América para los no americanos

Uno. Presentación.

América para los no americanos.

Lecturas sobre los Estados Unidos de Barack Obama,

de Francisco Fuster

Nota de prensa de la editorial (Ediciones Idea):

América para los no americanos se presenta el miércoles 15 de diciembre, a las 19:30 horas, en la Casa del Libro de Valencia (Paseo Ruzafa, número 11).

En el acto intervendrán, junto a Francisco Fuster, el profesor del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y prologuista del libro, Justo Serna, y el profesor del departamento de Filosofía de la misma Universidad David P. Montesinos.

Dos. Va a ser un acto divertido y aleccionador. Eso espero. Va a ser una presentación cálida, a pesar del frío ambiental que nos enferma. Y va a ser un ejercicio de reflexión discursiva. No nos vamos a callar: repartiremos a manos llenas lo poco que sabemos.

Estoy muy contento de poder acudir al acto en calidad de copresentador y de prologuista. Además, tenía muchas ganas de coincidir en una actividad con David P. Montesinos, de quien soy adepto incondicional. Ya saben: admiro su sutil ironía, su guasa inteligente y su capacidad para instruir deleitando. Y tenía ganas de que el volumen de Francisco Fuster se presentara en sociedad. ¿Por qué razón?  América para los no americanos tiene sobrados merecimientos que ahora, de momento, no voy a revelar, parte de los cuales detallo en el prólogo.

Acudan esta tarde al acto, que nos explicaremos. Se van a enterar… Verán por qué vale la pena seguir a Fuster en este viaje americano.

Tres. La obra de Fuster parte de materiales previamente publicados. Eso, que en otros libros es una pega, aquí no lo es. ¿Por qué razón? Porque el autor sabe componer un volumen entero, hecho de partes muy bien saldadas con un hilo conductor implícito. Tiene una argamasa que sella esos cachos anteriores, nacidos al calor de la actualidad editorial: un libro y otro libro y otro más que Fuster leía son ahora reflexiones coherentes, en colusión y en colisión.

De la novela a la política, de la economía a la vida cotidiana: emprendemos un viaje físico guiados por el autor, recalando en distintos puertos. Cada parada nos da mayor conocimiento y mayor entretenimiento. Tantos, que al final se nos queda corta esa incursión en la vida norteamericana.

Los títulos de los capítulos son reclamos y un primer aviso. Están sabiamente escogidos, con referencias explícitas a la cultura de masas y a la cultura popular, la del cine, la de la televisión, la del rock: «Hijos de un dios menor»; «Todos los dioses del presidente»; «Born to be Wild»; » Take a Road on the Wild Side»; «No digas que fue un sueño»; «Todas las religiones, la Religión», etcétera.

Como tambiéb están cuidadosamente elegidos los exergos con los que arranca cada uno de los capítulos, esas citas traídas ahora para ornamento y para instrucción de lectura. El resultado es un texto maduro al que no le hace falta epílogo: no hay un puerto al que llegar definitivamente y tampoco necesitamos un resumen que dé cuenta de todas las recaladas que hemos hecho.

Lo mejor es, pues, seguir al autor por ese viaje intelectual (y también emocional, según él mismo admite), un viaje tentativo, reflexivo: lo propio del ensayo. Francisco Fuster tiene altura y bien que lo demuestra. No le hace falta auparse para ser visto, identificado inmediatamente: tal es la calidad habitual de lo que escribe. Pero, además, el tipo no peca de autosuficiencia: como decía aquel filósofo medieval, somos enanos subidos a hombros de gigantes. Está bien saberse enano; está bien que nos sepamos pequeños: por eso lee a Alexis de Tocqueville y a tantos y tantos europeos y americanos que le informan de lo que no sabe y quiere saber, de lo que él descubre con asombro para solaz nuestro

Cuatro. Prólogo (por cortesía de la editorial: Ediciones Idea):

Ecos de Norteamérica

Justo Serna

¿Qué sabemos del mundo actual? ¿Qué creemos saber? El autor de este libro, Francisco Fuster, nos propone un viaje físico, pero también un desplazamiento intelectual: a América, a la América de Barack Obama. No sólo para corroborar lo que ya hemos visto, sino para obtener nuevos datos y para iniciar nuevas reflexiones. En ese viaje formativo e informativo, Fuster nos guía como un mentor, como uno de esos preceptores que te indican lo que hay que hacer porque antes marcharon con arrojo y con prudencia, trazando el mapa de nuestros avances. Que te tutelen, que lean por ti y que se te adelanten por un territorio ignoto, siempre es de agradecer: cuando llegamos, ya llevamos mucho conocido. O eso creemos. Pero hagamos como Francisco Fuster: no nos precipitemos. Aprender no es confirmar lo que ya creíamos conocer, sino aventurarnos en lo que no sabíamos o, al menos, en lo que no sabíamos que sabíamos. El conocimiento avanza a tientas y por analogía, por ensayo y error, distinguiendo bien las señales del camino que vamos desbrozando, teniendo claros cuáles son los destinos y el itinerario de vuelta. Aprender es tener datos y criterios, objetivos para las que hay que esforzarse.

En su primera novela, Umberto Eco ambientaba los hechos en la Edad Media, no en el mundo actual. ¿Por qué razón?, le preguntaban, extrañados, los periodistas. Umberto Eco respondía con paradoja, con guasa y con verdad. Del mundo de hoy sé muy poco, decía; del de la Edad Media sé mucho más. Del tiempo reciente conozco lo que veo por la televisión, añadía; del Medievo conozco lo que leo: muchos y muchos libros que me dan un saber de experto. Especialista en la estética de Santo Tomás y gran estudioso, Eco admitía ignorar muchas cosas de la época contemporánea: como igualmente reconocía la suma inmensa de sus erudiciones medievales.

Informarnos de algo cuesta y para eso, para colmar nuestras lagunas, tendremos que emplear numerosas horas documentándonos, leyendo libros: precisamente lo que ha hecho Francisco Fuster por nosotros. Lo actual creemos conocerlo porque accedemos a su síntesis, copia o simulacro accionando un botón: el que conecta el televisor, por ejemplo. En cambio, de la Europa remota sólo tenemos vagas nociones. Para averiguar algo de ese Continente lejano deberemos esforzarnos justamente; deberemos valernos de los libros, de ciertos pertrechos y recursos; y deberemos establecer criterios de discriminación, principios que nos ayuden a ordenar, a  distinguir lo que va antes y lo que va después, lo que es importante y lo que es secundario. La lectura nos ayuda a entender un objeto ajeno, un asunto que, de entrada, no nos concierne. Lo inmediato nos atañe y es eso, lo inmediato, lo que vemos o creemos ver en la televisión. Los medios han avecindado acontecimientos lejanos y han reunido personajes distantes: todo se aúna en el noticiario y todo se vuelve simultáneo. Así, el espectador alberga  informaciones de hechos que no son contemporáneos, una mezcla confusa que sólo disolveremos si aplicamos cierta disciplina, si nos aplicamos con disciplina. Francisco Fuster es un lector muy disciplinado, alguien que atiende a los datos y alguien que se atreve a conjeturar a partir de los sospechas. Pero más allá de las fantasías, está la precisión: la exactitud de nuestras informaciones. Y Fuster es preciso.

Para empezar, la cronología ayuda. Dice Umberto Eco que cuando impartía lección el primer día de clase, cuando empezaba cada curso universitario, trazaba en la pizarra una línea vertical. Conforme mencionaba nombres y más nombres, títulos de libros o de obras de arte, iba colocando unos a la izquierda y otros a la derecha: antes y después de Cristo rotulaba. Ese sencillo criterio, esa línea simple, le servía para deshacer las confusas mezclas a que los medios nos tienen habituados. Todo es coetáneo, pero el saber distingue, separa, discierne: con precisión, con exactitud. Luego, Umberto Eco invitaba a  leer a sus alumnos: no podemos tener una idea cabal del mundo sin documentarnos.

Norteamérica es un país remoto, pero a la vez nos es próximo. La prensa nos lo muestra constantemente: nos lo acerca tanto que nos resulta familiar y sobre dicha nación, sobre sus gentes y sus parajes, creemos saber muchas cosas, justamente porque los mass media nos sirven sin esfuerzo imágenes de sus habitantes y de los acontecimientos más llamativos. Por una parte, el cine y la televisión son ingenios del siglo XX, medios de expresión cuya industria más potente ha sido principalmente la norteamericana. De ellos nos vienen los iconos principales y más influyentes, los reclamos más perdurables y más emocionales. Por otra parte, el Novecientos es la centuria en que se ha hecho visible el dominio de los Estados Unidos, un poder duro: una influencia territorial, un poderío geopolítico y diplomático, bélico y armamentístico. Pero Norteamérica también logra imponer una hegemonía cultural, un poder blando, un repertorio de imágenes propias que el resto del mundo reconoce, identifica, copia o repudia. Imitamos ciertas formas de vida o lo que creemos que son sus formas de vida. Rechazamos también ciertos hábitos o lo que creemos que son sus hábitos. En realidad, Estados Unidos es el referente del siglo pasado, el vecino que observamos, envidiamos, tememos, un país cuya política, cuyo cine, cuyo capitalismo nos atraen y nos repelen pero de los que, en cualquier caso, no podemos dejar de hablar. De eso, de todo eso, creemos saber, no porque hayamos hecho un esfuerzo intelectual, sino porque las imágenes nos llegan con facilidad pasmosa, como síntesis de lo que nosotros mismos somos o aspiramos a ser, como condensación de lo que deseamos o evitamos ser.

En El descubrimiento de América, un librito que Umberto Eco publicó hace años, el autor hablaba de Estados Unidos como modelo y como excepción. Como modelo: la americanización del mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, se impone gracias al poder duro de las armas y al poder blando de las imágenes. Norteamérica sería así el espejo de nuestra sociedad y de nuestra cultura, el Occidente figurado y real, condensado y depurado en el que reconocernos, en el que mirarnos. Pero sería también la excepción, ese espacio nuevo, insólito, sin tiempo, que ha nacido desmintiendo a Europa, negando su herencia, el peso de un pasado secular, milenario; ese inmenso territorio en el que siempre es posible moverse, desplazarse, irse: lejos, más lejos, hacia un Oeste que colonizar y con una frontera que ampliar.

Digo todo esto, valiéndome de Umberto Eco, y lo hago para destacar, para confirmar el gran mérito de Francisco Fuster. América para los no americanos es el libro que ha escrito tras sus muchas lecturas, tras sus pesquisas particulares. Es una obra concebida a partir de las reseñas y artículos que ha ido publicando en los últimos años. Esos textos son como cachitos de un todo, fragmentos de un entero que él reconstruye tentativamente, conforme lee y pone por escrito sus indagaciones. La elección presidencial de Barack Obama y los hechos culturales y políticos de la actualidad han despertado y multiplicado su interés, que es el de un observador atento y el de un investigador inquieto, alguien que aprendió sobre el pasado de Norteamérica y que lee ahora para enriquecer su perspectiva, para hacerla más compleja y troceada. Con este volumen Fuster empieza a publicar, pero cuando acabamos su libro tenemos la impresión de haber leído a un historiador consumado: tal es la calidad de sus reflexiones.

El sistema y la coherencia tienen buena prensa. En cambio, el fragmento está muy desprestigiado. Como un espectador sagaz, Fuster  parte de lo troceado, de esos cachitos que le llegan en forma de libros. Son como piezas distintas de un todo que nunca acabará, que nunca acabaremos. Pero son para él como ecos de voces, como señales que marcan la reconstrucción tentativa del territorio por el que avanza. Lee dichos volúmenes,  algunos clásicos; otros circunstanciales. Aprende, atesora conocimientos, conocimientos que reparte a manos llenas, generosamente, para suerte del lector: al final podemos tomar su libro como un mapa inevitablemente incompleto en el que distinguimos los accidentes del terreno, lo básico e imprescindible de esa geografía fantástica y cambiante que son los Estados Unidos. O como un registro de voces lejanas. Al modo de Umberto Eco los toma como modelo y como excepción, como ese país distante del que aprender y como ese espejo en el que ver reflejados algunos de nuestros rasgos y algunas de nuestras expectativas. Su obra es un ejercicio de historia cultural del presente, una reflexión muy madura, una aproximación seria e irónica, documentada. No se contenta con lo que ve en la televisión: aprende de libros que le complican un enigma, la Norteamérica actual. Parte de Alexis de Tocqueville y llega a Barack Obama; maneja con gran aplomo y desenvoltura a pensadores muy relevantes y trata con gran seriedad y rigor a autores menores. Obra como un historiador en el archivo: no desprecia nada que pueda servirle o nada de lo que pueda servirse. Es una suerte leerle: no nos abrevia el conocimiento; simplemente, se pronuncia. Oye ecos de voces y se interroga.

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Crónica fotográfica del acto de presentación

Por Isabel Zarzuela

(Para ver las fotos a mayor tamaño haga click sobre casa una de ellas)

35 comentarios

  1. ¡Qué pena no poder acudir, espero que salga todo bien!

    Y espero también poder tener más tiempo para hincarle el diento al libro, como no americano que soy y me siento.

    abrazos!

  2. Le garantizo, sr. Laporte, que el volumen de Francisco Fuster es interesante y atractivo. Lo expondré esta misma tarde. Algo de lo que diga reproduciré después en mi blog…

  3. 1. Paco Fuster:

    13 Diciembre 2010 at 3:23 pm e

    Muchas gracias por el anuncio de la presentación, Justo. Los numerosos y exigentes lectores de este blog lo convierten en una caja de resonancia de gran valor y me consta que lo que aquí se anuncia o discute llega a varios lugares de la geografía española (y americana).

    Ayer envié varios correos multitudinarios y ya he recibido la felicitación de bastantes amigos y de compañeros y compañeras de facultad que me han hecho recordar buenos momentos vividos durante estos últimos años: hace un momento hablaba sobre el libro con Amparo Felipo, que fue profesora mía en primero de carrera… Algunos de ellos no podrán venir por varios compromisos (clases, congresos), pero otros dicen que no faltarán a la cita. Les he dicho a todos lo mismo: que seamos pocos o muchos, intentaremos pasar un buen rato entre amigos.

    Gracias de nuevo por el anuncio y gracias también por adelantado a todos aquellos que se acerquen a la librería el miércoles.

    2. Justo Serna:

    13 Diciembre 2010 at 5:34 pm e

    Nada, nada. Un honor, sr. Fuster.

    3. Alejandro Lillo:

    13 Diciembre 2010 at 5:36 pm e

    (…)
    También quisiera desearle al señor Fuster que su presentación sea un éxito. Desgraciadamente no podré asistir, pero descuiden, que algo me dice que algún tunante de agua dulce no faltará a la cita.

    4. Marisa Bou:

    14 Diciembre 2010 at 1:03 am e
    (…)

    Por otra parte, debo haberme perdido algo, porque no sé cuando es la presentación de Paco Fuster de la que hablan y, claro está, no quisiera faltar. ¿Pueden aclarármelo?

    5. Justo Serna:

    14 Diciembre 2010 at 9:27 am e

    (…)

    No se me pierda, sra. Bou, lo de Paco Fuster (…). Le reproduzco parte de la nota de prensa:

    El volumen se presenta el miércoles 15 de diciembre, a las 19:30 horas, en la Casa del Libro de Valencia (Paseo Ruzafa, nº 11). En el acto intervendrán, junto al autor, el profesor del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y prologuista del libro, Justo Serna, y el profesor del departamento de Filosofía de la misma Universidad David P. Montesinos.

    6. Juan:

    14 Diciembre 2010 at 5:32 pm e

    Deseo que mañana vivan ustedes el mejor de los sueños -incluido el americano- en la presentación del libro de Don Paco Fuster…. Hagan, por favor, como si en la última fila, en la esquina más oscura, hubiera una sombra semiescondida pero sonriente. Seré yo:-)

    Por lo demás un fuerte abrazo a todos!

    7. Justo Serna:

    14 Diciembre 2010 at 6:03 pm e

    Hombre, Juan, cuánto tiempo. Qué alegría. Nos tiene muy abandonados, querido amigo. Y yo no he cumplido escribiendo aquí de un libro que he recibido gracias a usted… Estoy empezando a quedar mal con los amigos. Le veremos mañana, seguro. Como si le viéramos.

    Un abrazo.

    8. En Facebook (http://www.facebook.com/justo.serna):

    Les gusta el enlace:

    Julio Cesar Quintanilla, Ángeles Lario, Angel Duarte Montserrat, Fran Ruvir A, Mar Es Pop, Marian Torrejón.

  4. Nos acordaremos de tí, Eduardo.

    Gracias Isabel, y acuérdate de traer la cámara!! La fotografía no es lo mío…

  5. Sí, ya la tengo preparada ¡y cargada!. No quiero que me pase como en la presentación del ‘Informe sobre la democracia en España, 2010’, que me la llevé sin batería…

  6. Isabel, se pueden hacer fotos de la mesa de presentación y del público, escaso o numeroso. Puede ser interesante comentar después qué es lo que vemos. Ese instante. La fotografía es el referente captado que permanece, ese momento que se adhiere a su reproducción. Ya estoy viendo las fotos…

  7. Eso, eso, fotos por un tubo. ¡Y que corra el champán! (o el cava), leñe, que un libro no se saca todos los días. (Aunque César Vidal diga lo contrario)

  8. Yo creo que, pocos o muchos, lo vamos a pasar bien, tan bien como lo pasé yo leyendo el libro. Por cierto, César Vidal no le invitaría a usted a una presentación jamás, Lillo.

  9. Hola a todos hace mucho tiempo que no escribo en este lugar virtual, aunque os sigo leyendo. Pero no puedo dejar de felicitar a Paco Fuster por su libro, seguro que es muy interesante. Me encantaría ir a la presentación pero tengo una evaluación a la misma hora. Paco, disfruta del momento, es único, además que te lo presenten Justo Serna y David Montesinos es un lujo.

  10. Seguro que pasaremos un buen rato. Estoy llena de curiosidad por saber que van a contarnos de «América para los no americanos».

  11. La presentación ha sido un éxito, no podía ser de otra manera, tanto por los muchos merecimientos del autor, como por los dos estupendos presentadores, que para sí los quisiera cualquier autor (novel o no).

    Y el ágape posterior tan encantador como todos los que este nutrido grupo de blogueros impenitentes organiza. Espero que pronto nuestra fotógrafa oficial nos muestre aquí algunas instantáneas para envidia de los que no han podido asistir, previamente seleccionadas por el blogguer, que se cuidará mucho de poner ninguna en la que no salga yo favorecida.

    Buenas noches a todos.

  12. Doña Marisa ¡qué rápida ha sido usted…!

    Querría felicitar a Paco Fuster por el éxito de la presentación de su libro; por el privilegio de contar con esos dos presentadores -Montesinos y Serna- a los que tanto admiro; por la publicación de ‘América para los no americanos’, que es el fruto de mucho trabajo y esfuerzo; y cómo no, por esa intervención suya tan sentida y entrañable que no ha dejado indiferente a nadie.

  13. Tres. La obra de Fuster parte de materiales previamente publicados. Eso, que en otros libros es una pega, aquí no lo es. ¿Por qué razón? Porque el autor sabe componer un volumen entero, hecho de partes muy bien saldadas con un hilo conductor implícito. Tiene una argamasa que sella esos cachos anteriores, nacidos al calor de la actualidad editorial: un libro y otro libro y otro más que Fuster leía son ahora reflexiones coherentes, en colusión y en colisión.

    De la novela a la política, de la economía a la vida cotidiana: emprendemos un viaje físico guiados por el autor, recalando en distintos puertos. Cada parada nos da mayor conocimiento y mayor entretenimiento. Tantos, que al final se nos queda corta esa incursión en la vida norteamericana.

    Los títulos de los capítulos son reclamos y un primer aviso. Están sabiamente escogidos, con referencias explícitas a la cultura de masas y a la cultura popular, la del cine, la de la televisión, la del rock: «Hijos de un dios menor»; «Todos los dioses del presidente»; «Born to be Wild»; » Take a Road on the Wild Side»; «No digas que fue un sueño»; «Todas las religiones, la Religión», etcétera.

    Como están cuidadosamente elegidos los exergos con los que arranca cada uno de los capítulos, esas citas traídas ahora para ornamento y para instrucción de lectura. El resultado es un texto maduro al que no le hace falta epílogo: no hay un puerto al que llegar definitivamente y tampoco necesitamos un resumen que dé cuenta de todas las recladas que hemos hecho.

    Lo mejor es, pues, seguir al autor por ese viaje intelectual (y también emocional, según él mismo admite), un viaje tentativo, reflexivo: lo propio del ensayo. Francisco Fuster tiene altura y bien que lo demuestra. No le hace falta auparse para ser visto, identificado inmediatamente: tal es la calidad habitual de lo que escribe. Pero, además, el tipo no peca de autosuficiencia: como decía aquel filósofo medieval, somos enanos subidos a hombros de gigantes. Está bien saberse enano; está bien que nos sepamos pequeños: por eso lee a Alexis de Tocqueville y a tantos y tantos europeos y americanos que le informan de lo que no sabe y quiere saber, de lo que él descubre con asombro para solaz nuestro.

  14. Cuatro. Prólogo (por cortesía de la editorial: Ediciones Idea):

    Ecos de Norteamérica

    Justo Serna

    ¿Qué sabemos del mundo actual? ¿Qué creemos saber? El autor de este libro, Francisco Fuster, nos propone un viaje físico, pero también un desplazamiento intelectual: a América, a la América de Barack Obama. No sólo para corroborar lo que ya hemos visto, sino para obtener nuevos datos y para iniciar nuevas reflexiones. En ese viaje formativo e informativo, Fuster nos guía como un mentor, como uno de esos preceptores que te indican lo que hay que hacer porque antes marcharon con arrojo y con prudencia, trazando el mapa de nuestros avances. Que te tutelen, que lean por ti y que se te adelanten por un territorio ignoto, siempre es de agradecer: cuando llegamos, ya llevamos mucho conocido. O eso creemos. Pero hagamos como Francisco Fuster: no nos precipitemos. Aprender no es confirmar lo que ya creíamos conocer, sino aventurarnos en lo que no sabíamos o, al menos, en lo que no sabíamos que sabíamos. El conocimiento avanza a tientas y por analogía, por ensayo y error, distinguiendo bien las señales del camino que vamos desbrozando, teniendo claros cuáles son los destinos y el itinerario de vuelta. Aprender es tener datos y criterios, objetivos para las que hay que esforzarse.

    En su primera novela, Umberto Eco ambientaba los hechos en la Edad Media, no en el mundo actual. ¿Por qué razón?, le preguntaban, extrañados, los periodistas. Umberto Eco respondía con paradoja, con guasa y con verdad. Del mundo de hoy sé muy poco, decía; del de la Edad Media sé mucho más. Del tiempo reciente conozco lo que veo por la televisión, añadía; del Medievo conozco lo que leo: muchos y muchos libros que me dan un saber de experto. Especialista en la estética de Santo Tomás y gran estudioso, Eco admitía ignorar muchas cosas de la época contemporánea: como igualmente reconocía la suma inmensa de sus erudiciones medievales.

    Informarnos de algo cuesta y para eso, para colmar nuestras lagunas, tendremos que emplear numerosas horas documentándonos, leyendo libros: precisamente lo que ha hecho Francisco Fuster por nosotros. Lo actual creemos conocerlo porque accedemos a su síntesis, copia o simulacro accionando un botón: el que conecta el televisor, por ejemplo. En cambio, de la Europa remota sólo tenemos vagas nociones. Para averiguar algo de ese Continente lejano deberemos esforzarnos justamente; deberemos valernos de los libros, de ciertos pertrechos y recursos; y deberemos establecer criterios de discriminación, principios que nos ayuden a ordenar, a distinguir lo que va antes y lo que va después, lo que es importante y lo que es secundario. La lectura nos ayuda a entender un objeto ajeno, un asunto que, de entrada, no nos concierne. Lo inmediato nos atañe y es eso, lo inmediato, lo que vemos o creemos ver en la televisión. Los medios han avecindado acontecimientos lejanos y han reunido personajes distantes: todo se aúna en el noticiario y todo se vuelve simultáneo. Así, el espectador alberga informaciones de hechos que no son contemporáneos, una mezcla confusa que sólo disolveremos si aplicamos cierta disciplina, si nos aplicamos con disciplina. Francisco Fuster es un lector muy disciplinado, alguien que atiende a los datos y alguien que se atreve a conjeturar a partir de los sospechas. Pero más allá de las fantasías, está la precisión: la exactitud de nuestras informaciones. Y Fuster es preciso.

    Para empezar, la cronología ayuda. Dice Umberto Eco que cuando impartía lección el primer día de clase, cuando empezaba cada curso universitario, trazaba en la pizarra una línea vertical. Conforme mencionaba nombres y más nombres, títulos de libros o de obras de arte, iba colocando unos a la izquierda y otros a la derecha: antes y después de Cristo rotulaba. Ese sencillo criterio, esa línea simple, le servía para deshacer las confusas mezclas a que los medios nos tienen habituados. Todo es coetáneo, pero el saber distingue, separa, discierne: con precisión, con exactitud. Luego, Umberto Eco invitaba a leer a sus alumnos: no podemos tener una idea cabal del mundo sin documentarnos.

    Norteamérica es un país remoto, pero a la vez nos es próximo. La prensa nos lo muestra constantemente: nos lo acerca tanto que nos resulta familiar y sobre dicha nación, sobre sus gentes y sus parajes, creemos saber muchas cosas, justamente porque los mass media nos sirven sin esfuerzo imágenes de sus habitantes y de los acontecimientos más llamativos. Por una parte, el cine y la televisión son ingenios del siglo XX, medios de expresión cuya industria más potente ha sido principalmente la norteamericana. De ellos nos vienen los iconos principales y más influyentes, los reclamos más perdurables y más emocionales. Por otra parte, el Novecientos es la centuria en que se ha hecho visible el dominio de los Estados Unidos, un poder duro: una influencia territorial, un poderío geopolítico y diplomático, bélico y armamentístico. Pero Norteamérica también logra imponer una hegemonía cultural, un poder blando, un repertorio de imágenes propias que el resto del mundo reconoce, identifica, copia o repudia. Imitamos ciertas formas de vida o lo que creemos que son sus formas de vida. Rechazamos también ciertos hábitos o lo que creemos que son sus hábitos. En realidad, Estados Unidos es el referente del siglo pasado, el vecino que observamos, envidiamos, tememos, un país cuya política, cuyo cine, cuyo capitalismo nos atraen y nos repelen pero de los que, en cualquier caso, no podemos dejar de hablar. De eso, de todo eso, creemos saber, no porque hayamos hecho un esfuerzo intelectual, sino porque las imágenes nos llegan con facilidad pasmosa, como síntesis de lo que nosotros mismos somos o aspiramos a ser, como condensación de lo que deseamos o evitamos ser.

    En El descubrimiento de América, un librito que Umberto Eco publicó hace años, el autor hablaba de Estados Unidos como modelo y como excepción. Como modelo: la americanización del mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, se impone gracias al poder duro de las armas y al poder blando de las imágenes. Norteamérica sería así el espejo de nuestra sociedad y de nuestra cultura, el Occidente figurado y real, condensado y depurado en el que reconocernos, en el que mirarnos. Pero sería también la excepción, ese espacio nuevo, insólito, sin tiempo, que ha nacido desmintiendo a Europa, negando su herencia, el peso de un pasado secular, milenario; ese inmenso territorio en el que siempre es posible moverse, desplazarse, irse: lejos, más lejos, hacia un Oeste que colonizar y con una frontera que ampliar.

    Digo todo esto, valiéndome de Umberto Eco, y lo hago para destacar, para confirmar el gran mérito de Francisco Fuster. América para los no americanos es el libro que ha escrito tras sus muchas lecturas, tras sus pesquisas particulares. Es una obra concebida a partir de las reseñas y artículos que ha ido publicando en los últimos años. Esos textos son como cachitos de un todo, fragmentos de un entero que él reconstruye tentativamente, conforme lee y pone por escrito sus indagaciones. La elección presidencial de Barack Obama y los hechos culturales y políticos de la actualidad han despertado y multiplicado su interés, que es el de un observador atento y el de un investigador inquieto, alguien que aprendió sobre el pasado de Norteamérica y que lee ahora para enriquecer su perspectiva, para hacerla más compleja y troceada. Con este volumen Fuster empieza a publicar, pero cuando acabamos su libro tenemos la impresión de haber leído a un historiador consumado: tal es la calidad de sus reflexiones.

    El sistema y la coherencia tienen buena prensa. En cambio, el fragmento está muy desprestigiado. Como un espectador sagaz, Fuster parte de lo troceado, de esos cachitos que le llegan en forma de libros. Son como piezas distintas de un todo que nunca acabará, que nunca acabaremos. Pero son para él como ecos de voces, como señales que marcan la reconstrucción tentativa del territorio por el que avanza. Lee dichos volúmenes, algunos clásicos; otros circunstanciales. Aprende, atesora conocimientos, conocimientos que reparte a manos llenas, generosamente, para suerte del lector: al final podemos tomar su libro como un mapa inevitablemente incompleto en el que distinguimos los accidentes del terreno, lo básico e imprescindible de esa geografía fantástica y cambiante que son los Estados Unidos. O como un registro de voces lejanas. Al modo de Umberto Eco los toma como modelo y como excepción, como ese país distante del que aprender y como ese espejo en el que ver reflejados algunos de nuestros rasgos y algunas de nuestras expectativas. Su obra es un ejercicio de historia cultural del presente, una reflexión muy madura, una aproximación seria e irónica, documentada. No se contenta con lo que ve en la televisión: aprende de libros que le complican un enigma, la Norteamérica actual. Parte de Alexis de Tocqueville y llega a Barack Obama; maneja con gran aplomo y desenvoltura a pensadores muy relevantes y trata con gran seriedad y rigor a autores menores. Obra como un historiador en el archivo: no desprecia nada que pueda servirle o nada de lo que pueda servirse. Es una suerte leerle: no nos abrevia el conocimiento; simplemente, se pronuncia. Oye ecos de voces y se interroga.

  15. Queridos Justo y Paco, o Paco y Justo

    Desde Gerona, enhorabuena. Leí el libro hace semanas. La gentileza de Paco sólo es comparable a su inteligencia analítica. Una lectura de lecturas. Una aproximación, brillante por momentos, a dinámicas políticas y culturales definidoras de lo americano y, por tanto, de nosotros y de nuestro tiempo. Lo que no es moco de pavo.

    Ya me hubiese gustado estar ahí. No pudo ser. Aunque, no sé si lo tienen presente -me imagino que sí-: ha habido una presentación paralela del libro de los archivos!!!

    Abrazos

  16. Mmmm, en La Casa del Libro. Buen lugar para una presentación. Tengo buen recuerdo de La Casa del Libro y de la presentación de L’Esfinx de Antoni Prats, con quien intercambié un libro. También la librería Sahiri es un buen sitio para presentar un libro.
    Estoy con El sueño del celta de Vargas Llosa, la historia de un irlandés pro-británico nacido en Dublín, de origen del Norte de Irlanda, que marchó a África y finalmente apuesta por Irlanda.
    Es una revisión histórica, pero más que eso es la revisíón de una biografía, de una apuesta personal.

  17. Marisa e Isabel: os agradezco de nuevo vuestra presencia ayer.

    También quiero dar las gracias a varias de las personas que se ven en las fotos y a los que quizá no conocéis los habituales del blog. En la foto central de la tercera fila se ve en primer plano a mis amigos Fernando y Dulce. Fueron compañeros míos cuando ibamos a clases para aprender jeroglíficos egipcios en la Facultad de Teología de Valencia (para que vean las vueltas que da la vida). Son gente cultísima y de una educación exquisita; ambos han sido profesores de instituto durante muchos años y la verdad es que guardo un recuerdo inmejorable de las tardes que pasé con ellos. Fue en mis primeros años de carrera, cuando tenía auténtica pasión por la historia antigua y la historia de Egipto.

    Detrás de ellos están mis padres y mi abuela. Detrás está el padre de nuestro amigo Montesinos (Josep, tipo encantandor) y a su lado están mis compañeros de facultad y grandes amigos, Miguel Requena y Manolo Albaladejo, profesor e investigador en el Departamento de Historia Antigua, respectivamente. A Miguel le conozco desde hace varios años. Fue profesor mío hace tiempo y ahora conservo una mangífica relación de amistad con él. Hemos trabajado codo con codo y entre los alumnos tiene la merecida fama de ser una persona encantadora y un excelente docente, siempre dispuesto a ayudar al alumno. A su lado está Manolo, otro profesor de historia antigua al que conocí no hace mucho y con el que también he compartido muy buenos ratos.

    Y más al fondo se ve a mi amigo Sergio, que luego también estuvo en el post y a quien conozco desde hace… Jugabámos a baloncesto juntos y luego nos reencontramos en la facultad y estuvimos viéndonos a diario durante seis años y pasando mil aventuras y batallas… Seguramente es la persona que mejor me conoce de los presentes ayer.

    Y detrás de Sergio está nuestro compañero de Depto., Joan del Àlcazar, quien creo que no necesita presentación. Además de un prestigioso especialista en historia América Latina, Joan es el director del «Centre Internacional de Gandia» (visita obligada todos los veranos) y es otro de los profesores con lo que se puede ir al fin del mundo: amable y afable, siempre dispuesto a ayudar.

    ————————-

    Benvolgut Àngel (pido disculpas, pero me resulta imposible hablarle a Àngel en castellano): moltes gràcies per les teues paraules i pel teu interès en el llibre. Em fa molt de goig saber que t’ha agradat la meua apromixació als EE.UU i espere que ens pugam retrobar aviat – a València o a Girona – per comentar el llibre i molts altres temes que sorgiran.

  18. No es que quiera cambiar de tema, pero introduzco aquí una notícia que he conocido esta tarde y me parece importante: el nuevo director de la RAE es don José Manuel Blecua (Zaragoza, 1939).

    http://www.elpais.com/articulo/cultura/filologo/Jose/Manuel/Blecua

    No tengo el gusto de conocerle, ni a él ni a su obra, pero si lo han elegido por mayoría (mayoría simple, en la segunda vuelta), será porque habrá contraído sus méritos.

    He seguido con cierto interés el proceso y como se ha dicho en las prensa durante estos días, he visto que la cosa estaba entre Blecua y el profesor Darío Villanueva, que es Catedrático de Teoría de la Literatura en la USC y Secretario de la RAE con el anterior director. Si hubiese podido votar, habría votado por este último, por pura afinidad sentimental (Villanueva es gran conocedor de la obra de Pío Baroja y un muy buen lector de los libros de Barack Obama; hace unos meses publicó un artículo en «Claves» sobre la retórica de Obama que les recomiendo) y porque creo que, conociendo un poco su trayectoria, le habría venido muy bien a la RAE.

  19. Vengo únicamente a felicitar a Paco Fuster por su libro, por su presentación y por su éxito que me alegra enormemente.

  20. Ana, Angel y restantes contertulios: ha sido una experiencia interesante y enriquecedora.

    El volumen de Francisco Fuster es una aproximación de gran madurez intelectual. Además, como indicó el autor, tiene un trasfondo sentimental que le da fuerza: esa imagen idealizada de la infancia, esa Norteamérica de las series televisivas que Francisco Fuster se hizo siendo niño. No es una experiencia única, pero él ha sabido objetivarla. De esto y de otros asuntos habló David P. Montesinos en la presentación: con la sorna analítica que le es propia y con la ternura que le pone a las cosas que trata. Eso se trasluce en cuanto habla.

    Ya digo: fue una experiencia muy interesante.

  21. «Buen trabajo caballeros (…) pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía»

    Sr. Lobo (Harvey Keitel)

    Pulp Fiction (1995)

  22. Yo lo diría más finamente que el Señor Lobo, que para eso me educaron en un colegio de curas: «Recuerda que sólo eres un hombre», le decía al César el esclavo que sostenía sobre su cabeza la corona de laurel mientras era vitoreado por el populacho romano por sus victorias en tierras de bárbaros. No parece Fuster personaje vulnerable a los peligros de la vanidad, pero siempre es bueno, entre tanta felicitación, que alguien nos repita aquella frase al oído.

    Dos detalles del post-partido y, más en concreto, respecto al tema friki. Mi señor padre, a cuya simpatía alude Paco, hizo una lectura muy diferente de la intervención exaltada de cierto personaje a la que hemos hecho los demás: no comparte nuestra censura, ni nuestra antipatía, quizá ni siquiera nuestra sorna. Después de cuarenta años de franquismo, mi padre cree que es una suerte que alguien pueda expresarse en un foro en esos términos exaltados y marcharse indignado dando vivas a la República.

    Pero hay más, para que se convenzan ustedes de eso de que nunca llueve a gusto de todos. Recordarán los que estuvieron presentes que hice mención de cierta alumna norteamericana que asistió al acto y que, tras dos meses y medio en la celtiberia, no tiene aún lógicamente un dominio excesivo del castellano ni, sobre todo, una composición de lugar suficientemente informada de nuestras maneras y costumbres. Pues bien, a la joven de Albuquerque le pareció lo contrario que a mi padre, pero en cierto modo, también algo muy distinto a lo que nos pareció a los demás, que quien más quien menos todos vimos la jacobina intervención como un motivo de fastidio o de cachondeo, sin mayor trascendencia. Pues bien, la chica me dijo después que había pasado «verdadero miedo», que le pareció desde el primer grito («Eh, que no se sent!») que el ambiente estaba peligrosamente electrizado, y que la cosa muy bien hubiera acabado con tremenda violencia. Ya que habla el libro de Fuster de la colisión cultural, aquí estamos ante un buen ejemplo: en los USA, una situación como la que presenciamos recuerda a la del típico exaltado pegando tiros a todo lo que se mueva, creo que por ahí se explica el miedo de mi alumna. Por suerte no estamos en América, aunque después de lo de Olot del otro día ya no sé qué pensar.

  23. Ojalá pudierais leer mi colección de poesía, que gustó a la Crítica y a algunos poetas. Se llama Imágenes falsas y lo publica La Sirena / RIE. Es una colección de poemas sobre la idea de las imágenes parciales, falsas, dudas sobre la identidad, sobre las redes, propias y sociales. Espejos.
    Es más redondo que la novela, Iconos, de la cual ha gustado su lenguaje innovador, la originalidad. Están disponibles en la biblioteca de Abastos y en la biblioteca de la calle del Hospital. Y a la venta en París- Valencia. Es muy difícil hacerse un camino como escritor. Estoy con una nueva novela y otra colección de poemas.

  24. Y estoy con El sueño del celta de Vargas Llosa, que pone en cuestión el «sueño de África», el desencuentro entre civilizaciones, casi el engaño, el expolio, a través del descorazonado Roger Casement. Interesante. Se trasluce una fuerte crítica a través de la biografía de Casement, el explorador irlandés.

  25. Oiga, aleskander62, el primer día que vaya a París-Valencia me compraré un ejemplar de ‘Imágenes falsas’. Si usted no me lo manda antes: fíjese qué descarado soy.

    Al sr. Lobo de pega, al falso ‘The Wolf’, habría que decirle que no le pueda la envidia: que trate de ser menos arrogante y que se aplique lo que David P. Montesinos recomienda: en mi traducción, “recuerda que eres mortal”.

  26. La verdad es que he citado de memoria, aunque siempre me ha subyugado esa supuesta costumbre romana. Sería un placer leerle, señor Aleksander.

  27. Amigo Alejandro (Aleksander62): yo también le prometo que leeré «Imágenes falsas». Hace tiempo que no leo poesía y dentro de unas semanas tengo un viaje en AVE a Madrid. Me gusta mucho leer poesía en el tren: «Tratado de las cosas sin nombre» (Calima Ediciones, 2009), el último poemario de nuestro amigo Juan Planas lo leí en un Euromed, viendo el paisaje y deleitándome con esos versos que aún recuerdo).

    Tiene razón en lo que dice sobre la dificultad de hacerse un camino como escritor. No es mi caso, porque yo no me considero escritor, pero si es cierto que hay mucha competencia y sin la promoción de las editoriales las obras de los escritores sin «nombre» no llegan al gran público. Pero eso no es algo nuevo. Salvando las distancias, ya les pasó en su día a los jóvenes escritores de la generació del 98: Baroja, Azorín, Unamuno. En un capítulo de mi tesis recojo alguna opinión al respecto de estos autores jóvenes que en el cambio de siglo empezaron a publicar y se quejaban de que los grandes de la época – Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera – acaparaban todo el mercado. No lo conté el miércoles por falta de tiempo, pero hay una anécdota muy buena de Baroja sobre las enormes dificultades que pasó para publicar sus primeros libros. El primero que publicó («Vidas sombrías») lo autoeditó él mismo y no vendió casi ningún ejemplar (y eso que Unamuno le hizo una reseña elogiosa). En su memorias cuenta que un buen número de ellos los quemó en una hoguera (y fíjese el valor que tendría hoy esa primera edición).

    Con su segundo libro, «La casa de Aizgorri» (esto es una novela dialogada de Baroja que en principio iba a ser una obra de teatro), le pasó algo que luego contó en sus memorias y que ilustra muy bien las dificultades que pasó el bueno de Baroja para que le tomaran en serio. Por entonces Baroja era un joven desconocido que solo había publicado un libro y que todavía trabajaba como empresario en la panadería de su tía. Creo que vale la pena que la reproduzca:

    «De este libro [«La casa de Aizgorri»] pensé primero hacer un drama, y no sé quién me dio el consejo de que fuera a ver a Ceferino Palencia, que era entonces empresario del teatro de la Princesa y marido de la cómica María Tubáu. Como nunca creí que fueran a representar nada mío, hice la prueba de pegar ligeramente en el manuscrito dos o tres páginas del comienzo y otras dos o tres del final.
    Palencia me dijo todas esas vulgaridades que se dicen a los principiantes. Que era yo hombre de talento, que no tenía experiencia del teatro…; palabrería pura.
    A los cuatro o cinco meses vi que el empresario no hacía nada; le pedí el manuscrito, me lo devolvieron y, al llegar a casa, noté que las dos o tres páginas pegadas al principio y al final seguían pegadas; no las habían abierto».

    Creo que la anécdota es ilustrativa de lo que sigue pasando hoy en día. Yo envié – vía correo electrónico, claro – el manuscrito de mi libro a alguna editorial que, evidentemente, y por el tipo de respuesta que me dieron, ni lo llegó a abrir.

    Y sobre lo que dice de la Biblioteca Pública de Valencia (calle del Hospital), yo también quiero llevar allí un ejemplar. Ya dejé uno en la «Biblioteca Joan Reglá» de la UV y también dejaré uno en esa otra biblioteca, para que lo pueda leer la variopinta e internacional gente que la frecuenta. También será un homenaje a otro lugar que ha formado parte de esos años de carrera que recordé el miércoles. En esa biblioteca de la Calle del Hospital he pasado incontables tardes leyendo y trabajando. Qué buenos recuerdos…

  28. Buenas tardes leyendo…

    «¡Hermosas tardes de domingo, pasadas bajo el castaño del jardín de Combray; tardes de las que yo arrancaba con todo cuidado los mediocres incidentes de mi existencia personal, para poner en lugar suyo una vida de aventuras y de aspiraciones extrañas…!

    Marcel Proust, Por el camino de Swann

  29. Al hilo de lo que comenta Paco Fuster en relación a la Generación del 98, recuerdo haber leído una carta enviada por Unamuno en sus primeros y dificultosos tiempos literarios, en la que demuestra estar extrañado y decepcionado por lo que para él es una muy escasa repercusión de sus libros. Dado que Unamuno estaba, como Nietzsche, pero con menos ironía, convencido de «ser un destino», era una amarga sorpresa comprobar que apenas se vendieron unos miles de ejemplares de sus primeras obras. Eso le dio lugar para una reflexión escéptica respecto a la capacidad intelectual de sus compatriotas, pero también le incitó a variar sus temas y su estilo. Querer ser, ya no reconocido y admirado, sino simplemente leído y debatido, es algo más que simple vanidad…es humano. Más allá de esa voluntad, tan unamuniana e irritante de querer ser célebre, lo que uno debe plantearse a la hora de buscar editor es si realmente tiene algo que decir, si realmente cree que a los otros nos va a merecer la pena escucharle. A partir de ahí tienen sentido todos los devenires con editores, premios y amistades de conveniencia, aún a riesgo de caer en la trapacería y la intriga, que a fin de cuentas han estado presentes siempre en este mundillo.

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