1. Àngel Duarte. Es difícil predecir qué será de los blogs dentro de un tiempo, dentro de poco tiempo. No hay porvenires que duren y, más pronto que tarde, las cosas acaban terminando. Es complicado hacer vaticinios sobre lo que el futuro proveerá. Nos hacemos una idea y luego las circuntancias o la flaqueza nos tumban.
He visto nacer y crecer El tinglado de Santa Eufemia, el blog de Àngel Duarte. Empezó en abril de 2008, con dos comentarios amigos. Ha acabado ahora, cuando termina de cumplir un año. Al escribir estas líneas, Duarte lleva ya treinta comentarios de distintos lectores y seguidores: todos nos lamentamos. Empezó con una energía envidiable. Recuerdo que incluso llegó a simultanear dos bitácoras: una, en castellano; y otra, en catalán. Si no me equivoco pronto acabó cerrando esta última (http://blogs.avui.cat/angon/).
En abril de 2008 recibí un correo suyo en donde me anunciaba la apertura. Creo no ser indiscreto si revelo mínimamente lo que me decía. Se declaraba fascinado por el mundo de los blogs, admitiendo a la vez su inexperiencia. Pronto descubrió que mantener bitácoras actualizadas era una tarea desmedida. Y tanto: en su caso ha sido un año de entradas nuevas, ocurrentes, polémicas, inteligentes, satíricas, irónicas, eruditas. En el ínterin cambió de servidor.
La plantilla de El tinglado variaba casi diariamente. La plantilla de un blog es el marco visual de la entrada, el aspecto que la bitácora tiene. Esas constantes mutaciones demostraban, quizá, su entusiasmo mientras se familiarizaba con una herramienta que parecía resistírsele. Al final, los cambios de plantilla no eran una cuestión técnica. En Duarte son expresión de un carácter, un modo de ser o un estado de ánimo: ¿para que aferrarse a un esquema visual ya visto si podemos probar con otros, si podemos ensayar? No había riesgo de aburrirse, no había rutina: cuando el lector creía acostumbrarse, el blog cambiaba de aspecto.
Allí, Duarte ha tratado de todo, siendo aprendiz y maestro, con sorna y con su punto de mala leche. Ha hablado de su Cataluña natal, del narcisismo que le molesta (el nacionalismo de las pequeñas evidencias). Ha hablado de Cuba, de Venezuela (de bellísimos países con dirigentes que repudia). Ha hablado de México (del amor y el desconcierto que esa tierra le provoca). Ha hablado de la República y de la historia del republicanismo (algo de lo que es experto pero que en el blog abordaba sin academicismos, con generosidad). Ha hablado de política con profusión y algo de confusión (qué remedio: como todos). Ha hablado de poesía con tiento y cautela (no es para menos si tienes un hermano poeta que te vigila). Ha hablado de amor y con amor: del deslumbramiento de Sevilla (que es el lugar en el que reside buena parte del año). Y ha hablado con salero de aquellas fiestas que a él le gustan (los toros, la Semana Santa) y que a otros no nos interesan.
No siempre he estado de acuerdo con los juicios que aventuraba. Ha abandonado las certezas de la izquierda y quiere provocar con su inteligencia. Hace poco me dijo que yo era el único socialdemócrata auténtico que había conocido o que existía. Sin duda es una exageración. Lo que no sé es si he de tomármelo como un elogio o como un insulto cariñoso. Vuelvo a Àngel Duarte. Su fino examen, su falta de impostación, su cultura jocunda, su buen carácter han allanado todo roce o desencuentro. Ahora, ya digo, ha cerrado El tinglado, de actualización tan frenética. Lo clausura con una plantilla neutra, sin motivos gráficos, con la imagen sobria de una despedida. ¿Y ya está?
Pues no, no está: si pestañeas, te pierdes una idea de Duarte, una iniciativa. Ahora abre un nuevo blog que promete más lento, de ritmo más demorado, más moderado. El recovero, lo ha llamado. No sé. Conociendo su inquietud intelectual, sus intereses despiertos, su atenta observación, creo que esta bitácora no será de cadencia lenta. Será otro despertar. Además, habiendo sobrepasado la cincuentena, cumpliendo exactamente 52 años, a Duarte se le ve con gracia renovada. Allí nos encontraremos. No se lo pierdan.
2. David P. Montesinos. Una de las cosas que más me sorprenden de David P. Montesinos es su habilidad irónica, que emplea para reflexionar y para tratarse. No todo el mundo dispone de esa cualidad. Porque, al final, es eso: una cualidad de bonhomía y broma, algo que le distingue frente a tanto engreimiento o egolatría.
Ha de relacionarse con personas que no están necesariamente interesadas en lo que explica. Fíjense: es profesor de filosofía. A lo que me cuentan es un educador. Educador en el sentido que le diera Friedrich Nietzsche a esta expresión: alguien que saca lo mejor del discente, que estimula su particularidad o su genio a partir de certezas comunes. O a partir de perplejidades. Su clase no es el recinto del saber establecido, sino un tanteo humano, demasiado humano. Y eso, precisamente, se nota en su blog: La cueva del gigante. Desde el rótulo hasta sus contenidos pregonan lo que Montesinos hace. Como todos, David P. también carga con sus heridas, una parte de las cuales muestra en la bitácora. Lo normal, vaya.
Si echan un vistazo a esa foto que de él he puesto, seguro que creen distinguir a alguien familiar. Es el rostro de un gigante conocido, cierto. Parece estar agazapado sobre un fondo oscuro, como sudoroso y dañado. ¿Incrédulo, quizá? En realidad, mira desde su observatorio con vehemencia, con guasa. Ha visto muchas cosas, mucho cine, mucha televisión, y esa sabiduría práctica la vuelca en sus exámenes morales, que eso es lo que hace en el blog. Con aplomo y con estilo erudito y canalla.
A veces, sus opiniones son tremendas, expresándolas tremendamente también. De hecho, el tipo de la foto tiene un gesto despectivo, como altanero o sobrado. No crean: es una pose bien estudiada para impresionar. O tal vez es que en el fondo es así y eso acaba apareciendo. No he coincidido muchas veces con él: me refiero al hecho físico de estar juntos, en persona. Pero les garantizo que su presencia siempre es un placer: una muestra de sutileza algo dolida. Es alguien de izquierdas y escéptico: una bendición en tiempos de idolatrías o cinismos.
Lean, por favor, La juventud domesticada, un libro suyo que tuve la suerte de presentar hace un par de años. ¿Apocalíptico, integrado? Imaginen a un tipo muy leído y modesto. Imaginen a alguien que se maneja con la cultura de masas para sacar provecho intelectual, una especie de Jean Baudrillard accesible. Eso es el autor La juventud domesticada. Eso es el blogger de La cueva del gigante.
3. Juan Planas. «Luego llegó la revuelta, los siglos en la sombra y finalmente el destierro y los mil nombres de la ignominia. No me importa encarnar la perversidad; sin duda es parte del plan original que alguien ejerciera ese papel». Juan Planas no escribió esas palabras para describirse. No son un autorretrato verbal: tienen un sentido menos evidente del que aquí les voy a dar. Permítaseme, sin embargo, esta licencia.
Proceden de su libro Los pliegues ocultos. Quiero tomarlas como un resumen de sus labores: para mí, son compendio de lo que Planas hace cuando escribe, cuando escribe privada o públicamente, en prosa o no. Si releemos ese pasaje en clave individual, las palabras importantes están ahí. Entre otras, revuelta, sombra, destierro, ignominia, perversidad. Para todo hay mil nombres (incluso para la ignominia, como nos dice Planas), pero hay que saber escoger el verbo, dar con la expresión exacta.
¿Tarea de poeta? Todo versificador inseguro trata de encontrar el lado más esquinado, la fórmula más oscura, aquello que lo aleje del sentido común de las cosas. Se sentirá ufano, más fuerte y más justificado. Pero el poeta maduro, aquel que está en sazón, aquel que leemos con arrebato o arrobo o incomodo, no precisa este énfasis. Busca la expresión clara e irrepetible para lo que es ordinario y hasta vulgar: revuelta, sombra, destierro, ignominia, perversidad.
«Sólo un espíritu trivial, una inteligencia limitada al radio de la sensación, puede recrearse enturbiando conceptos con metáforas, creando oscuridades por la supresión de los nexos lógicos», anotó Antonio Machado en alguna de sus prosas póstumas. El poeta hablaba de las imágenes en la lírica, pero podríamos aplicar ese dictamen a cualquier manejo verbal. Concluía Machado: «silenciar los nombres directos de las cosas, cuando las cosas tienen nombres directos, ¡qué estupidez!» El poeta hace patente la metáfora, pero ansía el nombre directo de las cosas.
El columnista Planas tiene un blog veterano, La telaraña, que empezó hace seis años y pico. Comenzó tomándolo como un escritorio. Allí ensayaba y allí se desplegaba. Aún lo hace: a su manera. Es la suya una prosa que examina y describe lo que le aturde o conmueve: frente a las perífrasis cautelosas, Planas busca el nombre directo de las cosas, sin las metáforas torpes ycomunes de la vida pública.
Se le nota su enojo frecuente. Pero no es el poeta tonante que desdeña lo que le contradice. Es el prosista socarrón que mira las cosas de frente, evaluando con desgarro, sin miedo a equivocarse: como un derrotado digno. No busca el aplauso ni la solemnidad narcisista: se ensucia las manos. Es, pues, un sartreano malgré lui.
No siempre convengo con sus juicios, a veces orgullosamente antiprogresistas; no siempre concuerdo con sus condenas, a veces jocosamente incorrectas. Es más: en ocasiones me irritan sus expedientes. Pero, ah amigos, en su blog no le he leído una entrada sobrante o perezosa. Seguiré, pues, frecuentando esa bitácora: seguiré aprendiendo de su aristocrático individualismo.
4. Colofón. ¿Adivinan cuál? Pues repasen los comentarios de este post y comprobarán cuál es el colofón. Lecturas útiles, encontronazos dolorosos, familiaridades nuevas, amistades virtuales y discrepancias provechosas. Blogs que son descubrimientos y bloggers que son nuevos camaradas. No me lo tomen a mal: no me pidan más.

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