El tamaño sí importa: la imagen poderosa del guardameta limita la presunta relevancia que el periódico quiere dar en primera plana al Manifiesto, a su anuncio. Su colocación en la parte superior despista y equivale al valor informativo y al reclamo de una página par, siempre inferior a la la impar.
4. Colofón
Este post no concluirá el martes 24 de junio a las 17 horas, según estaba previsto. Porque la duplicación de lo real, su simulación, la ceguera voluntaria, el velo, continuarán… Continuará…, como suelo poner en el post in progress. Parafraseo una cita de E. A. Poe que Clément Rosset emplea como exergo: en este post quería hablarles de nuestra manía de negar lo que hay, y de explicar lo que no hay. En eso seguimos. ¿Por qué? Pues porque «lo real no se admite sino bajo ciertas condiciones y sólo hasta cierto punto: si abusa y se muestra desagradable, se suspende la tolerancia. Una interrupción de la percepción pone entonces a la conciencia a cubierto de cualquier espectáculo indeseable», añade Rosset. Nos gusta engañarnos, concluye en su libro titulado Lo real y su doble, porque la ilusión tiene que ver más con el deseo que con el error. La cubierta de El Mundo que motivaba este post es una ilusión: también tiene que ver más con el deseo que con el error. Por favor, vuelvan a mirar esa primera plana. Examínenla ahora. Es el puzzle del deseo y es el espejo de una realidad monocorde. Cuando un bebé de pocos meses se ve reflejado en un espejo no sabe que es él. Poco a poco irá descubriendo que esa imagen especular es la suya, pero entonces comenzará una etapa productiva: tratará de acomodar la imagen a lo que cree ser hasta finalmente ser lo que la imagen le devuelve. La pose se refleja y, finalmente, el ser real se parece a la pose: todo un repertorio de deseos insatisfechos.
———–
Variedades
La velocidad de superposición de los sucesos. «…En todo caso, para revertir este fenómeno e impedir que la actualidad tergiverse la realidad se impone volver a un sistema gravitatorio suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflejarse y por tanto tengan alguna duración y alguna consecuencia». Leer más.




Deja un comentario