Lo primario. Este fin de semana se celebra el proceso de elecciones primarias en algunas demarcaciones del Partido Socialista. Es un mecanismo que airea las organizaciones, que abre nuevos cauces de participación. En principio no es un problema, sino una saludable manera de ventilar, de orear.
Sobre este particular, Ignacio Urquizu publica en El País un artículo sensato. El proceso de primarias da participación a los militantes y eso reporta mayor activismo y mayor presencia en los medios. Si un partido es más visible, entonces sus actos tienen notable repercusión.
¿Y si la presencia es una visibilidad traumática, es decir, si se está en los medios por la pelea interna? Quizá los votantes que no militan puedan disgustarse o puedan sentir desafección o puedan desinteresarse. Es más: el partido rival puede estar esperando tranquilamente que sus oponentes se desangren. Pero también puede inquietarse por la celebridad sobrevenida de los nuevos aspirantes. De repente, alguien cobra una dimensión imprevista.
Las primarias no son necesariamente una panacea universal ni una garantía de éxito. En ocasiones, son los propios aparatos los que acaban patrocinando y entorpeciendo dichos procesos: en realidad, parecen resignados a las primarias cuando no tienen más remedio, es decir, cuando un aspirante firme, con trayectoria y con convicciones reúne avales suficientes y pone todo el entusiasmo y la sensatez que la política merece.
En la ciudad de Valencia, por ejemplo, Manuel Mata disputa a Joan Calabuig la candidatura. Me parece una buena oportunidad para reflexionar. Hay programado incluso un debate entre los aspirantes en la sede de los socialistas valencianos. Es el sábado 2 de octubre a las 17:30. No me cabe la menor duda: habrá un reparto igualitario de los tiempos y de las plazas para seguidores; habrá las mismas oportunidades para ambos y para quienes les apoyan. Veremos a los medios de comunicación y los aspirantes deberán persuadir con las formas y con el discurso, con los gestos y con las palabras: sin impostaciones y sin excesiva representación, transmitiendo convicción y eficacia, soltura y apostura. No me cabe la menor duda…
Hace meses, en un artículo aparecido en El País, me preguntaba qué condiciones debería reunir un líder del partido socialista en Valencia. Para quienes no militamos en dicho partido, esto es crucial, pues una oposición débil o rutinaria nos malogra. Me preguntaba, sí, por esas cualidades que hacen atractivo un liderazgo. Perdonen la repetición. Entre otras cosas decía que había que apoyar a un candidato…
«que sea políticamente atractivo, que despierte entusiasmo, que pueda generar encanto entre los indiferentes o entre las clases medias. Hay que encontrar a un político que posea el don de la oratoria, alguien que cuente una historia clara, su propia historia y la que el público también quiere escuchar, alguien que persuada.
«Hay que apoyar a un candidato al que se le vean la solidez y la honestidad, que sepa reunir, aglutinar; que logre decir lo que hay que decir con gestos precisos, mostrando honradez y picardía: dueño de la palabra exacta. Hay que promover a un líder que tenga nivel intelectual -que no abochorne con ideas banales- pero que a la vez tenga tirón popular, que sepa captar la simpatía de un amplio sector, ese que sin tener inquietudes refinadas ocupa el espacio.
«Hay que apoyar a una persona que no dé la imagen de cansancio, de hastío, de repetición. Hay que elegir a alguien que transmita algún tipo de entusiasmo, a alguien que sepa imantar las miradas, provocando también un efecto de sinceridad».
Lo secundario. Sé de Juan Sisinio Pérez Garzón desde hace muchos años: concretamente desde comienzos de los ochenta. Es colega mío, profesor universitario e investigador reconocido. Tengo con él relaciones amistosas. No siempre coincidimos, aunque eso no nos impide el mutuo reconocimiento. Nos vemos de tarde en tarde, pero con el correo electrónico nos mantenemos mediana y periódicamente informados. Es historiador y es militante del Partido Socialista Obrero Español.
El viernes 1 de septiembre publicó un artículo en El País. Trataba del mecanismo de selección electoral, de las primarias, y concretamente lo refería a Madrid, a la disputa entre Trinidad Jiménez y Tomás Gómez. Juan Sisinio manifestaba su escepticismo sobre este proceso. ¿Por qué razón? Porque lejos de aunar divide; porque lejos de sumar resta; porque provoca hostilidades entre partidarios y rivales, entre afines y contrarios. Es decir, un proceso de primarias como el de Madrid acentúa el choque de distintos sectores y agrava las rencillas internas, los hostigamientos. Ésa es su tesis.
Es probable que esté en lo cierto. Y es probable que la «visibilidad traumática» de un partido –como yo mismo llamaba a este fenómeno– no aporte mayor apoyo electoral. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: los traumatismos los percibe la ciudadanía antes de que los militantes se los reprochen en unas primarias. O en otros términos: las hostilidades internas son conocidas aun cuando no haya primarias y, por ello, el viejo lema de que los trapos sucios se lavan en casa no elimina el problema. La gente lo sabe.
Tal vez por eso le doy la razón a Juan Sisinio cuando subraya un aspecto deficiente de las primarias del Partido Socialista de Madrid: los militantes de la organización son una limitada muestra de lo que es la ciudadanía. Literalmente: «una militancia tan escasa no puede ser masa crítica para generar debates, sino solo adhesiones. Son 17.000 aproximadamente los militantes socialistas en la Comunidad de Madrid. ¿Se les puede considerar representativos de las inquietudes ciudadanas o incluso de ese millón más o menos fluctuante de votantes socialistas que hay?»
Ahí está la clave, algo nada secundario. Quienes de verdad son partidarios de las primarias quieren jugar limpio. Juego limpio con los censos de militantes, por ejemplo. Es preciso saber con quién se cuenta para buscar su apoyo. Pero no es suficiente: quienes de verdad son partidarios de las primarias quieren extender los censos de participantes a otros ciudadanos que no militan. A los simpatizantes, por ejemplo. De lo que se trata es de ensanchar ese juicio crítico: ampliar las implicaciones, las relaciones, los compromisos. La afección.
Yo no pertenezco al partido socialista. Por tanto no puedo votar en las primarias que enfrenta a Manuel Mata con Joan Calabuig. Pero he firmado algún manifiesto en el hago públicas mi preferencias. Es más: me declaro aquí, en el blog, en un sentido obvio. No suelo firmar manifiestos: no por miedo o por falta de compromiso, sino por escepticismo, no sé. Ahora bien, en este caso, no he tenido dudas.
Rita Barberá debe ser desalojada democráticamente; debe perder unas elecciones. ¿Es posible tal cosa? La ciudad de Valencia es una población media, de clima benigno, de residencia agradable, de extensiones aún humanas. Es muy ruidosa y jaranera, sí, pero es una urbe todavía peatonal en la que es posible vivir sin grandes asfixias. La gente no manifiesta una irritación especial. Hay edificios horribles y hay construcciones históricas de hermosa factura. Hay proyectos culturales que nos quitan la modorra y hay eventos y contenedores carísimos que sólo sirven para lucimiento de Barberá o de sus conmilitones. Y la gente lo sabe. Creo que ha llegado el momento de parar. ¿Lo conseguiremos? Los críticos del PP de la Comunidad Valenciana, que son muchos, han de manifestarse, han de aunar esfuerzos. Y sobre todo han de acabar con la demagogia, con el populismo.
¿No hay una masa crítica que derrote al PP local? No me refiero sólo a quienes militan en el PSPV. Tampoco a quienes simpatizan con sus opciones. Aludo, por el contrario, a todas esas personas que se sienten ultrajadas por el endeudamiento municipal, por los presupuestos incontinentes, por los gastos faraónicos. ¿La mayoría de los ciudadanos valencianos comparten el despilfarro ostentoso, el matonismo verbal y el victimismo identitario? De ser así esto es una patología social. Los efectos secundarios ya los estamos viendo.
Hay que movilizarse y hay que apostar. En otro momento ya nos pondremos divinos.
Lo terciario. Yo no soy nadie en el PSPV. Soy un espectador externo que emite juicios y lo que veo no siempre me agrada. El funcionamiento de los partidos políticos es mejorable. Muy mejorable. La selección de los candidatos debería hacerse de la manera más abierta y con las máximas garantías. Hay personas que valen, que lo han probado suficientemente, que son capaces de articular un pensamiento sólido y que son capaces de movilizar energías. Hay personas que tienen madera de líder, que pueden ser dirigentes porque tienen habilidades expresivas y organizativas: simplemente porque pueden hablar sin reparos, sin tibiezas y con sensatez; simplemente porque su puesta en escena también es atractiva, convincente. Aunque no lo crean en los partidos políticos hay gente así. Como la hay en las organizaciones de la sociedad civil. El problema lo tenemos cuando a los mejores o a los mejor habilitados, aquellos que podrían despertar crédito y voluntades con su prudencia y audacia, con su palabra y discernimiento, se les frena. Un partido es una correlación de fuerzas, de fuerzas enfrentadas, de intereses contrapuestos, pero es también o puede ser una gran coalición, una suma de energías.
Las cosas han de cambiar en el PSPV. Hay tiempo. Los observadores externos tenemos una impresión algo pesimista. Pero aún hay tiempo. Si el Partido Socialista no es capaz de aupar a los más perspicaces y combativos; si un aparato rutinario domina toda la representación para fijar férreamente el guión; si la marca política se asocia a un mero agregado de intereses, entonces los ciudadanos se desencantan, se apartan, se desentienden. Cunde el desánimo. Y lo que se necesita es convencer. El PSPV precisa un liderazgo persuasivo y precisa, en Valencia por ejemplo, un candidato que no se amilane, que sepa ocupar los espacios de la comunicación, que sea pugnaz con una alcaldesa que ha patrimonializado emocional y materialmente la institución.
No sé si podré asistir al debate que van a mantener Manuel Mata y Joan Calabuig. Por tanto, no sé si podré hacerles la crónica de lo que allí suceda. En cualquier caso, espero y deseo que la puesta en escena no sea el espacio de un suplicio público: que no sea la excusa para atacar irresponsablemente al contrincante. Cuando digo irresponsablemente me refiero a preguntas-trampa de los espectadores, a interpelaciones acusadoras, a agresiones encubiertas. Lo ideal es que ambos candidatos respondan a las mismas preguntas en pie de igualdad, en igualdad de condiciones. Eso sirve para discernir el valor de las respuestas y para mostrar el temple, el capital humano. ¿Me estaré haciendo ilusiones?
Crónica y valoraciones
Marisa Bou en Los archivos de JS:
…Creo que hoy ha habido un claro beneficiario en todo esto: la democracia. Aunque yo tenía mis dudas al respecto, todo se ha desarrollado con absoluta corrección, no ha habido insidia en las preguntas ni tampoco en las respuestas. Como dice mi buen amigo Pepe Reig, ya nada volverá a ser igual en el PSPV después de hoy. Gane quien gane las primarias. Como mínimo, a partir de ahora, el que quiera salir a la palestra sabrá que los militantes de base tienen algo que decir al respecto y tendrá que demostrar, también a la ciudadanía, que merece la fe que podamos depositar en él o ella… (Leer más)
Cristina Vázquez en El País:
…Los socialistas recuperaron ayer una costumbre poco ensayada en sus filas. El cara a cara entre los dos candidatos antes de medirse, hoy, en unas primarias en las que se elegirá al próximo candidato del partido a la alcaldía de Valencia en 2011. Y no les salió mal… (Leer más)
Colofón:


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