W. Héroes alfabéticos, Reseñas y menciones

Héroes alfabéticos

Ángel Duarte

Reseña de Héroes alfabéticos en Espacio, tiempo y forma (2011)

Todo está en las primeras páginas, en esa carta que, a modo de preámbulo, Justo Serna dirige a los hipotéticos lectores de Héroes alfabéticos. Estamos ante un canto a la lectura o, mejor aún, frente a un reconocimiento de la imposibilidad de escritura —de escritura con sentido— sin lector. Serna lo dice de manera más comprensible: «leer es un arte, un modo de incorporar lo que no está, una manera de crear lo que sólo es potencial o implícito». Lo deja dicho en referencia a un género, el de la novela. ¿Por qué circunscribirlo únicamente a la narrativa? Prueben ustedes a sustituir novela por historia en el párrafo que viene a continuación:  «…aun cuando una novela tenga cientos de páginas, en un libro no está todo». Lo omitido, lo elíptico, lo apenas insinuado, incluso lo que ha quedado en el olvido, sólo puede ser rescatado —y sólo en ciertas ocasiones— por el lector. Por el lector de novelas, por el lector de libros de historia, por el lector… Leer más aquí. O aquí.

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R.S.R

Inédito

“Leer sirve para dilatarse, para ensancharse….”

Con esta afirmación rotunda y veraz inicia su libro,  con dos verbos cuya acción se realiza en el interior de uno mismo. Y, francamente, me he visto retratada en ese enunciado. Además Héroes alfabéticos ha sido como el título de un libro de Antonio Muñoz Molina Pura alegría. Título que responde, según relata el propio autor en el epílogo, a unas líneas de Paul Theroux que le impresionaron, las apuntó en un cuaderno que extravió sin que hubiese escrito nada más, dos años más tarde las recuperó y allí empezó su novela Plenilunio. Aquellas líneas decían: “La diferencia entre la literatura de viajes y la ficción es la misma que existe entre anotar lo que el ojo ve y describir lo que la imaginación conoce. La ficción es pura alegría…”. Pues eso, pura alegría ha sido su libro desde el inicio hasta el final y por ello quiero decírselo. Seguramente la asociación con el libro no es sólo por la emoción que ha despertado en mí, sino que  hay algo de su presentación y de su contenido, de su forma, que me lo ha recordado.

No soy una erudita ni del género ensayístico ni, por supuesto, de la historia cultural. Mi opinión es el de una  lectora, una  aficionada a la lectura, voluntariosa, eso sí, y sin otra pretensión en este tema que la de seguir leyendo y disfrutar de ese placer. En ese sentido, el idilio que he mantenido durante estos días con sus héroes me ha suscitado una mezcla de pensamientos y  emociones que tienen que ver tanto con el contenido, como con el hecho de cómo está contado (algunos ensayos -relatos están contados con fina ironía, precisión  y humor).

En el año 2003 Fernando Savater publicaba Mira por dónde, compré ese libro con algunas reservas dada la ambivalencia que me produce su autor. Me entusiasmó, y no por la excepcionalidad de su vida –en definitiva todas lo son- , sino porque era una vida determinada por los libros, por las novelas que leyó en su infancia y por las que hoy sigue leyendo. Vi en sus palabras el reflejo de un sentimiento: leer es un modo de existir, y mucho de todo esto tiene Héroes alfabéticos.

Me parece original el análisis de los diferentes modelos o arquetipos literarios que realiza, de unos me he sentido más próxima que de otros, y obviamente  eso tiene que ver con el hecho de que haya leído o no las novelas, relatos o cuentos de los que usted habla. Así por ejemplo, me ha gustado y me ha sido familiar  el primer ensayo que inaugura su libro: ADÚLTEROS. Una de las razones es que hace unos años me dio por leer novela del XIX y me  llamó la atención que el adulterio de la mujer fuese un tema central en muchas de estas obras. Ese pecado era castigado cruelmente, a su vez era pensado y escrito básicamente por hombres, por lo que me pregunto si no tendría que ver con el hecho de que las mujeres por aquella época empezaban ya a preguntarse cosas acerca del papel que desempeñaban  y los hombres empezaban a asustarse y a ponerse nerviosos. Edith Wharton en su libro Almas rezagadas da buena prueba de ello.

En su ensayo este tema es traído a nuestros días a través de un doble  vehículo: un film de Kubrick y  la obra literaria que lo inspiró. La interpretación que hace de la película está cargada de erotismo,  la reflexión acerca de las fantasías  sexuales dentro de la pareja  está muy bien llevada al terreno de la realidad. Cuando disecciona esa película normaliza un tema tan espinoso y comprometido como es el de las fantasías sexuales, el del adulterio fantaseado, haciéndolo formar parte de lo cotidiano, hablando sin tapujos de “aquello que no se habla”.

Con todo hay dos cosas en este ensayo que me parecen relevantes:

1.- El mal que aqueja a Emma Bovary, “ese drama de una mujer del ochocientos”, sigue siendo el nuestro, el del hombre contemporáneo que continua con “esa obsesión de ser feliz a partir de las expectativas que se ha marcado…” En definitiva el mal de Emma, es el mal humano, la búsqueda del ideal, de la perfección, de la completud inexistente, todo ello puesto en las relaciones de pareja y en un contexto social, político y económico muy determinado. Creo que este es uno de los aspectos que le da vigencia a la novela. Y he de decir que aunque prefiero a Ana Karenina en lo referente al adulterio, Emma refleja mejor la insatisfacción neurótica.

2.- El conocimiento de nuestro mundo interno, de nuestras fantasías y de nuestras perversiones su reconocimiento y diferenciación de lo real, preserva de alguna manera nuestro bienestar, si se quiere, rutinario. Me parece que esto queda de manifiesto en la página 50 de su ensayo.

Otro de los apartados de la obra que más me ha gustado es el titulado: IMPOSTORES  y MONSTRUOS. El primero lo considero de mi agrado por razones  precisamente opuestas a las que he citado al principio. La alusión a Luis Landero  he pensado en que solo he leído Juegos de la edad tardía, del cual  conservo un recuerdo angustioso, tanto fue así que no volví a leerle ni tampoco me paré a preguntarme por qué. La lectura de su ensayo me ha dado algunas pistas para entender ese abandono y la aparente indiferencia por el autor, también explica, mi deseo de leer esas otras novelas que en su momento desprecié en las mesas de “novedades”.

Es posible que, el análisis que hace de estos personajes, al menos así lo  he percibido, sea uno de los  más conmovedores y  compresivos, el que más le hace a una reconciliarse con sus propias limitaciones, fracasos y mediocridades. ¿Quién no ha tenido un fracaso estrepitoso tras alguna empresa imposible y, por otra parte, inútil?, ¿quién no se ha metido alguna vez sin encomendarse ni a Dios ni al diablo a batallar contra los elementos?  Ese  ensayo repleto de ironía, por sí solo, sería digno destinatario de algún premio.

En cuanto al apartado de MONSTRUOS aparece Frankenstein como obra literaria sometida a un examen minucioso y eso me ha llenado de interés al descubrir cosas que desconocía por completo: el recurrir a los diferentes puntos de vista, la potencia mítica que rodea al personaje… Todos ellos son aspectos que .enriquecen, sin duda, la comprensión de la obra.

El conjunto de los comentarios, matizaciones y apreciaciones que realiza al prólogo realizado en esa edición por Isabel Burdiel me parece que acrecienta las posibilidades de interpretación y los niveles de lectura de la obra, sin embargo, es “la escucha” que usted realiza del monstruo la que  deja sin palabras. Ese análisis está realizado desde alguien que se ha reconciliado o que convive medianamente en paz con los personajes internos que nos habitan, monstruos incluidos. Después de leer ese ensayo me ha sido inevitable recordar la historia de Joseph Merrick El hombre elefant”. En el magnífico libro de Michael Howell y Peter Ford acerca de la verdadera historia de este hombre, se narra la investigación  llevada a cabo por dos médicos del hospital en el que acabó sus días. En el libro se cuenta la triste existencia de Merrick. Abandonado de todos y por todos, su fisonomía desconcertante  le condenó más que a una burla y al espanto de cuantos le miraban, a una profunda e inconmensurable soledad. Fue exhibido como monstruo de feria después de su insoportable estancia en una Workhouse, finalmente, ingreso en un hospital que se apiadó de él. Salvando todas las distancias, la asociación es válida, muchas de las observaciones que usted realiza acerca de “lo monstruoso” del rechazo que nos provoca y de cuanto tenemos los humanos de ello, valdría para esta historia aunque  Joseph Merrick no sea un personaje de ficción.

Ha habido otros ensayos que me han encantado en el sentido más literal del término, y otros -como no podía ser de otra manera- que no me han convencido. Pero no  voy a hacer un comentario de cada arquetipo que usted ha presentado, ese no es el objetivo, ni mucho menos, aunque cada uno por separado ha suscitado lo suficiente como para hacerlo.

Estas novelas están recorridas con una mirada de historiador, también están recorridas por una mirada psicoanalítica, y a mi parecer es muy sugestiva. Con ello aludo a una mirada profunda al mundo interno de los personajes, a sus emociones o a sus motivaciones más recónditas. Pero sin duda, la que más me ha llegado, ha sido la mirada desde su posición de  lector. Lo que es capaz de transmitir de algunos personajes, es, por supuesto, el resultado de un profundo conocimiento de la obra, de un análisis minucioso y detallado de  esas novelas y relatos, pero lo es también y mucho,  de su personal vivencia respecto de la lectura, de su amor y fascinación por esos héroes, de su apasionamiento por esos  libros que como usted mismo dice” le han conmocionado”. Esas miradas, esos lugares que adopta, la capacidad para ponerse en el lugar del otro (eso que usted llama imaginación moral) son -entre otras cosas- las que otorgan, desde mi punto de vista, complejidad y calidad a su libro.

He recorrido de nuevo, esta vez de su mano, lugares reales y fantaseados, he compartido otra vez el destino de los Buendía, las frustraciones de Madame Bovary, he recordado al siniestro Hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann (pocos como este autor para hablar de lo siniestro en el sentido más psicoanalítico del término). Del mismo modo he descubierto a los personajes de  Landero y he sentido la urgente necesidad de ahondar en ellos. Me han sorprendido emociones antiguas, muy antiguas,  cuando “La soledad era esto”  aunque Millás es uno de los escritores que se quedó en el camino….

Este viaje ha sido doblemente fructífero porque  también me ha hecho recordar o evocar otras novelas que he leído y por supuesto me ha abierto la puerta de todas aquellas que ahora leeré. He mirado con otros ojos, los suyos, a estos personajes, en muchas impresiones hemos coincidido y en otras muchas he descubierto un nuevo matiz, un detalle, una nueva forma de entender. He notado grandes ausencias que constituirían un amplio listado, pero al final del libro una vuelve a sentir los efectos que produce la lectura: “leer sirve para ensancharse, para dilatarse…. “

Permítame que, puesto que con su libro me las ha traído a la cabeza, le cite lo que Fernando Savater en su diccionario filosófico dice en la acepción de leer:

“…Ser por los libros, para los libros, a través de ellos. Perdonar  a la existencia su básico trastorno, puesto que en ella hay libros No concebir la rebeldía política ni la perversión erótica sin su correspondiente bibliografía. Temblar entre líneas, dar rienda suelta a los fantasmas capítulo tras capítulo. Emprender largos viajes para encontrar lugares que ya hemos visitado subidos en el bajel de las novelas: desdeñar los rincones sin literatura,  desconfiar de las plazas o formas de vida que aún no han merecido un poema. Salir de la angustia leyendo; volver a ella por la misma puerta. No acatar emociones analfabetas. En cosas así consiste la perdición de la lectura. Quién la probó, lo sabe…”

En fin, Sr. Serna, este viaje literario ha sido un auténtico placer y le doy las gracias por ello. Como “el efecto de los libros solo se sustituye o se alivia con otros libros” seguiré leyendo pero… volveré a este.

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Lo dulce y lo útil

Begoña Sáez

Universitat de València

Reseña publicada en Pasajes de pensamiento contemporáneo (2009), núm. 29, págs. 136-139.

Decía Borges que  nuestra memoria a lo largo del tiempo va formando una biblioteca personal, de preferencias, hecha de textos dispares y heterogéneos cuya lectura fue una dicha y que nos gustaría compartir. Hasta tal punto insistía en el goce del lector que llegaba a afirmar: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. F. Savater en La infancia recuperada, repitiendo otra expresión del ineludible Borges, comentaba las obras de algunos de los tantos amigos que le había dado la lectura y que tuvo su continuación en Criaturas del aire, una suerte de archivo-narración de las historias que más le habían hecho disfrutar.

Pero el placer del lector no se puede desligar de quién lee y de sus motivos, de todas esas preguntas que formula R. Piglia en El último lector: dónde está leyendo, para qué, cómo, etc. Y entre estas dos condiciones cabe situar Héroes alfabéticos del profesor y especialista en historia cultural, Justo Serna.  En “Queridos lectores” (13-33), el preámbulo que abre el volumen,  Serna insiste en estos dos aspectos. No oculta su pasión como lector de novelas y responde abiertamente al subtítulo de su obra: “por qué hay que leer novelas”, una pregunta que parece remitir a aquel episodio en el que, como él mismo relata, C. Ginzburg aconsejaba a los estudiantes de historia: “leer novelas, muchísimas novelas” y que ya utilizó en 1996 en Literatura e historia cultural.  La razón no era otra que la de nutrirse de esa necesaria “imaginación moral”, mezcla de empatía y distanciamiento, con la que situarse como observadores ante los sujetos históricos. De ahí estos personajes de novela ordenados alfabéticamente, que para el historiador son testigos “excepcionales de un archivo dudoso” (29) o, en una palabra, objeto de historia cultural.

Pero el autor de esta crónica personal y apasionada en la que no faltan comentarios al significado que en su adolescencia tuvo la lectura como “un fármaco para soportar la vida” (104) o su recuerdo de niño “apostado frente al kiosco leyendo con vehemencia” (211) las cubiertas de la prensa,  es cauto y respetuoso a la hora de tomar como referencia la literatura. Por ello, siguiendo a Eco, sabe que se imponen ciertos límites a la interpretación y define su perspectiva de “historiador que lee ciertas novelas como documentos culturales que internamente edifican un mundo; (…) versiones de hechos que suceden a personajes que podrían ser históricos” (33). Esta es precisamente la clave  que cohesiona este volumen constituido por distintos artículos publicados entre 1996 y 2007 en El País, Levante-EMV o Cuadernos de Pedagogía.

Se nos invita así a un paseo sugestivo, una lección de lectura que comienza con adúlteras como E. Bovary y finaliza con vampiros como Drácula. La primera entrada dedicada a “Adúlteros” (37-52) reúne tres trabajos. “Amor y literatura”, centrada en Alves & Cª. de  Eça de Queiroz y conectada con la estela abierta por E. Bovary,  sirve para disertar sobre la moral burguesa, el ángel del hogar y los cambios producidos. “Dr. Freud”, a propósito de Relato soñado de A. Schnitzler, recuerda parte de la correspondencia de Freud con el novelista, ambos exploradores del orden burgués y de los oscuros territorios del ser, una novela que cobró actualidad gracias a Eyes Wide Shut de Kubrick y que fue lo que  llevó a Serna al relato. Por ello, “Los ojos del pecador” es una coda al artículo anterior, una reflexión sobre la película de la que se confiesa admirador y de la que destaca la modernidad que el director imprime al relato sobre todo a través de ese final explícito en el que el matrimonio se entrega sin ataduras no sólo a la fantasía sexual, sino a su realidad más placentera.

“Amotinados” (53-65) reúne un solo trabajo, “Historia y novela”, centrado en Un día de cólera. Serna se muestra crítico con algunas consideraciones de A. Pérez-Reverte en torno al polémico tema sobre las fronteras entre crónica y ficción. No oculta que la novela peca en ocasiones de didactismo y dirige su lectura especialmente hacia su protagonista, la masa popular, un rasgo que podría acercar el relato al terreno de la  microhistoria,  pero que en cambio genera personajes planos y acaba derivando, como en  el caso de Alatriste, hacia lo patriótico. Los artículos que componen “Detectives” (67-78): “El séptimo círculo” y “Yo maté a Carvalho”, se complementan entre sí. El primero, constituido por una serie de notas sobre las reglas y variaciones del género policial, su evolución y su difusión en España en las colecciones de bolsillo, sirve de introducción al segundo, que, como reza su título, constituye sin duda la revancha de un lector decepcionado. Tras reflexionar sobre las aportaciones de M. Vázquez Montalbán a la novela negra con relatos como Los mares del sur, Serna no reprime la rabia ante obras como El estrangulador, que no duda en calificar de  “auténtico vómito cultural” (75).

“Espías” (79-102), dedicado exclusivamente a una lectura global de J. Marías se ocupa en “Oxford” de Todas las almas, libro seminal por contener los motivos recurrentes de su literatura: la ciudad evanescente como un estado mental, lo ignoto, la amenaza de la muerte, la angustia o el desconcierto de lo real. De ahí que en “Espía como nosotros”, sobre el ciclo de Tu rostro mañana, y en “La muerte en directo”, donde no faltan referencias a Vida del fantasma o a Corazón tan blanco, vuelva sobre estos aspectos e insista más que en desentrañar la trama de estos relatos, en su estilo y en el efecto que provoca su lectura.

“Fundadores” (103-114) es una pequeña crónica de relectura. En concreto, la que va del primer encuentro adolescente con Cien años de soledad, descrito en “La fundación del mundo”, a la llevada a cabo con motivo de la edición conmemorativa de 2007 a cargo de la Academia en  “Regreso a Macondo”. Un regreso que no priva del poder fascinador de sus repetidas lecturas y con el que para Serna cabe retener y hasta recuperar su capacidad de contar.  Por su parte, “Héroes” (115-130) es un recorrido por la obra de J. Cercas. “El secreto esencial”, centrado en Soldados de Salamina, apunta a la importancia de las reflexiones sobre el misterio que rodea a toda peripecia existencial contenidas en  Relatos reales. En “Un heroísmo posible”, Serna subraya el gesto ideológico de esta narrativa: el acto individual de los personajes, su voluntad personal a la hora de tomar decisiones ante situaciones límite más allá de fatalismos o condicionantes. Motivos clave que retoma en  “Las guerras civiles”, donde el tema de la guerra trasciende todo localismo para configurarse como “último espacio de lo civil” (129), momento de la violencia originaria y “laboratorio en que examinar el temple moral –y civil- de quienes intervienen” (129).

Serna tampoco se olvida de dedicar un espacio a la literatura de terror, como puede apreciarse en  “Híbridos” (131-145). En “Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido”, título tomado oportunamente de Masa y poder de E. Canetti, analiza a propósito de Otros mitos de Cthulhu la expresión literaria de uno de los miedos más antiguos e intensos. Análisis que se continúa en “La paradoja Lovecraft”, donde no soslaya aspectos biográficos del maestro del cuento de horror ni críticas a su técnica literaria, pero sobre todo acentúa sus aportaciones en el campo más elemental de la expresión del estremecimiento cósmico.  Esta idea se retoma también en “Admirable reaccionario”, pero se trasciende al complementarse con las reflexiones de M. Houellebecq en torno a la revelación de la nada absoluta por parte de Lovecraft y que en última instancia es lo que, para Serna, le dota de contemporaneidad.

“Impostores” (147-164), en torno a la obra de L. Landero, se abre con  “Faroni” y está, como su propio título indica, centrado en el protagonista de Juegos de la edad tardía. Se resalta ante todo el valor que en esta primera novela ocupa la fantasía, una figuración en absoluto delirante, sino lúcida, como modo terapéutico de salvar y embellecer la mezquina existencia y que reaparece en El guitarrista y en Hoy, Júpiter, novelas  analizadas respectivamente en “El afán o el arte de contar la vida” y en “Ficciones necesarias”.

Los dos trabajos contenidos en “Licántropos” (165-173): “¿El hombre feroz?” y “De lobos y rábanos”, constituyen una aproximación a J. Tomeo cuya narrativa entretejida de historias cómicas de soledad, delirio e incomunicación  funcionan como una auténtica radiografía deforme de lo contemporáneo. Al ocuparse de la función del motivo de lo monstruoso en Tomeo, Serna no puede reprimir su fascinación por la figura del lincántropo. De este modo se desvía del análisis de La noche del lobo y nos informa sobre los valores asociados a esta figura: el miedo ancestral al híbrido, el espanto ante la metamorfosis, el instinto de muerte que anida en lo humano o referencias a El campamento del lobo de Blackwood. Y todo ello para concluir sobre la inevitable transformación de esta figura en la literatura contemporánea, que, como en el caso de Tomeo, ha perdido aquella ferocidad primigenia para acabar inspirando ternura y compasión.

“Marcianos” (175-185) puede leerse como un homenaje a H.G. Wells, novelista que como se comenta en “¡Qué vienen los marcianos!” ha recobrado actualidad gracias al cine de Spielberg. Por ello, en “Drácula y los marcianos”, Serna se detiene en comparar La guerra de los mundos y su versión cinematográfica, pesadillas ambas sangrientas que le llevan a  buscar asociaciones con Drácula y a recordar en “Las estrellas de la radio”, la adaptación radiofónica de O. Wells.  El hecho de que este serial de 1938 fuera tomado por un noticiario real residiría para Serna en haber introducido la figura del científico.

Pero el tono del libro no podía dejar fuera al gran héroe creado por M. Shelley. Por ello, “Monstruos” (187-208), compuesto por “Frankenstein en la Academia” y “Releer Frankenstein”, nace a partir de la edición crítica de la novela a cargo de  la historiadora I. Burdiel. En realidad este apartado es una extensa reseña de dicha edición, aderezada con comentarios en torno al potencial mítico y sugestivo de esta figura literaria y de impresiones suscitadas por el placer de la relectura.

En “Neuróticos” (209-219), si bien se alude a los personajes de J. J. Millás, se ocupa principalmente de El Mundo y se aprovecha para elogiar la faceta literaria y periodística del autor. Por ello, en “Cuando acierta” Serna defiende sus “articuentos” (212) y cuestiona los juicios negativas contra el periodismo. En “El cuento de la vida” se valoran, entre otros aspectos, el tono psicoanalítico de su narrativa, la búsqueda psicológica y  el poder de la autoficción.

En “Oficinistas” (221-234), compuesto por “Interior de noche” y “El yo”, se aborda la lectura del Libro del desasosiego de F. Pessoa desde la perspectiva de las claves de la modernidad: el hombre sin atributos, el tedio, la artificialidad del sujeto o el yo fracturado y su  plasmación en una escritura fragmentaria. “Psicópatas” (235-254), dedicado a El psiconalista de J. Katzenbach, traza en “El diván” una panóramica sobre el freudismo, sus métodos y su desarrollo norteamericano como preámbulo al análisis de la novela desarrollado en “Freud y la reina que hilaba hierbas de oro”. Para Serna esta obra peca de “demasiado refinamiento enrevesado finalmente inverosímil” (254) y por ello echa en falta un relato eficaz y logrado sobre este sugestivo héroe literario.

“Robinsones” (255-274) es una aproximación a la obra de A. Muñoz Molina y a las claves que la recorren y que, como se comenta en “Pasados posibles”, se cifran en la tarea de exhumar el pasado para enfrentar la vida y en la mezcla de deseo y memoria. Por ello, en “Nemo en Nueva York” y  “Nueva York soñado y paseado” se leen, desde estas premisas y sin dejar de lado motivos recurrentes como la figura del náufrago, las crónicas literarias reunidas en volúmenes como Ventanas de Manhattan.

Héroes alfabéticos culmina en “Vampiros” (275-292) con un homenaje al poder fascinador de esta figura mítica y literaria. En “Simpatía por el vampiro” Serna nos deleita con diversas observaciones sobre el tema y recuerda la antología El vampiro de Siruela por su valor de haber fijado el “canon  vampírico” (277), pero a la que no le perdona el haber amputado la novela de B. Stoker de la que se ocupa en “Drácula”.  Y es en este capítulo donde mejor sobresale el historiador con su fino análisis sobre el mundo británico y la sociedad liberal y capitalista del siglo XIX.

Libro sin duda plural, heterogéneo, por la distinta procedencia de los textos y en el que son inevitables ciertas repeticiones (Freud y lo siniestro, Ginzburg, Canetti), pero que realiza un gran esfuerzo de cohesión a partir de la figura del héroe. Y si se echa en falta más novelas de escritoras y en ocasiones haber ahondado en el personaje literario en la línea del último trabajo, es de agradecer el apartado de “referencias bibliográficas citadas” por ordenar esta sugerente biblioteca personal y la pasión y erudición con que Serna nos invita a viajar por este compendio dulce y útil. Héroes en fin que algún día podamos ver completados con todas las letras del alfabeto.

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Ojos de Papel, 2 de marzo de 2009

Reseña de Héroes alfabéticos, por Juan Antonio González Fuertes

…En resumidas cuentas, la lectura de Héroes alfabéticos me ha descubierto una crítica literaria en español de un nivel infinitamente superior al habitual; una crítica realizada con gusto, claridad, razón y templado sentimiento, además de con un envidiable y sólido bagaje cultural, y una pluma amena, plástica, estética…Leer más.

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Herois

Alfons Cervera

NOUDISE 321

Dijous, 27 de novembre de 2008

Viuen en eixa part de nosaltres que desconeixem. Els traiem a passejar quan els temps vénen mal dats, quan allò que pot fer-nos feliços –com sustentava Cesare Pavese– sempre estarà lluny de les nostres possibilitats més immediates, quan ens sentim l’hòstia de fràgils en els nostres flirtejos quotidians amb això que massa pretensiosament solem anomenar vida. Els herois, al contrari dels déus, no són subjectes de venjança. Estan de la nostra banda en el vertigen d’una existència que de vegades es presumeix perillosa. Es reflecteixen en l’espill de les nostres matinades quan necessitem alé per agafar el son. Les novel·les són el lloc on habiten els herois. Principalment. Les seues accions tenen lloc al territori de l’inexplicable, una qualitat que als nostres ulls de lectors atents s’haurà de convertir en real des de la seua imprescindible i literària condició de versemblant. Llegim el que som. Perquè fet i fet buscarem en les pàgines d’una novel·la aquella ficció que alimenta els nostres somnis. “Tota la meua riquesa està allí, a la Ciutat dels Miratges”, escriu eixe prodigi de la ficció fantàstica que és Jean Ray. Admire els historiadors que entre les seues fonts d’investigació concedeixen un paper important a les novel·les. També a molts dels que no. Però hui vull centrar-me en els que sí. Res no s’inventa. Tampoc en les novel·les. La realitat sorgeix contada d’una altra manera i els personatges que protagonitzen les ficcions alimenten amb la seua presència l’espai de veritat que busquem en el nostre entorn més domèstic. Al mateix temps, les pàgines d’eixa ficció cobren vida en fregar les nostres ànsies de llegir apassionadament, com ha de ser tota lectura: “Al leer una narración consumamos un libro, lo actualizamos y le damos vida y alma a lo que simplemente era un artefacto material, un objeto inerte hecho de pulpa de papel y de tinta”. Tots tenim els nostres textos preferits, com tenia les seues favorites things John Coltrane. D’això tracta el magnífic llibre que acaba de publicar Justo Serna: Héroes alfabéticos (PUV). La frase d’unes línies més amunt és seua. I l’excel·lència de vida i d’escriptura que habita les seues pàgines també és la d’aquest home que estima com ningú el seu treball d’historiador. Però més que ningú –n’estic segur– les novel·les on tanta gent aprenem que els herois viuen dins de nosaltres. O, com a molt lluny, en eixa part de l’espill on ens reflectim per a intentar saber què dimonis passa amb la vida que vivim a posta o sense voler. Un goig de lectura autènticament apassionada. La de l’autor. La meua. Tant de bo que la de vostés a l’hora d’encarar-se amb les pàgines fantàstiques que des d’ací els recomane.

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Ficciones

Juan Planas

El Mundo, viernes, 21 de noviembre 2008


La tierra, como el conocimiento, tiene entrañas: un cúmulo de ruinas, un yacimiento de recuerdos y civilizaciones superpuestas. No, no estoy pensando en Son Espases, sino en la decadencia, en el lento deterioro de todos los mitos. Hoy se estrena Quantum of Solace, la última de James Bond. La vi hace días, en versión subtitulada y a la salud de la SGAE -el devedé del delito no pertenecía a las redes tentaculares y grasientas del canon- y sólo me dejó un alud de persecuciones: a saltos por los tejados de Siena, en coche, lancha, moto y hasta en avión. Mucha velocidad y poco cine, porque 007 no dice dos frases seguidas y nunca abandona el ceño fruncido, el rostro ensangrentado y la mirada en el limbo, como si emulara a Bárbara Galmés o a Antich bajo la cúpula de Barceló. Pero lo más grave es que no hay un villano memorable –no valen el ecologista y el militar corruptos- ni una chica Bond, con un rol de peso, sobre la que discutir un rato. La corrección política no sólo pasa factura al cine catalán de Woody Allen.

Bond siempre fue algo más. Había en su perfil una ironía más allá del bien y el mal, un toque de elegancia surrealista transitando un mar de tópicos sin inmutarse. Había transparencia y un leve poso cultural que pobló nuestro imaginario junto a otras ficciones más o menos fascinantes. Pienso ahora en Enma Bovary, Frankestein, Aureliano Buendía, Nemo, Meursault o Drácula. Si quieren profundizar en el tema lean «Héroes Alfabéticos» (Universidad de Valencia, 2008), del historiador Justo Serna, un afilado estudio sobre ficción y realidad, su iconografía, su roce discontinuo, su huella última en los espejos del tiempo.

Había otra película que pensaba ver pero ya no: El Último Voto, con Kevin Costner en busca de su voto perdido. Aquí ya sabemos lo que vale un voto. Podemos medirlo sólo con ahondar en las razones del pacto –en su ficción primera, en su infierno final- del ex alcalde Lluc Tomàs con el incalificable Joaquín Rabasco. Lo que mal empieza suele acabar… Así.

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HÉROES Y VILLANOS
David P. Montesinos
La cueva del gigante, 30 de noviembre de 2008

1. Es poco lo que en este blog puedo añadir a todo lo que se viene diciendo desde hace días en el blog de Justo Serna -aquí lo tenéis linkeado- respecto a la presentación de su último libro Héroes alfabéticos. Por más que yo me haga el listo en la animadísima tertulia a la que dan lugar sus blogs, debo reconocer que me sorprendió extraordinariamente que me invitara a la presentación en La Casa del Libro. Soy algo más joven que los otros tres que se sentaron a la mesa -el propio Serna y los otros dos presentadores, Anaclet Pons y Francesc Vila-, conozco personalmente al autor desde hace relativamente poco tiempo, no formo parte del gremio de historiógrafos y, sospecho, no tengo una historia personal que me haga merecedor de una gran confianza.

Esto último debo explicarlo. Justo Serna no me conoce tanto como para suponer que con toda seguridad no hubiera acudido borracho al acto, en cuyo caso le hubiera empastrado la presentación. Tampoco sabe que mi vocación frustrada es la de payaso -estoy hablando totalmente en serio- y que, en una circunstancia como la del pasado miércoles en La Casa del Libro, hubiera podido sobrevenirme la tentación de ponerme a soltar gilipolleces. Por suerte, entendí hace muchos años que no tengo tanta gracia como para montar números así, y que, después de todo, tampoco mi ansia de protagonismo es tan incontenible como para no entender -creo que es una pura cuestión de cortesía- que a quien vienen a ver los asistentes es al autor.

Hablando del autor, creo que hay algunos prejuicios que convendría desactivar. Héroes alfabéticos es un ensayo inteligentemente divertido. Lo de «inteligente» le parece bien a todo el mundo, lo de «divertido» tiene cierta mala fama. Añadan a la pinta seria y sesuda que -cuando no se le conoce, y sobre todo, cuando no se le lee ni se le escucha- presenta Justo Serna el hecho de que el libro haya sido publicado por la Universitat de València, y puede uno hacerse la idea de que si lo adquiere va a pasarse un par de domingos de frío aguantando un rollo plomizo y culterano sobre los literatos que se ha empapuzado el autor.

Y entonces, uno empieza a leer… «Nos multiplicamos con personajes y con relatos que sin ser nuestros nos interpelan y nos conmueven( …) Leer puede ser un acto tan creador y esforzado como el de escribir, porque cuando lees y lees con denuedo, con perseverancia, con exaltación ávida y adolescente, te nutres, te expresa de manera vicaria, te rehaces con las experiencias de otros para adensarte interiormente y para hacerte más rico y expansivo.»(pp.17)

La imagen de la lectura como una oportunidad, como una suerte, eso que mi padre tuvo tan claro de niño, cuando un libro era un lujo casi inalcanzable, alcanza un poder inmenso de la mano de Serna en pasajes tan luminosos como éste «Todavía hay narradores que describen y observan el mundo con furia, con la convicción firme de estar abarcando precisamente las dimensiones de lo real. Hay escritores en cuyas historias aún se aprecia la nostalgia de los viejos maestros, de esos grandes creadores dotados de riqueza inmaterial y capaces de reconstruir la dimensión exacta del mundo , de hacer el depósito de su imaginación.»(pp.18)

Me formé haciendo eso que llamaban en los ochenta «radio libre». Tuve muchísimas noches la sensación de que, mientras hablaba al micro, (recuerdo una noche de Navidad así, allá en estudio de la Calle Garrigues), era perfectamente posible que ni una sola persona me estuviera escuchando. Explicando el cogito cartesiano a mis alumnos, ese «yo pienso», única certeza absoluta que puedo permitirme, me he acordado a veces de aquellas noches en Radio Klara. Eso, y la sensación de que para obtener hoy en día la atención de un grupo de adolescentes hay poco menos que bailar una sardana desnudo sobre la tarima -creo que hacen algo así en algunas telediarios del Este de Europa, poner a alguien dando el tiempo en pelotas para que no baje el share- me ha hecho vivir absolutamente obsesionado con la necesidad de no aburrir. Quizá mi intervención en la presentación del miércoles fuera algo corta, como me han comentado, quizá el libro merecía una lectura más enjundiosa y profunda que la que yo hice. Pero no hay nada que me asuste tanto como un oyente deseando apagar la radio… Como le dicen los marcianos a Woody Allen en Recuerdos de una estrella, cuando bajan de la nave y éste les exige que le digan cuál es el sentido de la vida, estos le contestan que no lo tiene y que si quiere hacer algo bueno por el mundo lo que le conviene es ingeniárselas para contar mejores chistes.

Lo pasé muy bien el miércoles, lo pasé mejor todavía leyendo el libro de Justo Serna, Héroes alfabéticos, pero ¿saben?, incluso de algunos de los momentos más dolorosos de mi vida, lo único que me ha parecido verdaderamente memorable no ha sido una intervención académica y sesuda… ha sido más bien el golpe de humor producido por una frase a contracorriente de alguien que se expuso a la censura de los cruzados contra el humor, el resbalón por piel de platano del tipo más serio o el premio obtenido y que alguien por error cambió en el último momento por el objeto más absurdo. Presentí el miércoles una corriente de afecto hacia el escritor muy intensa, muy extendida, entre quienes asistieron al acto. A algunas personas se les escucha porque son capaces de enseñarnos algo, pero también porque consiguen, sin proponérselo, que mucha gente les quiera bien. Si tienen la grandeza de asumir que en esto último reside parte de su éxito, retendrán a su audiencia y podrán seguir siendo algo más que un Descartes solitario en una cabaña en medio del invierno hablándole a una estufa. O a un micrófono.

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Las votaciones de nuestros críticos
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Rogelio López Blanco

1.  Álvaro Lozano. La Alemania nazi, 1933-1945 (Marcial Pons)
2. Justo Serna. Héroes alfabéticos. Por qué hay que leer novelas (PUV)
3. Arcadi Espada. Periodismo práctico (Espasa)
4. Morales Moya. En el espacio público ( Universidad de Salamanca)
5. Juan José Sebreli. Comediantes y mártires (Debate)
6. Helena Béjar. La dejación de España (Katz)
7. Edurne Uriarte. Contra el feminismo (Espasa)
8. Ferran Gallego. El mito de la Transición (Crítica)
9. Anna Caballé. El bolso de Ana Karenina (Península)
10. Enrique Krauze. El poder y el delirio (Tusquets)

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