1. La imaginación. ¿Cuál es el tema? ¿Hablamos del Gabinete? ¿Del nuevo cuerpo de gobernantes? «Guiáte en todas las circunstancias y gobiérnate por lo real. No está lejano el día en que tengamos un cuerpo de gobernantes imbuidos de realismo y ese Gobierno estará integrado por jefes de negociado, realistas, que obligarán a las gentes a vivir de acuerdo con la realidad y descartando cuanto no sea realidad», dice Thomas Gradgrind.
«Tenéis que suprimir por completo la palabra imaginación. La imaginación no sirve para nada en la vida. En los objetos de uso o adorno, rechazaréis lo que está en oposición con lo real. En la vida real no camináis pisando flores; pues tampoco caminaréis sobre flores en las alfombras. ¿Habéis visto alguna vez venir a posarse pájaros exóticos y mariposas en vuestros cacharros de porcelana? Pues es intolerable que pintéis en ellos pájaros exóticos y mariposas. No habéis visto jamás a un cuadrúpedo subirse por las paredes; pues no pintéis cuadrúpedos en ellas. Echad mano –prosiguió el caballero–, para todas esas finalidades, de dibujos matemáticos, combinados o modificados, en colores primarios, dibujos matemáticos, susceptibles de ser probados y demostrados. ¡He ahí el nuevo descubrimiento! Eso es realismo. Eso es buen gusto», concluye Gradgrind.
2. La realidad. ¿Cuáles son las relaciones que se dan entre novela e historia, entre realidad y ficción, entre hechos e imaginación? La pregunta ha sido mil veces planteada y la respuesta no es sencilla. La buena ficción de un novelista ayuda a entender mejor las cosas que verdaderamente acaecen. Y la crónica esmerada de un reportero puede ser literatura sin realidad. No hay soluciones sencillas. Algunos creen que sí. Por ejemplo, Arcadi Espada, un periodista que lucha denoda y genéricamente contra el tóxico de la literatura o la imaginación. Lo real ha de ser descrito sin añadidos ni afeites. Lo real ha de ser presentado tal cual. Así se expresa en su Periodismo práctico (2008). Por eso, no extrañará que tome a Javier Cercas como el epítome de ese mal que denuncia, alguien que mezcla a sabiendas lo real y lo imaginado cuando se ocupa, por ejemplo, de la Guerra Civil. Para Espada «una novela es mucho más barata que un gran reportaje». Es ésta una afirmación dudosa.
Una gran novela exige enormes dispendios: gastar la vida para recrear lo real, por ejemplo. Y una crónica requiere el esfuerzo de la imaginación controlada, prudente, si no quiere ser un calco embustero. Estoy leyendo a Javier Cercas: en su Anatomía de un instante (2009) –que dedica al 23-F– se plantea estas mismas cosas en su reflexión inicial y, desde luego, aborda qué tipo libro está escribiendo, a qué género adscribirlo: si una crónica o una novela, si un relato real o una narración con su parte imaginaria. Cercas se pregunta cuál es la fórmula que adopta: cuál es el relato que prefiere para contarnos hechos reales.
Lo real no es sólo lo que el periodista puede documentar, como empeñosamente nos dice Espada. También es aquello que no se consumó pero que estuvo alumbrándose en la imaginación de la gente. Habrá que conjeturarlo, pues. Difícilmente podrá hacerse un gran reportaje sobre lo que no fue efectivo. Pero aquello que no fue efectivo también tuvo su trascendencia real, su efecto. Otra cosa bien distinta es la pereza del periodista que para evitar el esfuerzo documental rellena con novelerías. Y otra cosa diferente es la habilidad del novelista que observa y recrea verosímilmente lo documentado.
Thomas Gradgrind despotricaba contra la imaginación en Tiempos difíciles (1854), de Charles Dickens: el colmo de la broma literaria. Quien lo dice es un personaje inventado que sólo vive en el interior de una novela, pero ese sujeto tiene un perfil perfectamente real. Había gentes así en la Inglaterra victoriana. Las investigaciones históricas no hacen más que reforzar la impresión que causa Dickens con su imaginación.
3. La guerra. ¿Y la Guerra Civil? ¿Cómo se ha incorporado el pasado convulso en la literatura reciente? O, en otros términos, ¿cómo se han representado imaginariamente la contienda y su recuerdo? Esto que les planteo no es una extravagancia, sino un asunto actual: no sólo por el debate público acerca de la memoria, sino por el peso que la ficción tiene en nuestros días.
En los años ochenta, en los noventa o en el nuevo siglo. Hay ya un repertorio de obras nuevas que quedan, obras que asumen distintas tradiciones: las que vienen de André Malraux, de Ernest Hemingway, de Agustín de Foxa, de Juan Benet, de Camilo José Cela. Insisto: ¿cuál es nuestro relato preferido? ¿Quizá Beatus ille (1986), de Antonio Muñoz Molina? ¿O tal vez La casa del padre (1994), de Justo Navarro? ¿O El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas? ¿O Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas? ¿O Los girasoles ciegos (2004), de Alberto Méndez? ¿O Enterrar a los muertos (2005), de Ignacio Martínez de Pisón?
¿O tal vez Días de llamas (2000), de Juan Iturralde? Tengo pendiente para este verano –tiempo de larga lectura sin interrupciones– el disfrute de este último libro, libro con el que me obsequió Ana Serrano. Tanta es su generosidad amiga. También reservo para dicha estación los Partes de guerra (2009), de Ignacio Martínez de Pisón. Me faltan esas hermosas tardes, que decía Marcel Proust, «pasadas bajo el castaño del jardín de Combray; tardes de las que yo arrancaba con todo cuidado los mediocres incidentes de mi existencia personal, para poner en lugar suyo una vida de aventuras y de aspiraciones extrañas…!” Antonio Muñoz Molina está ultimando una gran novela –físicamente hablando— que trata de los prolegómenos de aquel conflicto. Supongo que, además, será una gran narración en el sentido propiamente literario. Quedamos a la espera y no revelo más. Ojalá me llegue para el verano.
Las novelas y los cuentos incorporan ese pasado doloroso a través de la memoria y de la imaginación de unas generaciones que vivieron la guerra sólo a través del relato de sus familiares. Las ficciones sirven también para rehacer la historia, sintiéndola indirectamente por quienes no vivieron esa convulsión. Las novelas son transfiguración de experiencias y en ellas se recrea con personajes reales o inventados, con situaciones sucedidas o imaginadas, una serie de problemas que han definido parte de la historia pasada, en este caso de la historia española. Algunos de estos problemas son: la fatalidad, el cainismo y la violencia; la memoria inventada, las mentiras, la tergiversación del pasado; el heroísmo, la traición, el coraje en una guerra; los derrotados, la conciencia de culpa, el miedo y el silencio de los vencidos; la ucronía, la historia virtual de lo que pudo haber sido.
4. Los hechos. ¿Qué hacemos con la imaginación? ¿La desterramos?, según proponen ciertos periodistas o historiadores urgentes. Si es así, diremos con ellos: «Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades. No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!». Eso decía Thomas Gradgrind. Yo, no.

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