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Querría dilatarme para así cubrirme; no para llegar más lejos.
Inútil esfuerzo, cómico resultado: parezco una mala copia de Alberto Giacometti, una de sus figuras alargadas. Frágil, sin rostro, sin identidad reconocible, filiforme.
Simplemente reflejado, hago pruebas con el sol de poniente, descubriendo lo deforme y lo evidente. No se me ven los pies.
La instantánea está tomada el pasado 22 de octubre de 2011 a las 16:30 horas en Taüll. Frente a la Iglesia de Sant Climent. Es una fotografía previsible, no vale gran cosa. Pero muestra un estado ánimo.
Visitar iglesias románicas durante un fin de semana me deja muy espiritual y pensativo. Veo el orden de los canteros, su resultado. Esos campanarios impresionan por lo rectilíneo, sombras que se alargan en un valle de nubes, en una paleta de colores otoñales, como refleja la fotografía inferior. Toda una lección de humildad y quietud para quien vive en un desorden de papel y libros. Punto y aparte.
Otro día acudo al Valle de Arán. A Vielha. Sonrío ante el objetivo de la cámara, que es lo que
corresponde a la naturalidad fotogénica de nuestro tiempo. Pero hay momentos en que uno se siente petrificado: no por lo que ve, sino por lo que le espera.
Releo ahora pasajes de un libro de Camilo José Cela que me recomendó mi padre: Viaje al Pirineo de Lérida (1965). Otro entre tantos. Tiene destellos, momentos de lucidez, y tiene pasajes notables. Sin duda es inferior al Viaje a la Alcarria (1948), pero conserva parte de su encanto.
La prosa es efectista y en ocasiones deliberadamente tosca y roma, por decirlo con el propio Cela. Pero entre líneas se aprecia el estado de ánimo de un cincuentón.
«El viajero no tiene alados los pies, que los enseña toscos y romos: a juego con el lastre que lleva en el corazón. Al viajero le duelen ya los pies de tanto andar y, sin embargo, el viajero no quisiera detenerse jamás de los jamases: morir en medio del camino, como un viejo caballo, y con las abarcas puestas, según es uso de pastores, resulta una noble suerte de muerte, un hermoso final para andarines con la ilusión mojada por la lluvia del tiempo y con plomo en las escarmentadas alas del alma…»


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