Viva la democracia

Sí, viva la democracia. Me dirijo a usted para que la haga suya: para que la viva. No aludo a asambleísmos o a decisiones colectivas y directas. Me refiero a saber respetar OrtegayGassetal otro, a saber dialogar, a saber pactar. Contrariamente a lo que sostenía Carl Schmitt en El concepto de lo político (1932), la vida política no puede, no debe cimentarse en amigos y enemigos. Debe fundamentarse en la controversia civilizada, sabiendo todos que la propaganda forma parte de la persuasión; sabiendo todos que la caverna nos hace ver sombras… No te puedo sofocar, no te puedo aplastar, no te puedo exterminar, no te puedo callar.

«La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal», decía José Ortega y Gasset en un párrafo memorable de La rebelión de las masas (1929). Vale decir, la forma más sofisticada, la técnica más compleja de funcionamiento social es el sistema democrático porque hace convivir a los diferentes, a los que piensan distinto, a los que se contrarían. Lejos de eliminar las tensiones, la democracia reconoce los conflictos, conflictos de intereses o de opinión, y les da un cauce de expresión.

«Ella lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es prototipo de la acción indirecta…», añadía Ortega. Contar con el prójimo, pero no porque piense igual que nosotros, sino porque sostiene cosas diferentes, porque sus juicios, por muy equivocados que puedan estar, expresan puntos de vista que sería una pérdida eliminar.

«El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el Poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría», insistía Ortega.

Resulta difícil esta autolimitación, entre otras cosas porque los recursos institucionales o policiales de ese Estado podrían aplicarse con gran eficacia para acallar a quienes incordian o molestan y no sólo a quienes amenazan o mienten con el afán de destruir. Es decir, entre la inacción (el todo vale en virtud de la libertad de expresión) y el intervencionismo que fiscaliza, controla, limita, persigue la disensión, sólo hay un trecho corto, y la tendencia de los poderes es a usar aquello que más a mano tienen: la represión.

Por eso, añade Ortega, la democracia es un marco en el que se hace explícita «la suprema generosidad». En ella se pregona «el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo; más aún, con el enemigo débil».

La generosidad suprema no es la que se da con el igual o con el afín, con el adherente o con el próximo, sino con el distante, con aquel con quien no nos une o no compartimos casi nada. Según admite Ortega inmediatamente, «era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural» como es la democracia liberal. Aceptar la pluralidad de intereses, admitir la legitimidad de los conflictos y de las opiniones diversas es un logro civilizado, lo que no significa que esos juicios que nos son contrarios debamos aceptarlos sin más para silenciar los nuestros.

Lo bonito de la democracia es dar visibilidad legal a esos conflictos y sobre todo excluir la violencia. ¿Y qué es lo civilizado? «La barbarie es ausencia de normas y de posible apelación”. Y lo civilizado se mide por la mayor o menor precisión de las normas. En efecto, se mide por la densidad normativa de la sociedad y del sistema político. Eso no quiere decir que el Estado deba regularlo todo, sino que debe crear un espacio jurídico en el que no haya lugar a la improvisación o a la arbitrariedad, un ámbito o dominio en el que todos sepan a qué atenerse y en el que la vulneración de esas normas bien fijadas y claras tenga la respuesta institucional prevista.

Simple, ¿verdad? Pues es lo mejor que hay. Pero para eso hay que leer, formarse, curtirse, educarse. ¿Nos ponemos a ello?

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