Uno. Me siento muy contento de poder publicar en Mercurio. Además de la calidad de la revista, del cuidado gráfico y de la edición, los contenidos son siempre interesantes: a veces incluso muy polémicos.
En su último número, los amigos de Mercurio dedican el dossier central a «Libros y gastronomía», con artículos suculentos. Por ejemplo, hay uno de Manuel Gregorio González: el autor glosa a Álvaro Cunqueiro, un polígrafo que mi padre admiró casi secretamente, cuando nadie de su entorno lo leía…
Me interesan prácticamente todos los artículos de este número, pero me merece atención singular el de Daniel Vázquez Sallés: aborda la cocina de Pepe Carvalho. ¿Recuerdan? Carvalho era aquel detective, aquel huelebraguetas que inventó Manuel Vázquez Montalbán. Leí muchas novelas de la serie y su figura me acompañó durante años.
Después de una jornada de pesquisas, el investigador regresaba al hogar, generalmente solo y algo apesadumbrado. Entonces se solazaba. ¿Cómo? Utilizaba libros para encender la chimenea, un acto metafórico y bien real. Y cocinaba. Sobre todo, cocinaba: sacaba las perolas para preparar algún plato contundente, exquisito.
Yo amé a Pepe Carvalho. Pero esas emociones se me enfriaron. Así lo reconocí en un artículo que publiqué en honor de Manuel Vázquez Montalbán tras su muerte. Hubo un momento, sí, en que me había separado de él, de su vida, de sus atrabiliarias opiniones, de su acidez crítica. Me había distanciado del detective y finalmente me había alejado del novelista, un hombre de escritura torrencial, de plurales intereses, de pronta intuición.
Y hablando de compañías, en Mercurio, en ese mismo número, hay dos reseñas de las que me gustaría advertirles: una es la de Alejandro Lillo, titulada «Contra el dogmatismo«: la dedica a Los dioses tienen sed, Anatole France . Reproduzco el principio de su artículo. «¿Podría una persona normal y corriente, como ustedes o como yo, convertirse en un asesino implacable? ¿Podría un ser humano virtuoso condenar a muerte a personas que sabe inocentes sin que le tiemble el pulso? Este es el asunto sobre el que reflexiona Anatole France en su novela Los dioses tienen sed, una obra escrita hace casi un siglo pero que conserva intacta toda su terrible actualidad».
La muerte y las pérdidas, de eso es de lo que hablo yo mismo en otra reseña. No tiene el mismo sentido que la de Alejandro Lillo. En mi caso, escribo sobre Azul serenidad o la muerte de los seres queridos, de Luis Mateo Díez. «¿Existe algo más escandaloso que la muerte?», empiezo diciendo. «Dejemos los consuelos religiosos para otra ocasión y pensemos en el final, en ese acabamiento que se cierne. Baruch Spinoza nos enseñó una verdad bien simple: que el ser quiere perseverar en su propio ser precario. Quizá por eso nos levantamos contra esa condena. ¿Y cómo nos alzamos? Un respuesta común es no pensar en ello, confiando en que el desenlace se demore o les ocurra a los otros. ¿A los otros? Lo que a ellos les ocurre nos amputa, pues aquello que somos, ese ser que quiere perdurar, también está en los demás, en esa red emocional que nos ampara».
Es curioso, tanto Alejandro Lillo como yo empezamos nuestras respectivas reseñas con sendas preguntas. La muerte es un hecho tan incomprensible que uno sólo puede acercarse con tiento, interrogando o interrogándose. En fin, lean, si quieren, el resto de ambas reseñas.
Y sigo con las buenas compañías. El último número de Ojos de Papel está recién publicado. Siempre es una revista con interés, pero hay algunos números que por los temas o por las personas que escriben cobran una dimensión particular. En diciembre hay amigos y habituales de este blog, aparte de un servidor.
Parece que el azar, la simple chiripa, ha hecho que nos reuniéramos en esta ocasión. Pensaba destacar a cada uno de ellos, enumerando sus cualidades. Simplemente reproduciré parte del sumario de Ojos de Papel. Todo el número tiene interés, pero me permitirán que destaque a los habituales de esta casa:
Tribuna
América para los no americanos: lecturas sobre los Estados Unidos de Barack Obama (por Francisco Fuster).
Reseñas de libros
Eduardo Mendoza: Riña de gatos. Madrid 1936 (Barcelona, 2010) (por Justo Serna).
Opinión
Dos. Alguien, muy versado en estas cuestiones literarias, me escribe y, aparte de otras cosas, me dice: » tendremos que acostumbrarnos a la idea de que los periódicos de papel, al menos en España, ya no son el lugar para el debate serio y comprometido de la literatura. Qué se le va a hacer». 
Deja un comentario