Responsabilidad y ejemplaridad

Uno. Miércoles 16 de mayo, presentación del libro que Ana Reig dedica a Rafael Albiñana, un prócer valenciano, un prohombre de otro tiempo. He de estar en el acto del Colegio Mayor Peset a las 19:30 horas. La autora me invitó a participar en dicha presentación junto a Román de la Calle. Y lo hago con mucho gusto, con ganas. Ana fue compañera mía de carrera, una persona con la que compartí trato afectuoso, experiencias académicas y aprendizaje treinta y tantos años atrás. Hoy, Ana es una acreditada estudiosa del pasado y del saber.

El pasado no es un tiempo remotísimo al que echar un vistazo. Lo pretérito es un presente que perdura, una actualidad cuyos efectos todavía no se han extinguido. A veces por las consecuencias de los actos; a veces por la ejemplaridad de las acciones pasadas, que aún nos sirven de referente, malo o bueno, con el que compararnos.  No se trata de estar sacando lecciones continuas de lo que los antecesores hicieron o dejaron de hacer. Aunque tampoco se puede ignorar cómo intervinieron, cómo vivieron, cómo sobrevivieron. La historia no nos corrobora, pero nos concierne. ¿Es la naturaleza humana un desecho de egoísmos, pura inmundicia? Hay gentes emprendedoras, esforzadas, morigeradas, con elegancia moral.

Dos. Observen la fotografía de la cubierta del libro. La imagen se reproduce en un bellísimo blanco y negro. Es una instantánea tierna, aleccionadora.

Al verla sentimos confianza en el género humano: confirmamos que valen la pena siglos y siglos de dolores y esfuerzos, de empeños y voluntades. Hay paz, camaradería y respeto entre los retratados.

Al echar un vistazo, así a bote pronto, no sabemos quiénes son ese señor y esa muchachita. Figuran en los créditos, pero de momento no revelaré sus nombres.

Caminan repitiendo los mismos gestos: cabizbajos, pensativos, probablemente silenciosos, con las manos a la espalda. Pasean sin premuras, reflexivamente, tal vez compartiendo algún secreto o idea u ocurrencia.

El suelo no está empedradro y, por la flora, seguramente los retratados están en un jardín o en el recodo de una calle en algún pueblecito. Son tiempos aún rurales o estivales. Se nota el buen clima que rodea. Los fríos ya son algo lejano.

La niña lleva un batita arrugada y veraniega. Calza sandalias. En cambio, el caballero que acompaña a la joven dama lleva abarcas. La estampa del señor es elegantísima: contrastan el pantalón blanco (probablemente de lino o  de hilo) y las prendas superiores, ambas oscuras y preceptivas: una chaqueta y un sombrero.

És es André Lambert, el pintor de origen suizo que se afincó en Xàbia, lugar que inmortalizó en acuarelas y grabados. La instantánea, tomada hacia 1930, recoge un momento cotidiano: quien acompaña al artista es su hija, aún chiquitita. ¿Qué tiene que ver esa imagen con el contenido del libro? ¿Acaso el retratado y la niña son protagonistas de este volumen?

Tres. El acto de presentación reveló y rememoró la figura de Rafael Albiñana, un político liberal, inspirado en las ideas krausistas, reformistas, regeneracionistas. Comparamos y contrastamos lo que fue su tiempo (finales del siglo XIX y principios del XX) y lo que es el nuestro, este comienzo de milenio. En ambas épocas, el desconcierto es rasgo común, una impresión de cambio vertiginoso y de crisis material, de transformación de los recursos tecnológicos y de atraso. ¿España atrasada, caciquismo, oligarquía?

Gentes como Albiñana se opusieron a la fatalidad de su tiempo, no se resignaron al determinismo de la pobreza circundante o la pérdida del talento. No se resignaron a la reclusión y minoridad de las mujeres. Es por eso por lo que se propuso planes de reforma local o provincial que tenían mucho de acciones cosmopolitas.

El libro merece una segunda edición: más lujosa, aumentada y corregida, dijo Román de la Calle. Y lo dijo porque el volumen nos despierta todo el interés, el interés por averiguar más cosas de Rafael Albiñana. Creo que la obra se lee de grado, con soltura, con el placer que dan unas páginas que han sido disfrutadas, esmeradamente escritas. Yo no sabía gran cosa de Rafael Albiñana. Tampoco tenía mucho interés en informarme sobre su vida.

Ahora, tras el libro de Ana Reig sé que ha valido la pena: que hubo personas remotas cuyas vidas merecen una exhumación y un homenaje, personas que concibieron otro mundo para las niñas, para los muchachos, para aquellos valencianos sumidos en la depresión de un desastre. A ese desastre cabía oponerle resistencia. Hay personas responsables y ejemplares, sí.

Fotomontaje, cortesía de María Dolores Pérez-Molina

Hemeroteca

Justo Serna, «Soy de Bankia», El País, 16 de mayo de 2012

14 comentarios

  1. Desde luego, la fotografía de la cubierta del libro es magnífica, enternecedora. Veo que hay que esperar para ver la relación entre foto y título.

    Por otro lado, me quito el sombrero con su artículo de hoy en El País. En España hay mucha gente que hace las cosas bien, que se toma su trabajo que seriedad, responsabilidad y profesionalidad, que tiene un compromiso ético con su trabajo. Es mucho, dados los tiempos que corren. Esas son las personas que deberían dirigir a grupos, y no todos estos inmorales que nos rodean.

    Muchas gracias por su artículo, señor Serna. Palabras sensatas como las suyas hacen mucha falta.

  2. Sr. Lillo, le agradezco sus palabras. Me da vergüenza la gestión de presuntos expertos que ponen en peligro instituciones, empleos y ahorrillos. Yo creo que hay responsabilidad y ejemplaridad. Por eso, casos como los que rescata Ana María Reig son aleccionadores. Hay mucha gente que hace su trabajo bien y lo hace con modestia y eficacia. Luego vienen los superferolíticos y empiezan a segar. Y ellos, los podadores, se ponen siempre en el lado de la excelencia: se toman a sí mismos como excelentes, se juzgan con benevolencia. Es como doña Esperanza Aguirre, a la que he dedicado posts y columnas muy sentidas: siempre se piensa en el lado de los excelentes. Estoy leyendo y releyendo cosas de Hayek: si le aplicamos el cedazo (que no el dedazo), doña Esperanza no pasaría de cuartos. De cuartos de final.

  3. Sí, qué gran artículo el que publica hoy en El País. Pone usted voz a mucha gente; y eso, siempre es de agradecer.
    A veces una no puede gritar todo lo que quisiera.

    Gracias, Sr. Serna.

  4. Entiendo que no grite. Pero es para chillarles a la cara lo que pensamos. Nosotros, gentes tan morigeradas que no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Somos personas que nos contenemos y que incluso ahorramos: lo digo por las Cajas… Y ahora los directivos de las entidades como De Rato y Figueredo nos reprochan que todos hemos vivido por encima. ¿Todos? Algunos se han aupado y ahí los tenemos: encaramados. ¿Y nuestro Gobierno autónomo? Hay amigos de otras comunidades que no entienden mi ojeriza al PP. Oigan: aquí, en esta tierra se ha despilfarrado sin cuento. O con mucho cuento.

  5. Pues sí. Es todo tan lamentable. ¿De verdad que no se le va a exigir a nadie ninguna responsabilidad? Me gustaría saber, de verdad, dónde guarda toda esta gente el dinero que les regalan por marcharse.

  6. Por cierto, varias personas me han comentado que su artículo estaba muy bien. Que se sienten representados con sus palabras. Son gente de bien, gente que hace bien su trabajo. Dira sea…

  7. El krausismo y todo lo que le rodea merece este estudio y muchos otros. Es, desde mi punto de vista -aunque sospecho que usted o el amigo Fuster podrían decir mucho más que yo al respecto-, una paradoja histórica, una más, de la cultura española contemporánea. Krause, en realidad, no es un personaje de gran trascendencia dentro del pensamiento alemán. Su enorme influencia en nuestro país tiene condiciones de posibilidad muy particulares. Yo diría que, más que krausistas, lo que somos es Gineristas, pues es la figura de Giner de los Ríos la que me parece que se alarga enormemente. Pese a algunos excesos teóricos-muy excusables por la época de que hablamos- la repercusión del krausismo para la configuración de un ideal modernizador frente a la postración que España arrastraba de siglos es enorme. Pienso en la gente del 98 y en los regeneracionistas, pero también en el espíritu de la Segunda República. Siempre he sospechado que el fascismo español, cuando hablaba de la conjura judeo-masónica y todas esas cosas tan bonitas, a quien verdaderamente temía no era tanto a las comunistas como a toda esa gente que se formó en la ILE. ¿Por qué España no dio apenas nada a las ciencias europeas durante tres siglos? Saber entender las implicaciones de esta pregunta lo explica todo.

    Por cierto, la semana pasada vino al Instituto una anciana que vivió la Guerra Civil. Nos contó cosas sobre los bombardeos de Valencia, sobre aquella noche en la que la trasladaron con sus hermanos pequeños a la Playa de los Locos en Torrevieja. (Por cierto, le llaman así porque allí hubo en tiempos un manicomio) Siendo una adolescente hubo de cuidar ella solita de sus hermanos: «me acosté con catorce años y me levante con veinticinco, nuestros padres ya no estaban». Nos contó también que fue una de las pocas chicas que hizo bachiller en Valencia, concretamente en el San Vte Ferrer. Fue alumna -pásmense- nada menos que de Gerardo Diego, del que recuerda una bronca fenomenal porque un crío confundió una preposición con un subjuntivo. (Pregunto qué es «para», y el crío dijo que era un verbo. Don Gerardo le gritó: «¡Claro, acaba de descubrir usted que para es del verbo parir, hombre de dios!»)Lo pasé magníficamente , nunca he visto a mis alumnos tan interesados. Es curioso, quien no ha vivido un bombardeo -nos contó- no sabe lo mucho que dura el estruendo de una bomba. Ya ven, me ha quedado grabada esa frase. Por cierto, insistió mucho en que saldremos de esta crisis, como de otras mucho peores que también hemos pasado. «Pero nunca consintáis otra guerra, nada es más horroroso, no hay nada peor en el mundo». Insisto, hacía tiempo que no me interesaba tanto escuchar a alguien.

    Respecto a su artículo, hay una cosa que me llama mucho la atención de lo que explica. Creo que podríamos hablar de un «liberalismo inconsecuente», tan extendido en nuestro país, que me pregunto si hay un liberalismo consecuente. Entronizamos el mercado, alentamos la desregulación, desactivamos el poder de intervención de las instituciones, pero luego, cuando, como el aprendiz de brujo, armamos el pifostio, entonces llamamos llorando a Papa Estado para exigirle que nos rescate. La cosa tiene narices.

  8. Don Justo, su artículo es brillante, como debe haber sido también su intervención en la presentación del libro de Ana Reig y que yo, nuevamente, me he perdido, por continuar con mi ya hacendrada costumbre de llevar un brazo en cabestrillo, además de otras magulladuras.

    En cuanto a los responsables de la crisis, señores míos, no sólo no la pagan, sino que se retiran con premios en metálico de cuantioso monte. Véase, si no, la triquiñuela del ínclito Rato, primero dimitido y después cesado, para no perder la «indemnización por despido», en nada semejante a la que cobra un ex-currito cuando le despiden ignominiosamente.

    No me alargo más, que escribir con una mano cuesta «un h…»

  9. A mí también me hubiera encantado ir a la presentación del libro de Ana Reig, pero algunas responsabilidades familiares me lo impidieron. Debe estar orgullosa la autora con semejante mesa: tuvo que resultar un acto muy selecto; de mucha altura.

    Desde luego que leeré ese libro: ya sólo la fotografía de la portada te atrapa como un imán.

  10. Siempre tengo la sensación de llegar tarde y de responder breve y descortésmente a las amabilidades que ustedes escriben aquí. No sé lo que me pasa. Quizá me he vuelto más lento de reflejos.

    El acto de ayer. Ana Reig preparó concienzudamente dicha actividad. Luego apareció menos público del previsto, pero vinieron amables oyentes que permanecieron hasta el final. ¿Qué es un éxito y qué es un fracaso si hablamos de la presentación de un libro?

    Hace veinte años, Anaclet Pons yo dirigíamos el Aula de Debats de la Universidad. Tuvimos éxitos clamorosos: trescientas personas en una conferencia de Georges Duby. Y tuvimos fracasos incomprensibles: cinco personas en una charla de José Manuel Caballero Bonald. ¿Acaso por la escasa calidad del escritor español? Por supuesto que no. Con Caballero Bonald estamos ante un grandísimo escritor. Estamos curados de espanto, pues. Y lo valioso depende del libro presentado y de las palabras que en el acto se digan.

    El de ayer fue un acto entrañable y muy justificado en el que nos reunimos –creo– dos docenas de personas. O alguna menos. Pero lo importante es que lo pasamos bien y hablamos con entusiasmo. Yo, personalmente, agradezco la oportunidad que se me dio de estar con Ana Reig y con Román de la Calle.

    Seguiremos…

    Ah, y no olviden. El lunes próximo tenemos presentación del último libro de Juan Planas en La Casa del Libro. A las 20 horas. ¿Se lo van a perder? No cometan esa imprudencia. Es un libro elegantemente editado por Javier Jover. Y desasosegante.

    Seguiremos informando.

  11. Buena idea. Una persona de todos conocida es la autora de la foto que Juan Planas luce en dicho libro. Nos veremos.

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