Datos y relato

Uno. ¿Qué es lo que nos espera tras la filtración de 250 mil documentos a WikiLeaks? El País, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde, The Guardian van a administrar esos datos, dosificando la información a lo largo de las próximas semanas. ¿Se mantendrá la atención? ¿Se producirán saturación y desinterés?

El primer día, la edición impresa de El País dedicaba dieciocho páginas a esta filtración: con datos, con resúmenes, con esbozos, con anuncios de lo que vendrá. De las dieciocho planas, seis correspondían a publicidad. Quiero decir: eran insertos de distintos productos o marcas, casi todos en página impar. La más cara.

Desde el domingo no dejo de preguntarme por los factores de esta revelación y por las consecuencias periodísticas y políticas. Los historiadores no pueden permanecer al margen de esta fenomenal operación.

Son documentos, eso con lo que trabajamos; son informaciones clasificadas, eso a lo que casi nunca llegamos. Son datos por procesar que en El País están siendo analizados por treinta periodistas: los están poniendo en orden. Pero no son aún un relato completo, global, coherente.

Por lo que parece, de momento no hay nadie que haya leído los 250 mil documentos. Los periódicos que están publicando la filtración hacen hincapié en lo que esto supone: ingentes informaciones que pueden hacer tambalear administraciones o relaciones.

Interesa revelar documentos de Estados Unidos, mostrar los flancos abiertos, dejar al descubierto su diplomacia. Las guerras de Afganistán o de Irak, las maniobras del Departamento de Estado, las presiones de las legaciones norteamericanas para torcer voluntades, para cambiar decisiones.

Nos escandalizamos, con razón, de tantas maniobras. Pero tampoco debemos sorprendernos. Las relaciones de los Estados han funcionado y funcionarán así: con finísimos diplomáticos y con toscos mercenarios o con pérfidos traidores. ¿Y China? ¿Por qué WikiLeaks no nos proporciona grandes filtraciones de China?

Estados Unidos es una superpotencia que experimenta un cierto declive tras el poder duro y el poder blando de que se ha servido. China es un país de hegemonía creciente. No sabemos prácticamente nada de su sistema: nada parece filtrarse.

Dos. 30 de noviembre, 23:15 horas. Acabo de repasar la prensa en papel para ver cómo afrontan los distintos diarios este caso: concretamente, El País, El Mundo y Abc. Es curioso el distinto tratamiento. Por supuesto, El País le da la máxima relevancia: forma parte de los periódicos que están publicando la filtración a WikiLeaks.

Y lo que hoy revela de la Embajada norteamericana en Madrid es ciertamente preocupante. El problema es que ya nos lo imaginábamos. Las películas de espías nos habían acostumbrado a acciones de presión, a maniobras oscuras, a conspiraciones locales.

Hay páginas y páginas –otra vez– dedicadas a esas revelaciones. Los cuatro diarios y el semanario anuncian semanas de exclusivas. No sé, francamente, si los lectores van a ser fieles a una información que es serial y que se dosifica tras un pacto entre dichos medios.

Me considero lector de periódicos, pero no sé si mi interés se va a mantener en las próximas semanas. Como soy humano, supongo que me atraerán aquellas informaciones que sean más estrepitosas, incluso ciertos cotilleos diplomáticos.

Pero yo no me fiaría de mí: mi atención es flotante o declinante. Qué quieren… Por eso, los diarios han adoptado el mecanismo del folletín decimonónico, asunto por cierto que tratamos aquí hace justamente un año. La prensa en pedazos titulé aquel post. Eso quiere decir que el periódico ha de fijar el interés de un destinatario fácilmente desatento o despistado.

¿Ustedes creen que durante las próximas semanas voy a leer las planas y planas dedicadas a los «cables diplomáticos»? Como historiador debería hacerlo; como ciudadano que lee diarios me mostraré perezoso. Menudo papel y menudo papelón: lo que debería hacer y lo que probablemente haré no coinciden.

«Cables diplomáticos». Qué graciosa expresión. Es probable que la gente más joven no haya leído o escuchado eso jamás. Quienes hemos visto películas de espías recordamos esa designación. Pero dejo el asunto lingüístico, que me pierdo, y regreso al asunto propiamente periodístico.

Tres. De todos los artículos que he leído el 30 de noviembre, el más interesante es el de Timothy Garton Ash, que se publica en la sección «La cuarta página» de El País. ¿Su título? «Un festín de secretos«. El artículo empieza bien y empieza fuerte. Perdonen la vanidad, pero me he sentido interpelado. Refiriéndose a la filtración dice:

«Es el sueño del historiador. Es la pesadilla del diplomático. Aquí están, al alcance de todo el mundo, las confidencias de amigos, aliados y rivales, aderezadas con las opiniones francas, a veces brillantes, de diplomáticos estadounidenses. Durante las dos próximas semanas, los lectores de periódicos de todo el mundo van a disfrutar de un banquete con numerosos platos sacados de la historia del presente.

«Lo normal es que el historiador tenga que esperar 20 o 30 años para encontrar esos tesoros. En este caso, los cables más recientes tienen poco más de 30 semanas de antigüedad. Y en conjunto forman un auténtico tesoro. Son más de 250.000 documentos…»

El artículo sigue y sigue abordando con finura el asunto principalmente diplomático. Pero prácticamente no trata las consecuencias periodísticas. En realidad, un asunto como éste no es tema menor. La prensa pone en jaque al poder, de acuerdo. Como cuando el Watergate.

Pero las revelaciones, aunque algunos pasajes sean puro chismorreo, tienen partes muy interesantes y muy delicadas que suponen un trastorno verdaderamente mundial. Si lo que esto pone de relieve es la fragilidad del sistema diplomático y de los servicios de información, entonces los Estados se protegerán más para cometer tropelías que no puedan ser descubiertas o para no dejar rastro, huella, documento de informes confidenciales o secretos.

Es una paradoja: WikiLeaks y los periódicos habrán contribuido indirectamente a reforzar el secretismo. Leo el editorial que El País dedica a esta cuestión el 30 de noviembre y comparto algunos de sus argumentos. Otros me parecen simplemente bienintencionados pero de difícil cumplimiento. Es el que se refiere a la transparencia. Dice el editorial en una de sus partes:

«Los documentos conocidos demuestran una excesiva tendencia de los organismos oficiales de Estados Unidos, y probablemente también de otros países, a clasificar como reservadas o secretas informaciones que no deberían serlo. La transparencia es la principal garantía contra la arbitrariedad en el comportamiento de los poderes públicos, incluida la corrupción. Las relaciones diplomáticas no deberían convertirse en un reducto al margen de la exigencia de transparencia».

Sería espléndido reducir la arbitrariedad y la corrupción. Creo que hay que mejorar los mecanismos democráticos y la prensa puede ejercer ese papel. Así ha sido desde antiguo. Pero no acabo de entender este diagnóstico: que hay «una excesiva tendencia de los organismos oficiales de Estados Unidos, y probablemente también de otros países, a clasificar como reservadas o secretas informaciones que no deberían serlo».

Primero, ¿una «excesiva tendencia» al secretismo por parte de los Estados Unidos? ¿Y cuál sería la tendencia moderada o aceptable? Segundo, esa tendencia excesiva se da «probablemente también» en «otros países»? ¿Alguien lo dudaba? ¿Y China, insisto? ¿Nos escandalizamos con Estados Unidos y permanecemos mudos ante una potencia que carece de cualquier transparencia? Perdonen tanto interrogante…

¿Y qué leo el 30 de noviembre en El Mundo y Abc? ¿Qué actitud adoptan? La verdad es que provoca la sonrisa el tratamiento que dan a la filtración. En primer lugar, no mencionan los cinco periódicos de la exclusiva. Lo reducen todo a WikiLeaks.

De esa manera evitan nombrar a El País. Segundo, se centran en el chismorreo para restar gravedad a las revelaciones. Tercero, insisten en el caos mundial que efectivamente podría producirse de tomarnos en serio la filtración de los 25o mil documentos: para eso, el grueso de la noticia la dan desde Estados Unidos los corresponsales de ambos diarios, centrándola en la comparecencia de Hillary Clinton.

Así evitan el asunto periodístico, la exclusiva de la competencia, y lo centran en Washington. Pero hay aquí una grave incongruencia: si la revelación es puro cotilleo y nada más, ¿cómo podría producirse una crisis mundial? Y, sobre todo, ¿para qué mandar un enviado especial a Estados Unidos, como hace El Mundo? En el caso de Abc, la noticia la cubre la corresponsal en Nueva York: Anna Grau.

Cuatro. ¿Tiene algún valor esta información? ¿Podría calificarse de basura? Yo no tengo tan claro que todo esto sólo sea pura filfa o intoxicación. Que tiene efectos imprevisibles es una simple constatación. Pero también es verdad que puede quedarse en nada.

Creo que las revelaciones –unas, puro cotilleo; otras, intolerables presiones y maniobras– están provocando un evidente nerviosismo entre los gobiernos. Al fin y al cabo, es como si te sorprenden en la intimidad, destapando tus vergüenzas.

Si nuestras intimidades o conversaciones privadas fueran debidamente expuestas y difundidas, el resultado sería ciertamente obsceno y ridículo. Lo que pasa es que la legalidad nos protege de dichas filtraciones particulares y sobre todo nos defendemos con la mutua hipocresía: la insociable sociabilidad humana. Si no nos calláramos, si todo fuera expuesto, la vida común sería imposible.

¿Pero qué ocurre con los Estados y sus organismos? En principio, toda documentación oficial está protegida legalmente por períodos de carencia: es decir, ni los ciudadanos corrientes, ni los periodistas, ni los historiadores pueden acceder a los datos cuando se les antoja.

Para consultar las informaciones –clasificadas o simplemente institucionales– ha de haber transcurrido un plazo establecido por ley. Sencillamente es la vida institucional de los documentos aquello que pone freno al libre acceso.

Pero lo que aquí estamos tratando es una filtración. Una vez burlada la legalidad por WikiLeaks, gracias a un topo o a un garganta profunda que pasa esos 250 documentos, ¿qué consecuencias tienen esos datos convertidos en mil y un relatos periodísticos?

Si un ministro aceptó intervenir ante un magistrado, si un fiscal se dejó aconsejar o presionar por un diplomático extranjero, ¿hacemos oídos sordos? ¿Hacemos como que no nos enteramos?

 Algunos profesionales de la prensa, muy preocupados por el mal estado del periodismo y por el buen estado de los rivales, se quejan deontológicamente: en estas revelaciones hay datos; no hay relato.

Algo así es lo que dice Arcadi Espada en su columna de guardia: «en los papeles de Wikileaks hay datos para confeccionar mil historias, pero por sí solos son humo de chusma». Eso es lo que señala en un artículo publicado el 30 de noviembre de 2010 en El Mundo. ¿Es así?

«Los periodistas damos el nombre coloquial de historia a un relato fáctico, relevante y ordenado, que incluya el contexto, los antecedentes y las perspectivas de un hecho», precisa Espada. «Tener una historia es todo lo contrario de Wikileaks», aclara.

«Wikileaks espolvorea billones de letras sobre el escritorio del periodismo. Ok, no es la primera vez que pasa (…). Ahora habrá que recoger con paciencia las letras una a una, juntarlas y escribir algo con ellas. Sí, habrá que trabajar; pero será lo único que pueda y merezca leerse», concluye.

¿Se fijan? Para Espada, todo se reduce a WikiLeaks. Es decir, no hay periódicos que pongan orden ni hagan relato. Lo que sabemos, viene a decirnos Espada, es un cúmulo de datos inconexos. Las historias vendrán más tarde, pues por ahora no hay relatos.

La observación es ciertamente discutible: si un relato es un conjunto de datos con sentido y contexto, con orden y diégesis, con intriga y consumación, lo que ya tenemos son numerosas historias elaboradas por los periodistas a partir de esos datos brutos: tantas que nos resulta prácticamente imposible seguirlas. Los relatos amenazan con aplastarnos o con saturarnos.

Refiriéndome a la información que manejan los reporteros en este caso, decía más arriba: «son datos por procesar que en El País están siendo analizados por treinta periodistas: los están poniendo en orden. Pero no son aún un relato completo, global, coherente».

En realidad, eso que he expresado es un deseo antiguo, de otro tiempo. Tal vez nunca tendremos ese relato completo, global, coherente: tenemos historias, incluso microhistorias. Ya no tenemos el gran relato…

17 comentarios

  1. Me dirán que es otro asunto, que no tiene nada que ver, que esto en realidad es «más gordo», pero a mí este asunto me recuerda al caso Watergate, que ha pasado al imaginario global más como una revolución en los procedimientos periodísticos que en las formas de hacer política, pues las organizaciones partitocráticas han seguido llevando a cabo las mismas marranadas que Nixon, solo que desde entonces ponen más cuidado de que no les pillen. Experimento no obstante algunas sensaciones novedosas con este asunto. Una es que, de lo que he leído hasta ahora, ninguna de las revelaciones llega a la condición de sorprendente, por lo cual sería hipócrita que yo dijera estar escandalizado. Hay algunas situaciones que sabíamos que se habían dado y otras que podíamos fácilmente imaginarlas, como ciertas presiones sobre gobiernos locales -verbi gratia el nuestro- por asuntos como los incordios de Garzón, el caso Couso o el empeño del Presidente Zapatero en salir pitando del avispero iraquí. Hay otras muy de Mortadelo y Filemón, como cuando se le exige a un consul que haga faenas que parecen más propias de los servicios de espionaje, y luego cosas tan divertidas como las sospechas sobre que la señora Kirchner está como una cabra, que Gadaffi se pone botox o que al Rey Juan Carlos le puedes caer bien si le hablas de fútbol o de vela.

    En cualquier caso, y si a medida que van saliendo los informes llegamos a la conclusión de que el asunto wikileaks revela cuestiones ciertamente escandalosas, a mí me va a seguir quedando la impresión de que algo ha cambiado con respecto al asunto que con tan hábil contumacia destaparon Woodward y Bernstein. Aquello supuso la primera destitución de un presidente norteamericano. Lo que pudo tener de sensacional el trabajo de investigación del Washington Post no lo tuvo de sensacionalismo: hubo una relación transitiva entre la verdad y los acontecimientos políticos. Lo de ahora me parece otra cosa. Es «verdadero», parece, lo que se nos revela, pero tiene demasiada pinta de espectáculo mediático. Ya me pasó con el asunto de Monica Lewinsky y el impeachment de Clinton: todo el mundo fingía. Ella jugaba el papel de abusada, Hillary el de víctima, él simulaba estar arrepentido, el Parlamento -y con él todo el país- fingía su indignación. Hoy tengo sensaciones similares. Creo que estamos ante un espectáculo intransitivo, una especie de bucle que nace y muere en las rotativas. No tiene nada que ver con Abu Ghraib, por ejemplo. Y lo que es peor, no tiene nada que ver con la barbaridad escandalosa de Guantánamo, para la que no hace falta una filtración en wikileaks porque sucede ante nuestros ojos y a plena luz, tratándose de una conculcación descarada de los derechos humanos.

    Sinceramente, creo que no ocurrirá nada. Quizá sea esto lo verdaderamente noticioso del asunto.

  2. No hay que creer todo lo que aparece por internet. Estamos en una especie de Edad Media de la electrónica. Muy verdes. Contrastemos las ideas y maduremos. Internet es sólo un medio.

  3. En efecto, señores, esto tiene toda la pinta de «internetbasura». Por eso, porque me dió esa sensación desde el primer momento, me he limitado a leer titulares y frases destacadas, puesto que la basura no me interesa para nada, como no sea para reciclarla y sacar de ella algo provechoso.

    ¡Ah, caramba! El espionaje ya no es lo que era. Ya no da para grandes novelas de intriga, sino apenas para historietas mucho menos graciosas que las de Mortadelo y Filemón al servicio de la Tía.

  4. Estimados amigos, trato de responder a las observaciones y comentarios que me han hecho en el cuerpo del propio post. Aún está ‘in progress’.

  5. Como ustedes apuntan, la comparación de este asunto con el Watergate es prácticamente inevitable. Como afirma Montesinos, lo que entonces indignó a parte del espectro político no fue tanto las dudosas prácticas de Nixon como el hecho de que lo pillaran. Pero claro, estamos hablando de algo que sucedió hace casi cuarenta años. Si hubiera sucedido hoy, como en el caso de Wikileaks, se hubiera teñido de esa aura de espectáculo que en la actualidad lo cubre todo. En ese sentido creo que debemos aprender a desprender esa capa intentar comprender y analizar la trascendencia o no de la noticia en sí.

    En el caso de esta filtración –y aunque no he podido seguir el asunto como me hubiera gustado- no percibo mucha indignación, ni en el ámbito internacional ni en el que se respira aquí en España. El PP, por ejemplo, que utiliza cualquier excusa para atacar con saña al Gobierno, apenas ha levantado la voz, o al menos eso me ha parecido. La gente que está dentro de esa dinámica sabe cómo funcionan las cosas, y a poco que lo pensemos, de toda la vida de dios la línea entre la diplomacia y el espionaje ha sido difusa y las presiones de unos países para conseguir cosas de otros diría que es una práctica milenaria. Poniéndonos un poco cínicos podría decirse que es todo un arte, vaya.

    La noticia es importante porque saca a la luz algo que se intuía, que más o menos se sabía. Lo que pasa es que a raíz de esta filtración se conoce de forma cruda y diáfana. Conocemos cómo funciona exactamente la política exterior de una gran potencia. Y eso es importante, porque una cosa es intuirla o sospecharla y otra muy distinta saberlo con certeza. Desde ahí podemos imaginárnoslo todo mucho mejor, podemos conocer mejor el mundo en el que vivimos y creo que eso siempre es bueno. Por otro lado, El País intenta sacar rédito al asunto y los demás periódicos bajar las aguas. ¿Es para ir sacando cada día, a cinco columnas (al menos en internet), noticias sobre el asunto? A mi me parece un poco exagerado, pero bueno.

    Termino haciendo una reflexión vinculada con el principio de mi intervención. Ustedes me la podrán discutir: si como antes he dicho cualquier noticia es tratada como espectáculo, si cada vez que un suceso que se destaca en la prensa y en los noticiarios va acompañado de un pack completo de fuegos artificiales y demás parafernalia y por esa razón la noticia va a ser despreciada o (por determinados sectores) se le va quitar importancia o trascendencia, estamos jodidos, y perdonen la expresión. Hay que saber quitar esa capa de espectáculo para discernir si ese suceso es verdaderamente noticioso o no. Si criticamos todas las grandes informaciones por su forma u apariencia más que por su contenido implícito, el periodismo habrá perdido todo su poder transformador y el ciudadano una parte importante de su capacidad crítica.

    ¿Adorno y Horkheimer no hablaron de desencantar el mundo? Hoy habría que desespectacularizarlo.

  6. Sr. Lillo, ‘desespectacularizar’ el mundo es una tarea prácticamente imposible. Es como si volviéramos a las cavernas. Y ni eso. ¿Recuerda la caverna de Platón? Libro VII de ‘La República’. Bueno, pues hoy no hay mundo fuera de la caverna. Es más: seguramente estamos dentro y, por supuesto, miramos las sombras que se proyectan en las paredes de la cueva. ¿Hay un mundo exterior? ¿Podemos desprendernos de nuestras ataduras y salir fuera para ver las cosas tal cual son? Tengo la impresión de que a nuestras espaldas no hay mundo exterior. Creo que las paredes de la caverna nos rodean enteramente a modo de una pantalla sin fin y creo que debemos aprender a examinar las sombras. Supongo, sr. Lillo, que no decimos cosas muy distintas.

  7. Hay una clara diferencia entre Watergate y el asunto Wikileaks que podría antelar resultados a propósito de este último. Al primero le corresponde una correlación de fuerzas, dentro de la política americana, «desde la horizontalidad», por lo cual lo cambiante, como efecto, es la propia proporcionalidad en esa correlación. Wikileads, en cambio, parte desde una postura «vertical» de reparto del poder entre diferentes agentes (en este caso orbital, por más China, Brasil o India emergente y ante la nulidad politica proyectada por otros agregados). En fin, aquí no ha pasado nada.

  8. Sr. Derrida, le di la bienvenida días atrás. Se la vuelvo a reiterar. Lo que no sé es si he acabado de entender la observación que nos hace. No lo tome como un desaire. Es sencillamente la verdad.

  9. Leda, perdone, entiendo su observación, la tristeza que esto produce. Pero fíjese que un límite sin fin no es un límite; es un estado. Nuestro mundo es éste: estamos en la caverna mirando las sombras. ¿Qué otra cosa sino es Internet?

  10. Pues mire, sr. Serna, me parece acertadísimo que haya traído aquí el mito de la caverna para entender el caso que nos ocupa. Creo que ha dado en la diana, ya le digo. Platón siempre me sirvió para comprender muchas cosas (incluída a mí misma), y con este asunto vuelve a suceder, vuelvo a comprender: en este mundo (oscuro) en que nos encontramos, bombardeadeos de tanta información, tanta noticia, algunas publicadas sin criterio, otras sin contrastar… en fin, con este totum revolutum, ¿cómo vamos alcanzar el ‘verdadero conocimiento’? ¿lo recuerda? Ése que nos desprendería definitivamente de las cadenas. Imposible.

  11. No nos quedemos en el Watergate, a la hora de buscar antecedentes -maldita fijación que tenemos los historiadores. Hay un episodio previo, los papeles del Pentágono y quizá -sólo quizá (de hecho Ellsberg lo niega)- dada la naturaleza de la filtración más emparentados con el ejercicio inicial de Wikileaks con respecto a Irak. Les dejo un link y mis mejores deseos de transparencia:

    http://www.lavanguardia.es/internacional/noticias

  12. Interesantísmo enlace de la entrevista a Daniel Ellsberg, sr. Duarte. Una auténtica joya.

    Qué barbaridad, no sé adónde nos llevará todo esto. Repito: ¿no se producirá saturación? O, peor aún: ¿no aumentará aún más el descrédito de todos los políticos, así, en términos generales e injustos?; ¿no se producirá una desafección grave que puede dañar el sistema democrático, imperfecto, pero que es el que tenemos?

    Ay, la caverna de Platón…

  13. Magnífica la entrevista, señor Duarte. Muchas gracias. Lástima no haber podido ir a escucharle cuando vino a Valencia.

    Sí, señor Serna, supongo que no decimos cosas tan distintas. Imagino que se trataría, si no de salir de la caverna sí, al menos, de espesar las sombras, de hacerlas algo más tangibles y diferenciadas. Más que nada para que no confundamos unas con otras y no nos vayamos dando rijostios contra las paredes, esas que no paran de proyectar ímágénes y realidades de un mundo cada vez más extraño. En cualquier caso, como sombras o ectoplasmas, siempre es más facil atravesar paredes…

  14. En España, la huelga de los controladores aéreos deja en segundo plano las filtraciones del Departamento de Estado. El día de 3 de diciembre, nada más enterarme de la circunstancia y tras ver por televisión la comparencia de Alfredo Pérez Rubalcaba, me pregunté cuál sería la portada de El País. Es ésta:

    ¿Hay alguna enseñanza que sacar? El acontecimiento es la materia prima de los periodistas: el hecho nuevo, incluso imprevisto, que rompe las expectativas acaba desplazando a la gran filtración. ¿Mundo wiki?, se pregunta David P. Montesinos. Sí, pero la realidad material, externa, regresa, justamente cuando creías vivir en un mundo virtual.

    Como decía el Sargento Esterhaus, de ‘Canción triste de Hill Street’: «tengan mucho cuidado ahí fuera».

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s