Yo no soy radical… Yo no soy extremo ni extremista. Soy un tipo moderado y morigerado: si es que ambos calificativos no significan lo mismo.
Durante décadas he defendido a don Juan Carlos frente a sus detractores, aquellos que se mofaban de su figura, de su habla, de su prosodia, de su retórica. La verdad es que él ponía de su parte: no parecía muy habilidoso o muy refinado.
Toni Albà, el actor catalán, lo imitó muy bien, con mucha guasa. Le dediqué un artículo en 2005. Aún recuerdo sus intervenciones en el programa de Andreu Buenafuente. Lástima que las ideas del imitador hayan acabado por imponerse a la caricatura. Prefiero la mofa a la solfa. O la burla a la ideología. Quiero decir: no me interesa si Albà es independentista. De hecho no me inquieta el independentismo. Lo que lamento es que la broma se supedite a un ideal, a una quimera, a una meta: por muy razonable que sea. O por muy disparatada que sea. Punto y aparte.
Desde hace años me parecía que con don Juan Carlos salíamos con bien de una dictadura. Y eso que lo tenía difícil. Él, el Rey. Y lo teníamos
difícil los demás: los ciudadanos (o los súbditos en tiempos del Antiguo
Régimen). El comportamiento público de don Juan Carlos se me antojaba aceptable, incluso elogiable: eso sí, comparado con sus antecesores. ¿Ustedes se imaginan a Carlos IV, a Fernando VII, a Isabel II? Etcétera. Qué retahíla de soberanos malamente avenidos y salidos, salidos de madre.
Isabel Burdiel, catedrática de historia contemporánea, ha editado un documento del Ochocientos que se titula Los Borbones en pelota. La publicación es prácticamente clandestina: sin reseñas, sin referencias… La labor académica de mi compañera es fina, finísima. Tengo un ejemplar y puedo constatar que el resultado es irreprochable.
Otra cosa es la imagen que daban los monarcas y sus detractores del siglo XIX. Qué gracia y qué desgracia: Borbones empalmados, soberanas lascivas, cortesanos lujuriosos… Pero no sólo eso: la Corte de los Milagros era un lupanar y era un negocio lucrativo. ¿Y los reyes del siglo XX? No me tiren de la lengua.
Viví en el limbo con don Juan Carlos. Seguramente porque no quería enterarme. Me parecía un hombre campechano que simbolizaba algo común, la España democrática: no se rían, no estamos para despreciar estas cosas. Simbolizaba la aceptación y la adaptación de la Monarquía al sistema parlamentario: no se rían, nuestra historia contemporánea es un desastre de choques, enfrentamientos y malentendidos.
Por fin, con don Juan Carlos, teníamos un Rey llevadero, aceptable: un soberano (¿soberano?) ante quien no había que humillar la cerviz. Nunca tuve que hacer grandes aspavientos monárquicos.
Y, de repente, todo se tuerce. O no.

Deja un comentario