Uno. Estuve en Barcelona viendo la Exposición World Press Photo 2012. Ubicada en el Centre de Cultura Contemporània, en pleno Raval, la visita me fue muy provechosa. Me hizo pensar y darle vueltas a lo que veía, a lo que percibía, al dolor retratado, al mal fotografiado. Ahora viene a Valencia. Gracias a Doctornopo, que la trae a la Fundación Chirivella Soriano en el Palau de Valeriola.
Como casi siempre, las instantáneas sorprenden y a la vez son predecibles. No hay individuo retratado que no tenga un precedente, que no recuerde a algo o alguien ya visto. Los individuos reproducimos poses, ademanes, gestos, mohínes. El dolor, el amor, el sopor… Todo ha sido ya esbozado reproducido, repetido.
¿Es eso un problema? No se trata de ser esforzadamente originales, sino de ser auténticos. Autenticidad es una palabra muy sobada: generalmente se usa para pasar como legítimo lo que está gastado. Auténtico es aquel que no confunde ni mezcla para provocar efectos de reconocimiento y aplauso. Auténtico es ser atrevido, osado y a la vez modesto: nada de lo que tu expreses, con la imagen o con la palabra, es nuevo, radicalmente nuevo. Todo ha tenido tratamiento. Pero puedes reproducir lo ya hecho con sinceridad y desgarro.
Dos. En el caso de la fotografía ganadora, de Samuel Aranda, nos hallamos ante una reproducción de la Piedad. El amor de madre; la compasión hacia el ser dañado, herido, maltratado; la ternura hacia el hijo. La humanidad penitente… La instantánea fue tomada en circunstancias excepcionales y Samuel Aranda la explica en el vídeo que acompaña a la muestra. Sus imágenes golpean y remueven nuestra vida amodorrada. Yo no puedo dejar de recordar, por ejemplo, una visión de las azoteas de El Cairo en medio de una tormenta de arena. No hay belleza superior; no hay dolor más espontáneo. Se la debemos a Aranda.
En la World Press Photo 2012 tuve esa impresión. Casi todo lo que veía era una exploración de lo ya visto, una inspección de lo repetido, pero todo me parecía nuevo. Muchas fotografías iban más allá del tópico. Sé que las circunstancias humanas que más valoramos son poses de la tradición pictórica. Eso no es problema: el mundo se repite y los seres humanos se copian, se plagian, se solapan.
Tres. Las instantáneas que vi me confirmaron una verdad terrible: el mal del mundo es preferentemente masculino. Los hombres torturan a sus congéneres; maltratan o someten a las mujeres; hacen uso de tradiciones, leyes, herramientas, utensilios, armas, cachivaches, etcétera, para humillar, para ultrajar. Ustedes no saben lo que esto es. Corroborar dicha evidencia es duro. No escapamos los varones a esa fuerza bruta que se nos atribuye, que nos creemos, que tenemos. ¿Para qué la empleamos? Para infligir daño y para ejercer el poder.
¿Ustedes se creen? ¿No deberíamos empeñarnos en cambiar el mundo? Ya sé que dicho así es una bobada de occidental bien nutrido. Pero no hay palabras para expresar la conmoción, la conmoción de esta muchacha forzada a casarse con un varón ya machucho, según vemos en la fotografía de Stephanie Sinclair. No hay eurocentrismo por mi parte; hay rabia.

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