Uno. Capitalismo de casino. Es un diagnóstico muy común: desde hace años no vivimos en un sistema productivo, sino en un capitalismo de casino. La fórmula no es muy rigurosa, pero resulta gráfica, ilustrativa.
Las corporaciones económicas logran éxito si controlan la caja, las apuestas y el azar (ese mercado regulador y autorregulador). Frente a los grandes especuladores o frente al poder económico, la gente modesta sobrevive malamente, obteniendo como mucho alguna ganancia. El destino, sin embargo, es obvio: siempre gana la banca.
En este dictamen, que es de cuento, hay mucho de resentimiento: le tenemos muchas ganas al poder financiero; le tenemos muchas ganas a los que especulan con el presunto azar y con la rapiña. El capitalismo de casino es un sistema que atrapa y aplasta a los incautos, que somos la mayoría; es un sistema que encandila con el provecho, esa luz remota. Éste es el cuento que mal acaba, la historia de la que ya sabemos el fin.
Dos. Gonzalo García-Pelayo Segovia. ¿Pero qué pasaría si uno de los que juegan, uno de los que apuestan, uno de los que está condenado a perder hasta el último euro, tuviera un plan para saltar la banca? No es un delicuente que quiera robar. Es un hombre honrado con estudios, alguien que aplica su saber al azar, que analiza el funcionamiento de la ruleta. La ruleta es la vida: ¿dónde cae la bolita? Pero la ruleta es también la incertidumbre y la ruina. Con nuestras apuestas y con nuestras expectativas marcha el casino; con nuestras pérdidas y con la ceguera de quienes vuelven para resarcirse, para recuperar lo perdido, funciona la banca.
García-Pelayo es ese personaje listo que estudia el sistema. Es el tipo avispado que tiene un propósito: saltar la banca. Pero es también alguien real, alguien a quien yo idolatré cuando niño. Moncho Alpuente y él dirigían un programa musical en la televisión de mi infancia. Ambos eran jóvenes cultos, barbudos y sarcásticos en un España gris y carpetovetónica. Sé que fue productor musical y sé que era un individuo inquieto. Años después me enteré de que tenía prohibida la entrada en varios casinos españoles (creo) y que había ideado un sistema para ganar, para ganarle a la banca todas sus ganancias. Me despertó muchas simpatías, claro. Me parecía un personaje de la picaresca española. O, mejor, me parecía un tipo con agallas que hacía lo que muchos deseábamos o con que tantos fantaseábamos: saltar la banca. Ahora, Eduard Cortés ha dirigido una película sobre la increíble historia de Gonzalo García-Pelayo. Ha tenido el acierto de ponerle un título obligado y prometedor: The Pelayos (2012), con tantas resonancias obvias. Para mí, la principal, The Sopranos. La película es trepidante, entretenida, con tono de comedia y con su puntico de mala baba.
Tres. This is the End. Para dirigir este proyecto –el de un grupo que se propone saltar la banca de un casino– hay que haber visto mucho cine. Los listos que actúan contra la banca, que con fraude o con inteligencia burlan a los ricachones tienen muy buena prensa. Estos personajes se remontan al mito de Robin Hood. En The Pelayos son héroes modestos con los que nos identificamos. Cuando hay crisis económica, cuando hay restricciones que aprietan y ahogan, cuando el tono del Gobierno es cenizo, sombrío, una película desenfadada, descarada, libera energía.
Y Cortés tiene abundantísima cultura cinematográfica que aquí muestra con guiños y referencias. No haré una enumeración. Eso sí, en esta cinta hay ecos explícitos de la inevitable e inolvidable Ocean’s Eleven, tanto en su versión de 1960, que protagonizaban Frank Sinatra y amigos, como en la de 2001, en la que aparecían George Clooney y sus muchachos. Los carteles de The Pelayos son un homenaje expreso a ese cine.
Los actores, a los que ahora no me mencionaré, están correctos y eficaces, con esa picardía e ingenuidad que exigen sus papeles. ¿Y la historia? Todo cuento, aunque sea real, tiene una moraleja. Y en éste los espectadores de una España en crisis tras despilfarros y larguezas aplaudimos a rabiar. Un golpe a la banca, un golpe al sistema, un golpe de suerte. Sabemos que esta historia es compensación y sabemos que podemos tomárnosla como una reparación. No sé, pero nos lo merecíamos.
Gonzalo García-Pelayo es uno de los productores del film. Me esperé a los títulos de crédito para confirmarlo. Allí estaba el ídolo de mi infancia. Un final feliz.
The End
En este país generan adhesiones con facilidad este tipo de personajes. La picaresca no fue un invento de los novelistas del XVII, está en el aire que respiramos desde las primeras señales de la Decadencia del Imperio. Hace años oí a un sacerdote -o quizá no lo era y a mí me lo pareció, pues debía tener tal vocación- hablar del declive moral de una sociedad que convertía en héroes a personajes como el Dioni, al que incluso Joaquín Sabina dedicó una canción. Yo no veo al Dioni ni a los Pelayos como héroes, pero hay en el inconsciente que se remueve cuando vemos que hay gente que se la juega al orden del capital con tal astucia y osadía, y sin haberse leído El Capital. Mientras acudimos a manifestaciones y leemos a Krugman, hay algo que se nos remueve por dentro cuando entendemos que hay tipos que han optado por resistirse a ver pasivamente la ostentación de la riqueza en casa ajena y que se han jugado el pellejo por eso. ¿Es el sistema hoy un casino? Quizá se cuelen a la mesa algunos que no estaban invitados. Los Pelayos son visitantes no deseados, accidentes de un orden de poder que no les tenía previstos.
Quizá seamos inmorales por divertirnos con cierto rictus de complicidad a costa de quienes perdieron millones por culpa de estos tipos tan avispados, pero ¿qué quieren que les diga?, en Intereconomía tienen fichado a Mario Conde. Y no me voy a poner a hablar de ciertos políticos de por estas tierras, que me cabreo…
Aún no sé si la película mola, voy muy poquito al cine últimamente.
Yo no creo que seamos inmorales por divertirnos con las andanzas de estos personajes. Me refiero a los Pelayo. Por lo que sé, Gonzalo García-Pelayo es un hombre honrado que no tiene cuentas pendientes con la justicia. Simplemente aprovecha su ‘método de observación’ para obtener ventaja en los casinos. Otra cosa es si uno se dedicaría a dicha faena. Yo no. Francamente creo que hay que trabajar mucho para no trabajar. O lo que es lo mismo: ser un ojeador de ruleta supone muchas horas de esfuerzo. Es lo que, con gracia, esta película nos muestra. ¿Lo mejor de este film? El tono jovial, nada cenizo, de la aventura y, por supuesto, Lluís Homar y sus sobrinos, particularmente Miguel Ángel Silvestre (el Pelayo sobrado de testosterona). ¿Menos bueno? Quizá un cierto exceso ‘cool’.
Iré a verla. gracias justo.
Creo que también iré…Si puedo.
Pues sí, habrá que ir a verla. Aunque sea para mitigar ese deseo irracional (o no tanto) de venganza que a una le invade cuando ve programas como los que ha emitido La Sexta en los últimos días: el de el robo a mano armada de los bancos con las participaciones preferentes, y el de la financiación de los partidos políticos.
Aquí hay mucha tela que cortar.