Episodio número uno. Lunes 28 de febrero. Vemos el episodio octavo de la primera temporada de Los Soprano. Ya saben: la historia la encabeza Tony Soprano, un mafioso con malestares psíquicos interpretado por James Gandolfini. Oficialmente se dedica a la gestión de desechos. La acción transcurre en Nueva Jersey. La serie crece conforme vas viendo episodios. Entre otros aparecen la esposa, Carmela Soprano (Edie Falco), y la psiquiatra que trata a Tony: la doctora Jennifer Melfi, que encarna Lorraine Bracco. Me sorprende: en la vida real, Bracco ha sido pareja de Harvey Keitel y de Edward James Olmos. En la serie aparece como un ser inteligente y apetecible.
El capítulo octavo lo protagoniza el sobrino de Tony, cuyo nombre es Christopher Moltisanti: lo interpreta Michael Imperioli. Su título –de resonancias dramáticas y obvias– es éste: «La leyenda de Tennessee Moltisanti». Perdonen mi retraso: el episodio se emitió el 28 de febrero de 1999 y yo lo veo el 28 de febrero de 2011. También es casualidad. No estaba previsto, pero así son los azares.
Doce años después lo veo, en efecto, y su formato, su composición, su estética, su intriga y su escenografía parecen de ahora mismo. Es simplemente espléndido. Leo en la Wikipedia: «La Familia Lupertazzi se da a la fuga para evitar posibles incriminaciones del FBI; Tony y su pandilla, aunque sin incluir a Christopher, podrían ser objeto de una investigación delante del gran jurado. Chris se deprime por su exclusión; tiene pesadillas, e intenta sin éxito librarse de ese malestar escribiendo un guión para televisión. Livia se entera de las noticias acerca de la investigación y se las cuenta a Junior».
Junior y Livia, qué grandes personajes. Corrado Soprano, Jr. es el tío de Tony: un viejo mafioso, pérfido, desconfiado. ¿Y Livia? La madre, la mamma. La sinopsis de Wikipedia es muy pobre: no da cuenta de la riqueza de la puesta en escena, de la ironía, de las referencias, de los guiños. Poco a poco, con morosidad y paciencia, sin premuras, vamos viendo esta serie que ha marcado la historia de la televisión. Qué placer insano.
Continuará en otro post. Pronto volveré con las series televisivas.
Me encanta los gansters. El otro día echaron Una terapia peligrosa 2″. La primera es mejor, pero me reí un buen rato.
La mafia atrae, señor Serna, ándese con ojo, la fuerza es poderosa en ella.
Me alegra que el viaje haya ido bien.
¿Por qué «placer insano»? Parece que hayamos de sentirnos culpables cuando algo nos divierte. O pensándolo bien: ¿conoce muchos placeres no insanos? Fíjese, a mí me fascina desde siempre el western.
Por cierto, don Alejandro, no se olvide de Fat Tony, el capo mafioso de Los Simpsons.
Es un placer insano porque me caen bien estos tipos pendientes y dependientes de la honra: cosa que yo juzgo anacrónica. Me caen bien a pesar de su hacer expeditivo y de su metas inmorales. Como me caen bien los hombres desquiciados de ‘Mad Men’. Qué lujo de puesta en escena. Qué derroche de ingenio y mala uva.
Estuve despistado varios años, sin atender a las recomendaciones de algunos amigos. El primero de todos: A. Pons, que llevaba años hablándome con fervor de series televisivas. Mi respuesta era perezosa: me mostraba escéptico. ¿De la televisión puede salir algo bueno? Ahora, compungido, arrepentido por mi mala cabeza, voy a ver casi todas las ficciones que él me recomendó. Al menos, las que estén disponibles en DVD y las que alguien, por caridad, me quiera regalar.
También les he hecho caso a ustedes. A David P. Montesinos, que me ha insistido contra mi despiste. Gracias a su obstinación, he visto ‘Mad Men’ y la que se avecina. Y gracias a Alejandro y a Isabel, que me han sugerido con inteligencia otras series que sin duda veré poco a poco.
Tengo faena atrasada.
El día 24 de diciembre, el rey pronuncia un discurso ante las cámaras de televisión. Nos saluda con hieratismo y campechanía, como es su costumbre. Y nos habla con soltura, sin excesivos problemas de dicción.
No le hace falta declamar: con mostrarse cercano, despierta nuestra atención. En casa solemos verlo y oírlo, con interés intermitente. Es decir: lo vemos y no lo vemos; lo oímos y no lo oímos. Me parece un ritual simpático e intrascendente. No le doy mayor importancia…
Qué curioso: al día siguiente de la intervención del monarca español vamos a ver El discurso del rey (2010), de Tom Hooper. Jorge VI llega al trono de Inglaterra y del Imperio: es tartamudo y debe pronunciar discursos patrióticos justo cuando su país se enfrenta al enemigo, ese Tercer Reich expansivo y retador. La amenaza se cierne.
Sin duda, es una película que gustará por la historia edificante que encierra: el esfuerzo y la superación de un rey que llegó a serlo de manera accidental. Es la vida de un monarca, de un varón que debe sobreponerse a sus limitaciones humanas, demasiado humanas. Gustará también por el guión levemente efectista, con alegrías y penas, con optimismos y tristezas. Todos sufrimos algún tipo de emasculación más o menos metafórica: hay que auparse, reza la moraleja. Gustará asimismo por las actuaciones sólidas y experimentadas de unos actores que disfrutan y creen en los papeles que interpretan. Gustará en fin por la cuidadosa ambientación histórica, por la fotografía: sombría y luminosa según los estados de ánimo.
Dice Javier Ocaña, en El País, que el director ha tomado «una incomprensible decisión técnica: la abusiva utilización del gran angular fotográfico, un objetivo que conlleva un efecto distorsionador de la imagen por los extremos del plano, cercano al llamado ojo de pez, ideal para secuencias oníricas o para abarcar gran cantidad de elementos a corta distancia, pero cuya motivación en El discurso del rey se escapa». Es una técnica, apostilla Javier Ocaña, que aquí «parece un simple capricho».
Se equivoca. Este efecto distorsionador es deliberado: le resta empaque y severidad a una historia de reyes, una historia siempre lejana, remota, fría. Es decir, la caricaturiza y nos enternece: nos hace cercana y accesible la tragedia personal de un monarca en estos tiempos descreídos y posmodernos.
https://justoserna.wordpress.com/2010/12/26/la-politica-uno-dos-tres/
El 8º episodio de la 1ª temporada; esto es, en la octava hora de una película que tiene ochenta, ¡qué envidia!, pues te restan 71 horas de prolongado placer insano. Yo acabé de ver la serie este verano pasado. Deslumbrante, magnífica, con un cierre que no alcancé a explicarme del todo, pero que alguien más avezado que yo supo «descifrar». Un final de gran e inteligente coherencia.
Un saludo.
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Sr. González Lianes, perdone mi silencio. Voy estos días un poco liadillo con tareas académicas insoslayables. Como usted dice, si no toda, hay numerosos episodios deslumbrantes, magníficos. Un placer compartido.
Un saludo.
Otra cosa: para David P. Montesinos. Tengo pendiente, ya lo creo que sí, regresar a las series televisivas. Es decir, dedicar nuevas entradas a ‘La tele que me crió’ y a la tele actual. Usted sabe que me ha hablado con cariño de algunas de ellas, que me ha recomendado ciertas obras de gran excelencia y que no le estaré bastante agradecido por el favor que me hizo insistiendo.
Veo ‘Los Soprano’ con un deleite creciente. Creo que voy por el capítulo undécimo de la primera temporada: ‘Nadie sabe nada’. Tony Sropano desconfía de la fidelidad de un compinche. Puede ser un soplón. Es más: puede llevar puesto un micro. Pero Soprano y sus subordinados pueden equivocarse. Si intentan comprobar a la fuerza el asunto del micro y es un infundio Tony Soprano nunca se lo perdonaría. ¿Qué hacer? Por otra parte, en la residencia de ancianos, hay una conversación entre Livia y Carmela la mar de interesante y aleccionadora: Livia y Carmela son la madre y la esposa de Tony, respectivamente. Es una lección de psicología mundana muy sutil.
Finalmente, he adquirido ‘Breakind Bad’, las dos primeras temporadas. Es una serie que me recomendó vivamente mi hijo mayor y que días atrás Carlos Boyero glosó en ‘El País’, entre aturdido y vencido: tal era su calidad.
Esto es un no parar…