La política española resulta decepcionante, sí. Creíamos disponer de un sistema eficaz: un sistema de partidos que compiten leal y legalmente y que usan los recursos con moderación y buen juicio. Creíamos contar con un régimen político garantista: un régimen de derechos que asegura la vida y las condiciones de los ciudadanos. Eso es lo que creíamos al comienzo de la transición. Aquellos eran años de aprendizaje, de aprendizaje de la libertad, de la tolerancia.
Ahora, tras décadas de funcionamiento, hay un gran descontento, rechazo o, al menos, indiferencia. La democracia está llena de taras y nuestros representantes no siempre tienen comportamientos ejemplares. Sin duda, la crisis económica agrava ese fastidio. Desde hace un tiempo intentamos remontar el estado de abatimiento haciendo valer nuestros derechos. Tratamos de salir de la resignación, sumándonos a acciones de protesta, oponiéndonos a la fatalidad de los recortes. Las manifestaciones, las huelgas, etcétera. Pero no basta.
En la sociedad de la información, en la sociedad de masas, hay que emprender acciones insólitas e individuales, acciones de las que cada uno es responsable y que suponen esfuerzo y recompensa. En Facebook, en twitter, por ejemplo. Ello pasa por escribir, por comunicarse valiéndonos de todos los medios que ahora están a nuestro alcance; ello pasa por incomodar con nuestra palabra y nuestros juicios. No dar nada por hecho o por evidente.
Hace años, un estudioso de la comunicación, Giovanni Cesareo, escribió un libro altamente recomendable. ¿Su título? Fa noticia. La traducción resulta obvia: Es noticia. Cesareo decía que el gran poder de los medios es colocar temas que no nos interesan, acontecimientos programados de los que luego hablamos. Esas noticias cambian nuestro orden de preferencias y nos imponen sucesos que hay que contar y con los que hay que contar. Rompen nuestra cotidianeidad, decía.
Tenemos informaciones banales que son el centro de la discusión pública. Un día y otro también hechos secundarios se convierten en preocupación nuestra. Muy bien, saquémosles punta, veamos el aspecto risible o ridículo de todo ello y guaseémonos de los grandes de la Tierra y de los pequeños sátrapas. Ya que no podemos cambiar a nuestros representantes, bromeemos con la política local y autonómica, hagamos escarnio de sus latrocinios. De eso, de la broma literaria, hemos aprendido mucho de Eduardo Mendoza…
Me conformaría con que el descontento se «manifestara» claramente en las próximas elecciones generales y autonómicas. Y si las podemos adelantar, mejor.
Está bien eso de movilizarse a través de las redes sociales, de salir a la calle, de hacer huelga… pero como usted dice, Sr. Serna, efectivamente, “no basta”. Esta gente (el gobierno, quiero decir) tiene la piel curtida para eso y mucho más. Ya sabemos lo que hacen, incluso podemos predecir lo que van a hacer pero, ¿sabemos dónde tienen el punto débil? ¿Sabemos lo que queremos?
Siempre he defendido las acciones individuales y la responsabilidad personal, y no porque no crea o desprestigie a las otras (en las que también creo, valga la redundancia, y participo), sino porque pienso que son más efectivas: las pequeñas acciones y actitudes cotidianas hacen más pupa. Ahora bien, eso requiere de un esfuerzo tremendo.
Debemos hacer una introspección personal y grupal. Han sido cuarenta años de dictadura, y hasta que no vomitemos lo que queda de franquismo no habrá suficiente espacio para democracia; quiero decir, para una democracia sólida.