No podía faltar a la cita. Una entrevista con José María Aznar siempre es para mí un motivo de interés. En enero de este mismo año no quise perderme el couché de Vanity Fair. Ahora me ocurre lo mismo con el dominical del grupo Vocento: me voy corriendo al kiosko a hacerme con un ejemplar de XLSemanal. En sus páginas, Virginia Drake le hace una entrevista. Tanto es el interés que el ex presidente me despierta que me apresuro.
Pero si, además, esas palabras están justificadas por una novedad editorial –Aznar saca libro–, entonces mi dicha es completa. España puede salir de la crisis es su título. Un día de éstos comenzaré su lectura. Me diré: «Siéntate, relájate, estás a punto de empezar a leer el nuevo libro de José María Aznar». Me gusta examinar sus volúmenes por lo que tienen de confesión explícita o implícita. La escritura siempre nos retrata. En ella nos mostramos revestidos o desnudos: damos una imagen indeleble del yo que somos o queremos ser. Con Aznar sucede lo mismo, claro. Sobre sus libros de memorias escribí un largo artículo. Analizaba esos volúmenes como su autorretrato.
En realidad, a Aznar me lo tomo como caso: no es lo que dice, sino el estilo de lo que dice, su modo de presentación, su puesta en escena, la forma que tiene de verbalizar sus certidumbres. ¿Algo secundario? En Aznar, la escenografía nunca es secundaria. Miro ahora algunas de las instantáneas que le ha hecho Antón Goiri para la entrevista de Vocento.

Confirmo el aire sombrío del ex presidente. Son fotografías de estudio, es decir, están hechas con la mejor iluminación, con la mejor intención. En la instantánea de la izquierda vemos un primer plano sobre fondo oscuro. Imagino que con este retrato se quiere dar impresión de serenidad, de fijeza, de solidez. Es la fotografía del jefe que podría presidir cualquier Consejo de Administración. En su composición se perciben poses milenarias de la tradición pictórica. Fíjense ahora en la imagen de la derecha, en el aura que rodea a Aznar. Destaca su figura sobre ese fondo claro, brillante. Lo circunda una aureola de luz difusa, como en un óleo religioso. Pero la composición es muy distinta: no hay arrobo. Adivinamos que tiene las manos cruzadas sobre sus rodillas, en una pose estudiadísima: ha de afectar relajación.
En una sesión de fotos para una revista de gran tirada, el protagonista puede repetir o descartar las imágenes menos favorecedoras. En éstas, el resultado es tenso, como si estuviera agraviado. El esbozo de la sonrisa prácticamente es invisible. El descanso político no parece haber mejorado su aspecto y tampoco parece reflejarse en la pose. Es como si la mirada revelara suspicacia malhumorada. ¿Por la crisis económica? No creo.
Vuelvo a mirar la imagen de portada de XLSemanal. Confirmo algo de esto en la pose que adopta con su labrador. El nombre del perro es Sam ¿Como el Tío Sam? El animal es bello y se nos muestra bellamente. No parece que su amo lo contenga con dulzura o cariño: adopta una pose muy extraña y forzada. Ambos miran a la cámara. El perro está intranquilo: ¿triste, angustiado, quizá? Como buen labrador, este animal no ha perdido sus instintos cazadores y no hay nada que le resulte más extraño que un posado. Tal vez, la intranquilidad que manifiesta se deba a la sesión fotográfica. Aznar mira ceñudamente al objetivo. «Lo encuentro especialmente sereno», le dice Virginia Drake. «Y muy contento», responde el ex presidente. «Y le han regalado un perro, que se ha traído a la entrevista», añade la periodista.
«En el acto se da cuenta de lo que me propongo cuando aparezco a la puerta de casa: la tierra de caza o el mundo (…). Ha comprendido. Se lanza de cabeza escalera abajo en dirección al portal y emprende una danza amenizada por mil rotaciones, presa de mudo entusiasmo, cuando la salida le parece segura; en tanto que se agacha, encoge las orejas, su mirada se apaga, se vuelve un montón de cenizas y aficciones, por decirlo así, cuando la esperanza fenece, y sus ojos se llenan de la expresión de tristeza asustada del pecador, esa tristeza que la infelicidad pone en la mirada de los hombres y animales».
Thomas Mann, Señor y perro (1922).

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