Uno. Identifiquese. «Vamos, identifíquese». Eso decía la policía en el Franquismo si unos agentes se tropezaban con dos o tres estudiantes reunidos. ¿A qué epoca me refiero? Esas cosas pasaban en aquellos últimos años de un régimen milenario y mineral. Don Francisco Franco, el Generalísmo, esperaba durar. De hecho duró. Y el Caudillo pensaba que su dictadura se iba a prolongar durante décadas: ¿por qué no mil años? Como una bola que no parara de rodar.
Dos. Sería un irresponsable si yo dijera ahora que el sistema franquista se perpetuó. No, señores. La Constitución de 1978 –para algunos, tan escueta, tan estrecha– reconocía derechos fundamentales y, por tanto, liquidaba los Principios Fundamentales del Movimiento.
El Movimiento no era una corriente pop ni una convulsión estética. Era un sistema de partido único con falangistas valerosos, con policías de la porra y con prensa azul y monocorde: eso sí, hacia el final tenía enanos infiltrados, es decir, gente sensata que se reciclaba. Esto era lo que denunciaba don Blas Piñar, un franquista irredento que alertaba al Caudillo sobre los enemigos interiores.
Por ello, la policía no miraba: sospechaba. Sospechaba de todo lo que se movía. Como el señor Piñar o como tantos otros camisas viejas que veían desmoronarse el Régimen. Lástima.
Tres. Hoy, 22 de mayo de 2012, muchos años después, la policía ha exigido a unos jóvenes que estaban por allí, por la Consellería de Educación en Valencia, que se identificaran. ¿Había pasado algo? No. Según las noticias de la radio, no había ocurrido nada, pero los gendarmes tomaban medidas por si después había disturbios. Creo que es una medida sensatísima. A la policía habría que pedirle lo mismo: que se identificara. ¿Llevar un uniforme es garantía? En las películas y en la series americanas hemos aprendido que la bofia muestra su placa, que los polis enseñan sus credenciales: que se identifican, vaya. Imaginemos a unos desaprensivos usurpando la identidad de la gendarmería; imaginemos a unos tipos disfrazándose de guardias. ¿Qué seguridad tenemos de que son policías? ¿Qué garantías hay de que son agentes del orden?
22 de mayo, exterior tarde. Hay convocada una manifestación en favor de la enseñanza pública. Voy –vamos– a acudir a ella. Masivamente, aunque luego digan que somos cuatro y el de la guitarra. Veré –veremos– a personas de uniforme. De uniforme. ¿Hay certidumbre de que son lo que parecen ser? No voy a detenerme, pero me dan ganas de pedirles que se identifiquen. Oiga, agente, hágame el favor. ¿Usted es un guardia de la porra? Yo soy profesor, soy padre. Soy ciudadano, soy contribuyente: acabo de dejar en el gestor mi declaración de la renta. ¿Usted me garantiza que los defraudadores fiscales serán severamente reprimidos, perseguidos, castigados? No me mire a mí, que soy persona de orden. Mire a los alborotadores del parqué, de la Bolsa. Mire a los que se han llevado la bolsa y las bolas.
Hablando de bolas. Dice doña Esperanza Aguirre que si en la final futbolística se pita el himno (y, por tanto se ultrajan los símbolos nacionales), lo mejor es clausurar el estadio: que el partido se celebre a puerta cerrada. Qué moderada es la presidenta de la Comunidad de Madrid. Yo propondría suspender la final sine die.
¿A que no hay bolas?
Magnífico post, don Justo, excelente. Ha conseguido en unas pocas líneas que me haya reído, que me haya acongojado, que me haya cabreado y que me haya sentido identificado y representado. Espero que haya ido bien la manifestación. Luego dicen que los manifestantes provocan a la policía, pero en ese arte doña Espe no tiene rival.
Una vez acabada sin mayor quebranto la manifestación y casi, casi la jornada, le leo y le cuento que a mí, don Justo, la única vez que tuve tratos de cerca con uno de esos uniformados que usted llama «guardias de la porra», tan sólo me dirigió una palabra, una sola, eso sí con sus dos acongojantes signos de puntuación: ¡Documentación! Añádale que en esos momentos me encontraba ovillado en el asfalto después de recibir un aleccionador golpe, que aún se empeña en protestar en mis riñones cada vez que ve a los defensores de la seguridad en acción, y comprenderá que no recuerde si todavía lucían de ajado gris o habían estrenado ya el prometedor y casi constitucional marrón, y que siga convencido de que hablar con estos «agentes del orden» sirve de bien poco: ellos son, precisamente, los que protegen de nuestros derechos y de nuestra hartura «a los que se han llevado la bolsa y las bolas», a los que se han echado a la saca nuestras bolsas y a los que a este paso también querran nuestras bolas por si les sirve de algo recortárnoslas.
Lo otro, lo de doña Esperenza y sus chorradas, ya sabe usted bien que forma parte del espectáculo, del panem et circenses que decía el poeta latino, como pasó la semana pasada con lo de Gibraltar. Pero mire por dónde, a mí me gusta el futbol y además disfruto de vez en cuando con una buena pitada a la Familia Real o a cualquier símbolo del poder. ¡Caray con la señora Aguirre! Ya sólo me faltaría que me quisiera quitar o el pan o el circo: ¡Que la suspendan a ella! o ya puestos a la autonomía que ella representa (¿no quería la presidenta algo así no hace mucho?). Mientras tanto, y esto ya me parece más preocupante, la doña y los suyos nos dejan dos prendas para la semana que viene: Una, que el cansancio de la gente, el simple y pasivo desahogo del silbo disidente, nos lo quieren convertir en un «acto de manifestación hostil hacia España y los españoles», ahí están, como siempre, mezclando churras con merinas en una torpísima intentona de provocación. Dos, el mismo sábado 26 permiten una manifestación de Falange en Madrid y esperemos que la muchachada de camisa azul no vaya de cacería y que no pase nada. A lo mejor (o a lo peor) también aparecen los de la porra, pero no voy a dudar a priori de que actúen como es debido y de que sirvan a quienes merecen su protección. Esto de Falange, su presencia y sus manifestaciones legalizadas es otra historia, lo dejamos para otro día, por lo pronto esperaremos al domingo cruzando los dedos, y un servidor silbando. Abrazos.
22 de mayo, huelga en la enseñanza pública, en todos los niveles.
No hay elección posible. Nos quitan el pan y el circo. Y nos quitarán también las bolas, más pronto que tarde.
Y si la Espe es chula, ¿qué me dicen de Rouco, que -con el mejor estilo mafioso que pedirse pueda- amenaza con «recortar» a Cáritas, en venganza por quererle cobrar el IBI?
Estos personajes habitan un mundo diferente al nuestro, hablan un idioma distinto, su sistema de raciocinio parece estar situado en el estómago (o en el hígado, qué sé yo) pero no, definitivamente no, en el cerebro. Lo que no sé es si tienen corazón o si realmente se trata de una raza alienígena con engranajes en vez de vísceras.
Espero que la concentración haya sido un éxito (las noticias así lo dicen) y que no hayan tenido problemas con «los de la porra».