La semblanza es un género francamente difícil. Has de proporcionar los datos básicos de un personaje que el público no tiene por qué conocer. Has de provocar el interés en un tipo humano que de entrada no tiene por qué despertar atención alguna. Sea una celebridad o sea una persona del montón.
¿Qué es una persona del montón? No hay tal cosa. Todos somos interesantes vistos de cerca. Con lupa se nos ven los poros, las impurezas de la piel, esa rugosidad imperfecta. En fin. En cambio, de lejos nos desvanecemos para acabar siendo algo borroso e indefinible: el grueso o el paisaje nos desdibujan. Mala suerte.
Pero que ese individuo sea finalmente captado con palabras y que, además, sea trazado en sus rasgos esenciales es tarea colosal. ¿Rasgos esenciales? ¿Y qué es tal cosa? Lo que uno dice de sí mismo no es necesariamente lo que lo otros destacarían. Lo que uno menciona de sí mismo no es forzosamente lo que los demás subrayarían. Por tanto, en una semblanza, el escritor escoge un episodio o rasgo y hace de dichos elementos el objeto de su trazo. O de su caricatura.
Sin duda, Julio Camba supo describir a tipos de los que no sabía demasiado. Supo captar lo pintoresco o lo estrafalario. O supo precisar lo común. En el libro que ha compuesto Francisco Fuster para Fórcola con trozos y restos de Camba hay páginas memorables (descúbranlas…): Caricaturas y retratos (2013). Y ese volumen me reconcilia con las efigies literarias, algunas tan egregias.
Desde que Javier Marías publicó Vidas escritas (1992) no había leído nada que me estimulara especialmente. En Camba hay socarronería. Y saludable ignorancia, el atrevimiento del caricaturista. Mucha osadía. En Marías hay ironía, un dibujo fino y poco exhaustivo. Un simple gesto, mohín, actitud o además del retratado le sirven para perfilar.
Para algunos, Vidas escritas es el mejor libro de Marías: en el elogio hay una maldad, pues la semblanza es un género menor comparado con la novela. Yo prefiero al Marías irónico y desenvuelto, con desparpajo y manías, aquel que transita los géneros: los grandes y los chiquitos. No siempre coincido con sus juicios y con sus alardes, pero sus escritos me hacen despertarme e interesarme por cosas que no me conciernen. O sí.
¿Camba? Caramba, descúbranlo. Hay que admirarlo por sus defectos, no por sus cualidades: justamente lo que él decía de Pío Baroja. “No le he admirado, a pesar de sus incongruencias, sino por sus incongruencias, ni a pesar de sus faltas gramaticales, sino por sus faltas gramaticales, ni a pesar de sus ideas absurdas, sino por sus ideas absurdas”.
Pues eso.
Demonios, va usted tan rápido que no puedo seguirle, se me va un poco el oremus por esperar un par de días para meter baza en el asunto de la sociología y ahora que vengo con ganas de guerra va y usted ya ha cambiado de tema. Simplemente he de decirle a usted y a sus intervinientes, los viejos amigos como Fuster, y algunos nuevos que dejaron su comentario, que el debate me parece apasionante, mucho más trascendente de lo que parece a simple vista. No estamos ante una simple cuestión académica y de expertos, tampoco un suceso menor que afecta a unas cuantas personas -una afectación por cierto angustiosa, dadas las referencias a la falta de horizontes laborales vinculada a esa titulación-. Yo creo que la pregunta que usted hace -«¿dónde están los sociólogos ahora mismo?», «¿qué pueden decirnos respecto a lo que nos pasa?»- es clave, pues no se trata de pedir opinión a unos señores con cierta habilitación académica, se trata más bien de elucidar cuál es el estatuto actual de las ciencias humanas que emergen la mayoría de ellas en el siglo XIX, cuál su utilidad social reconocible ante las incertidumbres del momento actual, cómo podemos disponer de los conocimientos que aportan autores tan relevantes como los que ustedes han nombrado para extraerles alguna utilidad, qué dirían hoy estos caballeros -y pienso en la enorme influencia que sobre la filosofía contemporánea ejerce por ejemplo Max Weber- sobre fenómenos como los de la crisis, la explosión internáutica, las nuevas formas del capitalismo, el reordenamiento familiar y amoroso, la corrosión de la cosa pública, buf… no deje de recuperar el tema algún día.
Lo voy a recuperar pronto y además concretamente con un asunto que a usted le interesa en especial del ramo de la sociología. Ya verá.
Tengo que coincidir, una vez más, con el señor Montesinos: va usted muy rápido. Yo esperaba con interés el debate sobre sociología. No para participar, pues en eso -como en otras muchas cosas- soy un punto más que profana, cosa que esperaba paliar mínimamente leyendo sus participaciones. En fin, a la próxima.
En cuanto al tema de esta entrada, tengo muchas ganas de leer el libro del señor Fuster, pues estoy segura de que va a resultarme muy interesante y ameno, como todo lo que escribe nuestro buen amigo.
Gracias, Marisa. Mi intención no es marear con temas nuevos para impedir reflexión o debate. Al contrario, creo que voy muy lento para la cantidad de estímulos y de incentivos positivos o negativos que tenemos hoy en día. Estamos desbordados, admitámoslo. En el caso de la sociología, insisto, no tardaré en regresar. Los sociólogos también están desbordados.
Pues sí, resulta un tema muy interesante, y la provocadora misiva del señor Serna ha llegado a sus destinatarios, desde luego. Nuestro mundo se desmorona delante de nuestras narices; nuestras certidumbres se volatilizan “como lágrimas en la lluvia”, que diría el Replicante, y cada vez encontramos menos asideros desde los que agarrarnos para tratar de otear el horizonte o tomar una bocanada de aire. Esperamos que alguien nos explique lo que está pasando (y tenemos los ejemplos de Fontana, de Muñoz Molina o de Manuel Cruz, entre otros) pero lo que más abunda son explicaciones de corte económico sobre la crisis: sus orígenes, su desarrollo y sus posibles consecuencias, cuando lo cierto es que el desconcierto que nos invade, la crisis que padecemos, no es sólo económica: es también institucional y política, social y cultural.
Todo está mudando, todo se viene abajo. En este tipo de situaciones, lo primero es orientarse, saber dónde estamos, en qué lodazal inmundo nos estamos sumergiendo. En ese sentido es significativo el éxito de libros con títulos como “Brújulas que buscan sonrisas perdidas” o “Brújula para navegantes emocionales”, por no mencionar todas aquellas ficciones que tienen como protagonistas y referentes a personajes fuertes y sólidos pero de dudoso comportamiento moral: es el caso de la saga “Crepúsculo” o la más reciente de Grey y sus sombrías sombras. El inconsciente colectivo está necesitado de algún referente, de algún tipo de guía y lo que está claro es que, por ahora, no lo hay.
Por otro lado, entiendo que en los inicios de la modernidad, quizá las sensaciones de incertidumbre y de desconcierto fueran parecidas a las que padecemos en la actualidad. Entiendo que sociólogos como Durkheim, Simmel, Weber o Tönnies, se esforzaron por explicar aquel fenómeno, realizando unos trabajos que tienen vigencia hasta el día de hoy, que aún resultan útiles. Muchos autores significativos y por todos conocidos han enriquecido la disciplina después de estos “padres fundadores”: a mí me atraen especialmente Beck, Lipovetsky o Giddens.
Así, entiendo que el llamamiento de Serna, junto la situación planteada por el señor Montesinos resulta áspera y peliaguda. Para los sociólogos y para las Humanidades en general; no sólo por su situación laboral y por su utilidad como disciplinas adecuadas para explicar el mundo que nos rodea y lo que nos sucede. Parecemos vivir en un mundo tan complejo, que cada vez resulta más difícil escribir o reflexionar sobre cualquier asunto que pretenda dar coherencia a cuanto acontece. Los “expertos” proliferan por doquier y basta que alguien se meta en el terreno o en la especialidad del otro para que salten las chispas. Esta situación conduce a la inmovilidad, a la compartimentación del saber y al aislamiento de las distintas esferas del conocimiento, y no creo que esa situación sea buena. Decía Vilfredo Pareto que el prefería leer textos repletos de errores, de aproximaciones equivocadas que han de corregirse una y otra vez, a la estéril verdad.
Quizá sea eso lo que nos haga falta. Más pensadores que no tengan miedo a equivocarse, más trabajos atrevidos y arriesgados, repletos de errores, rebosantes de sus propias correcciones. Así, removiendo ese fondo, ese fondo que ya no nos sustenta, dialogando y discutiendo con honradez y sin rencores, tal vez alcancemos alguna conclusión o quizá lleguemos a algún punto desde el que impulsarnos de nuevo hacia arriba.
A mí, desde luego, me da igual quién lo haga. Yo estoy dispuesto a escucharle.
Reblogueó esto en Los archivos de Justo Sernay comentado:
Dos de los grandes: Javier Marías y Julio Camba.
Leo sus artículos con interés, sobre todo porque avivan el debate y en las más de las ocasiones ponen el dedo en la llaga. Espero que esto no le resulte desagradable y no lo desapruebe. Creo que su blog es merecedor de un Premio Dardos y así lo he propuesto. http://wp.me/pSbtN-gU Seguiré sus escritos con interés.
Muchas gracias. Es un honor.