La vida da muchas vueltas, reza el tópico. Los que están arriba, estarán abajo. En cien años, todos calvos. Esos dichos suelen ser rencorosos, pues expresan una fatalidad: no hay que hacer nada, dado que todos salimos con los pies por delante.
Es mi deseo, sin duda. Salir con los pies por delante. Eso sí: ancianito, muy ancianito y con la vida ya hecha. ¿Ya hecha? No tenemos suficiente. Si tienes vida que caduca, no puedes reservarte para un más allá que nunca llega. Hay que ensuciarse las manos: tienes que valerte de ti mismo confiando en que por acción o por omisión no rebasarás tu nivel de incompetencia.
Miren el caso de Drácula: lleva siglos y siglos penando con una vida incabable y ahí está, ahí lo tienen. Él se pone con los pies por delante, pero a la que te descuidas salta de su lecho (de su lecho mortuorio) para cometer nuevas iniquidades, que son las que le permiten prolongar esa agonía de siglos.
Entre los humanos hay gente que vive como los vampiros: o porque chupa la sangre de sus congéneres los vivos; o porque simplemente confía en prolongar su mediocre existencia, pasando inadvertida. Durante buena parte del tiempo, ese humano que imita a Drácula hace lo mismo que el Conde: yace y espera largo tiempo, confiando también en que nada cambie para seguir en esta mediocridad de siglos por venir.
En medio de una crisis institucional como la presente, hay que salir del ataúd, hay que remontar, pero no para sacrificar a los demás o para malvivir acomodado esperando la eternidad. Hay que hacerse con la vida… propia para demostrar de qué somos capaces. Perdonen las molestias.