A lo que nos cuentan, en estos momentos hay problemas en el espionaje americano a propósito de un agente alemán. O justamente al revés… Ay, señor, vivimos en un ay.
Semanas atrás en casa vimos The Americans, primera temporada. Inevitablemente, esta serie se confunde y se mezcla con Homeland‘. Con esta producción la comparamos.
No tienen nada que ver. Ambas tratan de espías, cierto. Pero The Americans es infinitamente superior. ¿Qué significa eso? Que la tensión dramática es creíble, que los personajes lo pasan francamente mal, que los cofrades padecen.
En The Americans, los agentes soviéticos han de hacer vida normal en los Estados Unidos de los ochenta. Los espías han de convivir con enemigos que son encantadores. Los profesionales rusos han de expresarse, vestirse, amar y vivir contrariamente a sus convicciones.
Es sencillamente entretenidísima la trama. Imagínense una vida entera aparentando (Bueno, bien mirado, es lo que hacemos en este Valle de Lágrimas). Estamos en la época de Ronald Reagan, con el armamentismo, con la escalada nuclear. Estamos a finales de la Guerra Fría y el presidente americano confía en derrotar a los enemigos soviéticos.
Pero no con la explosión atómica, sino con la amenaza que hunde la economía del país. Fue clarividente Reagan, por supuesto asesorado por gente con estudios y con capacidades. Hacía el payaso o el clown, pero sabía lo que estaba haciendo… Repasen la mejor introducción a la Guerra Fría: sigue siendo la de John Lewis Gaddis (en español publicada por la carísima RBA).
Estamos en un mundo que se quiebra. Los hechos no son lo que parecen: nunca lo han sido. Los agentes están tentados por el adversario: siempre lo han estado. El mundo de The Americans me lleva a una realidad que yo he vivido indirectamente, a un estado de la Tierra a punto de estallar, a un lugar inhóspito.
Pensaba a comienzos de los ochenta, cuando E. P. Thomson publicaba libros y panfletos contra la Guerra de las Galaxias. La editorial Crítica, bajo el mando de Josep Fontana, lo publicaba todo, todo lo que tuviera que ver con la perfidia norteamericana.
Thompson era un viejo y saludable comunista, un tipo jovial y de buena familia. Pero ignoraba todo de lo que en las altas esferas se cocía. O lo que se barruntaba en las alcantarillas. Él era un intelectual. Un hombre ajeno a las armas, desdeñoso de la violencia, contrario al belicismo.
¿Y cuándo no? Este terreno que pisamos siempre está al borde del fin, de la crisis, de la clausura. Tras ver con énfasis y con emoción The Americans‘, primera temporada, estoy viendo ahora la serie entera de Breaking Bad. Me puedo olvidar de la televisión española durante meses…
Qué voy a decir, qué voy a añadir.