En Florencia, en el European University Institute, vamos a estar varios días tratando de biografía e historia. De lo que hermana a ambos géneros. Es un seminario que organiza Isabel Burdiel a través de la Red europea sobre teoría y práctica de la biografía y es un acto académico que reúne a investigadores de España, de Gran Bretaña, de Francia, de Italia. A él me dirijo. Punto y aparte.
Escribimos sobre la vida de alguien y eso de lo que queda constancia se fundamenta en documentos. ¿Qué parte corresponde a lo que se puede probar? ¿Qué parte depende de lo que el biógrafo o el historiador tienen que imaginar? Digo bien: digo imaginar. El investigador avanza haciendo un zigzag, realizando vaivenes: de la monografía al archivo, del documento al libro, del ensayo a la fuente. En ese ir y venir, el historiador toma sus notas, hace sus resúmenes, copia literalmente ciertas informaciones, se hace preguntas, se plantea hipótesis. La palabra hipótesis tiene resonancias campanudas. En realidad se puede decir de otro modo: el investigador vive en estado de alerta, sensible a lo que puede ampliar, mejorar, corregir o cambiar su objeto de estudio. Para ese historiador, todo lo que le rodea es un campo de huellas, un semillero de pistas: los restos materiales del tiempo pretérito; los testimonios orales o las versiones precisas o desdibujadas de sus contemporáneos; los comportamientos del presente, idénticos o distintos a los del pasado; las ficciones que los novelistas escriben o que los cineastas ruedan.
Todo puede resultar sugerente: todo puede ser un dato, una confirmación, un desmentido. El investigador no descansa propiamente y, como si de un enfermo se tratara, cualquier cosa le remite a su obsesión. Lleva papeles, billetitos en donde anota un pensamiento o una cita, una idea o lo que quizá sólo sea una chifladura, esquemas provisionales. Lleva su portátil y registra lo que sabe y lo que no sabe, lo que intuye o lo que teme, lo que descubre o los puntos ciegos que jamás podrá iluminar; se pone avisos, está sobre aviso y… escribe. ¿Escribe cuando ya tiene todos los datos?
¿Y cuándo se tienen todos los datos en una investigación? El historiador reúne informaciones con orden o también con un cierto o con un gran desorden. Los planes racionales alivian la incertidumbre propia del descubrimiento, pero precisamente por eso, por ser descubrimiento, es por lo que el investigador se deja influir también por estímulos nada científicos: por intuiciones y por accidentes, por sugestiones y por azares. Escribe. ¿Pero para quién?
Uf. Digo todo lo anterior y he de morderme la lengua. De alguna de estas cosas he de hablar; de alguna de estas cosas estoy escribiendo; de alguna de estas cosas he de examinarme en mes y pico…
Ci vediamo presto. El lunes 28 estaré aquí de regreso.

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