A Rogelio López Blanco
El homo sapiens fuma y lee después de haber liquidado a un mono rival. Es raro que no lo veamos con una copa de bourbon. Ha matado a golpes de fémur a su principal oponente y necesitaría aturdirse con una copa. Normalmente, él no es muy violento.
Ahora, tras lanzar el hueso al aire (quién sabe dónde habrá ido a parar) se relaja: la tierra ya es suya y el agua también. Los recursos son escasos. Por eso lee las cotizaciones en bolsa: para saber el estado de sus inversiones. Se inquieta.
¿Por qué? ¿Porque empezó entonces la primera crisis financiera? No. Porque el homo sapiens recuerda, justo en ese momento, que abandonó descuidadamente el fémur, la prueba del delito. Ha leído un caso similar en el periódico.
Fue un instante de gran belleza formal, se dice para sí. Pero ahora deja el ensimismamiento para ponerse bíblico: evoca el episodio de la quijada con la que Caín mató a su hermano. Mal empezamos, piensa. Dios o el monolito, no sé, me estarán buscando.
Se equivoca el homo sapiens. En realidad no hay mono alguno que se interese por él. Es el propio primate quien se arrastra implorando un perdón que nadie le concede.
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Fotografía: On the set of 2001: A Space Odyssey